Por M. Puertas
Irrumpimos en este número en la tranquilidad de Joaquín Montero Gómez, un cirujano sobradamente conocido en Salamanca por su dilatada trayectoria profesional y docente. Tras un año prácticamente de total retiro, a causa de la enfermedad, don Joaquín ha accedido amablemente a una vuelta a la vida pública a través de estas páginas. En ellas no sólo da cuenta de algunas de las claves de su brillante carrera: familia, trabajo y amistad. También pone el dedo en la llaga al hablar de preocupaciones muy actuales del ámbito político, social y médico. La elegancia de su verbo sigue mereciendo mucho la pena.
La Traviesa, ¿por qué se llama así su casa?
Muy sencillo, aparecía con ese nombre en el Registro cuando compré el terreno hace 30 años. Me gustó y se lo puse.
¿Cómo se encuentra?
Pues muy fastidiado. Estoy en una fase, no digo terminal, porque soy muy optimista, pero tengo un cáncer de próstata ya hace cinco años y encima problemas cardíacos, también respiratorios, el invierno pasado estuve dos veces en la UVI, me he tenido que operar de cataratas… y no sigo, porque dice uno (ríe) concho ¿tiene usted algo sano? Pero soy optimista.
¿Cómo afronta la enfermedad alguien que ha curado tantas vidas?
Yo bien porque esta enfermedad me ha tocado vivirla desde joven. Mi padre era urólogo y me acostumbré a ver enfermos con cáncer de próstata desde los 18 años. Mi hermano ha sido urólogo y hemos trabajado siempre juntos. Lo he vivido muy de cerca, conozco el problema bien, y como hay que pensar que a la muerte no hay temerla, sino a los sufrimientos, pues lo llevo bastante bien.
¿Ser médico le ha ayudado a llevarla mejor?
No, yo creo que eso es cuestión de manera de ser. Hay médicos valientes, cobardicas, optimistas, pesimistas, llorones… de todo, como en todo. Ser médico quizás tenga una ventaja o un inconveniente, según se mire. La ventaja, sabes muy bien cómo va la evolución. Yo estoy en el cuarto, casi quinto, año de evolución y digo, pues bueno, no ha ido del todo mal. Por el lado pesimista piensas y dices qué mal me va a ir. Son reacciones posibles en todo el mundo.
De la enfermedad ¿se puede extraer alguna enseñanza?
Se extraen todas las enseñanzas, quizás hay una, importante, que es la fugacidad de la vida y la desaparición de todas las vanidades. Es cuando se da uno cuenta de las miserias humanas.
Pasando a su carrera, ¿siempre tuvo claro que quería ser médico?
Siempre. Mi padre era urólogo y desde muy pequeño fui muy aficionado a la mecánica, me gustaba desmontarlo todo. Quizás eso ya indicara que siempre quise ser médico y concretamente cirujano.
¿Por qué cirujano?
No lo sé, quizás porque desde muy joven empecé a ayudar a mi padre. Era un gran maestro y lo primero que me puso fue a fregar los cacharros, los cistoscopios, etc. Luego me empezó a meter en el quirófano y me fue gustando. Luego tuve la gran suerte, al acabar tercero, de sacar una plaza de alumno interno y pude elegir Cirugía, con el mejor cirujano que había en Salamanca y uno de los mejores que ha habido, muy desconocido por su manera de ser y su carácter, que fue el profesor Moraza. Me formé con él.
Esos inicios dieron paso a una extensa carrera.
Casi 60 años. Dejé el ejercicio cuando, como diría un torero, perdí la ilusión. Mi vida ha sido la cirugía en todos los órdenes. Afortunada o desgraciadamente, quizás lo haríamos peor, pero le ha tocado a uno todo loque es la cirugía, porque el cirujano entonces era general, de la cabeza a los pies.
¿Qué significaba para usted entrar en el quirófano?
Una satisfacción muy grande. Para mí las horas de quirófano no existían como horas. Algunos ayudantes se quejaban de que no me cansaba nunca.
Dicen que operaba “mucho y muy bien”, ¿es cierto?
