JULIO RODRÍGUEZ VILLANUEVA: Vicepresidente del Consejo Científico de la Fundación Ramón Areces y ex rector de la Universidad de Salamanca

Por M. Puertas

“Ser profesor de Salamanca marca, lleva un sello y debe valorarse, hay que sentirse orgulloso de ello”

 Salamanca Médica hace una excepción más que justificada y trae a estas páginas la figura de uno de los catedráticos más brillantes de la Universidad de Salamanca en las últimas décadas. El atractivo científico de Don Julio va acompañado de una cautivadora personalidad de la que invitamos al lector a disfrutar en estas páginas. Es una gozada oír hablar así de la vida a alguien que a sus casi 80 años sigue persiguiendo las metas de la excelencia, la innovación y el progreso científicos.

Lo de la jubilación no va con usted, ¿dónde está el secreto de esa energía vital?

Hasta ahora he tenido buena salud y eso me facilita hacer actividades en la Fundación Ramón Areces. No paro, pero estoy a gusto porque de lo que se trata es de estar ocupado. Tengo la vida plenamente llena, con cosas que me gustan y me interesan.

¿Cuál es su trabajo ahora?

Llevo la coordinación científica de la Fundación Ramón Areces, estableciendo contactos con destacados científicos para organizar actividades. Además soy miembro de varias academias y la mayoría de los días tengo alguna sesión científica. Paso la mayor parte del tiempo en Madrid y a Salamanca suelo venir el finde semana. Mi vida está bastante llena de ocupaciones y trabajo.

Recordemos que esta entrevista rompe una larga racha de médicos. Un bioquímico microbiano en una revista de médicos, ¿cuál y cómo ha sido y es su relación con la medicina?

Muy grande. Estudié Farmacia e hice los doctorados de Microbiología, primero, y de Bioquímica en Cambridge, después. He estado siempre en las ciencias de la vida. De ahí, mi estrecha relación con los temas biomédicos. Entre otras cosas, fui el segundo presidente de la Sociedad Española de Bioquímica, y presido el Patronato de la Fundación Jiménez Díaz, la conocida Clínica de la Concepción.

¿Ser médico le tentó alguna vez?

No me preocupó. Tengo dos hijos médicos, el mayor en la industria farmacéutica y otra, que aunque no ejerce la profesión, la vive.

Alguien tan reconocido y aclamado en la ciencia española, del que se pueden destacar y decir tantas cosas, ¿cómo se define?

Como persona interesada siempre por la ciencia y el progreso científico, que ha viajado mucho, amigo de muchos amigos, y sobre todo como una persona interesada siempre por el buen hacer, por la persona humana y por todo lo que represente progreso y mejora. Además me siento muy español. Me duelen mucho los momentos que vivimos, preocupantes y con resultados que espero que no sean tan malos como aparentemente se presentan, de deshacer lo que tanto nos ha costado construir durante muchos años.

En el plano personal hablan de usted como un hombre estricto, vehemente, enérgico, entusiasta, inconformista…

Entusiasta lo he demostrado, son muchos años de trabajo e ilusión y no todo fueron facilidades. Vehemente posiblemente lo he sido, nunca faltaron problemas y por eso ha habido que estar enérgico y vehemente en algunos momentos en todas mis facetas, también como rector, pero siempre con el mayor respeto a profesores, compañeros y amigos.

¿La barba tiene algún significado?

No, me la dejé un verano y luego la he mantenido. Me siento a gusto con ella.

¿La fórmula para forjar una carrera tan intensa y fructífera?

El trabajo, la ilusión, la dedicación y la formación, si no, no hubiera sido posible. He procurado estar siempre en vanguardia en temas educativos y científicos. La escuela formada alrededor mío y de mi mujer, ha sido fruto de eso, además de tener cinco hijos. Nuestra vida siempre estuvo muy ocupada y llena de trabajo.

¿Los comienzos cómo fueron?

