El Dr. Marcos González sabe que su Servicio seguirá avanzando en la excelencia y pide una mejor gestión del hospital de Salamanca, con la implicación de todos los profesionales, para alcanzar nuevos logros, siempre con el objetivo presente de luchar por el derecho irrenunciable a una sanidad pública de calidad.
El Dr. Marcos González ha dejado la jefatura del Servicio de Hematología del Complejo Asistencial Universitario de Salamanca tras su jubilación “muy orgulloso” del camino recorrido y feliz porque sabe que se queda en las mejores manos, gracias a dos valores que permanecen entre sus compañeros: la cohesión del equipo y el espíritu de situar siempre en el centro a los pacientes. Igual que ha sido un buen médico —no en vano aparece de forma reiterada en la lista Forbes de los mejores especialistas de España—, quiere ser un buen jubilado, pero no se olvida de reclamar mayores esfuerzos y compromiso de todos para “defender y mimar” la sanidad pública, así como una mejor gestión del hospital salmantino, con la implicación y la aportación de todos los profesionales, para que siga avanzando y sea referente nacional e internacional, más allá de contar con “tres o cuatro servicios punteros”.
¿Cómo ha vivido sus primeros meses de jubilado? ¿Cambia mucho la vida con esta nueva perspectiva?
Cambia la vida, pero uno realmente ya está preparado y se da cuenta de que tiene que cambiar el chip y dedicarse a otras cosas. He sido muy feliz trabajando, pero creo que la jubilación también es una etapa para disfrutarla, me voy a adaptar bien.
¿Se echa de menos a los pacientes?
Se les echa de menos, pero pienso que es una labor que ya se ha finalizado y que tienen que continuar otros, y en el caso de mi Servicio, tengo claro que la atención va a seguir mejorando y funcionando a la perfección. Los pacientes forman parte de mi vida. Aunque en mi última etapa me dediqué más a laboratorio, siempre lo he compaginado con la clínica —Hematología es una especialidad híbrida—. Es una labor fundamental —y muy reconfortante— escuchar a los pacientes, intentar arreglar sus problemas, porque aprecian que les prestes atención, que estés pendiente de ellos, y esto te lo devuelven con creces.
Cuando uno se jubila siendo médico ‘Forbes’, dirigiendo un servicio de referencia nacional e internacional y con casi 46 años de carrera profesional, imagino que está muy satisfecho del trabajo realizado.
La verdad es que sí. Cuando miro hacia atrás, el primer sorprendido soy yo, y me llena de orgullo. Era buen estudiante de Medicina, pero de ahí nunca pensé que podíamos hacer todo lo que se ha logrado desde el Servicio de Hematología. Son circunstancias de la vida, que te va dirigiendo, y en cada etapa intentas dar lo mejor de ti, trabajar mucho y luchar por los pacientes según el grado de responsabilidad de cada momento, pero también hay que tener un poco de suerte, como llegar a un servicio donde estás rodeado de gente comprometida y muy valiosa, científicamente y como personas.
Y llegó al Servicio por casualidad, precisamente.
Sí. Yo empecé haciendo Medicina Interna durante un año en Cáceres, mi ciudad, y estaba feliz. La suerte es que luego me pasé a Hematología, y efectivamente fue por casualidad. En el MIR de ese segundo año, mi intención pasaba por elegir Nefrología en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, porque entonces se empezaban a hacer los trasplantes renales, un aspecto novedoso que me atraía; pero yo era el número 53, y el número 46 cogió esa plaza y me trastocó. En la carrera ya tenía una buena experiencia en Hematología, porque al hacer la mili por el sistema IMEC (milicias universitarias), el doctor Antonio López Borrasca nos daba un curso intensivo para atraernos hacia la especialidad, y aquello me dejó muy buen recuerdo. Soy hematólogo por esa suerte, con esa carambola empezó mi devenir. Luego, el que eligió la plaza de Nefrología a la que yo aspiraba fue compañero en el hospital de Salamanca, y cada vez que lo veía me daban ganas de abrazarlo y decirle: “Por ti he hecho Hematología, y de no ser así, nada hubiera sido igual”.
