por Miguel Ángel Júdez
Director de RNE en Salamanca
Es habitual encontrarnos informaciones y, lo que es peor, opiniones médicas en los distintos medios de comunicación, prensa, radio o televisión, que vienen firmados por “expertos”, que en muchas ocasiones acaban de terminar sus estudios de Periodismo, y en el mejor de los casos, se autodenominan “periodistas científicos” porque se han inscrito en la correspondiente Asociación Profesional.
La mayoría de estas informaciones, se elaboran a partir de otras fuentes, léase agencias de noticias, que se hacen eco de descubrimientos, en su mayoría novedosos y sorprendentes, y por tanto atractivos en cuanto a su difusión ya que es fácil que la noticia interese a un número importante de lectores, oyentes o televidentes.
Esto nos lleva a cuestionarnos el rigor de estos comentarios, y sobre todo, la confusión a la que pueden llevarnos a los destinatarios.
Por ejemplo; hoy día, está de moda hablar de la terapia genética, como en tiempos puso de moda el genial Dalí al ácido desoxiribonucleico, y nos lanzamos a escribir ríos de tinta sobre el tema. El genoma humano no tiene secretos para nosotros. Los cromosomas salen de nuestras máquinas de escribir u ordenadores como churros en una barraca de feria. O más cercano en el tiempo. Se esté hablando mucho de las posibles excelencias de la marihuana como paliativo, e incluso curativo para determinadas formas de cáncer, lo que está llevando a muchos jóvenes a justificar su consumo, pese a la prohibición del consumo de drogas, lo que recientemente, ha llevado al gobierno a prohibir la apología de estos estupefacientes.
“Lo peor de todo es que los lectores, oyentes o teleespectadores se creen todo loque decimos”
¿Qué crédito podemos dar a este tipo de informaciones?
En esta época de especializaciones, no vale la osadía de saber de todo y además, pontificar, dando por sentado que lo que yo cuento ha de ser irrefutable…Da lo mismo que se hable de la protección de urogallo, como de la curación de la soriasis.
Y lo peor de todo es que muchos de los lectores, oyentes o telespectadores se creen todo lo que decimos, escribimos o mostramos. Sobre todo, si quien se atreve a tal audacia es un periodista de “reconocido prestigio”.
¿Quién no recuerda a Ramón Sánchez Ocaña? O más cercano en el tiempo… bueno, programas como Saber Vivir, o casi todos los magazines tanto de radio como de televisión… o suplementos de los más importantes periódicos…
Y al final, vemos a esos “gurús” mediáticos de la medicina vendiendo esfigmomanómetros, o recomendando determinada marca de leche “enriquecida con vitaminas y minerales”.
Por eso me preocupa, como profesional del medio que, como hace poco oía a una joven compañera, seamos “traductores de la actualidad”, lo que se podría interpretar como recolectores, elaboradores y productores de la realidad que nos circunda para después servirla a los consumidores. Una realidad hecha a la medida de lo que queremos que se sepa y como queremos que se sepa.
La verdad es que cuando leo u oigo una información “científica” transmitida por un periodista, inmediatamente la pongo en cuarentena.
No vaya a ser que sea contagiosa.
Maximiliano Diego y Aurelio Fuertes
Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Salamanca.
El debate sobre la dedicación exclusiva es viejo y enfrenta posiciones relativamente bien diferenciadas en los terrenos ideológico, político y económico. Precisamente porque toca aspectos de confrontación de perspectivas e intereses de los profesionales, su abordaje y resolución es complejo, pero su relativa complejidad no debe servir de justificación para evitar afrontar el problema, sobre todo porque tiene notables consecuencias para el desarrollo de la calidad y eficiencia del Sistema Sanitario Público.
Es legítima la aspiración de los médicos a obtener más renta de su profesión, conocimientos y crédito profesional, explotando estos recursos; pero no puede aceptarse que esto lleve a discursos demagógicos sobre la bondad e inocuidad de simultanear el servicio público con el ejercicio privado.
Numerosas instituciones y empresas de gran prestigio nacional e internacional, con independencia de su titularidad, apuestan por la dedicación exclusiva de sus profesionales como instrumento básico para conseguir metas de calidad y excelencia (Hospital Mont Sinaí, Clínica Universitaria de Navarra, Repsol, Iberdrola, entidades financieras, …). Las empresas tienen derecho a disponer plenamente de sus trabajadores en “capacidad y motivación”, ya que ello supone mayor rendimiento para su actividad.
Si bien es cierto que hay médicos que compatibilizan el ejercicio público/privado con total honestidad, esto no siempre es así, y la experiencia demuestra que las irregularidades, que no son infrecuentes, no son fácilmente subsanables cuando se presentan. No se puede cuestionar que la doble práctica público/privada genera efectos perversos, que pueden afectar a la eficiencia y a la equidad del sistema público.
Es un hecho objetivo que existe competencia y a veces conflicto entre sanidad pública y medicina privada. Parece justo y razonable minimizar la colisión de intereses en ambos sectores y es obligación de la Administración regular estas situaciones. Ninguna Caja de Ahorros o Banco admitiría que sus trabajadores lo hicieran para la competencia, y todo el mundo entiende que un arquitecto municipal no mantenga un gabinete privado. ¿Por qué los médicos vamos a ser diferentes?
Es imprescindible regular las relaciones entre pública y privada, terminando con la parasitación que de forma habitual gravita sobre el sector público, evitando así los privilegios de los que son beneficiarios los pacientes que pueden y deciden compartir simultáneamente ambos sistemas.
“La dedicación exclusiva es un paso decisivo en la imprescindible separación entre pública y privada”
Llama la atención que este tema suscite tanta polémica y ruido mediático y no otros mucho más graves como los “contratos basura” de los médicos que trabajan sólo para guardias o acumulación de tareas. La oposición a la dedicación exclusiva ha saltado a los medios de comunicación de forma estruendosa, aprovechando que actualmente lo público no está de moda. Estamos en tiempos de crisis económica y de fuerte influencia neoliberal, que trata de reducir el peso de los sistemas de protección social y alienta los discursos individualistas.
En un ejercicio de hipocresía, las aseguradoras y empresas sanitarias privadas incluyen la asalarización de los médicos y la dedicación exclusiva entre sus principios organizativos, mientras rechazan la aplicación de esta normativa a la sanidad pública.
Una Sanidad Pública de calidad debería contar con recursos adecuados y con profesionales con plena dedicación y disponibilidad. La dedicación exclusiva es un paso decisivo en la imprescindible separación de la sanidad pública y la medicina privada; pero somos conscientes de que siendo una medida necesaria no es suficiente para obtener el máximo rendimiento de los profesionales del sistema. Sin duda necesitamos de otros cambios organizativos y de los incentivos adecuados para todo el personal que trabaja en el sistema de salud pública. Dicha medida, debería formar parte de un programa global de reforma de nuestros servicios sanitarios, incorporando la carrera profesional e incentivos al compromiso en el trabajo asistencial y a la dedicación docente e investigadora (triple tarea que todo médico debe desarrollar y que abordada en su plenitud hace muy improbable, por no decir imposible, el compatibilizar otro trabajo). Es en este marco donde la exclusividad cobrará su verdadero sentido, en un sistema organizativo renovado que facilite la participación, racionalidad y eficiencia de los servicios y unidades médicos.
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