Los niños son diferentes, por eso hay pediatras

Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina

En los tiempos modernos, las necesidades que constantemente están cambiando en los “niños, adolescentes y adultos jóvenes” han tenido un tremendo impacto sobre los servicios médicos pediátricos. Pero, ¿qué es un pediatra y qué lo hace diferente del resto de los guardianes de la salud?

La 26ª edición del Diccionario Médico Ilustrado de Dorland define la Pediatría como: “la rama de la Medicina que trata a los niños, su desarrollo, su atención, los padecimientos infantiles y su tratamiento”. La edición de 1981 del Nuevo Diccionario Universitario Webster define similarmente a la Pediatría como “una rama de la Medicina que se dedica al desarrollo, cuidados y padecimientos de los niños”. La palabra clave, a nuestro entender, en ambas definiciones es el “desarrollo” que es donde radica la esencia de la Pediatría y el fundamento donde se basa su práctica.

Y para el pediatra, ¿qué es un niño? El niño es esa fase del hombre que no admite componendas ni comparaciones, porque cada niño tiene su mundo, y los que le traten o tratemos tenemos que ingresar en su mundillo, ya que para quererle, comprenderle y cuidarle tenemos muchas veces que hacernos un poco niños, y algunas veces niños del todo.

Cuando los pediatras hablamos del “desarrollo”, utilizamos el término en su sentido estricto, que es lo que se relaciona a todos los sistemas corporales. Nuestra comprensión del desarrollo infantil no es como mucha gente piensa, limitado al desarrollo de la coordinación y el lenguaje. Un pediatra, por la práctica y la experiencia, tiene un conocimiento amplio de los cambios biológicos y características fisiológicas de cualquier sistema corporal (sistema nervioso, central, endocrino, hematológico, digestivo y todos los demás). Como se sabe, los signos y síntomas de la mayoría de los padecimientos difieren según el estado de madurez en el que se encuentra el niño. Además, un niño frecuentemente es incapaz de proporcionarnos datos para ayudarnos a localizar su dolor. En un niño con meningitis, por ejemplo, los signos de irritación meníngea en ocasiones son mínimos, y puede no existir fiebre; únicamente irritabilidad, inquietud y anorexia. De manera similar, la única indicación de dolor en un niño con apendicitis; los signos clásicos de rebote y de hipersensibilidad en la piel son de muy poca ayuda para hacer el diagnóstico antes de los 7 u 8 años de edad; y así en otros muchos casos.

Sin embargo, el pediatra está muy bien dotado para reconocer cualquier retraso en el desarrollo que pudiera presentarse. ¿Por qué es tan importante esto? Porque si el retraso en el desarrollo de un sistema dado no se detecta a tiempo, puede convertirse en un problema crónico, sin alternativa de solución, y se destina al niño a padecer un problema de por vida, a la invalidez o a la disfunción. Estos son algunos de los muchos ejemplos que nos demuestran que el niño no es “un hombre pequeño”. Por ejemplo, ningún niño recién nacido (R.N.) puede considerarse como “normal” hasta que se compruebe la ausencia de patología. De ahí, que el momento más importante del ser humano, sea el de su nacimiento.

La efectividad médica de la función preventiva de los pediatras para aumentar las posibilidades de que sus pacientes lleguen a la edad adulta en un estado de óptima salud, felices y con una vida productiva, es la verdadera razón para que exista la Especialidad de Pediatría. Muchos pediatras se han dedicado particularmente a atender las necesidades de los jóvenes-adolescentes, quienes cada día con más frecuencia sufren de depresión; tendencias suicidas; abuso de drogas; trastornos nutricionales; estilos de vida aberrantes; problemas de ajuste sexual, y embarazo indeseado.

