El Dr. Juan Francisco Blanco, jefe del servicio de Traumatología y Cirugía Ortopédica del CAUSA, cree que el nuevo hospital pone a Salamanca ante su gran oportunidad: convertirse en un referente en el área biosanitaria.
Es por la tarde, pero el Dr. Juan Francisco Blanco trabaja todavía en el hospital. El mismo en el que se formó como residente de una especialidad que ejerce desde el año 1996. En 2013 tomó las riendas del equipo de Traumatología y Cirugía Ortopédica con la misión de unificar un servicio que se mantenía duplicado y sin demasiada sintonía, una tarea ardua y no siempre bien entendida que él afrontó con templanza y con la cabezonería de un “chico de pueblo”, origen del que presume con entusiasmo “en la ciudad más maravillosa del mundo”, la Salamanca que le dejó embelesado cuando aún era un niño. En un rincón de su despacho del Virgen de la Vega –donde se mantendrán las consultas de los especialistas hasta que se construya el edificio que sustituirá al Clínico tras su demolición–, el jefe de Traumatología tiene su particular mural personal. Dibujos, recuerdos familiares, fotos de colegas y amigos, de sus hijas… y de un Juan Blanco saxofonista, solo o como integrante del Piliki’s Jazz Trío.
No conocía esa faceta suya…
Soy muy aficionado a la música, muchísimo. Podría meterme en una cama y, si me dieran de comer, vivir solamente escuchando música. Pero nunca tuve oportunidad de estudiarla. En el pueblo no había nadie que la enseñara, y de mayor seguía con esa especie de frustración en mi vida. Un día, sin decirle nada a mi mujer, entré en una academia y dije: “Querría tocar algo”. Me preguntaron qué quería tocar, y yo contesté que algún instrumento que fuera transportable, porque un piano es complicado… Me sugirieron el saxofón. Me matriculé, me compré un saxofón y llegué a casa con él debajo del brazo. La verdad es que es una afición con la que me lo paso muy bien. Con la edad que tengo, cada semana sigo yendo religiosamente a clase con mi profesor, el segundo que he tenido. Se llama Carlos Sánchez y es extraordinario, me aguanta y tiene muchísima paciencia conmigo. Su primera intención fue que hiciera escalas, pero yo le dije que lo que quería era pasármelo bien. Él lo entendió. Para mí es una de las cosas más satisfactorias. Ni en mis mejores sueños pensé que podría llegar a tocar una canción, así que cuando lo hago, para mí es como un sueño hecho realidad.
Otro sueño hecho realidad para Salamanca es que por fin tiene hospital nuevo. El servicio de Traumatología ha estrenado los quirófanos. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Hemos sido el primer servicio quirúrgico que se ha trasladado, con la cirugía y la hospitalización. La experiencia ha sido muy buena, porque son quirófanos muy bien dotados, muy amplios, con muchas mejoras técnicas… Cuando se produce un traslado, siempre hay que ir puliendo algunas cosas, pero es un cambio a mucho mejor, porque partimos de una estructura física ya muy antigua, obsoleta. Aunque hay que decir que la hemos aprovechado bien, ahora vamos a un hospital del siglo XXI.
El servicio de Traumatología y Cirugía Ortopédica no ha esperado al nuevo hospital para ir introduciendo mejoras tecnológicas procedimientos innovadores en los últimos años…
No, pero siempre tratamos de incorporar aquella tecnología y procedimientos innovadores en los que tengamos conocimiento de que son beneficiosos para el paciente. Hay muchas técnicas que aparecen, pero que no han demostrado aportar ningún beneficio, más que para el señor que cobra por hacerlas. Hay que estar muy alerta para que los procedimientos que hacemos estén avalados por el conocimiento científico, por cierta evidencia de que son mejores que los que realizábamos hasta ese momento.
