LUIS SÁNCHEZ GRANJEL: Miembro de la Real Academia Nacional de Medicina

Por M. Puertas

“El paciente de hoy piensa que es la técnica y no el médico el que le salva”

En este número nos adentramos en la paz intelectual de Luis Sánchez Granjel (Segura (Guipúzcoa), 1920), prestigioso historiador que nos abre las puertas de su casa para hablarnos de su vida y su trayectoria. Rodeado de libros y recuerdos, con la disponibilidad a la que acostumbra, Don Luis desgrana en esta entrevista sus opiniones sobre la Medicina, la ciudad, la Universidad, el médico, los alumnos… lecciones de alguien al que la perspectiva del tiempo le permite hablar con autoridad del pasado y el presente. De sus palabras se desprende que el no haber perdido nunca la perspectiva del pasado le ha dado la humildad suficiente para reconocer que por mucho saber nunca se está en posesión de la verdad absoluta.

Comenzando por lo último, ¿qué supone para usted el reciente reconocimiento que le ha brindado el Colegio de Médicos, teniendo en cuenta los homenajes, incluso nacionales que ha recibido los últimos años?

Fotos Salamanca Médica

La importancia de los homenajes para mí está en función no de la categoría que se le dé, sino del cariño y la amistad que hay detrás de ellos. En ese aspecto el del Colegio ha sido inesperado y muy gratificante, porque al dejar el ejercicio profesional me vi obligado a cesar como colegial y digamos que vivía fuera del Colegio, pero ha sido una gran satisfacción. Por el reconocimiento, pero sobre todo por la amistad y el cariño, y además por la simpatía con la que nuestro presidente actual desarrolla toda la actividad colegial. Me siento muy honrado y satisfecho.

Los galardones que viene sumando hablan de una excelente labor, ¿cuál ha sido su fórmula de siembra para recoger los frutos?

Mi labor ha sido hacer Historia de la Medicina mañana, tarde y no digo que noche porque hay que dormir. La verdad es que no me costaba ningún esfuerzo, porque me divertía enormemente, estaba muy satisfecho haciendo Historia de la Medicina. He publicado muchísimo, posiblemente más de lo que debía. La fórmula ha sido trabajar y cumplir con lo que uno se compromete al aceptar una Cátedra. No hay más. Después vienen los premios, pues bien venidos sean y muy gratificantes, pero es la última vuelta del camino como decía Baroja. Es el final ya.

Si tuviera que destacar sus aportaciones al mundo de la ciencia en general y de la Medicina en particular, ¿qué destacaría?

Sin orgullo y sin vanidad ninguna, porque no la hay, sencillamente yo he hecho Historia de la Medicina Española y he hecho la Historia de la Medicina Española. Es evidente y así me lo han reconocido profesores como Laín Entralgo, Diego Gracia o Riera, que muy recientemente ha publicado un largo trabajo sobre mi labor. Me dediqué desde el primer momento, y fue un consejo de mi maestro Laín Entralgo, a la Historia de la Medicina Española, que no estaba hecha. Eso está en decenas y decenas de trabajos y monografías, que después he recogido en los cinco volúmenes de Historia General de la Medicina Española. Ahí está. He sido el reconstructor de la Historia de la Medicina Española, que no estaba hecha y había que hacerla, y que posiblemente, por llevar ya tiempo publicada, habrá que ampliarla y modificarla. Espero que en futuro no lejano salga otra, en la que me rebatan cosas porque no son ciertas o añadan otras. Es así.

“Sin orgullo y sin vanidad, sencillamente he hecho la Historia de la Medicina Española”

¿El sello de su escuela?

He tenido muchos colaboradores, pero en su inmensa mayoría eran futuros profesionales de la Medicina, a los que les gustaba la Historia y hacían conmigo la tesina de Licenciatura o la Tesis Doctoral y después se iban a su vida profesional. Otros se han dedicado a la investigación histórica. En este sentido, tengo tres o cuatro profesores y dos catedráticos que han sido, más que discípulos, yo diría que colaboradores míos. La palabra discípulo no me acaba de gustar mucho.

¿El consejo que nunca olvidarán sus colaboradores?

