Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
En marzo de 1918 se estrenó en Madrid la zarzuela ‘Canción del olvido’ (música de José Serrano y letra de F. Romero y G. F. Shaw). Muy pronto se extendió por todos los ambientes uno de sus números, ‘Soldado de Nápoles’, cuya melodía pegadiza captaba seguidores con suma facilidad. Coetáneamente, se fue igualmente extendiendo por España una enfermedad infecto-contagiosa que recibió varios nombres: “gripe española”, “gripe asiática” y también “soldado de Nápoles”, porque se transmitía de unos otros como la mencionada canción, pero lógicamente con unas consecuencias infinitamente más graves1.
Esta epidemia tuvo en España dos fases: la primera, a fines de la primavera e inicios del verano, y la segunda, a partir de mediados de septiembre de 1918. Según el Colegio Médico de Salamanca: “La enfermedad se presenta súbita, se propaga rápida y se manifiesta en diversos aspectos en su etiología, formas clínicas y tratamientos, [es] obscura y casi misteriosa” (‘El Adelanto’, 25-VII-1918). Y a mediados de septiembre, en el mismo periódico se dice: “La enfermedad a comienzos del verano era definida por sus síntomas catarrales, pero en la actualidad degenera en congestiones y afecciones de neumonía y la mortalidad ha aumentado, porque la localización radica en el pecho”.
Sin embargo, también hubo quienes sufrían padecimientos intestinales, dolores de cabeza y otros efectos. “De hecho, el agente microbiano era el bacilo Peiffer, con la coexistencia de estreptococos y neumococos, los cuales, por su mayor virulencia, han producido numerosos casos mortales”.
En el ‘Heraldo de Zamora’ (1-X-1918) se expresa algo semejante: “El agente de esta enfermedad es un bacilo (microbio en forma de bastoncito que descubrió el doctor Peiffer, que se parece al de Koch, o de la tuberculosis): Es un microbio aerógeno, que necesita oxígeno para vivir y que se transmite por el aire. La forma de gripe más alarmante, la que aquí ha puesto en guardia y excitado los ánimos, ha sido la torácica. Con las bajas temperaturas se producen pulmonías, bronco-neumonías y pleuresías. Incluso llegan a darse enfermedades renales”.
Desde luego hubo ciertas exposiciones desacertadas de algunos periódicos, como éstas que copio: “La gente se muere como chinches, sin que los médicos sean capaces de diagnosticar la enfermedad y mucho menos de atajar su progresos”. “Se presenta ahora centralizada en focos que suelen ser los cuarteles, sin que esto quiera decir que no haya numerosos casos en la población civil” (‘Heraldo de Zamora’).
Los periódicos recogían día a día noticias con el número de afectados y de fallecidos. Las autoridades sanitarias y las polí-ticas publicaban circulares con recomendaciones y medidas adoptadas para paliar la propagación. Pero todo contribuía a crear alarma en la sociedad. El miedo se expandía al compás con el que la gripe invadía a cientos de personas cada día. Los pueblos estaban aterrados.
Lógicamente, ante todo esto hubo quienes pretendieron poner las cosas en su sitio. Unos, dando explicación del origen de la enfermedad y de los medios de su propagación; y otros, procurando quitarle importancia. Es decir, se generaron diferentes opiniones, sin que nadie pudiera defender una postura excluyente de las contrarias, pues los hechos podían rebatir cualquier posición. La enfermedad afectaba a muchas personas de forma leve, y tardaba en salir unas cuatro semanas, pero también había casos graves y fallecían muchas personas, y alto porcentaje de ellas eran jóvenes.
En vez de benigna, como fue en la primavera e inicios del verano de 1918, la epidemia en otoño era la pasada hacía unos meses, pero recrudecida al venir los primeros fríos. Ahora, en vez de benigna, aparecía como “enfermedad traicionera y cruel que siega las §ores de la juventud sin que se libren de sus maldecidas caricias ni los mismos facultativos”.
