Luis Javier González Elena: “Toda la reordenación de Atención Primaria en Salamanca ya está hecha, solo quedan flecos”

El Dr. Luis Javier González Elena, gerente de AP de Salamanca, considera un honor haber estado al frente de la gestión sanitaria durante la pandemia por covid-19 y mira con optimismo un futuro en el que se tenga en cuenta el aspecto biopsicosocial del paciente y donde no haya colores políticos, sino proyectos de continuidad en la sanidad.

Como “un extraño” en su propia casa se ha sentido a menudo el gerente de Atención Primaria en Salamanca durante una pandemia que ha ocupado mucho más del 100% de su tiempo de trabajo. Sin embargo, el Dr. Luis Javier González Elena (Salamanca, 1974) considera “un honor” haber ocupado este alto puesto de gestión en la peor crisis sanitaria del último siglo, y agradece “enormemente” el gran sacrificio de los profesionales sanitarios, la entrega de la población y la colaboración de las instituciones, colectivos sociales y empresarios. Le duele, sobre todo, que este tiempo dedicado a paliar los efectos de la covid-19 haya alterado la necesaria reordenación de la Atención Primaria en la provincia y la atención a los pacientes crónicos y pluripatológicos, sobre todo entre las personas de más edad, mayoría en esta provincia. Sin embargo, llevaba ya unos años haciendo los deberes, y asegura que la reorganización sanitaria está prácticamente acabada en Salamanca, a falta de algunos flecos que espera ver resueltos cuanto antes. Quizá lo haga en el mismo cargo que ahora ocupa –“hay que venir, darlo todo e intentar dejar mejor las cosas”–, pero casi seguro en una consulta de Medicina Familiar y Comunitaria, su vocación desde pequeño y su futuro.

La Atención Primaria parece estar ahora en boca de todos, aunque los profesionales llevan años y años denunciando una situación preocupante. Una estrategia de reorganización y refuerzo en marcha en Castilla y León, un plan acción entre el Ministerio y las CCAA y propuestas concretas sobre la mesa de todas las sociedades científicas de este primer nivel asistencial. Como gerente de Primaria, y al pie del cañón en la gestión, dígame: ¿cómo está realmente la AP?

Nosotros empezamos con la reorganización hace cinco años, prácticamente desde que yo llegué a la Gerencia, con lo cual casi todo el trabajo está hecho en Salamanca, pocos cambios va a haber ya en nuestra área de salud. Solo queda alguna pequeña modificación, pero en lo que se refiere a la reordenación y refuerzo que contempla la Consejería, lo tenemos hecho, así que tranquilidad a nivel de los profesionales, los alcaldes y la población. Estamos muy contentos con el proceso, y ahora lo que faltan son flecos, como mejorar la tecnificación, llevar monitores para mantener contacto directo a tiempo real con las urgencias hospitalarias cuando sea necesario, establecer los SVAE (soporte vital avanzado de enfermería) para apoyo a las urgencias con más enfermeras y aumentar también los SVB (soporte vital básico). El plan nos encanta, y esperamos que podamos atender mejor a la población.

¿Qué plazos se marca para acabar definitivamente el plan con esos flecos de los que habla?

Se va a ir haciendo, dependemos de los recursos que nos vaya dando la Consejería de Sanidad. Es verdad que la pandemia nos ha condicionado muchísimo y no hemos podido asumir todo lo que queríamos, pero la gran mayoría sí. Hemos ido aprovechando jubilaciones para reordenar los recursos y hemos hecho un total de 18 modificaciones en la provincia; siempre, por supuesto, llevando los recursos allí donde son necesarios, como tiene que ser, sobre todo a la capital y al alfoz, pero garantizando la asistencia de todas las zonas rurales. No hemos disminuido ninguna frecuencia en ningún pueblo y no hemos cerrado ningún consultorio ni lo vamos a hacer. Por supuesto, todos tenemos derecho a la misma sanidad, vivamos donde vivamos. Es cierto que, con la pandemia, durante un tiempo no ha habido asistencia presencial, pero había que proteger a la población y a los profesionales; esto es otra cosa, algunos lo han mezclado, pero no tiene nada que ver. Estamos incluso por encima de la frecuentación mínima que establece la orden sanitaria de 1991, y no hemos quitado ningún recurso ni lo vamos a quitar.

