Por M. Puertas
De tú a tú, como le gusta ir por la vida, se nos presenta en estas páginas un hombre ante todo interesante. Su atractivo intelectual, su ingenio, su fructífera experiencia nos revelan a un auténtico genio y figura en muchos campos. Su categoría de rara avis nos alerta sobre la inconveniencia de llevar esta introducción más allá, para que sea él mismo quien se descubra en una entrevista que rebosa sinceridad y humanismo.
Bohemio, soñador, curioso por saber, anárquico, quijote, librepensador…, ¿cuál es tu mejor definición?
Acepto todos esos calificativos, pero pienso que aún falta alguno.
Esa pasión por Unamuno, ¿qué ha tenido que ver en tu vida?
Mi pasión por Unamuno (no diría yo tanto) fue anterior a mi matrimonio con su nieta; y ha sido uno de los estímulos que han espoleado mi toma de postura frente a muchas injusticias. De hecho, la lectura de La vida de Don Quijote y Sancho fue en mis años jóvenes mi libro de cabecera.
¿Cuál es el porqué de tu preocupación por la injusticia?
Nadie conoce el porqué de sus inclinaciones. Creo que eso es algo innato. Soy, de hecho, bastante determinista y, lo quiera o no, me preocupan esos aspectos; como a otros les preocupa Ronaldinho, Kate Moss o el golf.
¿En qué medida has conseguido reducir esas injusticias?
A pesar de todo lo que intento, obviamente en una medida muy parca; porque aunque hubiera donado todo cuanto tengo y hubiese consumido mi vida dándome a los demás en un país del cuarto mundo, esa entrega hubiera sido una molécula ante las necesidades que plantea el desigual reparto de prebendas.
¿Sentirte un privilegiado te ha traído por la calle de la amargura?
No lo sabes tú bien. Tal ha sido la causa de mi pensamiento político y de mi entibiamiento religioso.
Tras esa apariencia desaliñada, ¿quién se esconde?
Yo mismo. O sea, Luis Santos Gutiérrez en su mismidad. Una persona como otra cualquiera.
La barba, ¿es signo de algo?
Cuando era mozo y me hacían esa pregunta siempre respondía: “me la dejo, porque se la dejaron tres personajes que han dejado en mí honda huella, Jesucristo, don Carlos Marx y don Miguel de Unamuno”. Y cuando ahora, ya de vuelta de muchas cosas, me dicen que por qué no me la afeito (que parecería más joven) contesto: “No, coño, que se me verían los papos”.
“En ninguno de los muchos puestos de trabajo que he desempeñado me he sentido tan a gusto y fecundo como en el de profesor universitario”
Dices que nunca llevaste corbata, que siempre estuviste al lado de alumnos y bedeles, alejado de formalismos universitarios…, ¿fuiste siempre un rebelde?
Sí, siempre fui un rebelde. Un rebelde raro (por no decir pintoresco), anárquico, que usaba bata de ayudante (abierta atrás) y no de profesor (abierta por delante y con solapas), iba a los sitios en moto e intimaba con el personal de servicios. No sé si todavía ahora, pero en el siglo pasado, el día de San Pedro (patrono de los porteros y similares), los conserjes, bedeles y limpiadoras de la Facultad de Medicina celebraban una comilona en figón de “El mosquito” (en las afueras de San Bernardo). Y ¿Quién te parece a ti que era el único profesor invitado…? Pues, el rebelde. En cuanto a lo de la corbata, es cierto; pero sin fundamentalismos. Si la ocasión lo requiere, me pongo no sólo la corbata sino lo que haga falta; el resto de mis abalorios (“lo bueno”, vamos) y salgo hecho un pincel.
“Si volviera a empezar, quizás no repetiría ese empeño desaforado en repoblar la tierra”
¿Tu filosofía de vida?