Diversos medios, y alguno más de una vez, repitieron que las numerosas muertes se debían no sólo a la epidemia, sino a otras causas de fondo. Resumidas esas ideas, venían a decir lo siguiente: “La gripe no sería de importancia si el pueblo estuviera bien alimentado, vestido adecuadamente y guardase las normas más elementales de higiene. Pero si la enfermedad toca a personas con otras dolencias crónicas, débiles y con hambre, entonces la epidemia crece y se propaga, por otras causas que las propias del mal contagioso”.
En estas ideas incidía el ilustre Dr. D. Amalio Gimeno, catedrático en la Universid Central de Madrid, que seguía expresándose así: “La actual epidemia es uno de los males menores. El hombre con míseros medios de fortuna es el más expuesto a enfermar, y España es un solo hombre mísero, inadaptable y enfermo. Si este país estuviera en condiciones higiénicas adecuadas, esta enfermedad hubiera sido una débil molestia. Pero podemos decir, parodiando al doctor Jorge de Oporto, que las tres cuartas parte de las casas son verdaderas sentinas tabicadas. Si alguno recuerda la epidemia de cólera de 1885, la gripe actual le parecerá bollos y pan pintado”2.
Y el eminente Dr. D. Gregorio Marañón explica sensatamente en qué consiste la enfermedad, y después sigue ofreciendo una serie de consejos para combatirla:
“Sólo hay gripe, la misma gripe que se padeció en la pasada primavera en muchas regiones españolas, que probablemente fue importada a España desde América del Norte, donde ya existía en forma epidémica a comienzos del año actual, y que ahora retoña por influencias atmosféricas, por asociación del microbio gripal con otros microbios y por otras causas que todavía no se pueden precisar. El contagio de la gripe se hace por el aire. En él está el microbio expulsado al hablar, al toser, al estornudar por los sujetos que padecen la enfermedad o que la han padecido ya”3.
El adjetivo estuvo perfectamente aplicado, porque esta enfermedad “reinante” era la que dominaba sobre otras varias que la población podía adquirir. Pues sin que se diera ni la propagación tan rápida y tan exagerada de esta gripe, en España, a la vez, había catarros, resfriados y romadizos, viruela, tuberculosis, tifus, cólera ¡y hasta dos leprosos! recogidos en el hospital de Salamanca4. Afortunadamente, los casos de gripe se fueron identificando y conociendo claramente; y de este modo la alarma social se fue amortiguando.
La prensa de España, recogiendo información dada por teléfono o por telégrafo, solía incluir diariamente información de cómo iba entrando la epidemia en diferentes poblaciones. Tres palabras se repetían hasta la saciedad como si no hubiera otras: “invasiones”, “atacados”, “fallecidos”. No hay espacio para exponer esas noticias de las poblaciones de España que ahora nos resultan curiosas5.
Viniendo a la provincia de Salamanca, el 15 de septiembre de 1918 se escribía: “La invasión cunde ahora por los distritos de Alba de Tormes, Sequeros y Béjar”. Días después se precisaba: “Vecinos ha sido el primer pueblo gravemente atacado en esta segunda fase. En Las Veguillas y en Galinduste se encuentran atacados por la epidemia el 85% de su población”. El 6 de noviembre de 1918 se presentó la siguiente estadística: “Pueblos atacados en la provincia: 360, con una población de 277.583 habitantes; las invasiones han sido 126.339 y las defunciones, 3.377”. “En la capital, con una población de 32.971 habitantes, las invasiones habidas son 7.931, y las defunciones, 117 (32 en septiembre y 85 en octubre)6.
Hay que precisar que los mayores riesgos de padecer la epidemia se encontraban en comunidades tales como hospicios (a fines de septiembre habían fallecido tres niños en el de Salamanca) hospitales, cuarteles, trenes, barcos, etc.