Que hay que trabajar, que hay que agotar la investigación, que no se puede afirmar nada de lo que no se esté seguro y que hay que tener conciencia de que todo lo que se dice, por muy convencido que se esté de que es cierto, puede ser transitorio y puede ser modificado. En resumen, trabajar con honradez, agotar las investigaciones en la medida de lo posible y no afirmar las cosas rotundamente, porque es posible que en un plazo más o menos largo los posteriores trabajos demuestren que lo que uno ha afirmado honestamente como cierto, tenga que ser revisado.

Don Luis, en su despacho, frente a la máquina de escribir de la que han salido tantos y tantos trabajos.

¿Se decantó por la docencia porque no le gustaba la clínica?

Sí, está claro que fue porque la clínica yo no la llevaba, pero siendo hijo de un médico rural, sin bienes ni posibilidades de vivir de lo que no fuese la profesión, tendría que haberme dedicado de nuevo al ejercicio de la Medicina si no hubiera conseguido el puesto académico, algo que podía haber ocurrido. En ese caso tendría que haber renunciado a los años que ya llevaba dando clase.

“Salamanca ha sido para mí el escenario ideal. Cuando salgo de la ciudad, me falta algo”

¿Sus mayores satisfacciones en la vida?

Hay grandes alegrías y grandes tristezas. Entre lo positivo, a nivel familiar, haber tenido fortuna en el matrimonio y haber vivido perfectamente unidos hasta que murió mi esposa; tener a dos hijos, que han sabido colocarse en la vida y que tienen unos puestos muy envidiables, y unos nietos, que están todos bien. También ha habido desgracias como la muerte de un hijo recién acabada la carrera de Medicina, con un expediente excepcional, y la muerte de mi esposa. A nivel profesional, está la satisfacción de haber tenido excelentes colaboradores, de haber tenido perfecta sintonía con ellos, de conservar una gran amistad con ellos, y haber podido desarrollar mi labor prácticamente casi toda en un ambiente realmente excepcional (el Colegio Fonseca -reconoce contribuyó mucho a esto). También es una satisfacción no haber tenido ningún problema con los alumnos (en este punto hace un inciso para decir que frecuentemente saluda a antiguos alumnos suyos por la calle).

¿Qué ha significado Salamanca en su vida?

Salamanca para mí ha sido el escenario ideal. Don Pedro Laín Entralgo me dijo muchas veces que cuando él se jubilara me fuera a Madrid por traslado, porque allí podría ser académico y tal. Yo le decía que sí, pero en realidad no tenía ninguna gana, porque a mí me agobiaba. Tenía una vida muy apacible aquí, mi esposa, mis hijos e irme a pasear todos los días por el Campo de San Francisco, el entorno de la Universidad o la calle Compañía, es para mí un gozo. Este ambiente no lo iba a tener nunca en Madrid. No sería académico, pero tampoco pasa nada. Al final lo he sido. Estoy convencido de que la labor que he hecho, en buena medida no es porque me gustase el trabajo, porque coincidiera la vocación con el trabajo o porque le encontrara satisfacción, sino porque tenía un ambiente familiar y social, incluso urbano, que me facilitaba eso. Cuando salgo de Salamanca, me falta algo.

¿Cómo ve a la Salamanca actual?

A pesar de que se han hecho barbaridades y cambios, unos acertados y otros no, por parte de todos, nadie puede tirar la primera piedra, creo que se ha conservado bastante. Desde hace unos años ya hay medidas cautelares que impiden hacer las barbaridades de antes. Se hará alguna más, porque es inevitable, pero creo que está bien conservada. Los que vienen salen encantados.

¿Es una ciudad que sigue dependiendo demasiado de su pasado, de su brillante historia académica?

Aquí se ha hablado mucho de la Universidad y la ciudad y viceversa, pero son dos mundos distintos y lo han sido siempre, no hay que engañarse. Cuando la ciudad se ha puesto en pie de guerra para defender algo de la Universidad, es porque estaba defendiendo algo que no es que le importara a la Universidad, sino que le importaba tanto o más a la propia ciudad, por ejemplo, cuando peligra la Facultad de Medicina en 1903. Toda la ciudad se subleva y lucha por tener la Facultad, bueno, no por tenerla, sino porque una Facultad con 100 o 150 alumnos y 25 profesores, económicamente era importante. Un centro universitario es vida para la ciudad y evidentemente aquí es mucha vida, es dinero para la ciudad.

