Por M. Puertas
En este número nos enfrentamos a un referente de la medicina rural salmantina, que rezuma humildad por los cuatro costados. El Julián Bernal más entrañable se destapa ante Salamanca Médica para dar cuenta de su experiencia como médico. A punto de cumplir los noventa, reflexiona sobre los entresijos de una carrera, forjada a base de esfuerzo. Por más que él se empeñe en definirla como una vida “vulgar y corriente”, su franqueza, la seguridad de sus respuestas, su sinceridad y su claridad de ideas nos ponen ante la pista de un buen hombre, que encarna como pocos la figura de aquellos cientos de médicos de pueblo que tras entregar su vida a la profesión apenas si han visto reconocida su espléndida labor.
A punto de cumplir los noventa años, ¿qué queda de aquel médico rural que debutaba en el verano de 1940?
Una vocación médica que persistirá mientras viva. Como es natural, presumir de médico ahora sería una tontería, porque el médico que se desconecta del enfermo y de los libros deja de ser médico. Bien es verdad, que el médico no sólo es ciencia, es algo que lleva inherente la profesión y que hay que saberlo compaginar para que dé los frutos apetecidos en las obligaciones que contraemos para con la sociedad a través del enfermo.
Por tanto, ¿se deja de ser médico alguna vez?
Cuando se rompen esas relaciones. Entiendo que un médico que se desconecta de la medicina, aunque sea sólo un año, deja de ser médico. Hay que estudiar, leer mucho y ese contacto humano con el enfermo no se puede sustituir.
¿Quizás por el miedo a perder esa condición de médico continúa usted devorando a diario toda revista médica que cae en sus manos?
No, no tengo miedo a perderlo. Todas las situaciones en la vida las he aceptado perfectamente. Nunca he luchado contra el hecho consumado. Reconozco que he seguido teniendo una atracción, al menos en mi entorno, y reconozco que sin ser un fondo de ciencia sí tengo un fondo de humanismo y ahí sí que no cedo en nada. De ahí, quizás venga el prestigio que tengo entre los compañeros, el cariño y afecto que me han dispensado siempre, del cual he presumido hasta los últimos días de mi actividad y aún fuera de ella.
A raíz su jubilación en 1985, ¿ha sentido alguna vez el gusanillo de volver atrás o siempre ha sido un jubilado satisfecho?
Acepté la jubilación con plena seguridad de que tenía que ser así, nunca he luchado contra los años.
¿Siempre tuvo claro que quería ser médico? ¿Por qué?
No, no lo tuve claro. Quizás no fui un médico vocacional, quizás unas circunstancias de salud que me ocurrieron a los 16 años, me obligaron a aceptar el criterio que tenía mi padre, que siendo él veterinario, no quería que yo tuviera aquella profesión y se aprovechó de aquel momento para encauzarme hacia la medicina, que serían más sus sueños que no los míos. Así, me matriculé en primero de Medicina con una vocación muy poco firme; nada más iniciar el segundo año, una enfermedad hizo que todo el curso estuviera aislado de la Facultad. Me costó el esfuerzo de emplear todo el verano en prepararme segundo, que aprobé en septiembre. Después esa vocación fue creciendo, quizás no con la entrega y el esfuerzo que debía, lo cual reiteradamente durante el ejercicio de la profesión y aun después de dejarla, hasta mis horas de ancianidad, me pesa entrañablemente.
¿De qué se arrepiente de aquella juventud?
De no haber hecho el esfuerzo que en aquellos años de juventud insensata pude perder, sin que esto suponga que mi entrega no diera los frutos mínimos que eran necesarios para llenar el expediente, que era aprobar el curso. Puedo presumir de no tener en la carrera ni una sola nota negativa, aunque las positivas no sean todo lo brillantes que he echado de menos durante toda mi vida. Sigo pensando en infinidad de momentos cómo hubiera cambiado mi vida y cómo cambiaría, si yo volviera aponerme en tercer curso de Medicina.
