Miguel Barrueco: “La pandemia ha valido para justificar muchas cosas de la deriva política, económica y social”

Tras 12 años como jefe del servicio de Neumología, y llegado el momento de su jubilación, Miguel Barrueco continuará como profesor emérito en la USAL y seguirá haciendo “una defensa de todo lo público”, especialmente de la sanidad.

Mientras coloca algunas fotos con recuerdos personales en su nuevo despacho de la Facultad de Medicina, donde permanecerá como profesor emérito, reconoce que está muy orgulloso de ser “un producto de la escuela pública”, a la que ha dedicado uno de sus libros. Sus padres, originarios de Pereña de la Ribera, donde recientemente ha sido nombrado Hijo Predilecto –“uno de los honores más grandes de mi vida”, según afi­rma–, le inculcaron un buen puñado de esos valores que defi­nen a las buenas personas: la honestidad, la honradez, la coherencia… En estos principios se asientan las razones por las que el Dr. Miguel Barrueco Ferrero va con todo cuando se trata de defender la sanidad pública, uno de los caballos de batalla que han marcado su trayectoria, al igual que su lucha contra los malos humos. Si se le pregunta qué ha sido lo más satisfactorio de su vida profesional, responde en un milisegundo: “La relación con mis pacientes y con mis alumnos”. Presume (humildemente) de haber tenido con muchos de ellos una relación “excelente”, basada en el respeto mutuo y mantenida en el tiempo. Y aunque admite que es “un pesimista histórico”, su instinto de supervivencia se aferra al optimismo y a su convicción sobre el poder de la sociedad para cambiar las cosas.

¿Cómo afronta la jubilación?

Con naturalidad. Es algo que llega y que hay que aceptar. Tengo que acostumbrarme a una vida diferente, pero sin romper del todo con lo que ha sido mi trayectoria vital y profesional.

¿Le hubiera gustado seguir al pie del cañón?

En mi caso, me jubilo con casi 71 años. Hay muchas personas que desean jubilarse por diferentes circunstancias, y a otras nos gustaría continuar; probablemente no con el mismo nivel de intensidad, pero sí creo que podríamos seguir siendo útiles a la sociedad, pasando consulta, por ejemplo, con unos horarios algo más relajados… Pero esto es como es: llega la carta de cese por jubilación, así que uno no se jubila, le jubilan.

¿Qué faceta de la medicina cree que va a echar más de menos: la asistencia, la docencia o la investigación?

La asistencia, sin duda. Pero la asistencia como médico, no como jefe de servicio, porque la relación con los pacientes es la esencia de la profesión y es muy enriquecedora. Desde luego, lo que más voy a echar de menos es a mis pacientes.  

Cuando anunció en redes sociales su jubilación, el ‘timeline’ se le llenó de elogios y muestras de afecto. Imagino que ese tipo de mensajes han predominado también en su trayectoria, pero ¿se ha encontrado con alguna zancadilla?

La vida profesional nunca es perfecta, y es imposible caer bien a todo el mundo. Uno procura relacionarse lo mejor posible con el mayor número de personas, pero, probablemente por equivocación mía o por ‘fobias’ externas, puede haber gente que se alegre de que me jubile.

¿Y qué me dice de los gestores? ¿Su defensa a ultranza de la sanidad pública ha influido de alguna forma en su relación con ellos?

Yo siempre he procurado tener una buena relación con la dirección del hospital, fuera quien fuera su máximo responsable. En algunas ocasiones me ha resultado más fácil mantener esa buena relación, e incluso sintonía en muchas cosas, y en otras ha sido francamente difícil. Si la pregunta es si mi condición de miembro de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública –y, por tanto, crítico con muchas decisiones a nivel local o autonómico, con la Gerencia Regional de Salud– ha generado malestar, diré que sí.

Probablemente, en muchas ocasiones no les haya gustado algo que pueda haber dicho. En todo caso, nunca en mi vida me he cohibido de decir lo que pienso, porque me parece que, ante todo, uno debe ser honrado. Y también porque creo que la mejor defensa que puede hacerse de la empresa para la que uno trabaja es aquella en la que se puede opinar libremente para que la empresa mejore.