Estaría en el superar la ecuación cristiana de “al prójimo como a ti mismo”. El desiderátum, incumplible, sería “al prójimo más que a ti mismo”. Pero ocurre que una cosa es predicar y otra dar trigo. Los principios que rigen los comportamientos de una vida honesta son universales y referirse a ellos puntualmente sería relatar una sarta de tópicos. Mis hijos, como los hijos de cualquiera, pensaban que mi machaconería insistiendo en que había que “hincarla” para llegar a ser gente de provecho era una cosa que se me había ocurrido a mí. Que eran “mis esquemas”. De que pensar así era una estupidez mayúscula se percatan ahora que (habiendo seguido, algunos a regañadientes, mis consejos) tienen su trabajo y sus propios hijos. Todos son funcionarios y ninguno drogadicto (creo). En estos tiempos, parece un milagro. Y eso es lo que me hace preguntarme: ¿a ver si va a ser verdad que hay Dios?… [Aunque me entristece pensar en los que no gozan de ese privilegio]
“Sentirme un privilegiado ha sido la causa de mi pensamiento político y de mi entibiamiento religioso”
Con 83 años, ¿qué queda de aquel joven tan inquieto en todos los sentidos?
Queda todo. Más que todo, diría. Porque ahora soy millonario en recuerdos. Acabo de renovar el carné de conducir y todavía se me alegra la pajarilla al adelantar a algún manazas. Naturalmente, tengo menos energía física. Y nada de la química. Algo de memoria he perdido y no soy tan lúcido en mis juicios, como hace años.
Tu beligerancia llevada al plano político, ¿en qué se traduce?
No sé si sabes lo que significa beligerancia (participación en una lucha). Yo no soy beligerante, porque odio la violencia. Como ser humano tengo mucho de conservador; y el conservadurismo tiene, también, sus cosas buenas. Pero, ideológicamente estoy atrapado por la causa de la izquierda, que me parece que es la que se acerca más a las parábolas del Jesusito de mi vida de cuando era niño. Y hablo de Jesucristo, no de la Iglesia y su organización jerárquica; tan escandalizadora, con la Rota y esos sacacuartos abominables.
Para matizar, cuando hablaba de beligerancia me refería a ese inconformismo, a esa búsqueda constante de respuestas que se desprende de tu persona. Pero veo que en política lo tienes claro. No insistiré.
¿Y en el plano religioso o de las creencias?
Cuando eres niño y no tienes la personalidad formada te lo crees todo. Al llegar a la juventud lo crees con fe de carbonero, es decir, una fe de asentimiento (una fe que no depende de ti, que te es dada, que es gracia), que no responde a una creencia racional. Si la pierdes, es Dios el que te la quita. [Tal vez porque no te la mereces] Hasta la Iglesia, a pasos nanométricos, se va desdiciendo de algunos de sus principios. Juan Pablo II ponía ya al infierno en tela de juicio. Y ha perdido perdón a Galileo. ¿Cómo no iba a claudicar yo, un rebelde? A mí me pasa un poco lo que al curade San Manuel Bueno Mártir. Pero, pensando en la sabia articulación del Universo, me resisto a prescindir del teísmo. Necesito esa atadura. Entre otras cosas porque cada individuo, en el fondo, sigue los dictados de la religión que le tocó vivir. Y, de las monoteístas, todos creen que la suya es la cierta. Tal vez una solución (siempre un inconsistente recurso) sea el panteísmo: un único Dios que se identifica con un único, maravilloso, Universo. Si te miro a los ojos, si miro a los ojos de cualquiera, estoy viendo una partícula de Dios. Los muchos años de convivencia con una religión improntan profundamente. Yo ahora mantengo que no creo ni en el permanganato de potasa, pero cuando me dio el infarto lo primero que hice fue rezar el Señor Mío Jesucristo.
El gusanillo de la representación política, ¿te ha tentado alguna vez?
Nunca. Jamás milité en ningún partido. Pero, coherente con mi ideología, desparramo mi acción política, más o menos claramente expuesta, en mis artículos. Intentando argumentar y evitando los insultos. Con ello no hago sino seguir mi vocación profesoral. Estoy seguro de que puedo hacer más sembrando ideas que entrando en el aborrecible juego de las politiquerías al que unos y otros me han querido llevar. Debo de parecer extraño. Porque en una ciudad tan eclesial, tan pontifical, tan convencional en su conservadurismo de libro yo soy una rara avis. Pero creo que soy coherente y, por lo mismo, de fiar.
“Como ser humano tengo mucho de conservador, pero ideológicamente estoy atrapado por la izquierda”
“Estoy seguro de que puedo hacer más sembrando ideas que entrando en el juego de las politiquerías”
¿Y qué hay del arte?