Contrasta este optimismo con las declaraciones de los profesionales médicos. Por ejemplo, recientemente, las del presidente del Colegio de Médicos de Salamanca, el Dr. Santiago Santa Cruz, que habla de una situación preocupante que pone en riesgo el sistema sanitario, y con esa base se ha impulsado un foro de trabajo sobre la Atención Primaria.

Yo creo que habla más a nivel general de toda España, porque en Castilla y León, y sobre todo en Salamanca, tenemos la suerte de contar con profesionales suficientes. Es verdad que estamos justos, pero tenemos todas las plazas de equipo cubiertas; eso sí, nos faltan 18 de área por cubrir, y también nos gustaría tener sustitutos. Pero Salamanca sigue siendo una ciudad atractiva para los profesionales, con una Facultad de Medicina de referencia que hace que muchos jóvenes se queden aquí cuando acaban la carrera porque, además, tenemos prestigio para la formación de residentes.

Pero el año pasado solo se quedaron 18 de los 67 nuevos médicos que acabaron la formación en Salamanca…

Puede ser a nivel hospitalario, porque, en Primaria, de once solo se fueron dos, y por motivos personales, no porque no les ofreciéramos buenas condiciones. La frase hecha de “se nos van” no es verdad. Lo que sí tenemos limitada es la capacidad formativa, porque los tutores se están jubilando y los tenemos que ir renovando.

Según sus propias estimaciones, en 2017 aseguraba que hasta 2020 se preveían 150 jubilaciones, de 330 médicos en equipo, casi la mitad, con una tasa de reposición que podía ser, como mucho, de 12 o 13 residentes cada año. No salen las cuentas.

Hemos tenido la grandísima suerte de que más de la mitad de los profesionales que se han ido jubilando han pedido la prórroga, lo que nos ha dado un margen de otros cinco años, porque a los 70 se tienen que jubilar sí o sí. ¡Menos mal! Y también hemos conseguido que los MIR en Medicina Familiar y Comunitaria se vayan quedando casi todos, cada vez estamos fidelizando más, y en enfermería también.

Precisamente, en el plan de reordenación de la Junta se habla de reforzar la enfermería y darle nuevas funciones, en algunos casos, rozando las competencias de los médicos en el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad.

Funciones, solo las suyas. Todos tenemos las competencias muy bien definidas, y si cada uno hace lo que tiene que hacer, todo funcionará perfectamente. Esa es la clave. Enfermería tiene y debe tener mucho peso en la Atención Primaria, sobre todo en el control y el seguimiento al paciente crónico, que es la base para el sostenimiento de la sanidad.

Entonces, ¿cuántos profesionales sanitarios necesitamos ahora y en qué categorías?

 Ahora mismo estamos bien. Además, en los concursos de traslados siempre tenemos un balance positivo, porque la gente quiere venir a Salamanca, y este año hemos ganado 22 profesionales.

Hemos hablado ya de algunas deficiencias, como un proceso de tecnificación incompleto y la falta de tutores, ¿qué otros problemas son ahora los más acuciantes en la AP de Salamanca?

Sobre todo, el tiempo que estamos dedicando a la pandemia, que nos está restando de nuestras principales funciones, porque nos lleva más del 100% del tiempo, trabajando fuera de hora continuamente. En estos momentos, la prioridad es la vacunación, porque es lo que más vidas está salvando, y esperemos que, en un futuro inmediato, nos permita mayor normalidad. A pesar de ese sobreesfuerzo, desde hace meses ya estamos yendo a los centros para revisar la cartera de servicios, que es nuestra biblia, por decirlo de alguna manera, para intentar volver a impulsar las actividades de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, así como el control y el seguimiento del paciente crónico. Pero poco a poco, estamos otra vez con una incidencia de covid-19 en aumento, en la sexta ola de la pandemia, llegan las Navidades y todavía no hemos visto los efectos del puente de principios de mes.

Que deja grandes aglomeraciones y se aprecia poca conciencia…

No aprendemos. Y el puente es la siembra para las navidades, solo hay que ver cómo han estado las calles y los sitios cerrados. Tenemos una sensación de protección con la vacuna que no es real. Es cierto que evita casos graves y mortalidad, pero los contagios siguen estando ahí, y algunos de los infectados van a fallecer, algún familiar, algún conocido… La vacuna no es un escudo, disminuye muchísimo los casos graves, pero no tanto los contagios, sobre todo cuando bajamos la guardia. Siembra perfecta para que en diez días nos juntemos todas las familias y el virus se expanda exponencialmente.