De esfuerzo y trabajo. Le debo mucho a un gran amigo, Avelino Pérez Geijo, compañero de carrera, mayor que yo, que fue un poco mi tutor. La compañía, la orientación y el apoyo de Pérez Guijo y del profesor Albareda, encauzó nuestra vida -incluye aquí a su mujer Isabel-. Fuimos a Inglaterra, regresamos y a partir del 60 empezamos en Madrid una dura tarea desde el CSIC, fueron siete años impresionantes de lucha, para seleccionar gente.

¿En la opción por la ciencia qué tuvieron que ver sus padres?

Mucho. Mi padre, me sirvió de orientación y de estímulo. Era farmacéutico, realizaba análisis clínicos en la farmacia de mi pueblo, Villamayor (Asturias), y allí aprendí a manejar el microscopio. Eso me atrajo, me impresionó la microbiología y contribuyó a definir mi vida. Conservo el microscopio, que voy a depositar en la Real Academia de Farmacia.

¿Qué otros maestros le marcaron?

 Los profesores Albareda, Lorenzo Vilas, Severo Ochoa, Ernest F. Gale…

¿En qué influyó Severo Ochoa?

Pieza fundamental en mi vida. Mis padres vivían al lado de unos tíos suyos en Asturias. Al terminar la carrera me atreví a escribirle una carta y pedirle orientación para que me aconsejara donde ir, me orientó hacia Cambridge para trabajar con el profesor Ernest F. Gale, y hacia Wisconsin (EE. UU.) con el profesor Gonsalus. Así hice, primero a Inglaterra, donde iba por un año y me quedé cuatro, y después visité los EE. UU…

¿Siempre tuvo claro que quería ser bioquímico microbiano? ¿Por qué?

Sí, me atraía el conocer más a fondo la vida, sobre todo la vitalidad de las células de levaduras y hongos. Me atraía y me llenaba el estudio de la vida microbiana, del mundo microscópico.

¿Cuáles eran sus aspiraciones entonces?

Mi mujer y yo aspirábamos a hacer ciencia, progresar, tratar de ser algo en nuestro campo, en nuestra área y sobre todo luchar por el progreso del país. En aquellos años, varios de nosotros -destaca a Alberto Sols-, regresamos del extranjero y empezamos a poner las primeras piedras de ese gran edificio que ha sido el CSIC. Otros grandes científicos como los doctores Manuel Losada, M. Ruiz Amil, C. Asensio, Gonzalo Giménez Martín, el matrimonio Escobar, colaboraron de lleno.

Después, ¿ha conseguido todo lo que se propuso?

No, eso es difícil. He conseguido bastantes cosas, sobre todo desarrollar un campo que entonces no lo estaba como es toda la bioquímica de levaduras y hongos.

¿Qué balance hace de su trayectoria?

Claramente positiva, la mía y la de mis discípulos. Sería absurdo decir que no lo ha sido. Habla de una labor de grandes científicos, a los que tratamos de imbuirles e introducirles en el entusiasmo por la ciencia, el esfuerzo y la ilusión. Creo que todos lo viven. Para mí esa es la gran satisfacción. Todos han formado núcleos importantes allá donde han ido.

¿Alguna espina clavada?

No lo sé. No soy rencoroso ni miro hacia atrás. Más que espinas, yo diría que dificultades y problemas no han faltado, por falta de recursos, de reconocimiento, etc., pero eso también sirve de estímulo.

¿Cuál cree que han sido sus aportaciones fundamentales?

Sin duda ninguna, la escuela. No existe equivalente en el país, aunque haya habido escuelas importantísimas.

¿El sello de esa escuela?

El trabajo con levaduras y hongos en el campo de la Microbiología Bioquímica, algo que iniciamos mi mujer y yo en España y que hoy se ha desarrollado enormemente, con grupos de mis discípulos de una potencia enorme y gran reconocimiento internacional. La escuela formada alrededor nuestro es sencillamente formidable, con modestia, pero digo que es una de las escuelas más importantes, ya con 31 discípulos catedráticos de Universidad por todo el país, además de un buen grupo de investigadores del máximo nivel.