La Dirección de Sanidad Provincial envió inspectores para ver y comprobar el estado sanitario de las poblaciones, la disponibilidad de aparatos desinfectantes y de medicinas, daba normas y atendía pericones. El Colegio Médico de Salamanca atendía las precisas peticiones de médicos, que reclamaban con urgencia, y, de acuerdo con la Facultad de Medicina, envió a cubrir las necesidades más perentorias a médicos, voluntarios e incluso a los alumnos del último curso.
Los gobernadores civiles y también los alcaldes dieron normas higiénicas. Médicos, farmacéuticos y otras personas exponían lo que había de hacerse mediante consejos, memorias y propugnando medidas profilácticas. Excepcionalmente, algunos pueblos, incluido su alcalde, no cumplían con tales obligaciones a fin de que no se suprimieran sus fiestas patronales. El diputado en Cortes D. Filiberto Villalobos y el senador D. Jesús Sánchez pidieron al Gobierno medidas que pudieran paliar los efectos de la enfermedad7.
Las medidas preventivas fueron muchas y variadas: aplazar el comienzo del curso universitario. Cierre de institutos y escuelas, clausura de espectáculos públicos, como teatros, cines y festejos varios. Imposición de multas a los contraventores de las normas dadas. Exigir limpieza de calles e impedir el paso de personas enfermas por la población.
Los médicos trabajan incansablemente, decían desde Béjar. No fueron pocos los facultativos que cayeron también enfermos, porque, según el decir muchos años después de la epidemia por algunos estudiosos, “la enfermedad viajaba en el maletín del médico”8. Los ejemplos de doctores que contrajeron la gripe son muy numerosos.
Citaré unos pocos de Castilla y León, diciendo el pueblo en donde ejercían y su nombre, cuando se hico constar: el médico de Quintana del Puente (Burgos), D. Servando Izquierdo; el de Perdigón (Zamora); en Villada (Palencia), dos de los tres doctores); y también el de Ledigo (Palencia); en Candelario (Salamanca), los dos médicos; y el de Santiago de la Puebla (Salamanca).
Llegaron a darse diversos casos en que los pueblos se quedaron sin facultativo. En unos, por haber caído enfermo el titular; en otros, por defunción del mismo. En consecuencia, los ayuntamientos pedían que les dieran servicio cuantos antes. Así, a Las Veguillas llegó el alumno Martín Santos, solicitado apremiantemente; a Candelario fue D. Pablo Beltrán de Heredia; y a Sotoserrano, D. Jesús Pérez, alumno interno de la Facultad de Medicina de Salamanca.
Pero más interesante es ver cómo las poblaciones reconocieron el sacrificio que hicieron diversos médicos. Entre otros, se quisieron premiar por sus relevantes servicios de algún modo los tres que arriba van mencionados. En 1919, en el Colegio Médico de Salamanca se acordó un voto de gracias para el pueblo de Los Santos por haber concedido al titular de allí, D. Joaquín Martín-Mendoza, una gratificación de 500 pesetas, por su comportamiento excelente durante la epidemia gripal pasada.
Otros doctores dignos de alabanza por sus sacrificios, visitando los enfermos de varios pueblos, fueron: D. Alejandro Arias, que ejercía en Herguijuela de la Sierra; el Dr. Acevedo, en La Cabeza de Béjar; D. Isidoro Nieto Zurdo, en Villanueva del Conde; D Aureliano Martín, en Santibáñez de Béjar; Saturio Sexto, en Escurial; D. Dionisio Gómez Repiso y otros muchos.
Mucho más significativa que esa entrega y sacrificio fue la muerte de numerosos médicos en toda la geografía española en cumplimiento abnegado de su misión. Antes de enumerar unos pocos, he de mencionar que la muerte también caía sobre enfermeras, practicantes y farmacéuticos, así como en otras personas relacionadas con el cuidado de enfermos o de grupos sociales, como curas y maestros y profesores.