Eso dicen, no soy el más adecuado para decirlo, pero creo que sí he sido un buen cirujano. Los demás pueden juzgarlo. Habré tenido errores como todo el mundo, pero en conjunto parto de la base de que en mi haber tengo encima unas 35.000 intervenciones.
Hacer cirugía cardíaca en 1964 en Ávila ¿es de valiente o atrevido?
O de insensatos, no lo sé. Lo que sé es que me hacía mucha ilusión. Por entonces, hacía mucha cirugía pulmonar y estaba viendo el corazón a todas horas. Se me iban los ojos de decir, “me cachis, pensar que va a ir ya operado de estenosis mitrales, por ejemplo”. Me lancé y me fui a París, estuve una temporada con Deuvost, luego en Madrid con los primeros que hicieron cardíaca como Castro Fariñas o García Conde. La operación que se hacía era bastante simple, buscar con el dedo el orificio de la válvula mitral, meterlo y romper las comisuras. Se dilataba y el enfermo mejoraba extraordinariamente. El tiempo demostró que se reestenosaba al cabo de 6 u 8 años. Luego la Cardíaca comenzó a evolucionar ya como especialidad concreta con técnicas muy especializadas.
Aunque tocó todos los palos, ¿en cuál se sentía más a gusto?
El más frecuente era el aparato digestivo. Suponía el 70 por ciento o más. Las hernias, apendicitis, úlceras de estómago, sobre todo éstas, se operaban muchas, ahora ya no se opera ninguna. Es curiosa la vida. ¡La de estómagos que habremos sacrificado!
Ahora, ¿la tecnología ha quitado protagonismo al cirujano?
Totalmente y le quitará más. Se hace casi todo por endoscopia.
¿Cuándo oye hablar de robots que operan se le pone la piel de gallina?
El robot estará siempre manejado por una persona. Podrá hacer algunas maniobras, pero siempre bajo el control directo y la mente de una persona. Es como se decía del ordenador, un cacharro capaz de resolver casi todas las preguntas, pero incapaz de plantearse una. Los imprevistos no puede resolverlos un robot.
¿Qué define a un buen cirujano?
Es muy difícil. Sauerbruch decía que hacían falta tres condiciones: vista de águila, corazón de león y manos de mujer. Para mí, hace falta fundamentalmente tranquilidad. El cirujano nunca puede perder los nervios, nunca. Debe mantener el control hasta el último minuto. Tiene que estar a lo que hace, a eso y nada más que a eso, ya se puede hundir el quirófano y el mundo.
Junto a su actividad quirúrgica, tuvo gran protagonismo docente, ¿qué le aportaba enseñar?
Mucho. Enseñar es aprender, siempre. Te obliga a estudiar a diario, a estar al día y prepararte. El que dice que va a clase acuerpo limpio y no prepara la lección, no está diciendo la verdad o si la dice, es un insensato. Hay que cambiar conceptos e ideas, porque la Medicina y la Cirugía son evolutivas. Ahora, en mi inactividad muchas veces pienso que no sería capaz de hacerla cirugía actual.
¿Cómo se logra hacer escuela sin ser catedrático?
Digamos que tuve buen ambiente ya desde joven, desde la primera oposición que hice, que fueron muchas. Fui opositando para conseguir puntos y una de las más cotizadas eran las de las Beneficencias Provinciales. Saqué las de Ávila, por la proximidad, siempre buscando no alejarme de la Universidad y fui haciendo escuela, porque me llevaba gente de aquí, muchachos con entusiasmo.
«Lo de no ser catedrático nunca ha sido una espina clavada. Aunque no lo conseguí, he logrado otras muchas cosas satisfactorias»
La de catedrático ¿es una espina clavada?