Una vez enrolado en la medicina, la idea de ser médico de pueblo, ¿también la tuvo clara siempre?
No. Terminé en julio del 40 y al día siguiente me fui a ejercer a Garcihernández. Tenía la convicción de que no podía seguir sangrando a mi padre económicamente. Las cosas se me pusieron siempre a favor de ser médico de pueblo y como tal siempre he tenido un ambiente fantástico.
“Ser médico fue quizás más un sueño de mi padre que mío”
A pesar de esa falta de vocación inicial y de la casualidad para llegar al medio rural, sin embargo demostró que se puede ser un buen médico con un “expediente limpio y sin brillanteces”, como usted lo define en sus escritos.
Mi concepto del médico significa que es fundamental que junto a los conocimientos suficientes para cumplir con el deber de atender y cuidar al enfermo debe haber una fuerza de humanismo, sin la cual no se puede ir por una sociedad en la que el médico tiene el papel de ser espiritualmente eficiente, tanto como el materialismo de la ciencia. Para mí, al buen médico no le basta con tener muchos conocimientos, ni ser una lumbrera, tiene que tener un fondo de unión con el enfermo y con la sociedad.
¿Por qué esa tendencia natural suya al más absoluto anonimato, a restar importancia a su labor?
Ha sido un concepto personal, en todos los órdenes de mi vida. No me ha gustado nunca destacar, a pesar de que entre los compañeros siempre he tenido y tengo muy buen concepto. Todo lo he rehuido, no es hipocresía ni falsa modestia, sino un concepto radical de mi norma de vida.
Sin embargo, organizaciones como la Seguridad Social, la Organización Médica Colegia o el Colegio de Médicos de Salamanca le han distinguido, ¿cuáles cree que fueron sus méritos?
Una entrega total al ejercicio de la profesión con un sentido estricto del cumplimiento del deber. Eso en cuanto a la sociedad y al enfermo y en cuanto a los compañeros, puedo decir que mi bandera ha sido siempre el compañerismo más estricto que pueda imaginarse, en loque no he cedido nunca ni un ápice. Humanismo y compañerismo han sido mis banderas.
Sus inicios transcurrieron en Garcihernández, Salamanca, Candelario, Mancera de Abajo… ¿también entonces la inestabilidad laboral era un hecho entre los médicos o no es comparable a la actual?
No es nada comparable. El médico que terminaba entonces al día siguiente se iba a ganar dinero. Era en la única profesión que ocurría. Había veinte pueblos vacantes. Es cierto que los sueldos eran muy bajos, no se podía vivir, pero la inestabilidad no tiene nada que ver. Todos los años había concursos y oposiciones.
Aun teniendo la oportunidad de quedarse con una plaza en la capital, optó por un pueblo, ¿por qué?
Pensaba que defender la medicina en una capital con el simple bagaje de un fonendo era absurdo, los sueldos oficiales eran bajísimos y pretender abrirse camino en una capital sin más armas que las apuntadas suponía una ilusión que yo no podía compartir, a pesar de que la tenían mis padres, a los que no le agradaba mucho que yo fuera lo que entonces se llamaba médico rural. Tenía que ganar dinero y no quería cargar a mi familia con más gastos. En la capital era imposible sobrevivir.
¿Cómo era el trabajo de un médico rural entonces?
Un esclavo. Eran 24 horas de todos los días, de todas las semanas, de todos los meses, de todos los años, para atender todo: partos, golpes, accidentes, inyecciones… ¡Menuda diferencia de esa esclavitud a la situación de hoy!
Julián Bernal Martín nació en Calvarrasa de Abajo el día 18 de abril de 1916. Es el segundo de los cuatro hermanos nacidos del matrimonio entre Agustín Bernal y María Martín. Hijo y nieto de veterinarios, en 1920 se traslada a Babilafuente, donde su abuelo también había sido el veterinario del pueblo.