Le han llegado a definir como el mejor ojeador de la investigación española, ¿lo cree así?

Bueno, no lo sé, pero sí he tenido suerte y he sabido seleccionar gente muy buena, de vanguardia. La selección del personal científico es clave para trabajar en grupo. El rodearse de gente sobresaliente facilita la orientación posterior. Siempre cuidamos mucho que fueran a los grupos más importantes del extranjero.

¿Cómo se descubre el talento?

Es estar en la Universidad o no. Con la suerte de dar clases y ver a los alumnos en varios cursos, empiezas a desbrozar y a observar a los más brillantes, luego los vas incorporando. En mi caso, casi sin excepciones, con buen resultado siempre. Si se selecciona a gente brillante, el éxito es seguro. Algo fundamentales la dedicación y la ilusión.

Una vida al servicio de la ciencia

La intensa vida de Julio Rodríguez Villanueva comienza en Villamayor (Asturias) el 27 de abril de 1928. Estudió en los Agustinos de León. En 1946 cursa el preparatorio en la Universidad de Oviedo y después marcha a Madrid para hacer la carrera de Farmacia, que concluye en el 52. Hace su primer doctorado en el Instituto Jaime Ferrán de Madrid y en la Estación Agronómica Nacional de Lisboa. En el 55 se marcha a Cambridge, a donde iba por un año pero permaneció cuatro y donde cursó su segundo doctorado.

En 1957 se casa en Madrid con Isabel. Juntos han forjado una brillante carrera investigadora, además de traer al mundo a cinco hijos.

En septiembre del 59 ambos regresan a España. Sería el inicio de una trayectoria plagada de responsabilidades y éxitos. Entre el 59 y 67 trabaja en el CSIC en Madrid. Ese año obtiene la Cátedra de Microbiología de la Universidad de Salamanca, donde comenzaría de lleno su labor en pro de la ciencia española, trayectoria en la que destacamos los siguientes cargos y actividades:

Catedrático-Director del Instituto de Microbiología –Bioquímica de la Universidad de Salamanca y del CSIC. Rector de la Universidad de Salamanca y Medalla de Oro de la Universidad. Presidente de la Sociedad Española de Bioquímica y de la Federación Europea de Sociedades de Bioquímica (1968-71). Primer presidente de la CRUE (1978-79). Delegado español en el Consejo Científico de la OCDE (1980-82). Presidente del Comité Asesor del Centro Europeo de Educación Superior de la UNESCO (1974-82). Doctor Honoris Causa por las Universidades de Oviedo, León y San Marcos de Lima. Premio Nacional de Ciencias del CSIC (1974). Premio Castilla y León de Investigación Científica y Técnica (1985). Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio(1982). Premio de Investigación Rey Jaime I de la Generalitat Valenciana (1990). Socio de Honor de la Sociedad Española de Bioquímica (1998). Medalla “Jaime Ferrán” de la Sociedad Española de Microbiología (2003). Académico de número y director de la Real Academia de Farmacia (1986). Académico de Número de la Real Academia de Doctores (1997). Miembro de la Mesa del Instituto de España (2005). Académico de Honor de la Real Academia Sevillana de Ciencias (2005). Presidente del Jurado del Premio de Investigación Científica y Técnica, Fundación Príncipe de Asturias (1996-2005). Miembro del Consejo Rector del Instituto Nacional de Sanidad Carlos III (1996) y del Consejo Superior de Sanidad de la Comunidad de Madrid (2003-2006). Vicepresidente del Consejo Científico de la Fundación Ramón Areces. Miembro del Comité Asesor Internacional del Instituto Nacional de Biodiversidad, Costa Rica (1998-2005). Presidente del Patronato de la Fundación Jiménez Díaz (2000-2007). Además, ha contribuido a la formación de una amplia escuela de docentes e investigadores españoles en el área de Microbiología-Bioquímica.