No lo ha sido nunca. Me hubiera gustado, pero me cogió el tren tarde. Aparte de la escasez de cátedras, estaba el tema de las escuelas. En Salamanca estábamos un poco desamparaditos y no teníamos valedores como estaban en aquella época los grandes gerifaltes de la Cirugía, como Lafuente Chaos, Vara López o Martín Lagos, los catedráticos de Madrid. Yo ya llevaba ocho o diez años de profesor adjunto, había estado encargado de la Cátedra muchas veces por vacante, etc. y perdí interés. La verdad es esa. Perdí interés, y a lo mejor es que ya no estaba capacitado. Luego me centré en ser cirujano y la verdad es que no he tenido esa espina clavada nunca. Me hubiera gustado, no lo conseguí, pero he logrado otras muchas cosas, muy satisfactorias.
¿Cómo se puede ser maestro, jefe y amigo a la vez, como dicen sus discípulos que lo fue usted?
Porque la convivencia es fundamental en la vida, en todo, y hay que procurar que sea amable, y más aún en un equipo quirúrgico, en el que hay que compaginar muchos temperamentos. Aunque yo he sido bastante templado, en general hay mucho cirujano irascible, porque el quirófano obliga a una tensión importante y se pierden los nervios, que es lo que no debe suceder nunca. Hice un grupo muy homogéneo, gente con la que he tenido y sigo teniendo muy buena relación. De muchos de ellos estoy enormemente orgulloso. Creo que mi mejor enseñanza ha sido el talante, la amistad, la comprensión, la falta de egoísmo, la generosidad… Esa convivencia es lo que daba lugar a núcleos de muy buena relación y de amistad seria con toda mi gente.
¿Qué sello tiene su escuela?
Amistad por encima de todo, porque para mí son amigos.
«Al Colegio ahora lo veo resucitado. Tuvo una temporada baja y ahora lo veo muy revivido»
¿Con qué tres palabras definiría su carrera?
Trabajo, trabajo y trabajo. Trabajar de la mañana a la noche, estudiar de la noche a la mañana. No hay ninguna fórmula mágica más que esa, y estar al día, claro.
¿Su mayor sinsabor?
Algunas de las deslealtades que he sufrido. Duelen mucho. Nunca he sido rencoroso, pero he tenido sensación dolorosa de personas con las que te has volcado, con las que has convivido, y que un buen día te das cuenta… ¿Bruto, tú también?, como decía Julio César. Afortunadamente tengo muchos amigos, pero siempre hay algún garbanzo negro.
¿Algún error de bulto?
Muchos, muchos. El que diga que no ha cometido errores, no ha trabajado. Y en la vida, ¿algún error de bulto? No soy consciente de haber cometido grandes errores. Creo que he sido un hombre muy normal, no he tenido ni excesivas ambiciones ni demasiado pocas. Una vida muy normal, creo yo. ¿Error de bulto? Pues no lo sé, quizás la inconsciencia juvenil de la velocidad porque siempre he tenido mucha afición a los coches.
Otra de sus etapas fue al frente del Colegio de Médicos (1970-1976), ¿fue presidente por qué le preocupaba la profesión?
Porque me empujaron, las cosas claras. A mí ni se me había ocurrido, y de repente los amigos empezaron a moverse porque eran las primeras elecciones democráticas que había en el Colegio. Nos presentamos Pepe Población, ginecólogo muy prestigioso, y yo. Gané y me hice cargo del Colegio, que entonces tenía una sede penosa y una penuria económica enorme.
¿Cómo logró cambiarlo?
Tenía buena relación con el presidente del Consejo General de Colegios de Médicos, que era Lafuente Chaos, catedrático de Cirugía de Madrid. Era amigo mío, aunque luego fuimos menos amigos. Era muy influyente y manejaba Previsión Sanitaria Nacional. Nos hizo un préstamo, me lancé y compré lo que es ahora el Colegio. Hicimos un Colegio digno, ya pequeño, la verdad. Medio mucha satisfacción, porque fue un acontecimiento entre los médicos.
¿Cómo ve ahora al Colegio?
Resucitado. Esa es la palabra, porque tuvo una temporada baja y ahora lo veo muy revivido. Creo que Manolo ha hecho una buena labor, ha despertado un poco el espíritu de la gente. Ha integrado gente con entusiasmo que es la clave de estas cosas, porque no es ningún plato de gusto pasarse horas y horas allí, trabajar, hablar y resolver problemas.