¿Y deberían llegar las restricciones?

Es muy complicado. Socialmente, la pandemia está haciendo mucho daño. Estamos percibiendo que existe una gran crispación social y, en el ámbito sanitario, notamos que a nivel psicológico está afectando mucho, también a nivel de psicomatización de enfermedades, con una mayor demanda asistencial de salud mental y de otras patologías.

“Soy un extraño en mi propia casa, esto resume mi vida en los dos últimos años de pandemia”

A veces la crispación también deriva del sistema. ¿Cómo les explica a los pacientes que les den cita para dentro de diez días cuando llaman a su centro de salud, como está ocurriendo ahora, por ejemplo, en Pizarrales? ¿Cómo puede tener esta demora el primer nivel asistencial?

Todo lo que es urgente se ve el mismo día. En todos los centros de salud hay personal para la asistencia de los pacientes que lo requieran. De hecho, la Atención Primaria se define por prestar una asistencia, como máximo, antes de 48 horas. Pero a veces se juntan muchas situaciones adversas, como varios profesionales de baja por covid o por ser contactos estrechos de afectados; vacaciones que han ido prorrogando porque eran necesarios y que ahora tienen que disfrutar, es su derecho; y también que nuestros profesionales son mayores, más de la mitad con más de 60 años. Cada vez soportamos más incapacidades temporales muy justificadas, y los mayores tienen más vacaciones, algunos más de 40 días al año. Al final, es muy complejo gestionar todo esto.

Pues en su mano está, ¿cómo lo hace?

Pues gracias a los compañeros. Somos vocacionales, y están dándolo todo, con un esfuerzo máximo. Gracias a los profesionales, la sanidad está saliendo adelante, sin ninguna duda. Es verdad que estamos muy cansados y al límite, pero es nuestro trabajo. Yo estoy comiendo estos días a las siete o las ocho de la tarde, pero es lo que nos ha tocado.

Mal ejemplo, viniendo de un médico…

La mejor anécdota que resume mi pandemia ocurrió un día que llegué a casa a comer a las cinco o seis de la tarde y mi hija, entonces con 10 años, que estaba estudiando en el salón, dijo al verme: “Mamá, hay un señor en casa”. Te ríes, porque no queda otra, pero soy un extraño en mi propia casa, eso define mi vida estos dos últimos años. Ha sido así, sin horarios, fines de semana ni festivos…

¿Y merece la pena tanto sacrificio?

Para mí es un honor gestionar la sanidad en un momento de pandemia como éste. El sacrificio es enorme, eso sí. ¿Compensar? Es que no lo mides, somos vocacionales, y los resultados ahí están. Salamanca es la mejor de Castilla y León en cobertura de vacunación, por encima del 95% con las dos dosis, y estamos con la tercera. La población responde de forma extraordinaria, y el Multiusos ha funcionado muy bien. Luego, la colaboración increíble de todas las instituciones: Ayuntamiento, Diputación, Junta, Cruz Roja, Universidad… Todos, incluso empresas privadas, la hostelería… Se me ponen los pelos de punta pensando que, cuando les pedimos mobiliario, incluso hicieron una campaña para recaudar fondos y comprarnos estufas. Estaban perdiendo dinero, no podían abrir y encima recaudaban para nosotros, ¿cómo no va a ser un privilegio estar aquí y coordinar la ayuda de todos?

“Tras la pandemia, probablemente nuestras vidas no vuelvan a ser las mismas”. Son palabra suyas, recogidas en el Especial Covid de ‘Salamanca Médica’, ¿cree que ya nada será igual?

En el futuro vamos a tener que convivir con este virus; a lo mejor no al mismo nivel que la gripe, pero sí vamos a tener que tomar ciertas precauciones, entendiendo que no podemos seguir encerrándonos o limitando la vida social hasta sentirnos delincuentes cuando estamos reunidos con la familia. Es muy duro, pero habrá que buscar el equilibrio, porque seguimos siendo bastante egoístas, miramos lo nuestro, nuestro trabajo, y quizá no queramos tener un estilo de vida que limita nuestra libertades, pero es por la salud pública. No hemos aprendido y, desgraciadamente, nos va a tocar acostumbrarnos al virus. Lo importante es seguir pidiendo a la población que se vacune, solo hace falta decir que ahora, con mucha más incidencia que hace un año, no hay comparación con los ingresos y la mortalidad que había entonces.