Alberto Sols, Severo Ochoa y Rodríguez Villanueva, juntos en Salamanca

Creo que no está muy convencido de que eso se practique mucho en la actualidad.

No comprendo a profesores que no tengan toda su ilusión por la docencia y por la investigación. Por la Universidad pasan nuestros hijos y nietos, y puede que haya muchos que no merezcan estar en la Universidad, pero otros merecen mayor respeto, son alumnos sobresalientes a los que hay que estimular, empujar a que lleguen a lo máximo. Eso lo he tenido como pauta siempre.

¿En qué se fijaba y qué les pedía a los que querían seguirle?

Es fácil. Los buenos destacan. Me fijaba en la aptitud en clase, el interés, la vocación y en las calificaciones, por qué no.

¿Es cierto que ha sido un maestro duro, pero generoso?

Quizás sí. No he entendido nunca un mundo de vagos. La ilusión por el trabajo, la responsabilidad y la dedicación son fundamentales. Nadie puede llegar a los niveles superiores si no práctica esto.

¿Por qué esa visión tan clara de salir al extranjero?

Quedarse en niveles inferiores, sin inquietudes, sin ambiciones, sin deseo de conocer mundo no es para un profesor universitario o para un científico. Un científico no puede ser un cateto de pueblo ni de su Universidad. En la universidad hay que perseguir los primeros niveles y tener buenas relaciones internacionales. Las relaciones definen a un buen científico.

¿Orgulloso de sus discípulos?

Sin duda, muy orgulloso y satisfecho. Lo vivo a diario. Siempre hemos sido una gran familia de amigos.

¿A quiénes destacaría?

No es fácil, pero tengo algunos muy brillantes, Francisco del Rey, Ángel Durán, César Nombela, Juan Francisco Martín, C. Hardisson, Rafael Santandreu, F. Uruguru, Eugenio Santos… gente muy brillante.

¿Docencia o investigación?

Ambas. No entiendo la docencia sin apoyo de la investigación. La Universidad permite algo que no tiene la investigación en un centro. Es un lujo para nuestro país tener grandes científicos que no proyecten su saber con docencia al nivel que sea.

¿Su paso del laboratorio a las aulas cómo fue?

En Cambridge ya ejercí la docencia práctica, vine a Madrid y me inserté como auxiliar en la Universidad, aunque estaba en el CSIC. La docencia la llevaba dentro.

¿Siempre quiso ser catedrático?

No. Quise moverme una vez que tenía definida mi vocación en el ámbito investigador y docente. Salieron a oposición las cátedras de Salamanca y Sevilla, saqué el número uno y opté por Salamanca sin dudarlo. El profesor Lucena, antiguo rector de la Universidad, ya se había fijado en mí y eso me atrajo. Seguir con la investigación y empezar a fondo la docencia fue algo magnífico.

¿Llega a Salamanca y qué se encuentra?

Una Universidad en la que la sección biología era nueva, por tanto, partimos casi de cero. Comenzamos a movilizarnos para obtener ayudas y formar un equipo de investigadores.

Tuvimos la suerte de contar con colaboradores que vinieron de Madrid. Creamos el Instituto de Microbiología-Bioquímica, cauce entre la Universidad de Salamanca y el CSIC para la formación de un grupo de investigadores y docentes de reconocido prestigio internacional.

¿Qué me dice del reconocimiento local?

Tristemente, una escuela no reconocida lo suficiente en Salamanca. Que aquí no le dan importancia, me produce un poco de tristeza, máxime cuando no hay ninguna otra tan destacada.

¿Qué ha significado Salamanca ciudad para usted?

Tanto mi mujer como yo y mis hijos, aquí nos hemos sentido a gusto, como en casa. Salamanca ofrecía excelentes condiciones para el desarrollo familiar. La Universidad y la ciudad nos han llenado, enlazados con Madrid desde el primer momento.

 ¿Y su Universidad qué ha significado para usted?