¿Hay algo que le haya quedado pendiente?
No, yo creo que las cosas pendientes son las que tienen que hacer los demás. Podemos mejorar en terapias CAR-T, en el hospital de día, en la asistencia a los pacientes domiciliarios… Y mis compañeros lo van a llevar a cabo, sin duda.
¿Se deja de ser médico del todo?
Yo soy médico, pero uno mira a los pacientes de otra manera. Como decía mi padre, “ser es mucho mejor que tener”. Cada momento tiene su punto de vista y sus obligaciones, y ahora quiero ser un buen jubilado.
No sé si le gusta dar consejos, pero creo que es una voz autorizada para valorar qué cualidades o actitudes irrenunciables ha de tener un buen médico.
Consejos no, lo que creo es que hay que dar ejemplo. Lo importante en la docencia con los residentes, lo que se les queda, es lo que ven. Si tratas adecuadamente a los pacientes, poniéndote en su lugar, con empatía, ellos lo van a imitar. Los grandes de la medicina sacan su decálogo de vez en cuando para definir qué es un buen médico, pero yo creo que lo más importante es ser buena persona. Es verdad que la empatía y la palmada en la espalda no valen por sí mismas, hay que tener conocimientos; pero si es al revés, si no eres buena persona, no vas a ser buen médico, porque una cualidad fundamental es estar dispuesto a ayudar. Si no puedes curar, alivia o consuela.
Lo digo porque ahora parece que el requisito número 1 es tener casi un 14 en la EBAU…
Ese es otro problema, y también se nota. En principio, no creo eso de que los estudiantes de ahora tengan menos formación; saben de otras cosas y, desde luego, están mejor preparados que nosotros. Pero el problema del 14 que se necesita para acceder a la carrera de Medicina es que algunas personas que no tienen vocación o no habían pensado en ser médicos se sienten presionadas por no desaprovechar su alta calificación, y ese no es el criterio adecuado. Y al contrario, perdemos personas que serían excelentes médicos, pero no les llega la nota, también porque cuando tienes 18 años es complicado decidir lo que vas a ser en tu vida. Claramente, se pierden vocaciones, y realmente en algunos residentes que yo he tenido no se ve ese interés por el paciente.
Deja el Servicio de Hematología como el segundo mejor de España, solo por detrás del Clínic de Barcelona, según el Monitor de Reputación Sanitaria. ¿Tenemos esta excelencia asegurada?
Más allá de los rankings, lo importante es que este servicio es de referencia nacional e internacional porque tenemos algo que es la envidia de otros: una gran cohesión de equipo, con muy buenas personas y muy válidas científicamente. Algunas son muy destacadas a nivel científico, y otras no tanto, pero saben perfectamente la función que tienen que desempeñar, y que es imprescindible. Yo soy futbolero —no del Madrid—, y haciendo el símil de los zidanes y pavones, en Hematología tenemos, por un lado, profesionales muy brillantes, pero también hay que tener personas que hagan la rutina, el día a día, y además sientan que eso es fundamental. Y quienes están arriba, publicando en las mejores revistas y participando en ensayos internacionales, también vean que lo pueden hacer porque existen los pavones.
La cohesión es la palabra clave, como ha indicado.
Nos llevamos muy bien, y este es un aspecto muy importante. Además, tenemos un equilibrio bastante bueno entre la parte de laboratorio y la parte clínica; un grupo que se dedica más a los pacientes y otro que asume la parte biológica de la hematología, crucial para el diagnóstico, porque lo peor que puede pasar es tener una enfermedad no diagnosticada. Esta conjunción es básica, una comunicación fundamental para una buena hematología, y esto no lo tienen muchos servicios en España.
Fueron pioneros en establecer la especialidad de forma híbrida.
Empezamos muy centrados en el laboratorio. El nacimiento del servicio en 1976 a cargo del Dr. López Borrasca, que venía de Navarra, donde no se hacía mucha clínica, se centró más en esta faceta, sobre todo en la coagulación, pero él ya veía que para avanzar eran imprescindibles los pacientes. Yo me acuerdo que, de residente, una de nuestras funciones era intentar traer pacientes a Hematología, e íbamos a Urgencias en busca de ellos.