El Dr. Juan Francisco Blanco (Zamora, 1964) pasó su infancia y buena parte de su juventud en recónditos pueblos de Navarra, Zamora, León… Su padre era médico rural, y eso le permitió disfrutar de todas las grandes cosas que solo pueden vivirse en los pequeños pueblos, esas que van esculpiendo a una persona a golpe de aparentes ‘insignificancias’. Cuando visitó Salamanca siendo todavía un niño, se quedó “fascinado”, y mirando la Catedral “con la boca abierta”, pensó: “Esto no es real, tanta belleza…”. Quizás en ese momento no imaginó que sus pasos le encaminarían más tarde hacia la que considera “la ciudad más maravillosa del mundo”. Aquí estudió Medicina. Aquí se formó como residente en Traumatología y Cirugía Ortopédica y aquí desarrolla la especialidad en un servicio que dirige desde 2013, año en el que puso en marcha una profunda renovación estructural que no fue fácil, pero de la que se siente orgulloso, porque los resultados han demostrado que no erró en su apuesta. Es profesor titular de Traumatología en la Facultad de Medicina de la USAL, forma parte del comité científico de la Sociedad Española de Cirugía de la Columna, área en la que es especialista, y pertenece a diversas sociedades científicas y redes de investigación, como las de terapia celular, un ámbito en el que también ha tenido una dedicación preferente y fructífera. De carácter conciliador y tirando a utópico –todavía cree posible la unidad de los partidos políticos en las grandes cuestiones de la vida y confía en que la población se involucre en la transformación de Salamanca como centro de referencia biosanitaria–, al Dr. Blanco le apasionan las tres facetas de la medicina: la asistencial, la docente y la investigadora. Sobre todo las dos primeras, aunque en la tercera cuenta con una vasta producción científica y son innumerables sus aportaciones.
El nuevo hospital se ha hecho desear tanto que da la sensación de que su puesta en
marcha se ha recibido con poco entusiasmo. ¿Considera que estamos ante un momento histórico para Salamanca?
Absolutamente. Pero no se trata solamente de tener un hospital nuevo, porque si nos quedamos en eso vamos a seguir igual. Esta ciudad, que para mí es, sin lugar a dudas, la más bonita del mundo –al menos de las que yo conozco–, además es una ciudad amable, muy acogedora, una gran ciudad. Pero ni en esta ciudad ni en esta provincia tenemos Renault, Antibióticos S. A. o minas de no sé qué. Aquí tenemos dos cosas: una Universidad con mucho background, con mucha historia y prestigio, y un hospital. Ahora vamos a tener un hospital con una potencialidad enorme al que, además, hay que añadir el Centro del Cáncer y el IBSAL. Creo que nunca se ha ponderado lo suficiente lo que supone que el IBSAL, a través del Dr. Jesús San Miguel, se estableciera aquí, y no en otra provincia de Castilla y León. Podemos aprovechar este conjunto de cosas o no. Hay que decirle a la población que se trata de una ventaja que es necesario aprovechar para que Salamanca se convierta en un centro de referencia en el área biosanitaria, como puede ser Boston en EEUU, no solamente en asistencia, sino también en investigación y docencia. Y eso pasa necesariamente por que el nuevo hospital se convierta en el núcleo fuerte. La población tiene que percibirlo así, porque en gran parte va a depender de ella que esto se logre. El nuevo hospital debería ser un antes y un después para la ciudad.
¿Cree que quienes tienen en sus manos la responsabilidad de favorecer esta
transformación van a recoger el guante?
Lo que yo conozco es, fundamentalmente, el esfuerzo de la dirección del hospital. A lo mejor esto se entiende como que soy un pelota, pero como ellos saben que no es así, lo diré: pienso que el equipo directivo del hospital es muy consciente de todo esto y que, además, deberían sentirse orgullosos por lo que han hecho, porque han conseguido poner en marcha el nuevo hospital, y estoy seguro de que no ha sido fácil. En cuanto a las autoridades del Ayuntamiento, la Diputación y la Junta de Castilla y León, creo que deberían hacer un mayor esfuerzo y una apuesta más clara, más allá de lo que supone el nuevo edificio, y así se lo he dicho a responsables de casi todos los partidos políticos. Pero la ciudadanía también debería exigir a los políticos que, al menos en este aspecto, se olvidaran de sus siglas y decidieran ir todos juntos de verdad para que este hospital sea lo que todos queremos que sea.
¡Anda que no pide! Que los políticos remen al unísono…
Creo que es factible si la población se da cuenta de la oportunidad, porque es muy difícil decirle que no a la ciudadanía. Pero las oportunidades pasan: o te subes al tren o no te subes. Actualmente, en el hospital somos muchos los que estamos por arrimar el hombro para que funcione. Hay obstáculos y problemas, sí, pero hay que sacarlo adelante, porque la población de Salamanca se merece ya un gran hospital, ya está bien de esperar.