Todo. Mi dedicación a la misma ha sido absoluta, siempre con ilusión y con ganas de colaborar a mejorar tanto el ambiente universitario como las repercusiones del grupo que trabajaba con nosotros. He luchado siempre por que Salamanca sea y se mueva en ámbitos científicos o académicos del máximo nivel. De ahí, mi interés por mantener relaciones intensas con Madrid, bien con el CSIC o con las universidades de la capital, y también con centros extranjeros tanto europeos como americanos.

Sé que lleva a gala haber sido profesor de Salamanca.

Ser profesor de Salamanca marca, lleva un sello y debe valorarse adecuadamente, y hay que sentirse orgulloso de ello. No sé si muchos de los profesores son conscientes de esto. Habría que estimular el sentirse orgullosos de ser profesores, alumnos o licenciados de Salamanca, una Universidad de casi ocho siglos.

Sé que también le maravilla la influencia de Salamanca en Iberoamérica.

Muchos salmantinos no lo valoran, no se dan cuenta, de lo que ha significado Salamanca en América. He tenido vivencias impresionantes sobre el papel de Salamanca en la creación de universidades en muchos países.

De su etapa como rector, ¿qué destacaría?

Fue una época para mí llena de ilusión y que me suponía un reto, mejorar y potenciar la Universidad. Traté de estrechar relaciones con universidades europeas y americanas, que se saldaron con varios simposios y reuniones internacionales en Salamanca. Mi colaboración con la Universidad Pontificia también fue importante.

¿En otra ciudad habría llegado más lejos?

En España creo que no. Para mí Salamanca era el máximo en España, por su historia y por lo que representó, sobre todo en Iberoamérica. Salamanca es un lugar muy adecuado, por su tranquilidad, para hacer investigación y para ejercer la docencia.

¿Trabajar en el extranjero nunca le tentó?

Al acabar el doctorado en Cambridge en el 59 tuve algunas ofertas en Inglaterra, pero nunca se me pasó por la cabeza quedarme. Me habían pensionado desde España y sentía la obligación de regresar y hacer una labor. Sin duda fue un acierto.

¿Salamanca le ha reconocido lo suficiente su labor?

Estoy satisfecho. Aquí mi mujer y yo nos hemos sentido a gusto y hemos desarrollado magníficas amistades dentro y fuera de la Universidad. Hemos sido personas muy dedicadas al trabajo y a la familia, con cinco hijos criados aquí. Todo el mundo que nos conoce, valora y reconoce a Salamanca, por toda nuestra trayectoria científica y educativa.

En su Asturias natal, el Colegio de su pueblo ya lleva su nombre.

Sí, es cierto. Es un grupo escolar nuevo al que decidieron ponerle mi nombre. Tengo muy buena relación con los profesores y modestamente les ayudo lo que puedo. Recientemente les envié una colección de libros para la biblioteca.

 A la Universidad de Salamanca hoy, ¿cómo la ve?

Creo que bien, pero siempre mejorable. La Universidad en general podría y debería mejorar bastante, incorporando, más gente valiosa, en investigación y docencia. Salamanca no debe aislarse, sino tratar de desempeñar un importante papel a nivel nacional e internacional y fomentar considerablemente las relaciones, sobre todo con Iberoamérica.

¿El estado actual de la ciencia en Salamanca?

Llevo años ya un poco apartado, pero por lo que veo en prensa, creo que está bien, aunque debe ir a más. Hay buenos grupos y profesores, pero insisto, las relaciones internacionales son fundamentales, algo que no siempre se valora adecuadamente. Creo que el nivel de las de Madrid y Barcelona está bastante por encima de la nuestra.

¿La ciencia en España?

Creo que está mejorando, pero todo es mejorable.

¿Qué mejoras propone?

En todas las universidades hace falta más dedicación y más ilusión del profesorado. Son factores esenciales de una buena universidad. Esto lo he vivido de lleno en Cambridge y en otras como la de Lovaina (Bélgica).

¿Qué le falta a España para ser una clara referencia científica?