No hay, habría para escribir un libro. El dibujo fue mi primer juego. En mi acercarme a la Arquitectura (que intenté) el interés por el arte fue una obligación. Lo estudié concienzudamente todo. Y al llegar al arte contemporáneo, algo no me cuadraba. Y reaccioné con una burla: haciendo y exponiendo mis propias obras, mis propios “bodrios”; que a mí me divertían, a la mayoría de los sensatos les parecía lo que eran, pura bazofia; y hasta había a quien le gustaban. Pero la burla me atrapó. Y me hizo entender que no todo en el arte contemporáneo es superchería.
Luis Santos Gutiérrez, hijo del cirujano Arturo Santos, nació en 1923 en Salamanca. Desde pequeño destacó por su facilidad para el dibujo. Las calificaciones que en esta disciplina obtuvo durante el Bachillerato le animaron a seguir el consejo de su padre e intentar, recién terminada la guerra civil, el ingreso en la carrera de Arquitectura. Como requisito previo debió sobrepasar dos cursos en la Facultad de Ciencias Exactas de Salamanca. Del primer año en Madrid pasó muchos meses copiando al carbón las obras maestras del Museo de Reproducciones Artísticas albergado en el Casón del Buen Retiro. (Desde esa experiencia, su interés por el arte ha sido una constante en su vida).
Pero no debía dibujar como los ángeles, cuando fue suspendido, precisamente en dibujo, al primer envite. Así que dio la espantada sin insistir y se pasó a la Medicina.
Recién acabada la carrera opositó y ganó la plaza de profesor Titular de Anatomía de su Facultad que desempeñó hasta su jubilación en 1988. Y, mira tú por donde, sus “maneras” al recrear figuras le hicieron famoso: en sus clases, durante cuarenta años, no proyectó ni una sola diapositiva; cada día, sus dibujos a todo color en la pizarra, a punta de tiza, eran como una exposición dinámica; un cotidiano y divertido happening. Así adquirió un prestigio docente que, ya jubilado, sirvió de base a su nombramiento como Profesor Emérito de la Universidad. Y, cosa singular, a ello contribuyó el hecho de haber sido propuesto al mismo tiempo para Emérito por la Facultad de Bellas Artes, a cuya andadura en los primeros años había contribuido con su experiencia universitaria. Allí dirigió las tesis doctorales de varios de los que hoy son profesores, y enjuiciado, como presidente de tribunal, las de muchos otros. Allí ha dictado también, durante años, como profesor invitado, los seminarios relativos a Anatomía Humana y Ergonomía en el Master de Diseño que dicha Facultad imparte.
Es, sobre todo, un apasionado de la forma. Con una beca de la Fundación Juan March, vivió el año 1995 en Munich (Alemania), ampliando estudios sobre morfología junto a Von Lanz. En el mismo país, pasó el verano de 1960 en Kiel al lado de Von Bargman, y en 1963 se especializó en morfogénesis con Dollander en Nancy (Francia).
Maniático de los materiales nobles, ya pasado de años, se viene entreteniendo con la martingala de componer sobre soportes rígidos (metal, cerámica, cuero o madera) objetos del pelaje más dispar: unas veces piezas de anticuario, otras retales inservibles o chismes singulares encontrados en los rastros o hurgando en los contenedores de desechos. Obras (él las llama “bodrios”) que no se recata en exponer sin el menor pudor.
Loco por el lenguaje (que, según él piensa, fue su herramienta de trabajo) ha publicado varios libros sobre su verdadera materia de conocimiento, la anatomía. Y, como anécdota, en los periódicos locales (otras veces en El País) un montón de artículos presuntuosos, una selección de los cuales recoge el libro “De todo lo invisible y lo visible”.
Nota: Salvo la referencia a su progenitor, este resumen de su vida está extraído textualmente de su libro “De todo lo invisible y lo visible”.
Un profundo estudioso de la anatomía humana como tú, ¿puede decir que conoce al hombre?
La pregunta no es correcta. El hombre se integra en sus dos componentes, cuerpo y espíritu. Porque puedo presumir, presumo de conocer el cuerpo humano con bastante precisión. La mente humana, en cambio, es tan compleja que nadie puede presumir de conocerla a fondo.
¿La humanidad de hoy qué sensaciones te causa?