Cuando asumió la jefatura, el servicio de Traumatología estaba duplicado, e inició un
proceso muy ambicioso de unificación y creación de unidades funcionales que no siempre fue bien entendido. Ocho años después, ¿qué mejoras ha reportado esa nueva estructura?
El proceso transcurrió por una serie de fases. La primera fue la unificación de los dos servicios –Clínico y Virgen de la Vega–, que apenas tenían relación. Fue el primer paso, y no fue pequeño; hubo muchos obstáculos, mucho miedo al cambio, mucha obstrucción… Pero también mucha buena voluntad y mucho trabajo y comprensión por parte de todos. Al mismo tiempo, se aprovechó la unificación para crear unidades funcionales, que tienen dos grandes ventajas. Por un lado, permiten que los pacientes reciban una atención muy especializada, por facultativos que tienen una dedicación preferencial a una patología o unas técnicas, y eso hace que los resultados sean mejores. Y otra ventaja derivada muy importante es que también son buenas para los profesionales, porque les proporciona un campo de desarrollo profesional en el área en la que tienen dedicación preferencial. A día de hoy, esto es una realidad de la que ya nadie habla, se olvidó aquello de “los de arriba” y “los de abajo”, y ahora hablamos de las unidades. Es una estructura totalmente consolidada, no solamente aquí, sino también fuera de Salamanca; todo el mundo nos conoce así, y nuestra actividad ha sobrepasado el ámbito de la provincia.
¿De qué logros se siente más orgulloso?
De la Unidad de Ortopedia Infantil, por ejemplo, que surgió como una unidad funcional y con posterioridad conseguimos su reconocimiento como unidad de referencia regional. Eso, que puede parecer un simple papel, supone que ahora recibimos a niños de Valladolid, de Palencia, de El Bierzo… Creo que es algo muy relevante para todos, no solamente para el hospital y, por supuesto, para los niños –que es lo más importante–, sino también para la ciudad, porque, de alguna manera, y modestamente, ponemos a Salamanca en el foco. De hecho, recibimos a residentes de otros lugares que vienen aquí a formarse en Ortopedia Infantil. Lo mismo podría decir con otras unidades.
“La lista de espera es lo que más me preocupa, lo que más inquietud me genera y más sueño me quita”
Como la de Ortogeriatría, que fue pionera…
Absolutamente. En esta unidad se ha hecho una labor extraordinaria. Fuimos pioneros al integrar en el propio servicio a los dos geriatras, dando lugar a un servicio de Geriatría que convive con el de Traumatología y que también integra a la Enfermería. Tenemos una planta de hospitalización –en el nuevo hospital es el bloque D– que recibe e ingresa a la mayor parte de estos pacientes. También por primera vez montamos en esta planta de hospitalización un mini gimnasio de rehabilitación para evitar el traslado de los pacientes, una idea que han copiado otros hospitales de la Comunidad. En el nuevo hospital, contamos con una zona más grande, donde todas las mañanas va un fisioterapeuta para que los pacientes, durante la misma hospitalización y sin tener que moverse del área, puedan recibir tratamiento fisioterápico. Con esto conseguimos que muchos pacientes mayores se pongan de pie o caminen antes del alta.
Hay trabajos que demuestran con datos los buenos resultados…
En el ámbito de la Ortogeriatría, somos un servicio muy fuerte, probablemente de los más potentes de España. Con respecto a la actividad en el área de la fractura de cadera, por ejemplo, yo creo que no hay ninguno que nos alcance en número de publicaciones científicas en revistas de impacto, y hemos hecho aportaciones importantes sobre el pronóstico, sobre los resultados, etc. Por otro lado, nuestras cifras de mortalidad intrahospitalaria son equiparables a las europeas, y estamos por debajo del estándar nacional. Y un dato que es muy relevante para mí es que la estructura del servicio que configuramos al inicio nos ha permitido ser capaces de intervenir quirúrgicamente, y de manera muy precoz, cerca del 30% de las fracturas de cadera. Este es un elemento reconocido por la OMS como de alta calidad asistencial, y somos de los pocos servicios que cumplimos este requisito en España. También conviene decir que esto de la Ortogeriatría no es un capricho nuestro, sino que da respuesta a una patología muy relevante, por el número de fracturas que atendemos, más de 550 al año.