Mucha gente prefiere no criticar a la empresa para la que trabaja…

En más de una ocasión me han dicho que debía callarme, porque ponía en peligro mi trayectoria profesional. Pero a mí me parece que en la vida tienes que ser honesto y decir lo que piensas. Y que, dependiendo del nivel en el que estés, debes poner de manifi­esto lo que consideras errores con el objetivo de contribuir a reflexionar en torno a ellos y a que se corrijan, si es posible.

¿De dónde cree que parte esa profunda creencia y esa defensa de lo público?

Yo vengo de un nivel social muy bajo, pero mis padres me enseñaron a ser honrado, coherente y buena persona; no sé si lo he conseguido, pero he tratado de serlo. Es decir, que si esa convicción procede de algún lado es, en primer lugar, de la enseñanza de mis padres. Además, tuve la suerte de hacer el bachillerato superior en la Universidad Laboral de Alcalá de Henares, donde en aquella época –estamos hablando del año 1968 o 1969– había un movimiento social y político muy fuerte. Tuve la fortuna de estar allí y de concienciarme de la necesidad de luchar para defender los derechos de la gente, empezando por los derechos democráticos.

¿Qué le llevó a estudiar medicina? ¿Había algún antecedente en su familia?

Ninguno. No sé qué me llevó a la medicina, porque tampoco tenía vocación ineludible de médico. Posiblemente influyeron muchos factores. Uno de ellos fue que, después de hacer un bachillerato técnico muy duro, durísimo –teníamos clases mañana y tarde, y solo podíamos estudiar por las noches–, probablemente me saturé de aquello y decidí dar un volantazo a mi vida. Estuve dudando entre algo que me atraía mucho por aquel ambiente sociopolítico que había vivido en Alcalá, que era hacer Psicología en la Universidad Autónoma de Barcelona, que en aquellos momentos era el punto de efervescencia estudiantil en España, o venirme a hacer Medicina a Salamanca. Es probable que influyeran factores familiares y el deseo de volver a casa.

¿Qué derroteros le condujeron a decantarse por la Neumología?

Al igual que he comentado con la medicina, por la que me decidí pocos días antes de matricularme, no lo tengo muy claro. Supongo que fue por distintas circunstancias. Hice el rotatorio en Ávila, y después tenía varias posibilidades; a algunas no tuve acceso, porque requerían un expediente mucho mejor que el mío, y acabé eligiendo Neumología. Hoy mismo, explicando a mis alumnos el asma bronquial, les decía que cuando ves a alguien con una crisis de asma no lo olvidas en la vida. Cuando era niño, yo viví varias crisis de asma en una persona muy próxima a mí, y eso me dejó absolutamente marcado. Pero de ser esa una razón, sería algo inconsciente.

En cualquier caso, ¿se ha arrepentido en algún momento de su decisión o volvería a elegir la misma especialidad?

No puedo asegurar que volvería a elegir esta especialidad si empezara de nuevo; quién sabe, dependería de las circunstancias. Pero lo que sí es cierto es que no me he arrepentido en absoluto de haber hecho medicina ni de haber elegido la neumología. Tanto una como la otra me han dado muchísimas satisfacciones y una forma digna de vivir. Estoy muy contento de haberlo hecho.

En 2010 le nombraron jefe del servicio de Neumología. ¿En qué ha cambiado su concepción de la medicina ejercer este cargo?

Cuando accedes a un puesto de responsabilidad en la gestión, en este caso, el de jefe de servicio, debes dedicar una parte muy importante de tu tiempo a gestionar lo mejor que puedas y sepas los recursos que la sociedad –concretamente el hospital– pone en tus manos. Eso lleva mucho tiempo que, lógicamente, va en detrimento del tiempo que le dedicas a los pacientes. Estoy satisfecho de haberlo hecho, y creo que, en estos años, con el apoyo de mis compañeros, hemos conseguido avances importantes en el servicio. Pero esto siempre tiene un coste sobre la parte fundamental de la medicina, que es la asistencia, y también un coste personal, porque muchos de los problemas de gestión te los llevas a casa y tratas de resolverlos en tu tiempo libre, por las tardes, los ­fines de semana… de modo que lo quitas a la vida personal.