Los pediatras están capacitados de manera especial para tratar los problemas de conducta en los niños pequeños. El pediatra es el médico más adecuado para asesorar a las escuelas y los sistemas escolares. El niño adoptivo, el subestimado, o el niño que tiene dificultad específica para el aprendizaje del lenguaje o para fijar la atención, requiere de la atención médica del especialista en desarrollo neurológico y emocional.

Cuando el pediatra dirige al grupo de personas relacionadas con el niño minusválido y al niño mismo; ésta tiene un defensor personal que evita que se le margine, se le menosprecie o les inspire conmiseración, y más que nada, el pediatra evita la confusión en cuanto a su cuidado y atención.

En resumen, el pediatra –un especialista en cultivo y desarrollo del niño – es el profesional de la salud más capacitado para reconocer y tratar las enfermedades y problemas potencialmente devastadores que se presentan en niños y adolescentes.


Remigio Hernández Morán

Catedrático emérito de Griego de la UNED

Higinio

 Higiea era la diosa de la salud entre los griegos, hija de Asclepio, el dios que los helenos invocaban para conservar o recobrar la salud. Tanto la diosa como su padre aparecen juntos en multitud de estatuas e imágenes diseminadas por toda la geografía de la Grecia antigua. Incluso su nombre de Higiea figura como sobrenombre de otras diosas no especialmente ligadas al ámbito de la curación, como puedan serlo Atena y Deméter, la primera de las cuales poseía un altar en la Acrópolis de Atenas levantado en el siglo V a.C. con ocasión de la peste surgida durante la Guerra del Peloponeso, entre Atenas y Esparta. Cropo, Corinto, Sicione (donde las mujeres le ofrecían sus cabelleras en sacrificio), Argos, Olimpia, Megalópolis, son algunas de las muchas ciudades que veneraron a la diosa y ornaron con su iconografía templos, altares y exvotos. Y célebres fueron los artistas que la esculpieron: Briaxis, Escopas, Xenófilo, Damofonte de Mesena, etc. Se la representaba, por lo general, coronada de laurel y con un cetro en la mano derecha. En su regazo encontramos una serpiente (símbolo de la curación) que alarga su cabeza para beber en la copa que la diosa sostiene en la mano izquierda.

Según la mitología, Higiea era hermana de Telesforo, protector de la convalecencia. Y tal vez tenga que ver este nombre con el famoso médico y adivino de Corinto y conocido en Sicione con el nombre de Evemerión (el que hace pasar días felices) y que en Epidauro se le designaba con el epíteto de Acesios (el que remedía) o Alexícacos (el que libra de los males).Gran parte de la onomástica española deriva del griego y curiosa resulta, a veces, su etimología, como es el caso de Higiea de cuyo nombre proceden Higinio e higiene, uno con el significado de sano y otra como ciencia o parte de la Medicina que tiene por objeto el conservar la salud y precaver las enfermedades. No pueden venir mejor a cuento ambas palabras en los tiempos que corremos. Un ambiente enrarecido, de infección, de epidemia generalizada, se ha instalado como una legionella que invade y enseñorea conductos digestivos, tuberías de desagüe, alcantarillas de desecho, que desembocan en colectores y colectivos nauseabundos y arrojan sus detritos en la sociedad sin planta depuradora que los purifique y regenere.

Ya pueden acudir en nuestra ayuda curanderos y sanadores que inundan calles y plazas, supermercados e instituciones, prensas y radios, televisiones y teatros, donde se han encaramado, al mismo tiempo, chamanes y titiriteros, vocingleros sacamuelas que ofrecen mejunjes y brebajes, pócimas y potingues, a la sociedad pacata y boquiabierta. No son horas de que se apoderen del ágora y del foro los embaucadores y truhanes, los machis y matasanos, milagreros que pretenden vendernos su panacea sanitaria. Pero sí es la hora de que hagan acto de presencia los auténticos “higinios” para descastar tanto piojo exantemático que ha enquistado en tantas cabezas de mal pelaje; “higinios” que higienicen y desinfecten almas y corazones.

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