Y a la Universidad actual, ¿cómo la ve?

No puedo opinar porque no la conozco. Estoy muy desligado de ella desde que me jubilé. La Universidad de ahora no es mi Universidad, ha cambiado, porque inevitablemente tenía que cambiar. Han cambiado mucho los planes de estudios, se ha diversificado mucho el profesorado y tiene problemas distintos a otros tiempos. Cuando estuve de vicerrector, administrador y secretario general, menos rector fui de todo en esta Universidad, era una Universidad más pequeña, había menos medios económicos y los problemas eran más de andar por casa.

“La Universidad y la ciudad de Salamanca siempre han vivido cada una por su cuenta”

Pero como institución, ¿la Universidad ha perdido peso en la ciudad?

Tampoco tenía peso entonces, no nos vamos a engañar. Esto es como hablar de la hispanidad y las naciones hispanoamericanas. La Universidad ha vivido por su cuenta y la ciudad por la suya. Aquí todos hablamos mucho de Fray Luis, de Don Miguel de Unamuno, pues sí, y de las grandes figuras y los grandes teólogos, pero son dos mundos muy distintos. Son dos cosas que conviven en un ámbito urbano, pero que están poco conexionadas, que puede que ahora estén más conexionadas que antes, pero que, por lo menos en mis tiempos, no lo estaban. El peso histórico sigue valiendo, porque evidentemente la gente viene a ver la fachada de la Universidad, y vienen por los nombres, recordando a Fray Luis, a Unamuno, a quienes muy poca gente ha leído, por cierto. Es evidente que la Universidad le ha dado gloria a la ciudad y que la Universidad posiblemente sea lo más glorioso de Salamanca.

Y, ¿cómo ve la actual Facultad de Medicina?

La veo distinta y en ese aspecto mejor. En mis tiempos las cátedras clínicas eran cátedras de entrada, a las cuales generalmente venían profesores recién salidos de Madrid o Barcelona, lo cual era humano y lógico, y que aquí estaban el tiempo imprescindible. Era la gran llaga y una de las lacras de la Facultad de Salamanca. Eso cambió desde el momento que se hizo el Hospital Clínico. Un hospital como el que teníamos, el Hospital Provincial, no satisfacía a los clínicos, era insuficiente. Ahora el Clínico, es una atracción que ha hecho mejorar notablemente la Facultad.

Como historiador, ¿qué papel ha tenido Salamanca en la Medicina española?

Hay que reconocer que la Facultad de Medicina no fue de las brillantes de esta Universidad ni de la Historia de la Medicina Española. La historia de Salamanca es de Derecho y Teología. Son estos estudios los quedan nombre a la Universidad. Después, Medicina es una Facultad totalmente secundaria, contando con que además los estudios de Medicina tenían poco prestigio social en tiempos. Hubo profesores brillantes, pero no tuvieron ni mucho menos la nombradía o la talla de los de Alcalá, Valencia o Valladolid.

¿En la actualidad cuál es ese papel?

Creo que está cambiando. Los estudios y centros que están creándose están haciendo una labor de investigación, cosa que antes no se hacía, porque no había medios. La investigación era casi de tipo humanístico. Cuando un licenciado quería ser doctor se encontraba con que en los servicios clínicos era muy difícil hacer una tesis, porque no había medios y pasaban, por ejemplo, a Historia de la Medicina. Por eso yo tengo casi un centenar de tesis, porque era una de las poquísimas vías que tenían, salvo las fundamentales, Anatomía y Fisiología.

¿A qué se debía ese papel secundario o poco brillante de la Medicina de Salamanca?

El elogio de la Medicina está en proporción directa al volumen de población en que se asienta. A mayor densidad humana, mayor prestigio, igual que a mayor prestigio de una nación, mejor Medicina. En España esto ha sido muy claro. Los momentos de auge internacional, político y militar son momentos de auge de la medicina española y los momentos de decadencia económica y política, son momentos de decadencia médica.