¿Diría que la población también ha sabido ver el paso de gigante que ha supuesto este tipo de organización en la actividad de Traumatología y Cirugía Ortopédica? Porque a menudo se asocia el servicio a unas abultadas listas de espera…
Es lógico que los pacientes y la sociedad en general se preocupen por las listas de espera. Somos el servicio que atiende a más pacientes y el que más pacientes tiene en lista de espera. Hemos tenido y tenemos dificultades para poder dar una respuesta satisfactoria a este problema, y a mí, como jefe de servicio, probablemente es el tema que más me preocupa, el que más inquietud me genera y el que más sueño me quita. Y más ahora, porque con la lista de espera de consultas hicimos un gran esfuerzo y cambiamos radicalmente el panorama: en 2013, teníamos a pacientes que esperaban casi un año para una primera consulta; justamente antes de la covid-19, en febrero de 2019, bajamos la demora a menos de dos meses. Ahora hemos vuelto a aumentar un poco, aunque no hemos vuelto a las cifras tan malas de hace diez años. En el manejo de las listas de espera aún nos faltan muchas cosas por hacer, porque existe un desequilibrio entre la demanda y la capacidad que tenemos de resolverla. Es evidente que debemos mejorar la eficiencia, incrementando la actividad, que ahora mismo está en un nivel un poco bajo, porque el cambio no nos permite estar al 100%,. Y también tenemos que hacer un esfuerzo para ser un poco más rigurosos a la hora de hacer las indicaciones y establecer las prioridades. A veces mantenemos determinadas inercias y factores personales que introducen una cierta variabilidad que debería ser eliminada. Además, como responsable del servicio, creo que debo transmitir a la autoridad que es necesario establecer planes que nos permitan hacer cirugías extraordinarias.
Imagino que se refiere a las llamadas ‘peonadas’, una actividad sobre la que ya se ha mostrado partidario alguna vez, pero que suprimió hace años la Administración autonómica…
Efectivamente. Pero creo que en este problema influyen algunos factores que no deberían estar presentes. Existen muchos prejuicios y, en alguna medida, algunos de ellos están basados en la razón. Quizás hubo un momento en el que esas peonadas no se aprovecharon cómo se debería, pero eso no quiere decir que no se puedan hacer. Sin participar en ellas –nunca quise hacerlo para que eso no me condicionara ni se malinterpretara–, en alguna ocasión presenté un compromiso como responsable de servicio para que ese trabajo realizado fuera del horario habitual fuera eficiente desde un punto de vista asistencial. Pienso que antes o después se debe hacer una reflexión para ponerlo en marcha, porque si no lo único que haremos será mantener las listas de espera; por mucho que intentamos mejorar, matemáticamente no somos capaces. Además, la derivación de pacientes a hospitales de fuera es una alternativa que hay que medir mucho.
Lo cierto es que en aquel momento se insinuó la posibilidad de que las ‘peonadas’
hicieran que algunos profesionales no fueran totalmente eficientes en la jornada ordinaria con el afán de llevar las operaciones a la tarde y ganar un ‘sobresueldo’…
A eso me refería con lo de los prejuicios. Lo que hace falta aquí es algo que en el mundo anglosajón se llama el compromise, y que implica que yo, como responsable del servicio, me comprometo a que no baje la actividad ni la eficiencia en la jornada ordinaria. Lo que pasa es que se crean prejuicios y luego, además, en este tema influyen otros factores, como los que tienen que ver con las condiciones de otros colectivos profesionales.
¿De qué manera la pandemia trastocó la vida del servicio?