¿A la caza del paciente?
Más o menos, porque en Salamanca, por aquel entonces, estaban empezando a desarrollarse las especialidades, y había que luchar por ellas en un hospital donde quien controlaba la situación general era el Dr. Sisinio de Castro, un gran médico y profesional, buena persona y hombre justo, pero no resultaba fácil cambiar las estructuras que tenía establecidas. La realidad de entonces es que nuestros enfermos iban a Medicina Interna, pero si atendíamos a alguien en Urgencias, ya empezábamos a ingresarlo en nuestra planta. Al principio teníamos cuatro o cinco plazas de hospitalización, conocíamos sus nombres, sus apellidos y vida y milagros, pero poco a poco aquello fue creciendo. Se desarrolló mucho en los años 80, y en los 90, con la incorporación de la doctora Dolores Caballero, vivimos un boom importante de desarrollo clínico, y un hito fundamental en 1995 con el inicio de los trasplantes alogénicos.
“Por fin se han dado cuenta de que sin profesionales nuestra actividad en Hematología es imposible”
En varias ocasiones ha alertado de la falta de hematólogos en el Servicio para mantener la actividad y para crecer, sobre todo en terapias punteras como las CAR-T, ¿es un problema resuelto?
Esta mal que yo lo diga, pero se ha resuelto en gran parte, y creo que era mi obligación lograrlo. Todavía habría que dimensionar mejor la plantilla para todo lo que se lleva a cabo en el Servicio: unidad de trasplante, 212 ensayos clínicos, trasplante ambulatorio, laboratorio de referencia de Castilla y León de diagnóstico integrado de citometría, biología molecular, citogenética… Pero, al menos, por fin se han dado cuenta de que sin profesionales nuestra actividad es imposible. Hasta ahora habíamos estado con mucho déficit, pero ya hemos logrado tres plazas más de hematólogos y otra de inmunología. Insistía e insistía en que era crucial tener más personal para el desarrollo de las terapias CAR-T, la terapia ambulatoria, el desarrollo de los ensayos clínicos, lograr tener más pacientes o ser centro de referencia nacional…. Antes teníamos que cubrir esta necesidad de profesionales valiéndonos muchas veces de nuestros recursos propios, a veces logrados por investigaciones competitivas, pero por fin hemos aumentado la plantilla orgánica, y tenemos otras tres vacantes más ya autorizadas, que espero que se incorporen próximamente. Entiendo que los recursos son limitados, pero cuando demuestras la necesidad… Nosotros nos hemos anticipado siempre. Por ejemplo, no podíamos dejar pasar que Salamanca fuera un centro autorizado para las terapias CAR-T, había que luchar por ello, y luego ya pediríamos los recursos. Si hubiéramos esperado a que la administración nos los diera, llevaríamos seis años de retraso, y así logramos empezar en abril de 2019.
Y decenas de pacientes no habrían optado al tratamiento… ¿Cuántos son ya?
Entre 140 y 150. Y, además, se trata de pacientes que no tienen otra solución, es su única oportunidad, sobre todo en linfoma no Hodgkin o leucemia linfoblástica aguda. El CAR-T los cura en un 30%, y puede parecer poco, pero es que antes eran cero, no nos damos cuenta de la importancia que tiene esto.
¿Qué carencias faltan por resolver en el Servicio?