¿Cómo valora su última etapa al frente del Hospital de la Santísima Trinidad?
Tenía claro que había que cambiar el hospital. No podía seguir así. Lo he modificado del todo y me siento bastante satisfecho y orgulloso de cómo ha quedado. Es un hospital moderno, dotado con todo. Me enorgullezco de ello, porque me ha llevado muchas horas, muchos disgustos, muchos problemas… Nos hemos gastado ahí tres mil millones de pesetas, que no teníamos y que hemos tenido que conseguir con créditos, cesiones de terrenos, temas de edificabilidad, moviéndome incluso en ambientes que no me gustaban, porque eran políticos y los políticos siempre te engañan.
¿Sigue siendo el presidente del Patronato?
Sí, porque no me quieren aceptar la dimisión. Me vienen a contar cosas, las escucho, pero no estoy en el día a día, porque aunque quisiera no puedo, tengo demasiadas cosas encima, de otro tipo, muy serias.
¿Qué futuro le ve a este hospital?
Mientras la Seguridad Social no cubra la totalidad, tiene futuro.
¿Qué le parece la situación actual de la Medicina?
La española está a la altura de cualquiera de cualquier parte del mundo. En cuanto a la Cirugía, incluso mejores cirujanos que los anglosajones, aunque estos tengan más medios. La Cirugía lo que se ha hecho es carísima.
¿Y a la medicina salmantina cómo la ve?
Estoy poco al tanto. Llevo un año sin salir de aquí, pero creo es buena.
¿Alguna objeción a la Medicina de hoy?
Algo con lo que nunca he estado muy de acuerdo. Lo de los MIR fue un salto de gigante, pero siempre le encontré un pero, y es la falta de elección por parte del individuo. Salvo media docena o una docena de privilegiados, el resto ni pueden elegir especialidad, ni sitio ni maestro, que para mí son lastres condiciones fundamentales. En mi época no se cobraba nada, pasabas años de hambre y no hacías más que trabajar, pero tenías la ventaja de haber elegido maestro, sitio y ante todo la especialidad. Ahora haces el examen MIR y el que quería ser cirujano en Sigüenza acaba de radiólogo en Guadalajara.
¿Ya no hay esa vocación de antes?
La gente se resigna o incluso, que es otra parte, se busca el sueldo, porque todos son iguales, aunque creo que esto es injusto, porque no es lo mismo ser cirujano que electroencefalografista. Para mí la clave está en la vocación, pero claro es una clave de cabeza de mi época, y a lo mejor ahora ya no se lleva eso de la vocación, puede ser. El vocacional de cualquier cosa lo hará siempre bien, eso es indiscutible. La vocación marca el resultado.
¿Se le quedó pequeña Salamanca alguna vez?
No, yo he sido muy salmantino. He tenido propuestas, pero nunca me fui. He tenido muchísimo trabajo en Salamanca.
En el plano personal, la vida, al igual que la cirugía, puede estar llena de complicaciones. ¿Ha recibido muchas zancadillas?
Alguna que otra, pero no son malas las zancadillas. Es mala la deslealtad. Como en el fútbol, que te la ponga el del otro equipo, digamos que es normal, lo que es malo es que te la ponga uno de tu propio equipo. Zancadillas las ha habido, sí, pero no le he dado mucha importancia.
¿Qué echa más de menos, ir a una corrida de toros o conducir su Jaguar?
Si soy sincero, conducir el Jaguar, porque de los toros ya me he cortado la coleta … estaba cansado, sobre todo de una cosa, y es que me estropeaban las ferias. Tras 50 años como jefe de la enfermería de la Plaza lo dejé, porque ni me entretenía ni me compensaba. Además lo de los toreros tiene connotaciones muy complicadas. Entre otras, son gente muy indisciplinada. Hay cosas inconcebibles como que se pongan delante de un toro y corran delante de una jeringuilla. En cambio lo de conducir el Jaguar, los coches en general, siempre me ha gustado, porque yo he sido de velocidad… ahora ya no.
