La crisis moral de un cirujano

Por Juan Antonio Pérez-Millán

Escritor y crítico de cine

Y Ernesto Pérez Morán

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid

No te muevas, de Sergio Castellitto

Actor de largo recorrido –casi setenta personajes en poco más de veinticinco años–, aunque lo acusado de sus rasgos y sus ojos saltones parecían condenarle a un tipo muy limitado de papeles, el romano Sergio Castellitto accedió a la dirección en 1999 con Libero Burro. En su segundo largometraje, No te muevas, presenta a un cirujano –interpretado por él mismo– que atraviesa una profunda crisis personal, agudizada cuando su hija de quinceaños sufre un gravísimo accidente de moto.

Mientras Timoteo realiza una intervención quirúrgica, llega al mismo hospital el cuerpo malherido de Angela, joven de quince años que ha sufrido un grave accidente de tráfico. Al comprobar su identidad, la también doctora Ada descubre que se tratade la hija de aquél, lo saca del quirófano y se lo comunica con el mayor tacto posible. Observando las pruebas que le han realizado para operar el traumatismo encefálico que padece, y tras pedir a su compañera que si todo sale mal no le prolonguen la vida inútilmente y se la «devuelvan con dignidad», Timoteo se acerca a una ventana y empieza a recordar su vida familiar, en una espera que se le hará interminable.

Dieciséis años atrás, una avería en su coche le puso en contacto fortuito con Italia, joven prostituta de origen albanés que vivía en una casucha aislada en el extrarradio, entre enormes bloques de edificios en construcción, y que debería abandonarla pronto porque su abuelo se la había vendido a los promotores poco antes de morir. Tras un primer encuentro sexual tan improvisado como violento, Timoteo comprenderá que está enamorándose de la muchacha, fundamentalmente por el contraste brutal que representa con su vida cotidiana: frente a la apacible existencia de buen burgués, con una esposa atractiva y previsible, un hogar confortable y una profesión bien considerada, Italia constituye la provocación del ‘lado oscuro’. El desgarro de sus maneras, su resignada tenacidad ante todo tipo de penalidades, su facilidad para pasar de la risa al llanto o al grito desaforado le atraen irresistiblemente. Y también, por qué no, la posibilidad de manejarla a su antojo, de humillarla sin remordimientos, a cambio de un puñado de billetes…

Aquella relación estuvo a punto de hacer saltar por los aires su estatus y todo lo que significaba. Empezó a odiar a sus suegros, llegando a comparar su repulsivo chihuahua con el perrazo sin pedigrí que acompañaba constantemente a Italia; a las amistades de siempre, con sus insufribles fiestas de matrimonios,  salpicadas de conversaciones médicas y chismorreos insustanciales; a sus compañeros de trabajo, excepción hecha de la discreta Ada y del ginecólogo Manlio, confidente un tanto golfo y despreocupado… Cuando Timoteo propone a su esposa Elsa que tengan un hijo, quizá por la convención de que eso puede salvar la convivencia de pareja, ésta se niega, alegando que no entra en sus planes y que no sabría ser madre, con lo que aumenta la distancia emocional entre ellos.

Pero Italia –cuyo oficio parece ignorar Timoteo, por una oscura inclinación ‘moral’ clasista– queda embarazada de él, y ante el cirujano se abre un abismo aterrador. Le propone que aborte en las mejores condiciones que él puede proporcionarle, pero ella lo rechaza, y sin embargo, a los pocos días baila de alegría después de haberlo hecho clandestinamente con la ayuda de unos gitanos… A esa desagradable noticia se une enseguida la de que también Elsa espera un bebé, que será la Angela que ha sufrido el accidente con el que comenzó el filme… Cuando el precario equilibrio parece restablecerse por ese procedimiento más bien rocambolesco, y después de haber confesado a Italia que la quiere y no puede vivir sin ella, ésta sufrirá una hemorragia masiva, a consecuencia del aborto, y Timoteo la intervendrá, sin poder salvarla. Su muerte coincide con el nacimiento de Angela y, quince años más tarde, volvemos una vez más al hospital, donde los padres se reúnen en torno a la chica herida, que ha superado la operación.

Si la descripción del argumento de No te muevas resulta así de enrevesada es porque Sergio Castellitto ha elegido como eje conductor de su relato los saltos constantes en el tiempo, sin apenas otro indicador, además, que el número y la intensidad de las canas del protagonista. El paso constante del presente a distintos momentos del pasado, justificado a priori por el hecho de que el motor de la acción son los recuerdos de éste, no aporta, sin embargo, densidad al conjunto, sino sólo dificultad para seguirlo. Un tema tan importante como la mala conciencia retrospectiva de un individuo de posición acomodada, ante un hecho inesperado y dramático que la desencadena, y tres personajes indudablemente atractivos –cuatro, si se cuenta a la magnífica aunque muy secundaria Ada– como el médico, su esposa y la prostituta sufrida y valiente, se disuelven sin remedio ante ese artificio estructural y otros muchos de carácter visual acumulados sin ton ni son por el autor, con avidez e incontinencia de principiante pretencioso.

Así, la película está llena de planos con angulaciones insólitas –empieza con una imagen de lluvia tomada ‘desde el cielo’ y acaba con Timoteo ofreciendo a las alturas el zapato rojo que había regalado a Italia y que ésta perdió cuando la trasladaba en brazos al hospital–, molestos e irrelevantes acercamientos de cámara al rostro de los personajes, y en especial al del omnipresente director-protagonista, un fundido encadenado y una secuencia a cámara lenta aislados y sin motivo que los explique… Una auténtica orgía de recursos aparentemente trascendentes pero vacíos de significación. Y, sobre todo, un problema de raíz, un defecto ‘de libro’ que el cineasta tenía obligación de haber previsto: no es posible seguir durante algo más de dos horas el conflicto íntimo de un personaje que ‘cae mal’ desde el principio, que no consigue conectar con el espectador casi en ningún momento y cuya peripecia, llena de meandros y digresiones de todo tipo, interesa poco, por no decir nada.

En el camino quedan, eso sí, algunos hallazgos de interés, como el que la protagonista se llame Italia –precioso nombre para una hija de albaneses que soñaban con el paraíso occidental más cercano–; la sorprendente y matizada interpretación que de ella hace Penélope Cruz; la tensión latente generada por el hecho de que la esposa esté de viaje en el momento en que se produce el accidente, y no llegue al hospital hasta el último instante, cuando ya lo sabemos todo de ella y de su vida familiar; el bloqueo mental que sufre Timoteo mientras expone en un congreso las estadísticas de su departamento de Cirugía, pensando en la joven; el modo en que confía a su amiga Ada que, tras realizar miles de operaciones, sigue sintiendo vértigo a la hora de hacer una incisión en un cuerpo; la camiseta turística con la inscripción ‘I Love Italy’ que se enfunda para acudir a los ‘barrios bajos’; la forma en que Italia le cuenta cómo su padre abusaba de ella desde niña, y algunos otros detalles sueltos.

Demasiado poco para un filme que, a pesar de la pretendida modernidad del montaje, no pasa de ser un antiguo melodrama de los de ‘pasiones desatadas’, adobado por varias cancioncillas melódicas con letras alusivas, frases grandilocuentes y miradas de supuesta trascendencia. La tragedia del médico que quiso y no supo romper con las convenciones que le rodeaban ha quedado reducida a casi nada.

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