Por Juan Antonio Pérez-Millán
Escritor y crítico de cine
Y Ernesto Pérez Morán
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid
También en el cine español hay películas notables que ofrecen interesantes retratos de profesionales de la Medicina en clave de ficción. Como muestra y anticipo de las que podamos comentar más adelante, hemos elegido una reciente, particularmente atractiva y que representó el comienzo de la carrera cinematográfica de su directora, Patricia Ferreira, hasta entonces realizadora de televisión especializada en documentales. Se trata de Sé quién eres, estrenada en el año 2000.
Paloma Hernández, la protagonista de Sé quién eres, es una joven psiquiatra que acaba de abandonar voluntariamente supuesto en un hospital madrileño para dirigir un pequeño centro situado en la costa gallega, con todo el aspecto de un siniestro «manicomio» tradicional. Allí encontrará, entre numerosos enfermos supuestamente incurables, a Mario, un hombre de mediana edad aquejado de un trastorno de la memoria conocido como síndrome de Korsakov, que le impide recordar hechos que acaban de ocurrirle mientras mantiene intactos sus recuerdos más antiguos, hasta el momento en que un acontecimiento traumático le sumió en el limbo en el que vive desde entonces.
Atraída a la vez por ese hombre y por lo singular de su circunstancia, la doctora Hernández se esfuerza primero por establecer el diagnóstico, que no figuraba en el lacónico historial médico del paciente, y después por descubrir en qué pudo consistir aquel suceso que le marcó de forma tan profunda. A partir de ahí, Sé quién eres se despliega en torno a una triple línea argumental, bien trenzada y llena de sugerencias: la relación entre la médico y el enfermo, que ocupa buena parte del metraje; la atracción que surge entre ellos, abordada con inusual sutileza, y la búsqueda de las causas históricas del trastorno, desarrollada en clave de intriga casi detectivesca, donde el espectador va descubriendo los hechos al mismo tiempo que la protagonista y que al final se abre a un sentido mucho más amplio de lo que hubiera podido pensarse inicialmente.
Por lo que se refiere al primero de esos ejes, Sé quién eres no pretende ser, desde luego, un ensayo de divulgación científica sobre tan peculiar enfermedad, pero expone de ella lo suficiente para que funcione, más que como simple pretexto coyuntural, como entramado teórico sobre el que pueden adquirir una significación sólida los elementos que constituyen el objetivo último del film.
En cuanto a la relación emocional que se establece poco a poco entre Paloma y Mario –desde la espléndida secuencia de la playa, en la que ella grita aterrorizada ante la posibilidad de que pueda ahogarse un enfermo a su cargo, pero también y sobre todo una persona por la que empieza a sentirse fascinada–, lejos de ser la típica ración oportunista de «amor» o sexo característica de las producciones habituales, elaboradas sobre un esquema fijo por los negociantes al uso, es en realidad un procedimiento inteligente para conferir textura humana y densidad a los personajes principales. Como lo es también esa magnífica galería de secundarios, poco frecuente en el cine español, más preocupado por la acción o el mensaje directo que por dotar de verosimilitud a sus relatos: Coro, la amiga de Paloma involuntariamente sacrificada por la investigación de ésta; Jaime, el novio al que dejó atrás para seguir su propio camino; Álvaro, el joven militar inconsciente de la turbiedad del ambiente en que vive; Marisa, la discreta y dolorida secretaria del padre de éste, muerto en un atentado; Sarah, la inmigrante traída primero y relegada después por Mario, entre los vaivenes de su azarosa vida, y muchos más.
…es una joven psiquiatra que acaba de abandonar voluntariamente su puesto en un hospital madrileño para dirigir un pequeño centro situado en la costa gallega
Pero es sin duda el tercero de los ejes citados el que va imponiéndose poco a poco en el desarrollo de Sé quién eres, hasta alcanzar una relevancia decisiva. Desde que empezamos a intuir que Mario no está encerrado en ese manicomio por casualidad, o se nos hace saber que hay oscuros personajes decididos a eliminarlo antes de que pueda recobrar la memoria, la película adquiere una intensidad insospechada. De la mano de Paloma, como ocurre en los buenos «thrillers», y con el mismo horror que ella, acabaremos descubriendo que Mario fue –y seguirá siendo, mientras su enfermedad le mantenga mudo– una pieza más de un engranaje terrorífico. Un simple mercenario, contratado en su día por fuerzas ocultas que pretendían incidir criminalmente en los momentos más difíciles de la Transición española, para que llevase a cabo un sangriento atentado contra miembros del ejército, de manera que después se pudiera culpar del mismo a grupos de izquierda… Y que fue la muerte accidental de una mujer y dos niñas, familiares de uno de los militares asesinados –el padre de Álvaro–, lo que traumatizó a Mario, hundiéndolo en la bruma.
Así, cuando creíamos estar asistiendo al apasionante desvelamiento de un caso clínico, o al desarrollo de una relación interpersonal llena de matices, nos vemos abocados de pronto, además, a una reflexión de gran calado sobre nuestra propia historia colectiva. Porque, al compás de la investigación de la doctora Hernández, Mario va dejando de ser un simple personaje cinematográfico para convertirse en una metáfora de todos nosotros. ¿Acaso no seremos, como él, víctimas del síndrome de Korsakov cuando nos empeñamos en olvidar hechos y circunstancias decisivas que acompañaron, empañaron y pudieron dar al traste con la instauración de la democracia? Si Mario ha necesitado del duro tratamiento al que lo somete su solícita cuidadora para llegar a «saber quién es» ella y poder enfrentarse así con lucidez a su presente y su futuro, ¿no nos haría falta a todos revisar cómo hemos llegado hasta aquí, recuperar nuestra memoria histórica más reciente, para saber de verdad quiénes somos y cuántas cosas hemos dejado en el camino hasta alcanzar la situación actual?
Porque otro de los méritos de esta película consiste precisamente en negarnos el efecto tranquilizador del tópico final feliz: cuando el conflicto individual de Mario parece entrar en vías de solución, la oscura maniobra organizada por algunos mandos militares para echar tierra sobre tan negro asunto nos sitúa de nuevo cara a cara con nuestra realidad: ¿seguiremos olvidando, cómodamente instalados en el embotamiento de nuestro Korsakov colectivo, o estamos aún a tiempo de reaccionar?
Con su eficaz manera de facilitar al espectador el paso desde lo particular de un argumento bien construido a lo universal del planteamiento crítico sobre la sociedad en la que vivimos, Sé quién eres estableció con claridad las características básicas del cine de Patricia Ferreira. Una cineasta procedente del tratamiento documental de la realidad y que no se ha alejado de ella al introducirse en los terrenos de la ficción, utilizando como puente la memoria individual y colectiva. Su segundo largometraje, El alquimista impaciente (2002), describe la reconstrucción de un crimen cometido por intereses económicos y urbanísticos en la España actual, y en cuanto al tercero, todavía en fase de producción, bastará por el momento con citar su título: Para que no me olvides.
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