Sus primeros años de escuela transcurrieron en Babilafuente hasta que a los doce años vino a Salamanca para hacer bachillerato en el Liceo salmantino. Termina el Bachillerato con dieciséis años y comienza la carrera de Medicina en el curso 32-33. Al cuarto año, la guerra le dejó pendiente dos cursos. Los años de la contienda los pasó movilizado dentro del ámbito sanitario en Salamanca, Valladolid y Ciudad Rodrigo.
Concluido el fuego, retoma la carrera, que terminaría el 14 de julio del 40 tras dos cursillos intensivos.
Recién licenciado, se marcha como médico a Garcihernández, donde estuvo alrededor de seis meses. Después, vuelve a la capital para ejercer en una clínica privada durante nueve meses. A continuación, se marcha a Candelario, donde permaneció dos años, para trasladarse finalmente como interino a Mancera de Abajo en 1943. En 1944 se casa en Salamanca con Alicia Sánchez, con la que tuvo cuatro hijos (dos de ellos médicos y otro que falleció cuando estudiaba Medicina).
A los pocos meses de contraer matrimonio obtiene la plaza en propiedad de Mancera de Abajo, donde iba a permanecer 37 años y 15 días. De esta etapa, destaca su actividad dentro de la Junta Comarcal de Peñaranda del Colegio de Médicos. Aunque no figuraba en ésta con cargo alguno, jugó un papel clave en los conflictos que por aquella época afectaban al colectivo de médicos titulares. Sus actas sirvieron para que toda la provincia, conociera a través de La Gaceta y El Adelanto la situación de estos profesionales. A la mañana siguiente de cada reunión don Julián era el encargado de entregar las actas a los corresponsales que ambos diarios tenían en la zona.
En el año 1964 es requerido para formar parte de la Junta Directiva provincial del Colegio que encabezaba Enrique Sala. Estuvo como vicesecretario durante seis años. Retomaría su actividad colegial una vez retirado, en el año 85, pasando a hacerse cargo de la Vocalía de Médicos Jubilados durante doce años.
En 1976 es distinguido con la Cruz Azul de la Seguridad Social, en su categoría de Plata, por los méritos acreditados en los servicios prestados a la asistencia sanitaria.
En 1980 se traslada por concurso a Salamanca, “ya tenía ganas de venirme”, asegura. Se jubiló en 1985 tras ejercer en el barrio de San José como médico titular durante cinco años.
Su intensa labor colegial, le valió el reconocimiento de los compañeros, siendo en 1999 el primer médico en recibir el galardón de Colegiado de Honor del Colegio de Salamanca. Después también recibiría la medalla de plata como Colegiado de Honor del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos de España.
A diario, sigue pasando por las instalaciones del Colegio como uno de los miembros más activos de la tertulia que cada mañana se celebra en la Cafetería-Salón Social.
Sin lugar a dudas usted vivió muy de cerca aquel respeto que se le profesaba al médico, ¿a qué se debe el que hoy quede muy poco de ese sentimiento hacia el médico?
Porque la conexión del médico con el enfermo y con la sociedad está relajadísima. Antes eran 24 horas y era para todo. A partir de los 60-70, las condiciones fueron cambiando con la unión de nuevos pueblos para los médicos y la creación de la Seguridad Social.
¿Cómo se consigue tener contento a un pueblo durante 37 años?
Con una entrega total en todos los terrenos. Sin escatimar esfuerzo y atendiendo todo lo que la humanidad te pide en todos los aspectos, de médico, de consejero… También es cierto que de joven tenía mala fama por mi rigurosidad y puntualidad. Decían que nadie me iba a contrapelo. Pero es cierto que en Mancera fui un mimado, aunque si tenía que decirle a uno que no le aguantaba algo, se lo decía. Al año de estar allí ya no querían que me fuera. Cuando hice las oposiciones en el 44 saqué un buen número y podía haberme ido a otro sitio, pero pedí Mancera.
¿Cree que se ha hecho justicia con la figura de los cientos de médicos que han velado por la salud rural?