Contestaré con un manido tópico: nihil novum sub sole. La actual naturaleza humana es como la de siempre, uniforme. Ha planteado en cada época los mismos problemas y requerido, a lo largo de los siglos, las mismas soluciones. Quisiera estar lejos del catastrofismo que la ligereza y puerilidad de los políticos conservadores de hoy hacen presagiar. Que se tranquilicen; a ellos no les será difícil, seguros como están de que Dios, que se ocupa de los pajarillos, no permitirá injusticias. Si ellos claudican en la esperanza, poco confían en Dios.
¿Por qué te resistes a dejar de pensar?
Nunca dejo de pensar. Y soy de los que creen (en contra de lo que piensan otros) que hay pocas cosas tan gratificantes como dar rienda suelta a esa inefable manía de pensar.
La Medicina, ¿ha contribuido en algo a la formación de ese carácter tan particular?
En absoluto. Yo, fiel a mi mismo, no he dejado de tocar con pasión mis violines de Ingres al margen de la medicina. De hecho, siempre he dicho convencido a quien me ha querido oír que lo que en realidad soy es ingeniero industrial, filólogo, matemático frustrado o enredador. En los últimos años escribo cosas. Y que ejercí la medicina como recurso fácil para sacar adelante a mi numerosa prole.
¿Cómo has entendido la Medicina?
Como una profesión especialmente noble, riesgosa (sobre todo para los clientes), agobiante y dura, que ejerces teniendo en tus manos algo tan serio como la salud, la enfermedad, la vida y la muerte de tus semejantes. Una servidumbre y una grandeza sin parangón entre las actividades humanas. Un oficio en el que las satisfacciones que proporciona compensan las inquietudes que con lleva.
Tu faceta asistencial, menos conocida, ¿qué satisfacciones te proporcionó?
Nada de menos conocida. Abiertamente conocida por lo gris e irrelevante. Como cirujano, como traumatólogo y como internista (poseo los tres títulos) pasé (en los años que ejercí) desapercibido. Lejos del prestigio de mis compañeros, los primeros espadas. Tenía que ser así. Porque el que mucho abarca, poco aprieta. Aunque eso no quiere decir que hiciera las cosas mal (alguna haría). Hacía menos cosas. No era un cirujanazo. Ni arriesgaba (y sobre todo, no arriesgaba la vida o la integridad de mis pacientes) aventurándome en intervenciones que no dominaba. Como maniático perfeccionista, era muy consciente de mis limitaciones. De aquí que lo que hacía, lo hacía con primor. Por eso, he podido disfrutar de la placentera emoción de salvar vidas, sanar enfermos y dejar como para enseñar a accidentados que llegaban a mí hechos una pena. Trabajé muchísimo y en muchos sitios.
“Ejercí la medicina como recurso fácil para sacar adelante a mi numerosa prole”
¿Por ejemplo?
En el primer ambulatorio del Seguro Obligatorio de Enfermedad de la calle de Pollo Martín; en el Sanatorio del 18 de Julio; en todos los Sanatorios privados de Salamanca empezando por el de mi padre con quien inicié mi formación quirúrgica; en el hospitalillo del Dispensario de la Cruz Roja; en la Residencia-Ambulatorio Virgen de la Vega; en el antiguo Hospital Provincial; en el nuevo Hospital Universitario; en la Escuela de Enfermería; y en la vieja Casa de Socorro de la Avenida de Mirat cuya plaza gané en la misma Oposición que los entonces más “listos” de la ciudad (Jesús Sánchez Bautista, Dámaso Sánchez Vega, Pepe Porras, Fito Núñez, José Mª Beltrán de Heredia -ya desaparecidos- Rafael Sastre y Vicente Moreno de Vega). Tengo muy buenos recuerdos de aquellos lejanos tiempos del pluriempleo en los que parecía que tuviese el don de la ubicuidad.
“La medicina es una servidumbre y una grandeza sin parangón entre las actividades humanas”
¿Por qué crees que tus clases han dejado un recuerdo agradable en prácticamente todos los alumnos que pasaron por ellas?