“El valor de la Historia de la Medicina para el alumno de Medicina es el tener una pequeña formación humanística y sobre todo que no se crean que están en el mejor de los mundos posibles…”

¿Qué aporta la Historia, como una ciencia del pasado, a la Medicina, como ciencia en continua evolución?

El papel es secundario, hay que reconocerlo, porque la obligación de una Facultad de Medicina es formar buenos profesionales.El valor de la Historia de la Medicina es el de tener una pequeña formación humanística y sobre todo que los alumnos no se crean que están en el mejor de los mundos posibles, que han llegado al culmen y que todo lo que está detrás es peor y menos, y que saben más. Saben más o son más útiles, porque tienen más medios, pero la valoración habría que hacerla poniéndose a trabajar con los medios de hace cuatro siglos para ver si harían lo mismo. En alguna medida es enseñarles que no se puede ignorar el pasado, porque por esa regla de tres, mañana los van a ignorar a ellos, y que el valor de la Medicina está en función de los medios que posee y de cómo se utilizan esos medios.

Con mis clases lo que trataba era de darle esa regla y un poco de barniz humanístico al médico, sabiendo que cuajaba en una minoría, porque lo que se enseña siempre es una minoría quien lo coge y si la asignatura es secundaria o terciaria es todavía menos gente la que lo coge.

¿Cómo combatía eso?

Siempre tuve un pequeño truco. Cuando empezaba el curso, las primeras lecciones eran muy áridas, una especie de noviciado, con lo cual, de 200 o 250 alumnos al cabo de tres semanas habían desaparecido dos terceras partes. Entonces ya podía trabajar con tranquilidad. Después, si sabían aprobaban, aunque es cierto que aprobaba casi todo el mundo. Eso lo aprendí de Laín Entralgo, que daba unas clases maravillosas y le iban diez o veinte alumnos. Claro, yo decía, cuando le hacen esto a Don Pedro, que no me harán a mí. Era de esperar, pero siempre he tenido una tremenda cortesía con mis alumnos.

Hablando precisamente de su maestro, él definía la medicina actual a principios de los 70 como técnicamente insuficiente, asistencialmente inmadura, profesionalmente injusta y científicamente insatisfactoria, ¿cómo la ve usted?

La verdad es que no tengo los elementos de juicio como para valorarla así. Creo que técnicamente es muy superior. Hoy se pueden resolver problemas clínicos que eran totalmente insolubles humana y científicamente hace una década. Los recursos técnicos son muy superiores y además están avanzando día a día. Los conocimientos se están conquistando día a día. Se están consiguiendo cosas que eran totalmente insospechables, que la farmacología ha puesto en manos del médico una serie de recursos farmacológicos que también eran totalmente impensables. Otra cosa es, y por ahí seguro que iba el profesor Laín, en qué medida esto utiliza y se utiliza bien, pero no se puede negar que hoy la Medicina posee unas posibilidades de curación muy superiores a las de hace muy poco y además se ve que va por la buena vía de progresivo avance.

¿La tecnología y todos esos avances han silenciado la labor del médico?

Posiblemente. El paciente o el futuro paciente tiene conciencia clara de que no es el médico el que salva, sino la técnica o el revulso farmacológico. La glorificación del médico en el siglo XIX, no existe. El médico de antes, con pocos medios, misérrimos al lado de los actuales, tenía una categoría social que hoy no tiene. Ahora con los recursos de la técnica una gran mayoría de médicos están al mismo nivel. Están con las mismas posibilidades y la misma efectividad. Al ser más, el prestigio decae. El enfermo o el futuro enfermo tiene conciencia, puede ser confusa, pero evidente, de que lo que hace el médico es que le está dando un producto farmacológico o haciéndole una intervención quirúrgica, y piensa que es la técnica la que le está salvando. Si a eso se une la socialización de la Medicina en la cual interfiere una Administración entre el médico y el enfermo, la relación médico-enfermo se ha roto. Ha hecho que el médico tenga menos posibilidades de prestar atención humana al enfermo, cosa que antes sí se podía hacer. Ese es el pago, lo negativo, de la socialización de la medicina, que va a ser inevitable y que históricamente es justa. Por otra parte, el médico ahora no puede dedicar a cada enfermo la atención necesaria. Recuerdo que mi padre que era médico de pueblo, con medios míseros, resolvía sus cosas, pero a la vez se convertía casi en el confesor de la familia, porque le consultaban cosas, etc. Antes el médico ganaría poco, poseería pocos recursos para curar, pero evidentemente tenía un prestigio que hoy los médicos no lo ganan, salvo casos excepcionales, porque son muchos los que pueden hacer lo mismo. Hoy no hace falta ir a Madrid, a Barcelona o Houston para resolver un problema, se resuelven aquí o fracasan aquí igual que allí.