Su labor no se ha reconocido ni se reconocerá nunca. Ahora hemos pasado de Málaga a Malagón. Ni aquella esclavitud inhumana ni esto.
¿Alguna vez sintió inferioridad respecto a los médicos de hospital?
No, cada uno en su terreno. Me han considerado siempre todos los médicos.
¿La medicina que se ejercía entonces en los pueblos guarda alguna relación con la de hoy?
Nada. Entonces no teníamos nada, el fonendo y el aparato de tensión a última hora. No digo nada de los partos, con parturientas hasta de tres días. Era una esclavitud tremenda. Ahora no se puede comparar.
Sus últimos años de ejercicio en la capital, ¿cómo los vivió?
Como una prolongación de lo anterior y como una redención de un ambiente totalmente diferente. Vine al barrio de San José, el más extremo y humilde, sin embargo, todavía hoy me encuentro a la gente y se acuerda de mí, con cuatro años que estuve allí.
¿La medicina de hoy qué sensaciones le produce?
Que el médico es víctima de tecnicismos y de avances y de las exigencias del enfermo, que apoyado en estos avances le pide al médico el uso y abuso de técnicas, incluso en momentos en que no son necesarias. La inestabilidad del médico, ese temor de tener detrás el juicio, las demandas que por cualquier circunstancia puede poner un enfermo, le obligan a no ser quizás todo lo estricto que podía ser en el uso de las técnicas y adelantos de que dispone.
“Hoy la conexión del médico con el enfermo está relajadísima”
“El Colegio en una profesión liberal es imprescindible”
¿Qué es lo que más le preocupa de esta situación médica actual?
La deshumanización, la desconexión entre el médico y el enfermo. Nosotros siempre estábamos sabiendo del enfermo, aunque estuviera en el hospital, ahora no es así.
¿Se le ocurre algún consejo para los médicos jóvenes?
Ocurrírseme se me ocurren muchos, pero no quisiera meterme en dar consejos. Tengo demasiada personalidad para que no despierten comentarios.
Una de las facetas más destacadas de su carrera fue su continuo interés por la función del Colegio Oficial de Médicos, ¿por qué ese interés?
La función del Colegio es difícil valorarla desde fuera. El colegio profesional en una profesión liberal es imprescindible y si no lo hubiera, habría que crear el organismo que fuere con el nombre que fuere. El Colegio ha sido como mi segunda casa. Mi vida colegial ha sido de conexión total y de entrega a todas las necesidades que el Colegio haya podido tener de mí. Sin saber cómo un buen día me encontré de vicesecretario porque la Directiva había pedido a la Junta comarcal de Peñaranda un nombre para un puesto en la Junta que entonces se estaba formando. El entonces vocal comarcal, sin conocimiento mío, propuso mi nombre, a sabiendas de que mi fe colegial era lo suficiente para obedecer con los ojos cerrados.
¿Cómo ve al Colegio hoy? Lo veo funcionando en plena entrega y con una diversidad de actividades que llenan la más absoluta de las exigencias. Esto obliga a que los médicos o los colegiados sean suficientemente disciplinados como para cumplir con las exigencias que tiene la supervivencia de estos colegios.
A aquellos que no creen en la colegiación, ¿qué les dice?
Les diría que crean porque a la menor necesidad tienen por lo menos donde acudir, para apoyarles en aquello que necesiten, que de eso estoy convencido, que lo hace el Colegio en todo momento y con total eficacia. ¿Que puede haber descontentos? Indudablemente, pero ¿no tendremos culpa también los médicos de esa ruptura colegial?
A modo de balance, ¿podría definir su filosofía de vida?
Amistad, compañerismo y cumplimiento del deber.
¿Satisfecho con su trayectoria?
No.
¿Por qué?
Sencillamente, porque creo que mis posibilidades las he malrotado.
¿Porqué?