En Burgos murió un practicante de la Casa de Socorro; en Santa Clara de Avedillo, su párroco, de 39 años de edad; en Lugo, doce Hermanas de la Caridad; en Higuera (Alicante) su médico; Enrique Contra, en la provincia de Zamora, lesionado de corazón; D. Fidel Porres que, recién acabada su carrera en septiembre, fue a ejercer a un pueblo de Valladolid, Alameda de Carcos, allí enfermó y murió a los pocos días. En Zamora, fue muy admirada la muerte del llamado médico mártir de Morales del Vino. Y en Salamanca, el estudiante Arturo Juárez Alonso (recordado por el Colegio Médico); fueron significativas la muerte del médico de Cabrillas, D. Juan de Dios García, que dejó dos niñas huérfanas, de las que vino a hacerse cargo el Dr. Albiñana; el de Las Veguillas, D. Roberto Fernández de las Cuevas, que estando él enfermo, oyendo que una mujer agonizaba sin asistencia facultativa, pidió que lo vistieran y lo llevaran en una silla a visitar a esa mujer, como efectivamente hicieron9, y luego enseguida falleció él; pudiendo añadirse el D. Belisario (médico por entonces o antes de Tordillos).
Y que los médicos fallecidos en España dieron un elevado número se puede ver por referencias tanto en las reuniones del Colegio Médico de Salamanca, como en la exposición del D. Filiberto Villalobos, alegando en el Congreso de Diputados: “La justicia reclama para las viudas y los huérfanos de los pobres médicos que fallecieron en el cumplimiento de su misión la recompensa moral y material a que son acreedores”10.
Como dijo un doctor, el médico no atiende ni cura a la enfermedad, sino a enfermos. Cada paciente presenta unas características que hay que tener en cuenta. Sin embargo, como aparecieron publicados los tratamientos que aplicaban éste y aquel doctor, eso pudo in§uir en que diversas familias y médicos se fueran acomodando a lo aconsejado en diferentes casos, al comentar que tal remedio o medicina les fue bien, también en otros casos se pudo ir ensayando esos remedios.
En las farmacias se pedían medicinas como aspirina, quina, la vacuna autógena y la pan-autógena. En diversos casos se aconsejaba guardar cama y dieta rigurosa las 48 horas primeras tras aparecer los primeros síntomas. Se recomendaba, igualmente, cuidarse de fríos y corrientes, aplicar ventosas, sinapismos y sangrías, lavarse la nariz y la boca, respirar siempre por la nariz… Algunos doctores recomendaron friegas con agua templada en silitos de dolor.
Muchos más fueron los médicos que pidieron que los enfermos en vez de comer abundantemente, siguieran un régimen alimenticio especial, reducir el alcohol, eliminar el tabaco. En todos los casos propugnaban tener la casa siempre bien ventilada, evitar acudir a aglomeraciones y locales cerrados, como tabernas, bares, teatros, bailes y espectáculos públicos y desinfectar ropas, locales y cuanto hubiera estado en contacto con pacientes de esta gripe, seguir los consejos del médico, como hacer algún ejercicio al aire libre. La desinfección podía hacerse de varios modos, como hervir las ropas utilizadas por quien hubiera tenido la gripe, emplear productos desinfectantes fuertes, tales como el zotal o jabones especiales, o quemar ropas, aparatos.
Algunas de estas cosas hoy nos parecen absurdas o prácticamente inútiles, como el caso del que tiene tos y se rasca el abdomen. Eficaces, desde luego, eran las medidas higiénicas y profilácticas.
Así como en una s provincias hubo declaración oficial de la epidemia gripal, también en otras hubo una declaración oficial de la finalización de la enfermedad. En Salamanca la hizo pública el director general de Sanidad, D. Juan González Peláez, a fines de noviembre de 1918.
Desde luego, observando las fiestas de algunos lugares en el año siguiente, por ejemplo en Cabrillas, parece ser que prontamente las gentes se fueron olvidando de tantos padecimientos sufridos. Pero la Historia de la Medicina no lo olvida.
(Este tema continuará en el próximo número de esta revista, pues falta exponer lo relativo a Béjar, Ciudad Rodrigo, Peñaranda y otras poblaciones).
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