Medicina y transgénesis: la responsabilidad de la bioética

Por Olga CAMPOS SERENA

Universidad de Granada

La autora aboga por discernir entre los problemas reales y los imaginarios que plantea la Ingeniería Genética

En los años 80 nace la Ingeniería Genética. Con ella surgen una variedad de aplicaciones que permiten llevar a cabo la manipulación de los genes. Se abren posibilidades nuevas hasta entonces, como la de construir variantes de genes, determinar la predisposición genética a enfermedades, incluso diseñar organismos nuevos. No podemos dejar de tener en cuenta las grandes ventajas que podríamos obtener de una adecuada aplicación de estas técnicas, si bien es cierto que tampoco deberíamos perder de vista los riesgos. Para ello debemos velar por una legislación que logre equilibrar ambos extremos. Un principio que se ha introducido con gran fuerza es el llamado principio de precaución (Riechmann y Tickner). Desde el principio señalado se pretende resaltar los peligros que pueden entrañarlas manipulaciones genéticas, aunque en su origen estén diseñadas en función de objetivos loables. Sin duda tenemos que ser cautelosos, pero también deberíamos preocuparnos por conocer a fondo los problemas con el objetivo de distinguir los reales de los imaginarios. Debido a la gran cantidad de aplicaciones que tiene la ingeniería genética los conflictos morales son diversos. Pero es la creación de nuevos individuos lo que genera más controversia. La posibilidad de rediseñar y mejorara los individuos irremediablemente lleva consigo su asociación con los peligros de adoptar prácticas eugenésicas, donde loque se persigue es mejorar las cualidades físicas y mentales de la raza humana.

Por el contrario, al margen de consideraciones éticas, en las últimas décadas se potencia y desarrolla la técnica que permite obtener animales transgénicos para distintos fines. Ciertamente el código genético es esencialmente el mismo en todos los organismos, aunque hay pequeñas pero significativas diferencias en el control de los genes. Debido a ello es importante que el ingeniero genético cree un transgén que contenga el gen que interesa y el ADN adicional cuyo objetivo será controlar que el funcionamiento de aquél en el nuevo animal sea correcto. Es entonces cuando, mediante microinyección, la utilización de retrovirus como vectores o transferencia de células madre embrionarias, se debe introducir en el individuo que se pretende crear.

Los animales transgénicos pueden ser utilizados como modelos de enfermedad. Buscando encontrar un organismo modelo se introducen genes mutantes de humanos en ratones provocando que padezcan las enfermedades que se pretenden estudiar. Éste es uno de los diversos tipos de modelos animales utilizados en investigación de forma experimental, y son conocidos como modelos inducidos. De forma que el objetivo es simular enfermedades congénitas que afectan a humanos y aumentar el conocimiento sobre genes determinados. Los animales pueden ser producidos de tal forma que sufran ataques epilépticos o anemia, que acaben desarrollando determinados tipos de cáncer, que padezcan enfermedades como distrofia muscular o diabetes, se puede hacer que su sistema inmunitario no responda, etc. Otra de las aplicaciones de este tipo de animales es la producción de medicamentos y nutracéuticos. Ovejas, cabras y vacas funcionan como biorreactores para producir importantes proteínas humanas en la leche. Ésta parece ser una forma económica de obtener sustancias absolutamente necesarias para muchos enfermos. En abril de 2007 científicos argentinos de la empresa de biotecnología Bio Sidus dieron la noticia de la creación de cuatro terneras clonadas y genéticamente modificadas para producir insulina humana en la leche, con un coste  un 30 por ciento menor de lo que supone su producción actual (que tiene lugar en tanques a través de bacterias modificadas mediante técnicas de ingeniería genética).Por otro lado, los animales también son manipulados genéticamente con el objetivo de facilitar determinadas prácticas experimentales. La investigación médica fue el primero y actualmente es el principal uso que se hace de ellos. Pero también son muy utilizados en pruebas de toxicidad de medicamentos.

El repaso de los usos de este tipo de animales sirve para percatarnos de la escasa controversia moral que genera su uso instrumental. Sin embargo, si apostamos por un análisis de costes/beneficios, comprobamos que profundizar en la verdadera utilidad científica de su uso implicará asumir una posición más crítica al respecto. Nos referimos a la necesidad de tener en cuenta cuestiones esencialmente prácticas como la utilidad real de los datos obtenidos de cara a lograr contar con una información veraz sobre nuestra especie. Nadie puede afirmar que esté resuelto el problema de no poder prever consecuencias indeseables derivadas de la extrapolación de resultados entre especies distintas. Además están los grandes costes económicos que supone la producción de animales transgénicos, sobre todo cuando nos referimos a ganado transgénico. Es mucho el tiempo de producción invertido, amplio el margen de error (lo que apunta a la necesidad de profundizar en los mecanismos de control de la expresión génica) y un procedimiento muy caro.