Aun así, hay movimientos antivacunas que insisten en su oposición y difunden informes sobre el “peligro” de esta inmunización para nuestra salud futura.

Increíble. A la gente hay que decirle que los expertos sanitarios lo son por algo, que las vacunas están avaladas por los científicos y que, además, funcionan bien, sin ninguna duda. Hay que vacunarse, no solo por uno mismo, sino también por los demás, porque los contagios siguen ahí y la vacuna permite que la enfermedad sea menos grave. Además, la vacunación debe llegar a todo el mundo, lo que no puede ser es que haya países en África con una cobertura por debajo del 15%. Vivimos en un mundo globalizado, es mejor mantener un nivel medio de vacunación que tener diferencias tan amplias entre países, debemos estar todos al mismo nivel.

Esto también deberíamos haberlo aprendido…

No hemos aprendido, seguimos peleando cada país, cada continente, primer mundo, segundo mundo, tercer mundo… Y tenemos que lograr un nivel homogéneo de cobertura vacunal, porque si no, no funciona.

La tecnología ha llegado para quedarse, con medidas eficaces que se deberían haber tomado antes, como la cita telefónica para el resultado de un informe rutinario, pero también con sus inconvenientes, como el peligro de no ver a los pacientes. ¿Cómo encontramos el equilibrio?

Esa es la palabra, equilibrio. Ha sido muy bien recibida para ciertos procedimientos, como informar de los resultados de una analítica que es perfectamente normal, los partes de confirmación, ciertas recetas… Pero esto no significa que olvidemos cuál es la base de la atención: anamnesis y exploración física. Lo fundamental es lo presencial, y lo demás sirve de ayuda. Con la pandemia nos tocó vaciar los centros de salud para evitar los contagios masivos en los peores momentos, pero ahora tenemos la vacunación y las medidas de protección, eso se acabó.

¿Se ha recuperado la actividad al 100%?

Es complicado, sigue habiendo compañeros con miedo, algunos que han visto cómo su amigo ha muerto, hemos tenido dos compañeros fallecidos, y podíamos haber sido cualquiera, hay que entender que nos hemos jugado la vida, literalmente. También hay médicos con covid persistente y secuelas, varios de ellos de baja y muy limitados físicamente. Hay miedo, pero claro, tenemos una profesión que es la que es, de cara al público, con contacto físico. Es así, y para ejercerla bien, tenemos que abrirnos. Casi estamos ya al 100%.

Hablamos de los graves problemas que hemos tenido en la asistencia, con falta de presencialidad, citas anuladas, desatención de los pacientes crónicos, pluripatológicos, envejecidos… ¿Se ha retomado el control de estos colectivos especialmente vulnerables?

Hemos retomado la formación en cartera de servicios, precisamente para poner las bases y priorizar a estos pacientes pluripatológicos y empezar por los más vulnerables. Pero otra vez estamos vacunando de forma masiva, con contagios en aumento, rastreos, haciendo muchos test… La pandemia nos vuelve a llevar el 100% del tiempo, y gracias a que tenemos una profesión totalmente vocacional se está resolviendo; es lo que nos está salvando, el esfuerzo de los profesionales.

Hay otra grave asignatura pendiente que siempre nos pasa factura, la prevención y promoción de la salud dentro de esta gran especialidad que es la Medicina Familiar y Comunitaria, ¿cómo puede impulsarse?

Con educación sanitaria, es básica. La salud empieza por uno mismo, no podemos tener una actitud paternalista en sanidad, no debemos estar encima del usuario todo el día para decirle lo que tiene que hacer: la higiene, la alimentación, el ejercicio físico, los hábitos saludables del día a día… Cada uno es responsable de su salud; nosotros estamos para ayudar, asesorar y curar cuando llegue el caso. También se debe enseñar a utilizar bien los recursos y a ser partícipes del sistema: no ir a Urgencias por algo que se puede solucionar en Primaria, no hacer una demanda excesiva ni un mal uso… Nosotros, por fortuna, seguimos haciendo prevención, con programas de cribado de mama, cérvix o colon, que arroja unos resultados increíbles. Creo que es el mejor programa que se ha puesto en marcha, junto con el de tabaquismo.