La trastocó totalmente. El cambio fue enorme. Como el servicio de Urgencias tenía tanta demanda asistencial, nosotros nos encargamos de la atención directa a los pacientes que llegaban, y que mayoritariamente eran urgencias traumatológicas. Se hacía un cribado de todos los pacientes y se estableció un doble circuito para tener un centro libre de covid-19: si eran negativos, ingresaban en el Virgen de la Vega, donde la actividad urgente se mantuvo igual; un segundo circuito era para todas aquellas personas que también venían a la urgencia, pero daban positivo. En este caso, las trasladábamos al Clínico, donde se habilitó el quirófano 5 para operar a estos pacientes. Prácticamente me ocupé yo de todas estas cirugías, junto con algún otro colega, y aquí me gustaría decir que nunca podré agradecer lo suficiente el trabajo de la Enfermería, que bajaba del Virgen de la Vega a ayudarnos con todo el cariño del mundo, y del servicio de Anestesia, que también se involucró en el manejo de estos pacientes, en hacer el postoperatorio en el mismo quirófano… Además, la pandemia hizo que perdiéramos el ritmo, que después del esfuerzo que habíamos hecho, sobre todo en el tema de la lista de espera para consultas, volviéramos un poco para atrás. Ha sido una experiencia que ojalá no hubiéramos vivido, pero también es verdad que puso a prueba al sistema sanitario, en este caso, al hospital, y la verdad es que, si uno mira los datos y los resultados, creo que debemos sentirnos satisfechos. También he de decir que los pacientes y los familiares han sido muy comprensivos en esa situación, mayoritariamente. Se dieron cuenta de la situación en la que estábamos y creo que desde su lado también nos ayudaron.
¿Cómo la ha vivido desde el punto de vista personal? ¿El sobreesfuerzo ha tenido algún coste para usted?
Bueno, yo soy un tipo con suerte. Mi familia es muy paciente conmigo. Como operaba a los pacientes con covid, me bajé a vivir al garaje de casa para no estar en contacto con mi familia. Pero al final el balance para mí ha sido más bien positivo, porque la respuesta de los miembros del servicio fue muy satisfactoria. No hubo ninguno que dijera que no o pusiera problemas, todo fueron facilidades. Ante eso, no puedo quejarme, más bien todo lo contrario. En el aspecto personal, yo consideré que cada uno debía hacer aquello que era necesario, y en aquel momento creí necesario proteger de alguna manera al servicio, por lo que pudiera venir, para que pudiera seguir la actividad. Así que, con la ayuda de algún colega, me encargué de las cirugías de esos pacientes; pero no por una cuestión de ego, sino porque considero que es algo que va en mi sueldo. En general, ha sido una experiencia enriquecedora, porque en estas situaciones se pone en claro cómo son las personas con las que trabajas habitualmente, y te das cuenta de que, en general, hay grandísimas personas –también hay alguna que no–, grandísimos trabajadores.
Está convencido de que ser “un chico de pueblo” ha influido en su forma de entender la medicina y de gestionar el servicio…
Yo diría que sí. Mi padre era médico rural. Mis primeros años viví en un pueblo en Navarra, en la sierra de Urbasa, y luego nos trasladamos a otro pueblo también muy pequeño de Zamora que se llama Vega de Tera, donde el pan venía cada 15 días, unas hogazas grandes que compraba mi madre. Tanto uno como otro me marcaron mucho. De chaval yo nunca conocí un supermercado, sino que llegaba un hombre con la furgoneta y vendía cosas, y conocí la calefacción y los radiadores cuando vine a estudiar a Salamanca. La mayor parte de la juventud la pasé en otro pueblo de León, Velleguina de Órbigo. Allí murió una de mis hermanas con 6 años, y de allí son los amigos de la infancia, que todavía conservo. Soy un chico de pueblo. El otro día recordaba que estudié los primeros años de la EGB en una escuela unitaria, en la que había una maestra para todos los cursos. Recuerdo que mientras iba organizando la clase a los diferentes cursos, a los demás nos ponía el mapa de España con los ríos para que fuéramos memorizándolos y tenernos entretenidos. Aquella maestra, que era maravillosa, fomentó en mí la memoria. Además, la vida en un pueblo te permite conocer muy bien a las personas, y creo que eso es lo que me ha permitido estar donde estoy. Aparte de la influencia familiar y todo lo demás, la vida en esos pueblos pequeños influye: estar todo el día en la calle, como yo he estado, comer con algún niño la remolacha que estaban cociendo para los cerdos, que era lo que merendábamos… Todavía recuerdo a mi padre levantándome de la cama para que se metiera en ella algún paciente.
¿En su cama?
Sí. Me acuerdo de una familia francesa que tuvo un accidente. Las dos niñas no tenían más que rasguños, pero para que descansaran por la conmoción del accidente, mi padre nos dijo: “Levantaos”. Y mientras él atendía a sus padres, una se metió en mi cama y otra, en la de mi hermano. Lo veíamos como algo bastante normal.