¿Cree que el servicio quedará en buenas manos tras su jubilación?

Es la dirección del hospital y la Gerencia Regional de Salud quienes nombran a los jefes de servicio, pero estoy absolutamente seguro de que quedará en buenas manos. Y creo, además, que todos mis compañeros de Neumología van a apoyarle, sea quien sea, porque saben que el servicio no lo hace un jefe, lo hace todo el equipo.

¿Qué logro alcanzado en estos 12 años de jefatura le hace pensar que, al menos por eso, el desafío ha merecido la pena?

Creo que durante este tiempo hemos avanzado muchísimo, pero el mérito no ha sido mío, sino de mis compañeros. Si acaso, mi mérito ha sido haber ido presionando a la Administración para conseguir recursos. Pienso que el servicio de Neumología actual poco tiene que ver con lo que era en el año 2010; ahora tenemos unidades que son de referencia en Castilla y León, a nivel nacional, e incluso alguna de ellas también a nivel internacional. Es cierto que quedan retos por desarrollar, pero estoy absolutamente convencido de que los profesionales que quedan en el servicio van a pelear por conseguirlos.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, disponer de una unidad de ventilación mecánica no invasiva adecuada, porque la que tenemos se ha quedado pequeña nada más empezar el nuevo hospital. Esta unidad ya demostró su e­cacia antes de la covid-19, pero lo ha hecho de forma espectacular durante la pandemia, y necesitamos que se desarrolle una unidad a la altura de las circunstancias.

“Los profesionales sanitarios son maltratados; están sometidos a un régimen laboral lamentable”

¿Nunca se ha planteado la actividad privada?

Con mi jubilación, mis actividades asistenciales desaparecen por completo. Siempre me he dedicado a la sanidad pública y, obviamente, ahora no iba a ser de otra manera, por lo que me jubilo completamente de la labor asistencial. Es decir, a esos efectos, ya soy un médico jubilado. Continuaré con labores docentes como profesor emérito en la Universidad de Salamanca, a la que agradezco enormemente este nombramiento. Y, por supuesto, voy a seguir haciendo una defensa de todo lo público, ya no desde la perspectiva de un profesional de la medicina, sino desde la perspectiva de un ciudadano normal que sigue teniendo capacidad para opinar y tratar de influir al respecto.

En las columnas que publica en distintos medios opina de la sanidad y la educación, pero también de otras muchas cuestiones. Cualquiera que le lea podría pensar en ese proverbio que dice: “Nada de lo humano me es ajeno”. ¿Hay algo que le preocupe especialmente en este momento?

Me preocupan muchas cosas… Si empezamos por lo divino y bajamos a lo humano, me preocupa que a nuestros hijos les vayamos a dejar un mundo absolutamente lamentable. Me preocupa mucho la deriva política, la deriva económica y la deriva social, y esto lo podemos palpar día a día en España. En nuestro caso concreto, que no está aislado del resto, me preocupa mucho –y en esto mis opiniones seguirán igual– la defensa de todo lo público. Creo que se está precarizando la enseñanza pública, se están precarizando las pensiones, la sanidad… Tenemos un problema muy serio con las residencias de personas mayores y, evidentemente, todo eso me preocupa. Y sobre todo eso seguiré opinando como ciudadano mientras haya alguien que me quiera leer o escuchar.

En una de sus columnas escribía que la pandemia lo cambiaría prácticamente todo: la política, la economía, las relaciones sociales y, por supuesto, la sanidad. ¿Cree que ha sido así?