Eso son ellos lo que deben decirlo. Me imagino que algo ayudó el que yo era lo que ahora llaman “un tío enrollao”. Desdramatizaba un peñazo como es la Anatomía. Me gustaba bajar de la tarima y compartir la clase con personas que no me temían (como temen los cristianos a Dios) sino que (esa era mi única exigencia) me tuteaban (como ahora te lo he exigido a ti). Si venía a mano, intercalaba divertidos chistes para lo que me daba buena maña. Hacía cosas que nadie hizo antes; como informar a los alumnos que me llamaban por teléfono de sus notas de examen antes de que salieran las calificaciones; o colocar en el tablón de anuncios la lista de los recomendados y recomendantes (que os lo cuente mi querido Manolo Sánchez García, presidente que fue del Colegio durante muchos años). Corregía con rigurosa justicia (a lo que se prestaba el tipo de examen) tratando por igual a los “del montón” que a los hijos de los amigos, de los compañeros o de los catedráticos. Lo que me trajo malquerencias. Pero gracias a eso, José Ángel García Rodríguez, que era hijo de un señor anónimo de Alba de Tormes sacó la matrícula de honor que se había ganado a cambio de no devolver yo (porque no se la merecía -y las matrículas no eran mías-) la que tenía “aplicada” el vástago de un catedrático que me retiró el saludo. Entenderás ahora, querido Maxi, que con tamañas extravagancias lo que me gané es la fama de “pirao” de la que todavía, gracias a Dios, disfruto. ¡Y que no mejore!
“Me gustaría ser recordado como un humanista que se quedó a la mitad del camino”
Sé sincero, ¿en algún momento te sentiste víctima del inmovilista sistema universitario?
Sí, en el mismo momento en que (en1950) accedí a la Universidad. Pero te diré también que en ninguno de los muchos puestos de trabajo que he desempeñado en el pasado siglo me he sentido tan a gusto y fecundo como en el de profesor universitario. Entonces fui feliz. Y hoy, me hace feliz donar obras de arte al alma mater que me acogió. Y me hace también feliz correr un estúpido velo [sí, estúpido, porque debería ser transparente] en lo que toca a los sapos que tragué a costa de lo que tú llamas inmovilista sistema universitario.
Enemigo a ultranza de los formalismos, en los últimos años has vuelto al redil colegial, ¿por qué?
Nunca he estado en ningún redil voluntariamente. Me las arreglé para saltar las porteras. Si ahora, que tengo más tiempo, me dejo ver por el Colegio es por hacer de todo. Por claudicar un poquito ante los convencionalismos sociales de los que siempre me burlé. Aunque tal vez sea porque me divierte que me alegren la oreja quienes, hoy personajes ilustres, fueron mis alumnos.
¿Qué balance haces de tu vida?
Aquí me va a venir bien el tópico. He engendrado un montón de hijos, he plantado bastantes árboles (hoy segados en el solar que ocupa el Hotel Meliá Horus edificado en la parcela de la finca de mis padres) y he escrito unos cuantos libros. He ayudado a muchos que me halagan con su lealtad. Cuando, más pronto que tarde, parta a ese sitio recóndito y lejano al que no tengo razones para temer, no me iré de vacío.
¿Tu mayor satisfacción?
La que me dan mis privilegios que, paradójicamente, es la que me sume en el desasosiego.
¿Tu peor trago?
Ver a Aznar en Las Azores exultante, hinchado de protagonismo, promocionando la más injusta de las guerras (todas lo son).
Si volvieras a empezar ¿qué no repetirías?
Quizás ese empeño desaforado en repoblar la tierra. Pero sólo quizás, y no otra cosa.
¿Cómo te gustaría ser recordado?
Como un humanista que se quedó a la mitad del camino.
¿Y eso, por qué?
Pues porque, como todo el mundo sabe, especialista es el que sabe cada vez más sobre menos hasta llegar a saberlo todo sobre nada, mientras que humanista es quien sabe cada vez menos sobre más y acaba por no saber nada sobre todo.
Un libro
Uno y el Universo de Ernesto Sábato.
Un disco
Orfeo negro.
Una película
Qué bello es vivir.
Un plato
Las migas extremeñas.
Un defecto
Si sólo fuera uno… te lo diría. Mis hijos dicen que me creo Dios. Pero yo pienso que se pasan.
Una virtud
La obsesión por la justicia distributiva.
Un amigo
Quisiera haberlo sido de Fernando Galán.
Un enemigo
Tuve uno de fuste a quien admiraba por su capacidad y fidelidad a la Obra. Por respeto a su ausencia (estará en su cielo) callaré su nombre. Tengo muy pocos otros vivos que me dan categoría como yo se la doy al que nos dejó.
Una religión
Sólo he tenido opción a una (muy misteriosa) y con la que ya me peleo cada vez menos.
Un chiste
El delicioso de la princesita y la rana.
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