Hay que seguir apoyando la investigación y avanzando en una correcta gestión de los recursos, no solo en Hematología, sino en el resto de los servicios del hospital, para que sea referencia en muchos más aspectos y no se conforme con tener tres o cuatro servicios punteros. Claro que Hematología está por encima, no puedo ir diciendo otra cosa, pero es fundamental que todo el hospital siga creciendo, y nosotros queremos seguir colaborando para lograrlo. Muchos recursos del Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL) que conseguimos desde Hematología se reparten para otros ensayos y otros investigadores, y es lógico que el que más tiene o más logros consigue, más aporte. Además, es importante destacar que el instituto ha mejorado mucho, y espero que lo haga aún más con el nuevo director, que se pase página de la situación convulsa que se ha vivido. Por otro lado, la gestión del hospital es claramente mejorable, por ejemplo, para solventar las listas de espera. Para ello, es primordial contar con los profesionales, y por nuestra parte, comprometernos y formar parte de la solución, no de los problemas. No podemos decir que no, hay que implicarse, la medicina somos todos. En este sentido, me preocupa mucho que se olvide que la educación y la sanidad tienen que ser públicas y de calidad, porque eso da cohesión social y nos diferencia de otros países, como Estados Unidos, donde, a pesar de todo, tienen muchas carencias como sociedad: mayor inestabilidad, delincuencia, falta de justicia social… Además, estamos hablando de un derecho fundamental. Si un padre no tiene la educación y la sanidad adecuadas para sus hijos, resulta totalmente frustrante, y la sociedad se resquebraja. Quiero que a la sanidad pública se la mime y se la cuide, porque si no vamos mal.
Es que si la sanidad no es accesible para todos, la desigualdad social viene de la mano y, de hecho, un poco así ocurre, también en España.
A un paciente que tiene una disminución de agudeza visual del 60% no le pueden decir: “A usted le operamos dentro de un año y medio”. O alguien a quien le duele le tripa y le dan cita para dentro de dos meses, porque puede tener algo banal o no. O un oncólogo, que necesita diferentes pruebas para estudiar la enfermedad o para saber cómo va respondiendo el tratamiento, esto no puede hacerse con meses de retraso. Es verdad que no todo puede ser inmediato, pero hay cosas que sí y, en cualquier caso, hay que ir explicándoselo bien al paciente. Yo me he dedicado a una enfermedad, la leucemia linfocítica crónica, que muchas veces no es necesario tratarla, y es muy importante saber cuándo hay que hacerlo o no, y tener un tiempo para explicarle al enfermo por qué. Si no voy a tratarlo, pero le digo que tiene un tumor y que le voy a hacer varias pruebas que tardan tres meses, y no se lo explico bien, el paciente sufre una preocupación que puede provocar una peor evolución de la enfermedad o que luego pueda responder mal al tratamiento.
Sin duda, el nuevo hospital ha supuesto un antes y un después para este servicio, aunque muchos compañeros ya creen que se ha quedado pequeño, e incluso que hay muchos retos que asumir más allá del ‘envoltorio’. ¿Tiene este hospital las características para seguir creciendo?
El envoltorio ha mejorado mucho; seríamos derrotistas si decimos lo contrario, pero el continente es más importante. Puedes tener un laboratorio impoluto, pero si no ves allí actividad… tiene que estar atestado de profesionales haciendo cosas, y así en todos los espacios. Hay que mejorar la gestión y disponer de los recursos humanos adecuados en todos los estamentos, no solo médicos, aunque no hay que olvidar que en ellos recae la decisión final y es una gran responsabilidad, pero la enfermería es básica, y todas las categorías. También es importante señalar que cuando vas al extranjero ves prácticas que te llaman la atención: el médico es médico siempre, y aquí muchas veces nos bajamos al siguiente escalón, cuando tendría que ser al revés. Hay gente que siempre dice no, y lo correcto es que todo el mundo haga lo que le corresponde, y a veces incluso más, pero mirando para arriba, no al revés. No tiene sentido, por ejemplo, que una enfermera haga tareas de auxiliar.
¿Cree que los médicos están haciendo tareas que no les corresponden?
Yo tengo que pensar en los protocolos del paciente, en los ensayos clínicos, en las publicaciones… en mis obligaciones, y es fundamental, por ejemplo, una TCAE que controle una consulta: saber qué paciente ha llegado, si alguno viene en malas condiciones, si hay que priorizar a alguien porque tiene otra cita… Si nos limitamos a tener un listado e ir llamando, no estamos haciendo lo correcto.
Pues la gestión correcta de pacientes en las consultas muchas veces brilla por su ausencia…
Claro, y a un paciente no se le puede maltratar. Estas cosas hay que solucionarlas, remangarse y remar todos juntos.
Cede al testigo a otro gran referente, como es Fermín Sánchez-Guijo.