Creo que ha sido así, y que aquella frase de Pedro Sánchez de que “saldríamos mejores de esto” no deja de ser una buena intención en aquel momento, porque es evidente que no. Todo ha cambiado para peor. Ha aflorado el egoísmo de cada estamento social y, sobre todo, el de los estamentos que tienen más poder para cambiar las cosas. También nos ha cambiado a todos como personas, nos hemos hecho enormemente egoístas. Y una cuestión que me preocupa muchísimo, y sobre la que recientemente escribía en un periódico local, es la agresividad personal y social que se vive a todos los niveles. Además, creo que la pandemia ha servido para jusfiti­car muchas cosas de la otra deriva, la que viene por el neoliberalismo, y que es el actual deterioro político, económico y social. Que esta crisis ha acentuado los problemas es indudable, pero también ha sido una disculpa para muchas cosas.

Pinta un panorama desolador para las próximas generaciones…

El avance de la historia no es lineal, hay periodos en los que se avanza mucho socialmente y luego hay periodos de reflujo en los que se retrocede, pero después se vuelve a caminar. Aunque probablemente sea un pesimista histórico, quiero ser optimista, sin lugar a dudas, porque es necesario ser optimista para sobrevivir. Por tanto, deseo lo mejor para los años de vida que me queden y deseo lo mejor para mis hijos y para los hijos de los demás, que son los que van a vivir ese mundo. Pero también es cierto que, para que esto sea posible, la sociedad tiene que concienciarse seriamente y empezar de nuevo a luchar y a defender sus derechos.

¿Considera que la sociedad actual es demasiado conformista?

Creo que existe una gran desmovilización social, y eso es lo que está facilitando desmontar en gran medida el estado de bienestar.

Estamos viviendo un repunte del negacionismo en base a ‘argumentos’ de lo más absurdo. Las vacunas o el cambio climático, contra el que usted también está muy comprometido, están en el punto de mira de estos movimientos. ¿Cree que son una verdadera amenaza?

Creo que, en la mayoría de las ocasiones, los negacionistas o terraplanistas son personas que no tienen nada importante que decir y se agarran a este tipo de cosas absurdas para tener cierto protagonismo social al respecto. Ellos no me parecen excesivamente peligrosos, los que sí me parecen peligrosos son los intereses que están detrás y que los potencian. En mi opinión, casi nada sucede de forma casual, y a nadie se le aparece la Virgen para explicarle que la Tierra es plana. Todo esto tiene intereses detrás, y no se trata de un problema de ideología, ni siquiera de coefi­ciente intelectual de estas personas. ¿Quién niega el cambio climático? Las grandes industrias que están interesadas en no limitar la emisión de gases a la atmósfera y el efecto invernadero. Y eso sí me preocupa mucho, porque el poder que realmente manda a nivel nacional e internacional es el poder económico.

Es inevitable hablar de la pandemia cuando ha dirigido un servicio directamente afectado por la irrupción de una nueva enfermedad respiratoria. ¿Cómo vivió aquellos momentos?

 La pandemia puso de manifi­esto para todo el hospital y también, por supuesto, para el servicio de Neumología, la necesidad de responder a algo para lo que no estábamos preparados. El hospital se reconvirtió completamente, fue capaz de cambiar sus estructuras para crear otra prácticamente nueva, que era la que se necesitaba para afrontar la covid, y en la que todos los profesionales dieron lo mejor que tenían. Por tanto, una virtud enorme de los hospitales y de los profesionales ha sido reconvertirse. Es cierto que esto ha tenido un precio, concretamente, en los pacientes que anteriormente eran atendidos mucho antes y que tuvieron que ser relegados. Yo debo decir que los pacientes respiratorios crónicos, que tienen unas necesidades muy concretas, han estado un tiempo peor atendidos. Ahora es preciso reforzar las estructuras asistenciales habituales para poder volver a ofrecer esa atención de calidad. Pero desde luego creo que la plasticidad que han demostrado los hospitales para adaptarse a esta situación imprevista ha sido excepcional.

Y desde el punto de vista personal, ¿cómo recuerda aquellos meses fatídicos?

