Por Javier VIEJO
El miedo a la cornada y a la muerte, (o al fracaso), son algo consustancial a la fiesta de los toros. Pero el lugar natural donde se desarrollan esos sentimientos es indudablemente el ruedo. Ya se ha tocado este tema con anterioridad en sus dominios respectivos. Ahora parece oportuno centrarlos en el sitio donde se vive ese acontecimiento. El ruedo.
La plaza es sombra con la ancha herida que crea la cuchilla del sol, dice Felipe Sassone: “En la enorme cuchilla del circo / fríense el toro y los toreros, / y una cuchilla de sol la sombra / taja en una ancha herida sangrienta”601. La plaza es para Aleixandre polvo muerto2. Una plaza que, además, en los pueblos sugiere que va a derrumbarse, dice el mismo poeta sevillano de nacimiento y desde su adolescencia madrileño. “Vacía la plaza, en cuesta, se derrumba / como un río de palos fragorosos…/ Pero no, no se mueve… / … / Tinglado frágil. Como un cadalso, y ofrecido. / Allí la flor abierta guarda un público, / y en ese cáliz seco está la sangre, / alborotada. Con un clamor más que un perfume. / Roja sí, y ululante. ¡Rosa de fuego!”3.
Es una plaza en la que el miedo al toro cinqueño, cantado por Rafael Duyós, deja al torero cerrados los burladeros: “Burladeros de miedose han cerrado / dejando el ruedo a su merced desierto / y no hay capote, ni a distancia, abierto, / que se atreva a citarle descuidado…”4. Es una plaza que, según Miguel Hernández, tiene especiales salvavidas para el miedo: “Huyendo de las cóleras mortales, / sin temor a lucir su mucho miedo, / tablas para el peligro pide al ruedo, / redondos salvavidas terrenales”5. Una plaza en la que se pide vivir citando desde el estribo, en la que grita Blas Otero: “Digo vivir, vivir a pulso, Airada / mente morir, citar desde el estribo”6. Una plaza en la que, dice Rafael Morales, espera una muerte redonda: “Y ya estás en el ruedo. En sol y sombra, / redonda está la muerte que te espera, / la muerte quete cita, que te nombra / tras la purpúrea capavolandera”7. Una plaza en la que el torero, desde su puerta, encuentra según Javier Bengoechea demasiado alejada la barrera; “¿Quién colocó tan lejos la barrera? / ¿Para qué cambiarían los terrenos? / ¿Quién pondría mi nombre en los carteles?”8, una plaza en la que el diestro pide un sitio en los burladeros: “Hacedme un sitio tras los burladeros…”9. Una plaza, para el uruguayo Emilio Hugo, deslumbrada por el tiempo, un lujo de sombra como el toro mismo10.
Una plaza que, para Lorenzo Aguilar, “…es una plaza de avidez y de fuego / que seca, como el miedo, la voz en la garganta /…/; y cuando es sólo el silencio de la muerte el que canta”11; una plaza que está “al final del camino terco, como empeño / hecho a la fuerza del miedo vencido cada día / y que lleva implacable hasta el último sueño / donde el tiempo se ahoga en un mar de agonía”12. Una plaza que para Manuel Ríos Ruiz es luz de crepúsculo, concéntrico diafragma de la nada13.
Como dice el palestino Mamad Sabh, sí, en la plaza del miedo a veces los pies se extravían14.
“La plaza”, dice Picasso, “se baña en medio de los gritos devorantes del erizo bordado alrededor de la torta y tortilla de maíz hirviendo detrás del manto azul hecho trizas y jirones por los labios sedientos de la copa de vino que se hincha y estalla como un beso…”15. Un indicio de que la plaza puede dar lo que falta, amor y alimento.
La plaza, alimento para Picasso, es alegría para Felipe Sassone: “Clavada al suelo, / donde la valla cerca la arena, / parche moreno, /está vibrando la pandereta; / en el tendido /los abanicos son las sonajas”16. La plaza es sitio de amor, reafirma José Moreno Villa. ¿Noes amar un triunfo?: “¿Hay un amor español /y un amorzuelo anglosajón? /…/. Mira el amor sangriento /…/. El torillo amor con su flor desangre…”17. ¿No es la flor un triunfo sobre la tierra reseca?
