Por David Revilla Nebreda
Facultativo residente de cuarto año en
Dermatología en el hospital de Salamanca
Queridos compañeros residentes, tutores, médicos adjuntos, personal de docencia, de dirección hospitalaria, de gerencia y de otras altas esferas:
Hoy, aquí, tengo el honor de hablar de lo que es para mí la residencia médica, esa etapa de formación del médico interno residente, ese viaje a Ítaca ante las adversidades.
Soy David Revilla Nebreda, médico interno residente de 4º año de Dermatología en el Complejo Asistencial Universitario de Salamanca, y también sostengo cargos de representación de médicos residentes en la Academia Española de Dermatología y Venereología y en la Comisión Nacional de la Especialidad de Dermatología del Ministerio de Sanidad. Estos cargos simplemente representan que soy una persona preocupada por la formación, la mía propia y la de todos mis compañeros. Y de esa formación es de la que vengo a hablar aquí.
La residencia es un viaje a Ítaca, lleno de aventuras y de adversidades. Es una etapa de formación intensiva en la que nos formamos para ser los mejores médicos especialistas que podamos llegar a ser. Esto requiere mucho esfuerzo, mucho estudio, mucha práctica, muchas horas extra no remuneradas “echadas” en el hospital y mucho, pero mucho, trabajo en casa. ¿Y por qué no decirlo? También muchas guardias sin librar en muchos casos.
En muchas ocasiones estamos cansados y no tenemos tiempo para la vida familiar, para el amor, para las amistades. La conciliación personal es una meta casi imposible. Pero nos encanta nuestro trabajo y luchamos mucho por seguir formándonos para hacerlo lo mejor posible. Luchamos de forma imparable en ese viaje a Ítaca lleno aventuras y de formación, de experiencias, de logros y premios; pero también de adversidades, de zancadillas, de gente que nos pone las cosas realmente difíciles.
En ese viaje a Ítaca siempre buscamos la meta, y a veces nos olvidamos de que lo importante es el viaje, es el camino. Ahí es donde se aprende. En la lucha día a día. En escuchar a nuestros maestros, en escuchar a nuestros pacientes, en poner en práctica lo aprendido. En esa curiosidad diaria que nos hace buscar y estudiar el porqué de las cosas.
Comenzamos cada día con los ojos abiertos, los oídos atentos a todo lo que nos rodea, pendientes de todo lo que pasa a nuestro alrededor. Porque sabemos que, si aprendemos bien, con solamente 10 minutos podemos cambiar la vida de una persona.
Pero una de las cosas más importantes que se debe aprender en la residencia y en la vida es a ser crítico. Y con eso vamos ahora. Porque lo primero que hay que hacer constar aquí es que la residencia es el primer contacto que tenemos con la medicina de verdad (aunque tengamos momentos para hacer mucha burocracia, que “para eso están los residentes”). Y esto es porque la carrera de Medicina en la mayoría de las universidades está obsoleta y sigue consistiendo en clases magistrales dadas por gente sin motivación ninguna para la docencia y prácticas en las que no te hacen ni caso.
Hay profesores y médicos excelentes que enseñan de forma increíble en las clases o en las prácticas, pero, no lo olvidemos, esa no es, ni mucho menos, la realidad mayoritaria. Que se planteen las universidades si quieren adaptarse a las nuevas vías de formación o si solamente quieren ser un mundo de tasas, papeleo y gente dando “cátedra”.
Y la crítica no queda solamente en la base, que son las universidades, sino que es preciso hacer una llamada de atención a esas comisiones de docencia de los hospitales, a esas direcciones médicas, a esas gerencias regionales, a ese Ministerio de Sanidad. Que sepan una cosa: los residentes somos médicos, somos personas con increíble motivación y ganas de aprender. Y NOS LA ESTÁIS QUITANDO.
Cada día que nos levantamos con ganas de luchar y aprender nos topamos con comisiones de docencia que solamente nos ponen trabas administrativas, que nos imponen cursos obligatorios de bajo interés general, que no nos aportan docencia de calidad y de interés para nuestras especialidades. Los buenos cursos y la formación de calidad no pueden depender de la industria farmacéutica, que es la actual realidad. También nos topamos con direcciones médicas, gerencias y otras altas esferas que nos ningunean. Que nos explotan, que nos hacen dormir en múltiples camas compartidas, incluso en épocas de pandemia, que no nos dan ni una taquilla de uso personal.
No somos nadie para ellos. Nos ignoran. Somos simples números, y sólo les interesamos para salir en las noticias cuando cogen buenos números de examen MIR en los hospitales. Luego muchos se preguntan por qué la gente no se queda en los hospitales donde se forma, por qué la gente deja la pública y se va la medicina privada o al extranjero. Plantéense el sistema, por qué se están cargando nuestra motivación y vocación. Se están cargado el sistema sanitario español desde la base. Y esto es muy grave.
Pese a todo esto, he de decir que muchos otros y yo tenemos la suerte de estar en servicios que nos cuidan. Que se preocupan de nosotros. Que nos tienen en alta estima. Y eso hace que, en muchas ocasiones, no nos hundamos. Desde aquí he de dar gracias a todos esos grandes profesionales que nos acompañan.
Pero la realidad no siempre es esa, y todo lo anteriormente comentado y muchas cosas más son las adversidades con las que tenemos que lidiar durante nuestra época de médicos internos residentes. Y aquí seguimos. Porque queremos ser los mejores médicos especialistas que podamos llegar a ser. Porque queremos cuidar a nuestros pacientes. Porque sabemos que podemos cambiar la vida de una persona con un solo gesto o una palabra. Porque esto es Ítaca. Y llegaremos.
Pero no tensen la cuerda, señorías de las altas esferas, o nos perderéis para siempre. Y cuando se hunde un barco de camino a Ítaca no hay vuelta atrás.
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