Le ha tocado ser gerente en uno de los momentos más críticos de la AP, con un modelo obsoleto de 1988, falta de médicos y de otros profesionales y un mundo rural cada vez más despoblado y más envejecido. ¿Cómo ha afrontado personalmente este reto durante más de cinco años en la Gerencia? ¿Qué prioridades se marca ahora?

Con mucha ilusión, porque como soy médico asistencial, sé el efecto que pueden causar las decisiones que se van tomando en cada momento. También he sido técnico de salud, médico sustituto, de refuerzo, en emergencias, en hospital, en centros de salud…, y todo esto te da una visión más global de la sanidad. Pero todo son ciclos, y aunque un gerente no tiene por qué ser asistencial, en esta etapa sí era importante, ya que había días en los que establecíamos hasta tres protocolos asistenciales distintos, y eso claramente lo puedes hacer cuando sabes lo que hay. No me gusta hablar de retos, esto es nuestro trabajo, hemos hecho lo que teníamos que hacer, y creo que lo hemos hecho bien. Castilla y León ha gestionado correctamente la pandemia, con mucho sacrificio y mucho esfuerzo, pero ha sido un honor.

Si echamos la vista atrás, tiene una extensa formación y experiencia en casi todos los ámbitos de la medicina: asistencia, investigación y gestión. ¿Dónde se encuentra más cómodo?

En la asistencia, por supuesto. La nuestra es una profesión con tres patas: asistencia, docencia e investigación, pero también la gestión, no solo en una Gerencia, sino en tu propia consulta, donde estás utilizando y gestionando recursos. La microgestión tiene que formar parte de nuestro día a día, formamos parte de un sistema y tenemos una labor comunitaria en un engranaje de una maquinaria mucho más grande. La docencia es igualmente fundamental, tanto la que das como la que recibes, porque para aprender bien hay que enseñar bien, y por eso también es fundamental el papel de los tutores. Te obliga a mantenerte al día el hecho de tener al lado a un señor de veintitantos años volcado en su formación, que todavía no tiene familia ni hijos y que demanda y demanda información. La investigación es crucial, porque sin ella no podemos avanzar. Hay que analizar lo que hacemos y mejorarlo. Incluso cada pueblo es diferente, cada uno tiene sus patologías más endémicas, su perfil demográfico, y todo ello hay que analizarlo, ver los recursos de los que dispones y actuar, compararte con los demás y aprender para mejorar. Me gusta hablar del coste de oportunidad: cuando hacemos algo, igual dejamos de hacer otra cosa más eficiente, pero si no lo analizamos, terminas encerrándote en tu mundo y no ves más allá. Hay que trabajar las cuatro patas de la medicina.

¿Se ve entonces en un futuro como médico asistencial? ¿Para cuándo se lo plantea?

Claro, volveré a la consulta, pero no sé cuándo. Vine para cuatro años y sigo aquí. Ahora es un honor tener el equipo que tengo y estar a la cabeza, pensando en construir, hacer mejoras sanitarias, definir la cartera de servicios, implantar nuevos programas. La Gerencia trabaja para la gente, y desde aquí tenemos una visión más global, pero el que está al pie del cañón es el médico en su consulta. Quiero seguir para culminar un proceso trastocado por la pandemia, pero sabiendo que es un puesto temporal. Hay que venir, darlo todo, quemarte e intentar dejar mejor las cosas.

Ha hablado varias veces de la medicina como una profesión totalmente vocacional, ¿en qué momento la descubrió?

Pues toda la vida, desde que recuerdo. Es curioso, pero es así, porque no tengo ningún familiar médico. En parvulitos, tengo la imagen de cuando nos mandaron dibujar lo que queríamos ser de mayores, y yo hice un centro sanitario, con una cruz roja y una ambulancia. Toda la vida quise esta profesión, y bueno, ya sé por qué, necesito ayudar a la gente. Saco más de mi profesión que la profesión de mí; es egoísta, pero es que lo necesito.

Y sería también un buen estudiante, con 17 añitos empezando la carrera de Medicina…

Era el empollón de la clase. En el colegio, en el Juan Jaén, si no sacaba un sobresaliente, lloraba. Era un empollón nato, me llamaban Pita, de Pitagorín (risas). Luego fui al instituto Lucía de Medrano, a la Facultad de Medicina, e hice la preparación del MIR en Oviedo, algo que me vino muy bien, porque aprendí de la vida y me di cuenta de que Salamanca no era el centro del mundo. Los charritos somos muy provincianos, y salir es cultura.

