Por Germán Payo Losa
Director de Educahumor
¡Qué miras, ojos mirones! ¿No has visto un gato con pantalones? Pues eres tú. Esta frase, habitual en nuestra infancia, invitaba a no mirar. Y hoy perdemos diversión por eso.
Venía en tren. La revisora, más bien bajita, llegó al vagón casi al final del trayecto. Acabó de ver billetes cuando paraba el tren y la gente se ponía de pie en el pasillo para salir, por lo que tuvo que hacer cola y esperar. Tenía delante de ella un torreón de negro con los cascos, bailando suavemente. Ella miraba hacia arriba, veía los hombros y la cadera marcando el ritmo, y sonreía. Cruzamos nuestras miradas. “¡Qué ritmo tienen!”, dijo. Era agradable mirarlo. No creo que nadie lo notase. Miraban el móvil. Era un micro espectáculo para dos. Me acordaba de ese mensaje por las redes antes del verano: “Este año no os preocupéis por la operación bikini, ni por perder unos kilos. Nadie os va a mirar. Miran todos el móvil”.
Mirar con sentido crítico todo lo que vemos y oímos por los medios que nos informan. “Los propietarios son ricos sin interés alguno en contar la verdad” (P. Mishra). 130 periodistas asesinados en Gaza en el último año. No interesa saber lo que pasa allí. Es difícil mirar a través de bulos, mentiras, noticias falsas, como que comían bebés. Trump dijo 30.573 mentiras durante su mandato, según The Washington Post. En su campaña habló de los bebés israelíes decapitados, otro tremendo bulo.
Oí a un hombre que había echado a patadas a un cámara y a una locutora de TV porque, en lugar de tomar imágenes de calles con coches apilados por la riada en Valencia y otros pueblos, sacaba planos de calles que estaban con un poquito de barro y narraba que la recuperación avanzaba poco a poco. Manipulación total. “Cuando oigo un discurso miro quién paga el micrófono” (El Roto). Gila tachaba la S de un cartel donde ponía: “Prohibido pescar”. El que no pecásemos viendo, supongo está detrás de toda censura, además del control que padecimos tras nuestra guerra civil. “Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo” (Mt 5,29). Esta actitud, tras la democracia, fue retrocediendo lentamente hasta: “Que te aproveche mirar lo que miras” (J. Sabina).
Mirar, observar… es algo que se puede potenciar. En nuestro centro empezamos una experiencia de desarrollar y aplicar el humor. Uno de los deberes era potenciar la observación. Nos reuníamos quincenalmente doce profesores. En la primera reunión hubo una observación. Al final del curso nos podíamos pasar contando observaciones divertidas toda la hora. ¿Era más divertido el centro? No, creo que observábamos más. Hechos como éstos en un horizonte más amplio.
Estaba con un amigo en el hospital. Su tercer cáncer. Vemos pasar tres fornidos guardias civiles escoltando a un preso bajito y delgado. “Mucho guardia y poco preso”, dice mi amigo. “A ver si se fuga y te coge como rehén esta noche, y así tienes algo que contarnos”, comenta otro.
Dos personas hablando en Gaza: “Pues a mí me hacía más ilusión que me bombardease Kamala que Trump” (Morgan).
“Cásate siempre por la mañana. Así, si no sale bien, no habrás perdido todo el día” (M. Rooney).
Una profesora universitaria dice a un alumno mayor: “Pero hombre, no copie”. “Mire usted”, responde, “es que si llevo a casa suspensos mis hijos me matan”.
Mirar con atención a la cara y cerrar los oídos es lo mejor, dicen, para conocer mejor a una persona. Emitimos micro expresiones sin querer, señales que se reflejan en nuestro rostro, que han sido estudiadas en profundidad de un modo científico y que son difíciles de ocultar.
Mirar con mirada limpia. Hay personas que es un encanto tratar con ellas, porque tienen una mirada transparente, y se les nota. Mirar como miran los niños, asombrándose, viendo la belleza y disfrutando.
Nuestra mirada matutina al espejo importa, porque puede decirnos: “Oye, un día más para disfrutar” o “vaya careto que tengo hoy yo, a ver qué hago con él”. Uno se vuelve viejo no cuando se le arruga la piel, sino cuando se le arrugan los sueños.
¿Cómo miramos nuestra edad? Jamie Foxx, el protagonista de Ray (Charles), cuenta que estaba con tres jóvenes: “Yo tengo 20, esta 22, y esta otra es la vieja: 25. Y ¿cuántos años tienes tú? 47, respondí. Abrieron los ojos y la boca como si les hubiese dicho que tenía cien. Un tío mayor casi calvo, pero mayor, mayor. Lo menos tenía 40 años, oí. Me reía.
¿Como miramos tras pensamientos divertidos o serios? Una investigadora puso a dos mendigos, actores, a pedir. Uno delante de un cine en el que proyectaban una comedia, otro frente a un cine con una tragedia. El mendigo de la comedia sacó mucho más dinero. Si miramos tras una sonrisa somos más generosos.
Mirar críticamente, mirar lo gracioso y también más allá de lo que vemos es un juego divertido.
Deja una respuesta