No lo sé. ¿Por qué estuve 37 años en Mancera? No lo sé, ¿fue la necesidad?, ¿fue comodidad? El tiempo no me ha aclarado nada.
Pero, ¿se arrepiente de algo?
Sí, del tiempo perdido, sobre todo. En mi vida de estudiante y en mi ejercicio profesional. Me hubiera gustado otra línea diferente de la que he seguido. Hay muchas circunstancias en la vida que te obligan a tomar decisiones de las cuales más o menos te arrepientes, pero a estas alturas hay que aceptar todo tal y como ha sido, porque el remedio ya no está a mí alcance.
A pesar de esto, ¿amargado nunca trabajó?
Nunca. Fui feliz y acepté todas las situaciones. No luché contra nada. Tenía por norma que cuando se iba a los sitios, el principio era de adaptación y problemático, pero después te desenvuelves divinamente.
“No estoy satisfecho con mi trayectoria porque creo que he malrotado mis posibilidades”
¿Su mayor satisfacción personal?
No sé qué decir, quizás haya sido eso, el agrado, la simpatía, el afecto con que me tratan los compañeros y la sociedad con la que he tenido contacto, que quizás hayan sobrevalorado mis virtudes y no hayan querido ver mis defectos que indudablemente los hay.
¿Y profesional?
El deber cumplido, no haber escatimado nunca el esfuerzo, como médico y como persona. Haber dormido tranquilo siempre.
¿Su mayor sinsabor a nivel personal?
El no haber podido satisfacer mis ilusiones más amplias tanto con la Medicina como en el aspecto social, donde puedo haber dejado evidencia de insuficiencias, que el exceso de amabilidad y amistad de amigos, compañeros y de todo mi entorno, me han distinguido siempre.
¿Y a nivel profesional?
No haber podido satisfacer mis ansias de conocimientos.
¿La familia qué papel ha jugado en su vida?
Este es un asunto muy delicado. Mi contacto familiar ha sido un desastre, por la distancia con los hijos y la mujer. Me quedé sólo en el pueblo con una sirvienta y mi mujer se vino a la capital por necesidades de estudios de mis hijos. Esto supuso un distanciamiento. Después perdí a mí hijo con 19 años, en cuarto de Medicina, y después a otro con 52 años con un importante puesto en el Hospital de Ávila. Unidos estos aspectos suponen un importante detrimento, desde cualquier punto que se mire.
Cambiamos de tercio. El momento político actual, ¿qué sensaciones le causa?
Es catastrófico. Estamos viendo y viviendo cosas increíbles, por un camino que no sabemos dónde nos lleva y del cual creo que no vamos a saber salir.
La política como la Medicina han cambiado mucho. ¿Sus ideas se han visto muy afectadas o sigue firme en sus convicciones?
Tengo mis convicciones liberales que no ceden. Soy católico prácticamente y en todo lo dicho más arriba se puede sacar la conclusión de cuál ha sido mi credo moral.
¿Cuáles son esas convicciones?
Sencillamente lo que transmite la palabra liberal, una transigencia con todas las ideas y tolerancia para las mías. A mí me da lo mismo que gobierne uno u otro. Siempre que respeten mi criterio, yo respeto el de los demás, sea quien sea.
No soporta…
No sé qué decirle (piensa). No tengo intolerancia a nada, pero sí discrepancias.
¿Cómo le gustaría que le recordaran?
Como he sido, sencillamente, como he sido.
Un libro
Me gusta mucho Marañón como escritor.
Un disco
Toda la música clásica.
Una película
Hace muchos años que no veo cine. De mis tiempos, no sé cuál decir.
Un plato
La paella, por ejemplo. Soy muy tragón, me gusta todo.
Un defecto
Tengo tantos que no sé cuál decirte.
Una virtud
El concepto de amistad y compañerismo.
Un amigo
Fernando Romero.
Un enemigo
No lo sé, no lo encuentro.
Una religión
Católica.
Un chiste
Me hacen gracia todos.
Deja una respuesta