¿Por qué Medicina de Familia?

Por lo mismo que soy médico. Es verdad que se necesitan superespecialistas que avancen en procesos más complejos de la medicina, pero la base es el cuerpo y la mente en su globalidad, el aspecto biopsicosocial de la sanidad. Si una persona tiene problemas familiares, repercute en su salud; eso hay que verlo, hablarlo y exteriorizarlo, y quien hace esto es el médico de Primaria, el hospital es el segundo paso.

“La base de la sanidad es el cuerpo y la mente en su globalidad, el aspecto biopsicosocial”

O el tercero…

Exactamente, es el tercero, porque el domicilio es el primero: su hábitat, su entorno, sus hábitos… Cuando falla algo ahí, está la Atención Primaria, por eso es Medicina de Familia y Comunitaria. Tenemos que ir y conocer el ámbito de vida del usuario y su trabajo, todo lo que le repercuta; hay que preguntarlo todo, igual no puede comer bien o no puede comprar medicamentos. Es verdad que nosotros estamos en el primer mundo, pero en otros sitios, por ejemplo en Cuba, donde viajamos en fin de carrera, muchos médicos nos decían que no ejercían porque sentían una impotencia insoportable al saber cómo curar algo y no poder acceder a los fármacos requeridos. En el ámbito docente, es una pena comprobar que la Medicina de Familia en las facultades no se conoce. Yo accedí a esta especialidad haciendo el MIR con un amigo; un día llegó a nuestras manos en qué consistía la Medicina Familiar y Comunitaria y dije: “Esto es lo que quiero ser, ya soy feliz, aquí está a lo que aspiro”.

También, imagino, con la ayuda de maestros de referencia…

Hay varios, pero Sisisnio de Castro era el maestro. Tuvimos la gran suerte de que nos diera clase en el último año y era muy, muy bueno. Su tratado de medicina es la biblia y eran sus apuntes. También destacaría a Juan Antonio González. En la docencia, sobre todo, más que en el contenido; la maestría está en la forma de transmitir. Hay que vivir la medicina, enamorarse de la naturaleza del cuerpo, que es la mejor máquina del mundo. En el día a día, lo más importante es ver gente implicada, porque ser empollón no basta. Se requieren otras muchas cualidades, como la destreza, las relaciones sociales, el trato, la entrevista clínica, actitud y empatía… y ahí es muy importante la medicina familiar.

Tiene una experiencia de más de seis años como técnico de salud en las gerencias de Zamora y Salamanca y ha participado en este tiempo en proyectos fundamentales para el futuro de la sanidad regional, entre ellos, el programa ‘Medora’, que hace un mes volvió a fallar en masa. ¿Qué pasa con este sistema? ¿Cuánto falta para tener unificadas todas las historias clínicas de los pacientes en Primaria y Especializada?

La informática es cada vez más importante para todo: historia clínica, receta electrónica, pruebas complementarias… Pero sigue fallando, aunque nada que ver con lo que teníamos antes. En Zamora, cuando fui responsable de cartera de servicios como cita previa, receta electrónica, Medora… todos los días había incidencias. Yo apuntaba siempre quién me llamaba, el motivo y si estaba solucionado, y llegué a tener más de 200 llamadas en un día. Ahora ya no estamos así, no hemos logrado la situación ideal, pero vamos avanzando. Es incomprensible que no tengamos todavía la historia clínica única. Hay que entender que el paciente es el propietario de su historia, y todos los que gestionemos su salud debemos tener acceso a ese documento único, no es de recibo que el hospital tenga uno y Primaria otro.

¿Y cuándo la tendremos?

En breve, yo espero que cuanto antes. Estamos avanzando mucho en la telemedicina y en la relación con el hospital. Cada vez vamos mejor respecto a la continuidad asistencial, y ya tenemos interconsultas no presenciales con todos los servicios del hospital. La relación es excelente y valoramos muchísimo el enorme trabajo que están haciendo con el traslado al nuevo centro hospitalario.

¿Cómo va a influir el nuevo hospital en la mejora de la Atención Primaria? ¿Es el momento de afianzar y mejorar esta continuidad asistencial y establecer más sinergias?