¿Siempre tuvo claro que quería seguir la estela de su padre y estudiar medicina?
YBueno, creo que eso lo tuve claro cuando era un poco más mayor. Leí un libro que se llama Corazones (Hearts: Of surgeons and transplants, miracles and disasters along the cardiac frontier), en el que un periodista que tiene a su hijo ingresado por un problema cardiaco cuenta la historia de dos cirujanos cardiovasculares muy famosos, DeBakey y Cooley. Aquello me llamó mucho la atención, y en parte fue entonces cuando me pareció que eso era mi mundo. Porque nunca quise ser médico rural.
¿De ahí también derivó la elección de la especialidad?
No, eso lo decidí el mismo día y en el mismo momento en que elegí la plaza MIR. Recuerdo que fue en la Casa de Campo, donde la elección era una fiesta, estábamos todos juntos, conocías a gente, aplaudías o abucheabas según lo que se eligiera… No como ahora, que lo han convertido en un acto telemático que es un horror. La elección la hice sobre la marcha, en aquel mismo momento.
¿Se ha arrepentido en algún momento?
En absoluto. Tampoco he pensado nunca en si hice bien o no. En eso soy bastante pragmático, si haces algo, hecho está.
¿Por qué dice que nunca quiso ser médico de pueblo?
No lo sé, pero es así. Solamente tuve una tentación. Cuando acabé la carrera, tenía que hacer la segunda parte del servicio militar. Había aprobado el MIR y tenía la plaza reservada aquí, pero hasta enero no me incorporaba, de tal forma que hubo unos meses en los que no tenía nada que hacer. Me fui a León, donde vivía mi padre, a hacer una sustitución de verano, y tuve la suerte de que me enviaran a un sitio donde al parecer no quería ir nadie, una zona muy bonita que se llama La Cabrera, Donde las Hurdes se llaman Cabrera. Pasé un verano muy feliz como médico rural. Era un sitio perdido, donde pasaba la noche en un saco de dormir, porque no había centro de salud, lo estaban construyendo. Tengo la sensación de haber sido feliz allí, con los pacientes, con la gente de aquellos pueblos: Odollo, Corporales, Truchas… Ahí sí que me gustó mucho lo de ser médico de pueblo y me planteé dejar la Traumatología y quedarme allí. Aunque a veces también pienso que fue porque acababa de terminar la carrera, y lo de pasar de ser un mindundi a ser “el médico del pueblo” quizás también favorecía las vanidades…
¿En qué medida ha cambiado la especialidad desde que inició su camino en la Traumatología y la Cirugía Ortopédica?
Es una percepción muy personal, pero creo que ahora tenemos una visión de la patología más amplia, más real. Cuando yo empecé, por ejemplo, pocos se podían plantear operar de la columna o de una prótesis de rodilla a pacientes con 84 o 85 años, y hoy es algo habitual. Y un tema que también peleamos mucho en su momento fue la cirugía de la enfermedad ósea tumoral, que ha cambiado totalmente el procedimiento oncológico y la supervivencia de los pacientes. Me acuerdo de mi propia madre, que tuvo una metástasis de un cáncer de mama; nuestra mentalidad sobre el manejo de aquellos pacientes ha cambiado, ahora somos muy intervencionistas, porque somos conscientes de que, en la medida de lo posible, debemos procurarles una mejor calidad de vida o ponerlos en una situación óptima para que continúen su tratamiento oncológico. Por otra parte, ha cambiado fundamentalmente la tecnología; los implantes que utilizamos ahora no tienen nada que ver con los que conocí cuando empecé la especialidad, ahora las artroplastias son muy duraderas, y también ha mejorado mucho el control médico. Creo que ha habido un pequeño cambio de mentalidad en los traumatólogos, en el sentido de que tenemos una visión más desprendida de nosotros mismos. Nos ponemos un poco más en la situación de los pacientes y no somos tan rígidos ni tan miedosos a la hora de ofrecer tratamientos quirúrgicos, porque las técnicas quirúrgicas y anestésicas son mucho más seguras, lo que permite hacer muchas más cosas.