“Ahora lo que hay son muchos médicos muy bien formados. Se habla de un gran médico cuando es una excepción”

Pero sigue habiendo grandes médicos.

Lo que hay son muchos médicos muy bien formados. Ahora se puede hablar de un gran médico, cuando es una excepción. Cuando hay un gran progreso se nivela mucho el nivel. No hay picos ni simas. Las simas se han eliminado, y al eliminarse, los picos han bajado, con excepciones, porque siempre se podrá citar uno, dos, tres, cuatro, cinco o diez nombres excepcionales, pero evidentemente al subir muchos, se nota menos la diferencia.

¿La llegada a la Real Academia Nacional es el mejor colofón para un estudioso?

Es un colofón. Si me hubiera ido a Madrid hubiera sido académico diez años antes, o no, pero tenía los mismos méritos que ahora. La verdad es que cuando me anunciaron mi candidatura, no me hacía mucha gracia tener que ir y volver a Madrid a mi edad. Diego Gracia, que fue alumno mío, fue quien me llamó y me dijo que no me preocupara por eso. Mi mujer también me decía que dijera sí, total que acepté. Después me he encontrado con que la Academia es algo distinto a lo que yo había pensado. Al llegar, me encontré con un grupo de profesionales encantadores, un ambiente muy grato, incluso el edificio decimonónico, todo… hasta el punto que empecé a asistir prácticamente a todas las sesiones científicas de los martes, lo que los dejó asombrados. Esta asidua asistencia ha hecho que en un año haya pasado a la Junta de Gobierno como responsable de la Biblioteca y el Archivo, lo cual me complica aún más la vida porque tendré que ir más veces a Madrid.

¿En qué trabaja un académico?

Como en todos los sitios, un académico trabaja si quiere trabajar, y si no quiere, no trabaja. Trabaja presentando comunicaciones. También se organizan centenarios, etc., por ejemplo, ahora va a ser el Centenario del Quijote y ya estoy comprometido para hacerla conmemoración dentro de la Academia. A partir de ahora también tengo que analizar cómo están la Biblioteca y el Archivo para ver qué se puede mejorar.

¿Qué trabajos tiene entre manos en estos momentos?

Tengo la Historia de la vejez, pero cada dos por tres me entrecruzan cosas, así que no sé si saldrá o no. Tengo que acabar una colaboración para el homenaje a Villalobos que va a publicar Caja Duero; tengo que hacer una comunicación sobre la patografía de Unamuno para la Academia y tengo que hacer otra sobre el Centenario del Quijote. Así que cuando empiezo y llevo dos semanas con la Historia de la vejez, de repente cae por medio algo y me cortan, y vuelvo, y me vuelven a cortar

“Si me hubiera ido a Madrid habría sido académico diez años antes, o no, pero tendría los mismos méritos que ahora”

¿Cuándo piensa dejar de leer y estudiar?

Y qué hago, si no leo y estudio. Es el problema de toda persona que durante su vida ha hecho algo. Lo comento con médicos que de pronto se ven en la jubilación y dicen y ahora qué hago yo. Yo tenía una profesión que puedo seguir ejerciendo sin necesidad de laboratorio o aparataje, que puedo hacer en casa tranquilamente, y seguiré mientras me queden las neuronas activas. No sé si esto va a durar unos meses, un año, más o menos, pero mejor no pensarlo.

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