Contábamos con tres buenos candidatos —los doctores Fermín Sánchez Guijo, María Victoria Mateos y Ramón García Sanz—, y había que tomar una decisión. En principio, esto me quitaba el sueño, pero luego pensé que era una suerte saber que los tres eran excelentes, que los otros candidatos iban a apoyar al elegido y que entre todos iban a conseguir nuevos logros. El espíritu de Hematología es lo más importante, no solo conseguir los CAR-T o ensayos clínicos punteros, sino la mentalidad de colocar siempre al paciente en el centro, de hacerlo todo por él. El logro más importante que he alcanzado es que este espíritu no se pierda.
Como antes lo hicieron los doctores Consuelo del Cañizo, Jesús San Miguel o, en sus inicios, los profesores Antonio López Borrasca o Agustín Ríos González. ¿Esto ha sido cosa de suerte o hay formas de hacer que se van heredando y consolidando con los años? ¿Puede hablarse de la ‘Escuela de Hematología de Salamanca’?
Es el ejemplo de lo que tú haces, y es lo que los residentes miran. Un escenario claro de este espíritu fue la covid-19. No estábamos preparados, sino desbordados y angustiados, sin saber qué hacer ante una enfermedad nueva, pero había que arrimar el hombro, y los hematólogos estuvimos ahí, en primera línea, participando en ensayos contra el coronavirus y atendiendo a los pacientes. A veces solo nos ven como un servicio top, brillante, que se dedica a investigar, pero somos mucho más que eso, somos médicos al servicio de nuestros pacientes.
Ha vivido una auténtica revolución en el mundo de la Hematología, ¿qué hitos considera fundamentales?
Hematología tiene la peculiaridad de ser híbrida, laboratorioclínica, y el patólogo, el que estudia la enfermedad desde el punto de vista de la biología, somos nosotros mismos para una parte de nuestras enfermedades (leucemias): analizamos las muestras, hacemos el diagnóstico, vemos cómo se va comportando la enfermedad, si han desaparecido los marcadores tumorales… Esta especialidad bilingüe hace que haya sido pionera para el desarrollo en otras muchas enfermedades, porque disponemos de la anatomía patológica propia, y esto es básico para avanzar. Por ejemplo, la primera enfermedad en la que se vio que la responsable era una alteración cromosómica concreta fue la leucemia mieloide crónica, en 1960. El conocido como cromosoma Filadelfia es una alteración genética asociada a esta leucemia, que afecta a los cromosomas 9 y 22. Luego, en Chicago, la profesora Rowley descubrió que se producía una tanslocación en un cromosoma 9 más largo, y en los años 80 se hallaron los genes que estaban implicados, BCR- ABL1, y la proteína que daba lugar a la enfermedad. El siguiente paso, sabiendo ya que teníamos esta proteína híbrida y anormal que formaba parte de dos genes que normalmente no estaban juntos, se dio en los 90 en farmacología, investigando qué fármacos podrían bloquearla. Ahora la leucemia mieloide crónica, que era una enfermedad mortal, es crónica y curable. Luego se vieron mutaciones, y el fármaco perdía eficacia, pero se desarrollaron otros —de segunda, tercera y ahora cuarta generación— que nos han permitido bloquear la proteína y bloquear la enfermedad. Todo este proceso ya se ha extendido a los tumores sólidos, pero la hematología fue pionera. Luego llegó la opción del trasplante alogénico, gracias a las investigaciones del Prof. Donall E. Thomas en Seattle; después, la terapia celular, y ahora los CAR-T. Son hitos muy importantes que nos permiten curar muchas enfermedades.
Ya hablamos de una supervivencia de en torno al 50% en cáncer hematológico, ¿qué objetivos tienen los hematólogos en este ámbito?
La supervivencia es muy variable, dependiendo de la enfermedad y del tipo, por eso, aparte del nombre de cada una y de las alteraciones genéticas, lo importante es conocer el pronóstico y el tratamiento más adecuado. Esos apellidos que se le ponen a la enfermedad son muy relevantes para saber si es indicado un tratamiento o no, o si un determinado paciente va a responder bien al mismo.
¿Hay margen para mejorar la supervivencia? ¿Por dónde vendrán nuevas soluciones?