Mi mujer y yo caímos con covid en los últimos días de marzo, es decir, en las primeras semanas de la pandemia. Ingresé con una neumonía bilateral y, aunque la verdad es que no tuve una sensación personal de gravedad, sí viví lo que vivieron los pacientes y el esfuerzo de mis compañeros. Los veía y oía al otro lado de la puerta de la habitación lo que estaba sucediendo, y aquello fue terrible. Después, una vez que me recuperé y me pude incorporar, ya se había establecido una parte muy importante de la estructura, y el servicio de Neumología estaba de lleno en la lucha contra la covid.

Después de estos dos años, existe una sensación generalizada de que el sistema sanitario público está más en peligro que nunca…

Probablemente, la sanidad pública está en su peor momento, pero no es por la covid, aunque la pandemia también haya tenido una gran relevancia en todo lo que ha sucedido. La sanidad pública está en peligro porque desde hace muchos años se está desinvirtiendo y, por tanto, los recursos disponibles, incluidos los humanos, son menores. Se dice que no hay profesionales; si no los hay, quienes han sido responsables durante muchos años deberían haber previsto que esto iba a suceder. Pero es que, además, es mentira que no los haya. Los profesionales sanitarios son maltratados. Están sometidos a un régimen laboral absolutamente lamentable y, por tanto, se van a Francia, a Alemania, a Suecia a Inglaterra, donde, a pesar del Brexit, reciben a los profesionales españoles con los brazos abiertos, porque tienen una formación maravillosa. Y es evidente que, si aquí se les maltrata desde el punto de vista laboral y tienen posibilidades de irse, se van. Ante este desastre, ¿cuál es la alternativa por la que están optando las distintas administraciones responsables de la sanidad? Traer profesionales de otros países, porque van a poder pagarles menos. Esto signifi­ca que es personal peor formado y que los ciudadanos van a tener una peor atención. Pero si la población no es consciente de ello y no sale a defender el sistema sanitario público, es lo que tendremos.

¿Hasta qué punto la población es responsable de esta situación?

Las responsables del deterioro de la sanidad pública son las administraciones sanitarias, no me cabe la menor duda. Y ojo, que en esto se juega mucho con la ambigüedad de si la responsabilidad corresponde al Gobierno central o a los autonómicos. Eso es mentira: las competencias sanitarias son de las administraciones autonómicas, y en todas las CCAA, independientemente de quiénes las estén gobernando – aunque más en unas que en otras–, se ha estado desmantelando la sanidad pública. ¿Qué responsabilidad tiene la población? Yo creo que ninguna. Si acaso, su única responsabilidad es la de no haber sido capaz de movilizarse para impedirlo.

Pero a menudo se dice que los ciudadanos abusan de la sanidad pública, que van demasiado a Urgencias…

Cuando uno tiene un problema, busca la mejor de las soluciones. Y la más rápida. Y por eso puede que haya gente que, en algunas circunstancias, abuse de determinados servicios, especialmente de Urgencias. Pero es un porcentaje mínimo, teniendo en cuenta la paciencia que muestran los ciudadanos al aguantar listas de espera muy prolongadas y al perder cosas que ahora nos parecen absolutamente imposibles. Como paciente, hace ocho o diez años tenía acceso inmediato a mi médico en mi centro de salud, en el mismo día, y eso ahora parece ciencia ­cción. Probablemente, porque los ciudadanos nos hemos ido amoldando a esta situación. No hay que pensar que lo que sucede con la sanidad es diferente a lo que sucede con el resto del estado de bienestar. Existe un desarme social, porque lo que predomina es el individualismo a ultranza. Pero desde luego yo no soy de los que creen que parte del deterioro se debe a una sobrecarga innecesaria por parte de la población. No, el deterioro es por la gestión que se está haciendo del sistema. Y, además, no es solo por incompetencia –que también–, es porque tiene un objetivo fundamental, y es desmantelar la sanidad pública.

Ha hablado de las listas de espera, contra las que se han adoptado distintas soluciones en el hospital, como las llamadas ‘peonadas’ o la concertación de servicios con la sanidad privada. ¿Por cuál se decanta?