Mucho. Ha mejorado, pero no suficientemente. Insisto en que hay buenos departamentos y científicos en campos muy diferentes, pero estamos ciertamente bastante por debajo del nivel de las inglesas, americanas, alemanas y francesas. De ahí, que sea imprescindible un esfuerzo importante del Gobierno, para dotar de recursos y exigir el adecuado nivel al profesorado, siempre con formación en el extranjero.

En otro orden de cosas, ¿cuál cree que debe ser el límite para que el desarrollo científico no derive en destrucción de lo humano?

Por encima de todo un científico tiene que ser responsable y dueño de sus actividades. Se puede hacer ciencia y trabajar dignamente con unos niveles de respeto humano y de responsabilidad científica. Hacer extrapolaciones e incluso barbaridades es posible, pero no aconsejable. Sin olvidarnos de que somos hombres, portadores de valores eternos.

¿Qué sensaciones le causa la sociedad actual?

Estoy un tanto confundido, con las cosas que ocurren actualmente en España. Soy español y valoro lo que es ser un ciudadano español. No tengo inconveniente en manifestar que soy católico y que respeto los ideales que han estado siempre patentes en nuestro país. Por esta razón ciertas cosas que ocurren ahora a nivel político y social me tienen bastante confundido y muy preocupado. Pensando en nuestros amigos, relaciones y familia, creo que a todos nos debía preocupar bastante la situación política y social actual en España, que estimo que no marcha por buenos derroteros. España para mí es muy importante, y reconocer su historia y los valores de los españoles a lo largo de los siglos lo considero fundamental.

En su caso ¿también es cierto que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer?

No cabe duda. Mi esposa Isabel ha sido fundamental en el desarrollo de mis actividades y me ha permitido siempre una gran tranquilidad en presencias y ausencias.

¿El papel de la familia en su carrera?

Absoluto. La familia para mí es fundamental, el núcleo esencial de formación de los hijos y de adquisición de valores.

¿La muerte de una hija cómo marca?

Mucho y profundamente a nivel de padres e hijos. Sobre todo cuando era nuestra hija mayor.

¿Le gustaría que sus nietos se dedicaran a la ciencia?

El mayor, el año que viene ya estará en la Universidad y aspira a ser bioquímico. Afortunadamente tienen buena formación y sobre todo buen dominio de idiomas.

¿Cómo le gustaría que le recordaran?

Como un hombre sencillo, no sé si decirle que modesto, y sobre todo con deseos y ganas de trabajar. Eso me lo inculcaron mis padres y lo he practicado toda mi vida, con seriedad y con ilusión. No comprendo ningún hombre y sobre todo si es un profesor, que no tenga vocación, ilusión y ganas de trabajar. Es el ámbito en el que me he movido siempre y ha llenado plenamente mi vida.

El Decálogo

Un libro

Las reglas y consejos de Cajal

Un disco

Mozart, Strawinsky… Oigo bastante música.

Una película

El tercer hombre me impresionó.

Un plato

Una paella bien hecha. No soy exigente. No me quita el sueño.

Un defecto

Un poco desordenado. La falta de tiempo a veces me obliga a almacenar papeles. Afortunadamente siempre he tenido buenas secretarias.

Una virtud

Seriedad, trabajo e ilusión. A donde he llegado ha sido fruto del trabajo, más que de la inteligencia.

Un amigo

Manuel Losada, Federico Mayor Zaragoza… podría decirle muchos nombres. Sobre todo un gran amigo, Avelino Pérez Geijo, que influyó mucho en mi vida.

Un enemigo

No creo que los tenga. No he fomentado la enemistad. Si los hay, no creo que haya sido por mi causa. He sido bastante generoso, he ayudado, y he procurado darme en la medida que podía.

Una religión

Católica, sin dudarlo, y toda la familia, hijos y nietos.

Un chiste

Soy malo contándolos, pero me gustan. Sigo a Mingote y Martín Morales, magníficos.

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