El margen de mejora está en el diagnóstico, en seguir avanzando, caracterizando, profundizando más en cada tipo de célula. También en técnicas diagnósticas para la evolución y control de la enfermedad mínima residual, en la inmunología, en los CAR-T…
Ya ha comentado que lo de la Hematología fue una casualidad, ¿lo de la Medicina en general también lo fue? ¿Cuándo empezó su vocación?
También fue una casualidad. En mi familia no hay ningún médico, proviene de un ambiente rural con sus peculiaridades. Cuando yo tenía 13 meses, nos trasladamos por motivos de trabajo desde Nava de Béjar a Cáceres, y me siento cacereño. Mis padres trabajaron muchísimo, y yo solo hice lo que me correspondía de niño: estudiar, jugar al fútbol y al baloncesto, terminar el Bachillerato con buena nota, hacer el PREU y elegir una carrera. Dudaba entre Farmacia o Química, porque tuve un profesor estupendo, y me interesaban también la Biología y la Medicina, y finalmente elegí esta última. Yo respeto mucho a las personas que dicen que quieren ser algo desde pequeñitos y lo son, pero mi caso no fue así. Creo que lo más importante es a lo que te dedicas después y, sin duda, fue una buena elección. Luego, dentro de la Medicina, no podría haber sido cirujano, porque no me gusta, pero pude haber sido nefrólogo, endocrino, reumatólogo…
Y se vino a Salamanca y aquí se quedó, con algún intervalo en el extranjero, creciendo en su especialidad…
Entonces los distritos universitarios no eran como ahora, no había una universidad a la puerta de casa, y me vine a Salamanca. Luego hice el MIR, y por entonces se examinaban 20.000 personas para 3.000 plazas. En aquel momento, aunque nadie se lo crea, tenía que elegir un destino antes de saber la nota, y finalmente hice el primer año de residente en Medicina Interna en Cáceres. Al año siguiente me volví a presentar; ya había números para la elección, y sucedió, como he comentado, que el número 46 se quedó con mi plaza deseada de Nefrología, así que elegí Hematología en Salamanca. Yo fui feliz en Medicina Interna en Cáceres, y habría sido feliz si hubiera continuado allí, pero está claro que llegar donde se ha llegado sería impensable.
“Tuve mucha suerte de tener un gran compañero de residencia y amigo, el Dr. Alejandro Corrales”
¿Cómo recuerda aquellos primeros años?
Tuve mucha suerte de tener un gran compañero de residencia, el Dr. Alejandro Corrales; éramos amigos y nos echábamos una mano en unos tiempos casi heroicos, cuando la hematología estaba empezando. Por un lado, vinieron los que acompañaron al Dr. López Borrasca desde Navarra —Ignacio Alberca, Javier Batlle, Vicente Vidal, Vicente Vicente, Fernando Hernández Navarro, José María Moraleda y Jesús San Miguel—, con una experiencia clínica limitada, y aquí se juntaron con los doctores Agustín Ríos —una de las figuras de la hematología española, buena persona, muy listo y con un gran sentido común—, Serafina Sánchez, María Antonia García Marcos, Consuelo López- Berges y Consuelo del Cañizo, y aunque era una unión extraña, supieron avanzar hacia el desarrollo imparable del Servicio.
Precursores de este gran Servicio… ¿Qué otras personas cree que le han ido dejado huella para hacerle mejor médico y mejor persona?
Muchos. Mi mentor fue el Dr. Antonio López Borrasca como jefe del Servicio, pero con el Dr. Agustín Ríos, del que fui un poco su escudero, desarrollé una parte de la morfología muy importante. Y luego con todos los demás, y con los que están ahora. Con Jesús San Miguel he trabajado más de 30 años, y ha sido un referente también en la jefatura del Servicio; con la doctora Dolores Caballero, que se fue durante una temporada y volvió en los 90, dando un impulso impresionante a la parte clínica y luchando con Madrid para que Salamanca pudiera hacer trasplantes; con los doctores Ramón García Sanz o María Victoria Mateos, a quienes les dirigí la tesis… Sin olvidar todo lo que me han aportado también los residentes.