El nuevo hospital es un lujo, y ya estamos desarrollando proyectos en común. La suerte que tenemos es que son compañeros, y esto facilita los caminos. Nos respetamos, nos entendemos y hemos logrando intensificar las interconsultas fundamentales, por ejemplo, para evitar desplazamientos innecesarios en una provincia muy dispersa y con personas mayores. Estamos a años luz de lo que hemos tenido anteriormente. Ahora, por ejemplo, colgamos en el sistema las imágenes u otros datos del paciente, las ve el especialista hospitalario, nos asesora y nos dice si lo tiene que explorar o no. El teléfono es otro recurso más, otra herramienta que suma, y no al revés.

Es también diplomado en Salud Pública, la gran olvidada de la sanidad, aunque ahora nos resulta imprescindible con una pandemia que no cesa. ¿Qué medidas son necesarias para impulsarla?

Es la base, porque la sanidad no es solo la enfermedad, sino el aspecto biopsicosocial del paciente, y la salud pública forma parte de ello. Todo influye: las aguas, el control de productos químicos… Y, sobre todo, el ser respetuosos con nosotros mismos y con los demás. Ahí empieza todo. Ahora es fundamental ponerse la mascarilla, vacunarse, seguir unas medidas de higiene básicas. Vivimos en sociedad, todos cada vez más juntos con todo el mundo.

En sus investigaciones aborda enfermedades muy prevalentes, de forma especial en Castilla y León, con una población envejecida y factores de riesgo cardiovascular. ¿Qué debemos mejorar en nuestros estilos de vida? ¿Cómo puede concienciarse la población de que hay cosas sencillas para evitar, por ejemplo, la obesidad?

Esa es la otra gran pandemia, también en los niños. Mi opinión es que hemos perdido el núcleo familiar para la salud. Antes todo transcurría a un ritmo más lento, se comía en familia, se cocinaba a fuego lento… y ahora vivimos muy deprisa, comemos rápido y queremos que todo sea accesible y en poco tiempo. Estimaciones de riesgo que hacemos para personas de 70 años ya no son válidas; yo mismo puedo tener ya ateroesclerosis, porque cada vez se ven en menor edad estas complicaciones relacionadas con la mala alimentación, y hay que ponerle solución desde niños. Tan importante como ducharse todos los días es hacer ejercicio y comer sano. Por fortuna, en España tenemos una dieta mediterránea, con fácil acceso a frutas y verduras, aunque también a demasiada carne. Salamanca es una provincia donde se come mucho cerdo. Yo comería hornazo siempre, pero tengo claro que hay que controlarse y, para ello, la educación es fundamental.

 

¿Cómo lo hacemos?

En los colegios, tendría que haber un asignatura de salud pública en la que se hablará un poco de todo: del cuidado personal, el ejercicio, la alimentación… pero también de todo lo que afecta a la salud de nuestro entorno. Además, hay que fomentar las actividades comunitarias trabajando con las instituciones públicas y los colectivos sociales, coordinarnos todos los agentes implicados en lo sociosanitario, caminar juntos. La pandemia ha venido bien en este sentido, porque hemos conocido el trabajo en común y hemos visto que es necesario. Aunque estoy seguro de que no aprenderemos de la experiencia. Al final, lo urgente no nos deja trabajar en lo importante, el día a día se llena de ruido, y hay días en los que solo puedes apagar fuegos, que ya es mucho, pero genera mucho estrés. Es importante construir, y para ciertos puestos, como éste, hay que ser apolítico y que se logren mantener proyectos a largo plazo. En sanidad, educación y justicia debe haber una línea de trabajo que sea continua.

El traído y llevado pacto por la sanidad, que no llega nunca, porque sigue siendo un arma política arrojadiza y oportunista…

Ni en la pandemia ha parado la oposición de oponerse a todo. Se necesita, sobre todo, un pacto de respeto por los sanitarios. En mi caso, estaré en la Gerencia el tiempo que sea necesario, pero solo con el objetivo de mejorar la sanidad, aceptando críticas constructivas, pero no palos sin criterio, porque eso me quita mucho tiempo, es injusto y genera mucha angustia. Mientras aporte, seguiré, y luego volveré a la sanidad rural, ahí está la verdadera Medicina Familiar y Comunitaria.

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