Para Gerardo Diego “pizarra es el ruedo y tú sumas”18, y sumar siempre es éxito. Y Henri de Montherland proclama: “Hoy tengo por templos tus grandes circos”19; es decir, lugar de máxima aspiración. Vicente Aleixandre sugiere que, en una corrida de pueblo, la plaza es indicio de naciente fertilidad en la saviareciente20 de los tocones21 sujetos al suelo en una plaza erguida que finge tener un árbol y, aunque frágil, es “victoria de madera hacia sus cúmulos”22. La plaza es vida para el mismo poeta: “la música ha sonado. Está / la plaza ardiendo. / Aquí el azul, allí el pañuelo rojo, allá la pana / ocre, blancos, rosas, / frenéticos los verdes, los violetas, / de esos ojos detrás, el negro puro / de esa ceja…”23. En la plaza está el toro, ese símbolo repleto de sentido, ese mito: “… Compacto cae / el absoluto negro. El pie descalzo / posa / como el de una “Victoria” …”24. Es cierto, plaza de éxito final, dice Manuel Altolaguirre: “Joselillo: los volcanes / no dejan ver que te elevas. / Blanco es tu vuelo, tan blanco / como sus nieves perpetuas”25. ¿O no es éxito volar, aunque sea ya muerto?
¿Hay símbolo más fecundo y más polifacético que la luna? Pues eso es, además de flor de oro, la plaza de Ronda para Pedro Pérez Clotet26. La plaza es un velero, símbolo de pujanza rematado por su árbol27. ¿No es el clavel un indicio de éxito? Pues así la ve Pablo Neruda: “en la plaza de toros roja como un clavel / se repetía en silencio y furia del rito”28. En la plaza se miden efectivamente los áureos quilates de un diestro, como dice Manuel Altolaguirre en su poema Joselillo: “Joselillo: la balanza / de las dos plazas toreras / esperaba los quilates/ tuyos. Donde tú estuvieras / con tu valor y tu arte / cedería la bandeja, / redondel con todo el peso / de tu graciosa presencia”29. ¿No es ya la capacidad de medir los quilates un sitio de triunfo?
Pero, sobre todo, la plaza es el lugar de los aplausos y, aunque luego en ella se apaguen, siguen rodando por sus alrededores30, dice Mario López y confirma Leopoldo de Luis: “Hambre con hambre – ¡eh, toro! -. Niño espera. / Hemos salido al sueño de la plaza”31. ¿Es el sueño anticipo del triunfo? En la plaza corre el viento de las palmas, dice José María Valverde: “¡Oh toro, noble toro acorralado / en un valle de caras, para tu daño juntas, / con un viento de palmas y de gritos”32. Y así lo confirma Manuel Ríos Ruiz: “Fermentan en el albero locas y santas memorias de entrañados momentos, mitos sublimados, delirios que se fundieron en fraguas atestiguadas por voces y carteles”33. Es más, la plaza de toros es para F. Sánchez Dragó el símbolo del paraíso perdido que remite al triunfo total: “¿No es la sucesión de círculos concéntricos característica de todos los escenarios iniciáticos y no se reduce la iniciación a buscar y alcanzar el centro?”34. Por eso Pedro Rodríguez Pacheco dice que el torero, incluso divinizado, no es nadie sin ella misma: “Su imagen, aún vestida de alamares, / le devuelve el instante en que fue dios, / el amo indiscutible de la vida. /…/, él mismo, divinizado, pleno, / -atrás Puerta del Príncipe y los hombros – / ya no es nadie sin mí, arena sola”35.
En resumen, la plaza, su albero, sus tablas y sus tendidos, a pesar de los múltiples sinónimos que a los poetas además de otros motivos les exige la versificación, son el lugar del miedo y del éxito.
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