Alemania, Londres, Milán, Seattle… Ha tenido diferentes estancias en el extranjero. ¿Fuera se valora más lo que tenemos dentro? ¿Dónde cojeamos?
Lo que he visto es que trabajan menos que nosotros, incluso los números uno que publican en las mejores revistas y son referentes internacionales. Además, en todos los laboratorios en los que he estado, todo el personal, investigadores, médicos, técnicos, de limpieza…, sabía cuál era su labor perfectamente, y aunque hacían pocas cosas, las hacían muy bien.
Profesor asociado desde 1993, profesor titular desde 2012 y catedrático, ¿cómo ve los estudios de Medicina?
Lo de la docencia también es otro problema por resolver: ¿por qué, siendo el nuestro un hospital universitario, quienes colaboran en la docencia o en la formación MIR no tienen reconocimiento, ni económico ni de ningún tipo? Ni siquiera hacer la tesis doctoral supone ningún mérito para obtener plaza en la sanidad pública, y así es imposible convencer a un residente de que se doctore o se vaya un año al extranjero para formarse. Sobre los estudios, se va mejorando, pero muchos problemas se mantienen en el tiempo. Recuerdo las prácticas de mi época, en muchos casos, llegaba un médico tarde, mal y nunca, te contaba cuatro anécdotas y se iba; acababas con la sensación de que nadie te hacía mucho caso. Ahora sigue habiendo casos así, pero se va mejorando.
Los propios estudiantes piden que no se abran más facultades, porque no hay profesores suficientes y porque van a sobrar muchos médicos, lo que supondrá volver a épocas pasadas de paro y contratos precarios.
El problema es la planificación y, para ello, existen variables básicas y objetivas, como la pirámide de edad. Yo he estado en la Comisión Nacional de Evaluación en la especialidad de Hematología muchos años, y nuestras opiniones sobre el número de plazas necesarias y otros asuntos relacionados no se tenían en cuenta. Ahora mismo, en la bolsa de Hematología no hay médicos. Otra carencia es la incorporación de los MIR a las plazas definitivas. Ahora al menos salen publicadas oposiciones cada dos años, pero yo recuerdo que participé en el tribunal de la gran OPE que se convocó después de 10 o 15 años. Por último, respecto a la incorporación de los médicos a hospitales de tercer nivel, el tiempo trabajado es importante, y se tienen que respetar los derechos laborales, pero también se necesitan plazas perfiladas. No se le puede exigir a un servicio como el nuestro que desarrolle tecnologías novedosas si luego no vamos a tener capacidad para intentar seleccionar al personal más adecuado para ello. La mayor parte de las plazas deberían ir a concurso OPE, pero habría que reservar algunas perfiladas y justificadas debidamente. O si formamos a alguien, por ejemplo, en terapias CAR-T, que puedan asegurarnos una continuidad, y todo ello, sin mermar los derechos laborales de los demás. Pese a las carencias, también hemos mejorado mucho en este sentido, porque en mi época los clínicos se elegían digitalmente. Los primeros en incorporarse por el sistema MIR al Servicio fuimos Alejandro Corrales y yo.
Jefe de grupo de Biología molecular y celular de hemopatías en el IBSAL e investigador del Centro del Cáncer, tiene muchos estudios relacionados con las alteraciones genéticas. ¿Son cruciales para avanzar en la medicina de precisión para las enfermedades de la sangre?
Son cruciales en todas las enfermedades. El estudio de biología molecular de las enfermedades de la sangre es igual que en un tumor de colon o de pulmón, porque va a definir si hay fármacos dirigidos contra esa alteración molecular, va a determinar el pronóstico, a veces el diagnóstico, y esto ayuda mucho. El primer paso es que el diagnóstico sea el más preciso posible. Además, la tecnología cada vez está más avanzada, muchos procesos ya están automatizados, y los aparatos de secuenciación masiva te permiten estudiar infinidad de genes de forma simultánea. Con estudios clínicos correctos y las alteraciones que se detectan, el tratamiento se puede dirigir mucho mejor. La inteligencia artificial, todos los algoritmos, pueden también facilitar esta labor, pero sin olvidar que se requieren ciertos controles, porque todo se basa en datos que tú introduces, y si no lo haces de forma correcta, las conclusiones no serán las adecuadas.