¿Qué retos considera prioritarios para el servicio que dirige, teniendo en cuenta su traslado a unas instalaciones más amplias y modernas?
Nos queda muchísimo por hacer para consolidar lo que hemos realizado. Sobre todo, estandarizar muchos de nuestros procedimientos para disminuir la variabilidad dentro del propio servicio y mejorar el análisis de nuestros resultados con una medición automatizada. Las herramientas informáticas que espero tener nos pueden ayudar a lograrlo. Pienso que es algo fundamental, porque actualmente somos un servicio bastante transparente –o por lo menos lo intento–, y si la sociedad a la que sirves tiene un conocimiento real de lo que haces, es mucho más comprensiva, te ayuda más y se hace mucho más partícipe. La primera vez que me presenté a la jefatura partía de la cuestión de definir que esto es un servicio público, un concepto que tiene dos palabras: “servicio”, que significa servir, y “público”, que es “de todos”. Y en ese “es de todos”, la sociedad debe involucrarse, no solamente como un derecho, que lo tienen, sino también como un deber. El buen uso de un servicio público es fundamental. Por nuestra parte, esto debe partir de ser muy transparentes, y eso se consigue si estandarizas y presentas resultados. Por otro lado, aunque tenemos un área de investigación muy importante, pienso que debería expandirse a más miembros del servicio e incluir también a la Enfermería, que está dentro del grupo, pero probablemente deberíamos crear más oportunidades para ampliar su participación.
“Veo la Facultad de Medicina de Salamanca con preocupación, con una gran preocupación”
Con un volumen de actividad como la que tiene este servicio, ¿cómo se las apaña para equilibrar con éxito su dedicación a las tres facetas de la medicina: la asistencial, la docente y la investigadora?
Es mucho trabajo, pero si lo pongo en la balanza, a mí me produce mucha satisfacción. En un momento determinado de mi vida, opté entre ganar dinero en la medicina privada o hacer esto, que me gustaba más. A mi familia le pareció bien y yo estoy contento.
¿Con cuál de esas tres facetas se siente más satisfecho?
Con la asistencia. La docencia me gusta mucho, estar con los alumnos es para mí una cosa muy grata, e investigar también; cada vez que nos admiten un trabajo en una revista y sale publicado me llevo una gran alegría, pero no tiene comparación con la que me produce el contacto con los pacientes. Y, en segundo lugar, el contacto con los alumnos.
¿Cómo ve la Facultad de Medicina?
Pues la veo con preocupación, con una gran preocupación.
¿Por qué? ¿La ve languidecer?
Totalmente.
¿Y qué cree que se podría hacer para evitarlo?
A veces tengo la sensación de que la universidad se ha convertido más en una agencia de colocación que en un centro de conocimiento. Probablemente lo que haya que hacer es cambiar eso. Es lo que pienso.
Si tuviera que convencer a un MIR de que eligiera Traumatología, ¿cómo lo haría?
Lo intento todos los años en clase. Les doy la enhorabuena porque, después de cuatro o cinco años, llegan por fin a una asignatura como Dios manda (risas). Yo creo que sobre la Traumatología y la Cirugía Ortopédica hay mucho mito: son “los que ponen yesos”, “los más brutos del hospital”… Nada de eso es verdad. La Traumatología tiene una serie de ventajas sobre otras especialidades que son innegables: primera, abarcamos todo el espectro de edad, desde un recién nacido con la cadera laxa a los abuelos con la cadera rota; segunda, vemos todo tipo de patología, desde los traumatismos, con las fracturas y las luxaciones, hasta las enfermedades como tal; y la actividad quirúrgica es muy variada: prótesis, osteosíntesis por una fractura, una resección tumoral o una hernia discal. Hay muy pocas especialidades en las que el abanico de patologías abarque tanto, por lo que es muy raro que uno no encuentre su sitio.
¿Recuerda algún caso que le haya marcado especialmente?
Ha habido muchos, pero de uno me acuerdo a menudo. El de un trabajador del hospital con el que yo tenía muy buena relación de siempre, desayunaba algunas veces con él. Cayó enfermo y le operé de una metástasis vertebral. Tenía dos hijas pequeñas, como yo. Él ya era consciente de que tenía una enfermedad avanzada, y una de las veces en las que fui a verlo me dijo: “Juan, lo que más siento es no ver crecer a mis hijas”. Me acuerdo muchas veces de este amigo. Probablemente es uno de los casos que más me vienen a la cabeza cuando tengo que tomar alguna decisión y valorar qué es lo importante. Él me lo aclaró muy bien, lo importante es la familia.