La solución es asumir que la sanidad cuesta dinero y que a los profesionales hay que tratarles bien y pagarles conforme a su responsabilidad. Y hay que contratar a un número su­ciente de profesionales para que el sistema funcione. Cuando en España se trate bien a los profesionales formados en este país, muchos de los que han emigrado estarán encantados de volver. Por tanto, todos los problemas que tiene la sanidad recaen fundamentalmente en la falta de inversión y de recursos humanos. ¿Está de acuerdo con quienes defienden que sería necesaria una refundación del Sistema Nacional de Salud (SNS)? Yo sí creo necesaria una refundación del SNS, pero que no pasa por la recentralización en el antiguo Insalud, además de que eso es políticamente imposible. Pero sí pienso que hay mucho que mejorar en todos y cada uno de los sistemas autonómicos de salud y en una estructura central de coordinación que establezca mecanismos de consenso entre todos ellos para mejorar el sistema.

Después de tantos años como docente en la Universidad de Salamanca, habrá podido realizar la ‘anamnesis’ a la Facultad de Medicina. ¿Cuál es su diagnóstico? ¿Cree que mantiene su carácter referente?

La Facultad de Medicina sufre los mismos problemas de los que hemos hablado antes en relación con el hospital: los recursos humanos, que son la mayor riqueza de cualquier empresa, especialmente cuando son altamente cuali­ficados, cada vez son menores. Nos vamos jubilando y no hay una reposición su­ficiente, incluso a pesar del plan que hace unos años puso en marcha el rector, el profesor Rivero, que incluye priorizar plazas en el área de la salud. A pesar de eso, creo que hay muchos profesionales muy comprometidos con la enseñanza de la medicina, y pienso que, en la medida que se puedan recuperar recursos humanos, la facultad no tendrá grandes problemas. Evidentemente, es preciso reponer a los profesionales que nos jubilamos, y en este momento existe un enorme tapón para la acreditación como profesores titulares y catedráticos por parte de la ANECA, un organismo que, siendo garantía de la calidad de los docentes que acredita, se ha llegado a convertir en un cuello de botella. En cualquier caso, la Facultad de Medicina de Salamanca sigue teniendo muy buen cartel en toda España, no me cabe duda al respecto.      

“Antes teníamos acceso inmediato al médico en el centro de salud, y eso ahora parece ciencia ficción”

Uno de sus caballos de batalla ha sido la lucha contra el tabaco. Impulsó la creación de una consulta de Tabaquismo en el año 2000, y en 2005 se convirtió por fin en unidad. Pero el proyecto comenzó de una manera casi ‘voluntariosa’, gracias a su compromiso personal y al de la enfermera. ¿En qué punto deja la unidad?

Los comienzos fueron fruto de una pelea constante frente a la entonces dirección del hospital para tratar de crearla. Este problema no fue diferente al de otros hospitales españoles, porque a las unidades de Tabaquismo les ha costado muchísimo hacerse un hueco dentro de las estructuras de los hospitales y de la atención primaria. Desde que la unidad se abrió, siempre hemos estado en precario en cuanto al personal médico y de enfermería. A pesar de eso, gracias a la entrega de las personas que han trabajado allí –y quiero resaltar especialmente el trabajo de las enfermeras– creo que se ha hecho una labor importante en Salamanca, y que una parte muy importante de los pacientes han conseguido dejar de fumar con la ayuda que les hayamos podido prestar.

¿Cuál es el futuro de la unidad de Tabaquismo?

Inicialmente, en la unidad había consulta médica y de enfermería cinco días a la semana. Después de la crisis económica de 2008 y de la retirada de recursos de Sanidad, pasamos a tener consulta de enfermería cuatro días a la semana y consulta médica dos días, y así hemos seguido estos últimos años. Yo era uno de los dos médicos de la unidad, junto con el Dr. Hernández Mezquita, y estoy convencido de que va a luchar duramente por mantenerla e incluso por hacer que crezca, porque es una necesidad y porque su rentabilidad es clarísima. Ahora le corresponde a la nueva jefatura de servicio y a la dirección del hospital intentar que haya una enfermera al menos cuatro días a la semana –si fuera posible cinco– y un médico al menos dos o tres días a la semana.