Participó también en la primera secuenciación del genoma de la leucemia linfática crónica, ¿es éste el camino para afinar más con cada paciente?
Este estudio fue importante porque se puso cordura en la investigación de esta enfermedad, es decir, en cada país, dentro del Consorcio Internacional de los Genomas del Cáncer, se recibía la misión de secuenciar el genoma de cierta enfermedad, y esto permitió que estuviéramos más de 50 grupos trabajando al unísono dentro del Consorcio Español para el Estudio del Genoma de la Leucemia Linfática Crónica. Ahora, dentro de esta enfermedad, ya sabemos qué 50 genes son los más importantes y qué alternaciones pueden ser más agresivas o menos. En general, creo que todo va a ir mucho mejor en la Medicina. Y en Hematología, estoy convencido de que el éxito va a continuar, vamos a seguir manteniendo el espíritu que nos define y cada vez más servicios del hospital van a llegar a la excelencia. Solo hay que tener constancia, implicar a los profesionales y no perder nunca de vista el derecho irrenunciable a la sanidad pública.
El decálogo
Un libro. La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, y Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.
Un disco o canción. Mediterráneo, de Serrat.
Una película. Senderos de gloria, de Stanley Kubrick.
Un plato. El cocido, el que hacia mi suegra.
Un defecto. Muchos. Tengo que ser más combativo, así que tal vez la resignación.
Una virtud. Ser machacón y perseverante, a veces un poco pesado, y esto podría convertirse en defecto también. Una cualidad que valora en los demás. Que sean buena gente, honestos y leales.
Un sueño. La justicia, que todo sea más justo en el amplio sentido de la palabra.
Una religión. Culturalmente soy católico, pero no soy muy religioso.
Un chiste. Soy muy malo para los chistes, pero cuento algo que me hizo gracia. Salió en El País que Antonio López estaba pintando en la Puerta del Sol, y un grupo de turistas se paran y le dicen: “Es Antonio Gómez, el pintor”, y les contesta: “No, López”. Ellos dicen: “Bueno, vale, ¿nos puede firmar un autógrafo?”, a lo que responde: “No, estoy trabajando”. Y acaban soltando: “Joder, que tío más borde, ¿no?”. Primero la ignorancia y luego la descalificación.
Curriculum vitae
Marcos González Díaz
La casualidad, la suerte y una gran responsabilidad hicieron que el Dr. Marcos González formara parte del origen y la evolución de un Servicio, el de Hematología de Salamanca, que se sitúa a día de hoy como referente nacional e internacional en asistencia e investigación. Originario de Nava de Béjar (Salamanca), a los 13 meses se traslada con su familia a Cáceres, y aunque no cuenta con ningún referente familiar en Medicina y él tampoco tiene una vocación temprana, acaba eligiendo esta carrera, tras descartar, por ejemplo, Farmacia, Química o Biología. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Salamanca (1971-77) y doctorado en 1982, hace un año de residencia en Medicina Interna en Cáceres, y al año siguiente, tras quedarse a un paso de lograr la plaza de Nefrología a la que aspiraba en Madrid, llegó a Salamanca como MIR en Hematología, y aquí ha estado hasta su jubilación, los últimos cinco años como jefe del Servicio. También desde 2017 es catedrático en la Universidad de Salamanca, a la que accedió como profesor asociado en 1993 y titular desde 2012. En el ámbito de investigación, ha sido jefe del grupo de Biología molecular y celular de hemopatías en el IBSAL, investigador del Centro del Cáncer y Premio ‘María Maeztu’ de la USAL a la excelencia científica, sin olvidar sus estancias internacionales en laboratorios: la Universidad de Würzburg en Alemania, el Royal Postgraduate Medical School de Londres, la Universidad de Milano o el Fred Hutchinson CRC de Seattle. Elegido como uno de los 100 mejores especialistas de toda España por la revista Forbes, bajo su dirección Salamanca logró en 2019 ser uno de los ocho centros nacionales de referencia para la administración de las terapias CAR-T.
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