La sensación de haber salvado una vida o de haber mejorado el bienestar de alguien debe ser insuperable…
Totalmente, pero aparte de eso, que tiene mucho de vanidad personal, hay pacientes que te tocan el corazón, lo hayas hecho mejor o peor. Me estoy acordando de otro chico que iba a Jerez con la moto y tuvo un accidente. Sufrió una paraplejia. Recuerdo estar llorando con él cuando se iba, trasladado a Toledo. No le salvé la vida, pero estar con él en aquellos días en que lo pasó tan mal también te toca. Realmente yo aprecio mucho el contacto con la gente.
¿Desmiente entonces ese tópico tan extendido de que para los médicos los pacientes son
‘números’?
Eso no es verdad, lo que pasa es que el volumen de actividad a veces condiciona, pero siempre hay un hueco para el corazón.
¿Algún referente en la profesión, alguien que le haya servido de guía?
Aquí me formé a las órdenes del Dr. León Vázquez y del Dr. Pajuelo. Y luego en Madrid también me formé con don Rafael Cruz Conde Delgado. De los tres aprendí mucho, también con un jefe de sección aquí, Don Alberto Íscar. Probablemente me han marcado mucho en lo que soy. Pero también aprendí mucho de Paquita Mercadal, que era la supervisora de Enfermería de la planta de Traumatología. Recuerdo que cuando llegué de residente mi jefe nos mandó con ella y me pasé la primera semana viendo –y haciéndolo– cómo se limpiaba a los pacientes en la cama y todas estas cosas. Tuve esa suerte. Siempre he aprendido mucho de la Enfermería sobre el manejo de los pacientes. Paquita Mercadal había estado en Bélgica y era una mujer con mucha experiencia, así que cuando pasabas visita, ella te iba explicando y tú, si no eras tonto ni querías perder el tiempo, escuchabas y aprendías mucho de lo que es la asistencia a los pacientes.
¿Y a usted cómo le gustaría ser recordado (dentro de muchos años)?
No lo sé, la verdad es que no he pensado en esto. Probablemente, por haber unido los dos servicios. Con eso me podría morir mañana, no sé si satisfecho, pero sí con la satisfacción del deber cumplido. Fue lo que se me encargó. Y también por llevar el servicio » Entrevista de Traumatología a un nivel de cierta relevancia en la Comunidad. Aun con sus defectos y sus problemas, creo que es así, le guste a quien le guste. Es algo constatable numéricamente. Y ahora tenemos entre manos un proyecto con el Ayuntamiento para prevenir las fracturas de cadera en la población. Se interrumpió por la pandemia, y eso sí que me gustaría hacerlo. Y me gustaría que me recordaran por ser un gran saxofonista (risas). La verdad es que, en cuanto a que me recuerden, no aspiro a mucho, si soy sincero.
Un libro. ‘Cien años de soledad’, de G. García Márquez.
Un disco. ‘Buena Vista Social Club’.
Una película. ‘El Padrino’, de Francis Ford Coppola.
Un plato. Me gustan mucho las mollejas.
Un defecto. La impaciencia, probablemente.
Una virtud. Quizás la constancia.
Una cualidad que valora en los demás. La honradez, la honestidad.
Un sueño. Tocar con Paquito D’Rivera.
Una religión. La católica.
Un chiste. Soy malísimo. El mejor chiste del mundo contado por mí te puede hacer llorar. Pero puedo contar una anécdota de músico muy divertida: Una
vez, don Antonio Romo nos pidió que fuéramos a tocar a una misa que celebra en una residencia de ancianos. Fui con el profesor Piñero, que toca un piano eléctrico que es como una caja. Nos dijo que cuando estuviéramos en la residencia preguntáramos dónde estaba la capilla y subiéramos. Al llegar, pulsamos el botón del ascensor y cuando la puerta se abrió, salió una señora que, al vernos con el piano, nos preguntó: “¿Quién ha muerto?”. Le contestamos: “No, señora, es un piano”. Y ella respondió: “Sí, eso dicen siempre”.
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