La conducta más racional implica que no deberíamos dejar de tener en cuenta varios aspectos en juego. La cuestionada aplicabilidad de los datos obtenidos nos tendría que obligar a tomarnos con seriedad la pregunta por la utilidad real de los resultados. Además, parece que tener en cuenta la gran inversión de recursos necesaria para la creación de este tipo de animales implica la demanda de un cierto grado de éxito en la satisfacción de objetivos. Puede que una de las claves pase por evaluar de manera global cada uno de los fines en particular. También es cierto que no podemos pasar por alto que la citada tecnología se encuentra en fase experimental y que por tanto en muchos casos no se puede ir mucho más allá de las ventajas potenciales y los posibles riesgos.

En un contexto en el que aumenta la aplicación experimental de los sujetos resulta imprescindible comprobar el creciente papel (también desde un punto de vista legislativo) de lo que Russell y Burch llaman la Regla de las «tres R» de la experimentación animal. Reivindicar el reemplazo supone la recomendación de sustituir los animales vertebrados por material no sensitivo (desde modelos computacionales hasta ensayos in vitro con modelos celulares, o ensayos con organismos menos evolucionados como microorganismos, plantas e invertebrados). Por ejemplo, existen programas que diseñan moléculas descubriendo si tendrán efectos tóxicos, estableciendo la relación entre la estructura química y la actividad de los productos a partir de bases de datos en las que se conoce bien la respuesta de los productos en función de su estructura química. Son los conocidos como QSARs (Quantitative Structure-Activity Relationships). Por otro lado, el cultivo de células madre puede ser realmente decisivo en el reemplazo de animales, debido a su capacidad para originar casi cualquier tejido. Que la señalada potencialidad llegue a ser una cuestión de hecho va a depender de la posibilidad de descifrar las señales químicas que guían a las stem cells a formar un tejido u órgano concreto. La segunda de las reglas pasa por reducir todo lo posible el número de animales utilizados en cada experimento. La clave estaría en lograr aplicar un correcto diseño estadístico que permita utilizar el mínimo número de animales necesario. Desde la tercera recomendación se insta a los científicos a refinarlas técnicas con el fin de evitar en lo posible cualquier sufrimiento. Se trata de disminuir la severidad del daño infringido, ello se logra mediante la utilización de técnicas no invasivas (como por ejemplo la resonancia magnética). Será necesario potenciar la formación continuada de los profesionales que utilizan animales de experimentación con el fin de establecer objetivos, medios didácticos y tecnológicos, documentos de apoyo actualizados, etc. Según la propuesta concreta de Capó Martí, sería bueno tener las herramientas de control necesarias para poder exigir encada investigación la evaluación de la actividad en línea con algunos objetivos como la clasificación de las variables que pueden alterar la homeostasis del animal, la diferenciación de los comportamientos adaptativos frente a los estereotipados y deletéreos, la codificación del nivel de severidad del daño y la aplicación de los métodos eutanásicos que produzcan un nivel menor de sufrimiento antes de la muerte.

El interés teórico de una propuesta como ésta se desprende de aquello que subyace a la misma. Los intentos de reivindicar la relevancia de la discusión del uso de animales transgénicos se han plasmado en una preocupación creciente por el bienestar de los mismos. Lo que ello significa es que, al margen de cuestiones relacionadas con su utilidad, hay un interés moral por los individuos mismos. Dado el contexto biomédico en el que se sitúala práctica junto con el aparente reconocimiento de la relevancia moral del sufrimiento de estos animales, y si queremos ser coherentes, debemos también reconocer aquí la responsabilidad teórica y práctica de la disciplinade la bioética. Otra discusión distinta, y necesaria, es la que surgirá en torno a la toma de decisiones concretas. La legitimidad moral de los diferentes usos de los animales transgénicos es un asunto urgente que requiere un profundo análisis si queremos dar razones. Un análisis que, como en otros contextos, entronca con las discusiones en torno al estatuto epistemológico de la bioética. Y unas recomendaciones prácticas que deben justificarse desde las herramientas teóricas que estamos dispuestos a asumir.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.