Aunque hoy nadie se acuerde de ello, la aprobación de la primera ley antitabaco generó ampollas en su momento, ¿cree que habría que endurecerla?

En este tema es necesaria una cierta progresividad. La primera ley fue la de 2005, y fue insu­ciente. Aquel año celebramos en Salamanca el Congreso del Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo, al que vino la entonces ministra de Sanidad, Elena Salgado. Le dijimos que estábamos contentos, pero insatisfechos. En ese momento, ya comenzamos a luchar por una nueva ley que corrigiera sus insu­ficiencias, y eso salió en 2011. Ha pasado mucho tiempo y han cambiado mucho las circunstancias, y ahora, sin lugar a dudas, es necesaria una nueva ley que, por una parte, estimule el abandono del tabaco y facilite las ayudas para que la gente pueda dejar de fumar y, por otra, que vaya reduciendo en alguna medida los espacios en los que se puede fumar, y esto tiene un recorrido muy largo. Por ejemplo, ahora hemos sacado los bares a la calle, por lo que hay que endurecer la legislación para que no se fume en las terrazas. Y un planteamiento controvertido es el de prohibir fumar en el coche, aunque sea un espacio privado, si en el vehículo va un niño. Yo lo apoyo completamente. Otra cuestión importante es que el paquete de tabaco no sea atractivo, que haya un empaquetado genérico. Debemos seguir disminuyendo la prevalencia del tabaquismo hasta que sea de un 17%, que es lo que sucede en los países en los que existen medidas de prevención mucho más desarrolladas.

El nuevo hospital ha sido largamente esperado y tanto la ADSP como usted personalmente reclamaron con insistencia su puesta en marcha. Ahora que parte de las instalaciones proyectadas están en funcionamiento, ¿cree que se han cumplido las expectativas?

Está claro que la situación del hospital antiguo era insostenible para los profesionales y, especialmente, para los pacientes. Por tanto, pasar del hospital viejo al nuevo supone un salto de calidad incuestionable. ¿Cuál es el problema? Que como se ha tardado tantos años, se ha hecho un hospital para 2021 con criterios de hace diez años, y en muchos aspectos es insufi­ciente. Cuando se hace una obra, si el proyecto viene de atrás se debe actualizar, porque este hospital debería ser válido al menos como el anterior, para los próximos 50 años. Los profesionales, los ciudadanos y todas las fuerzas sociales de Salamanca –el Ayuntamiento, la Diputación, las dos universidades…– debemos movilizarnos y presionar a la Junta de Castilla y León para que de verdad se complete el nuevo edifi­cio y se resuelvan las defi­ciencias que tiene el actual.

¿Cuáles han sido sus mayores satisfacciones como médico?

En mi caso, las relacionadas con los pacientes. He tenido una relación estupenda con muchísimos de ellos, incluso me han invitado a sus casas. Y también es una satisfacción encontrarme muchos años después con personas que ya no recuerdo, que me saludan o me paran en la calle o en un supermercado y me dicen: “Dr. Barrueco, ¿no se acuerda de mí? Le tengo que dar las gracias, porque llevo diez años sin fumar y eso me cambió la calidad de vida”. Yo siempre les digo lo mismo: que me alegra muchísimo, pero que el mérito no es mío, sino suyo, por dejar de fumar. Siempre se ha considerado que dedicarnos a esto del tabaco era poca cosa, y que tanta gente me diga que dejar de fumar ha sido lo mejor que ha hecho en su vida me produce una satisfacción personal enorme.

La referencia a su relación con los pacientes es una constante en sus respuestas. ¿Es un firme defensor del humanismo en la medicina?

Yo creo que no se puede ser médico sin tener la empatía su­ciente con los pacientes y sin estar dispuesto a cultivarla para desarrollar un ejercicio humanitario de la medicina y establecer una relación médico-paciente de igual a igual. Si has hecho medicina y no eres capaz de desarrollar eso por tus circunstancias personales, elige una especialidad que no te obligue a tener ese contacto tan intenso con el paciente. Por otra parte, efectivamente creo que, en el ejercicio de la medicina, debemos tener cierto carácter humanista, es decir, inspirarnos en otras disciplinas y mostrar sensibilidad por otras áreas –la literatura, la pintura, el cine…– que complementan la formación que recibimos en la facultad.

En su caso, ¿cómo ha cultivado ese lado humanista?

Me gusta escribir, el cine, la pintura… Una de mis frustraciones es el periodismo. En parte, mi vena de escritor viene porque cuando me planteé si estudiar medicina en Salamanca o irme a Barcelona, en esta segunda opción la idea era hacer psicología y periodismo. Por eso me he dedicado a escribir toda la vida. De hecho, en la época de la Transición existía un periódico en Castilla y León que se llamaba El pendón, y yo era uno de los colaboradores. Como no tenía el título de periodista, titulación que empezaba en aquella época, me dieron un carnet de redactor que guardo en casa como uno de mis bienes más preciados, junto con mi carnet del paro.

¿Llegó a estar en paro?

Sí, después de la residencia. Y por eso guardé el carnet como oro en paño, para que nunca en la vida se me pudiera subir a la cabeza lo que podía ser o dejar de ser. Es algo que tengo siempre presente y que también he enseñado a mis hijos.

Si alguien cercano le dijera que quiere estudiar medicina, ¿intentaría quitarle la idea de la cabeza?

En los momentos más difíciles de ejercicio de la profesión, procuré desincentivar que mis hijos hicieran medicina y traté de que se decantaran por otras carreras y otras profesiones. Uno de ellos no me hizo caso, y es médico vocacional de familia. Ahora estoy muy contento por ello, y por eso me arrepiento de que, probablemente por mis frustraciones de aquella época, por el esfuerzo que me exigía ser médico y estar en todos los frentes que tenía abiertos, a lo mejor disuadí a los otros dos, aunque nunca llegaran a mostrar su interés por la medicina.

¿Diría que la especialidad de neumología está entre las preferidas por los MIR?

Lamentablemente no. Las especialidades preferidas por los MIR son aquellas que les garantizan un puesto de trabajo estupendo, con un gran desarrollo tecnológico o una salida fácil a la medicina privada, y en este momento son, fundamentalmente, dermatología, cardiología y, en menor medida, anestesiología. Al resto de las especialidades unos años nos va mejor y otros peor. La neumología está en la ‘gama media’, porque es una especialidad en desarrollo y muchos alumnos que terminan el MIR no saben en realidad qué les puede ofrecer. Lo cierto es que actualmente incluye un gran desarrollo de las técnicas, de tal forma que, aunque no sea un área médico-quirúrgica propiamente dicha, cada vez abarca más procesos que antes se resolvían con la cirugía y que ahora se abordan desde la propia especialidad. Por eso, todos los años he tratado de inculcar a mis alumnos que la neumología es una especialidad que tiene cosas muy bonitas y que valoren la posibilidad de elegirla. De hecho, he conseguido que una parte muy importante de los residentes de neumología que hay en España procedan de la USAL, algo por lo que estoy enormemente contento.

El decálogo

Un libro. ‘Los pacientes del doctor García’, de Almudena Grandes.
Un disco o canción. ‘Let it be’, de The Beatles.
Una película. Por la relación que tiene con la medicina y con la defensa de la sanidad pública, ‘Las invasiones bárbaras’.
Un plato. El gazpacho andaluz.
Un defecto. Tengo muchos… Probablemente el que me haya generado más problemas es no saber decir no.
Una virtud. No lo sé… No hay nada que me cueste más que hablar de mí mismo… Quizás la humildad.
Una cualidad que valora en los demás. La sinceridad.
Un sueño. Entre los que espero que se realicen, ver
felices a mis hijos. Y el utópico es que me gustaría haber viajado a la Luna.
Una religión. Ninguna. Suscribo la frase de Marx de que cualquier religión es el opio del pueblo.
Un chiste. Si puedo darle la vuelta a la pregunta, no me gusta ningún chiste que tenga relación con el machismo ni con el racismo, porque banalizan problemas muy serios.

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