¿Cuándo dejó de pisarle?
Cuando compré el último coche, un Jaguar especial de 12 cilindros y 450 caballos. Iba a Barcelona y en la autopista dije voy a ver qué da de sí, pero me rajé, porque a los 240 ya tenía una visión en túnel… Desde entonces no he vuelto a correr. No tengo prisa para nada.
Como buen lector, ¿el último libro que ha leído?
Cortafuegos, de Henning Mankell, pero delante de ése Cabo Trafalgar, El amante albanés, y también La sombra del viento una novela magnífica que le recomiendo a cualquiera porque es muy entretenida. Leer es mi máximo entretenimiento. He sido un lector casi patológico incluso de periódicos, y no digamos libros de historia.
“…la mayor revolución que ha habido en el siglo XX ha sido la “rebelión” de la mujer”
¿Ve mucho la tele?
Poquísimo para estar quieto como estoy. La mayoría de los programas no me divierten y mi defensa es la lectura.
De los políticos ¿qué opina?
Silencio absoluto. Muy triste, la política española. Los acontecimientos que estamos viviendo ahora, a las personas de mi edad nos dan una tristeza espantosa. Estábamos en un país que había ido progresando y que si empieza con las trifulcas, los ciscos, vuelve a la Edad Media, a los bandos…no me gustaría. Si somos sensatos, habría que cortar esas tonterías de nacionalidades, naciones, ¿pero no vamos a un mundo global? ¿no es una Unión Europea? Los políticos… si su objetivo es que la gente viva bien, que se dejen de esas frivolidades.
De derechas, izquierdas o centro.
Nunca he tenido inclinaciones, podría votar lo mismo a unos que a otros, porque realmente las diferencias son tan pequeñas hoy día. Quizás, por mi edad, tengo que ser ligeramente conservador, pero pegarme con alguien por ser de derechas o de izquierdas… a mí dejarme en paz. Eso que dicen el centro, pues bueno, seré el centro.
Las últimas reformas, ¿cómo las ve?
Me molestan las agresiones a determinadas cosas, lo de los homosexuales, por ejemplo. Me parece muy bien que cada uno sea dueño de hacer lo que quiera con su vida, pero que no lo llamen matrimonio, que no lo es. Matrimonio viene de madre, que digan contrato civil o contrato entre dos hombres, entre dos mujeres, entre lo que quieran. Estas veleidades progresistas no me gustan, pero son mis ideas y no trato de transmitírselas a nadie. Estoy muy decepcionado con los políticos, con todos… los socialistas tuvieron su época mala cuando aquello, la última época de Aznar fue excesivamente pretenciosa, etc.
¿Le tentó alguna vez la política?
Me tentaron, pero nunca me tentó a mí. Quisieron meterme porque tenía relación con Adolfo Suárez. Había coincidido con él en Ávila y teníamos cierta relación. Los que lo sabían, quisieron aprovecharlo cuando la UCD, pero dije, no, no, zapatero a tus zapatos que a mí ahí no se me ha perdido nada. Siempre me he mantenido al margen, procuro llevarme bien, con unos y otros.
Nace en Salamanca el 13 de diciembre de 1925 en la casa que sus padres, Juan Montero, urólogo de profesión, y María Gómez, de origen mejicano, tenían en el 1 de la calle Corrales, esquina con La Rúa. Es el cuarto de seis hermanos. Su primer colegio fue el de las Siervas de San José. Acaba párvulos e ingresa en la Escuela Normal de Maestros. De ella, no ha olvidado “los magníficos maestros que tenía”. En 1935, a causa de un cambio de domicilio que situó a la familia en el 22 de Pozo Amarillo, los cuatro hermanos comenzaron a ir a los Salesianos, donde estaría hasta el 43 que concluye Bachillerato. Ese mismo año empieza Medicina, un primer curso duro por una reforma que fundía en un año preparatorio y primero de carrera, y por la llegada de un catedrático que hizo “una escabechina espantosa. Empezamos 118 y en segundo ya éramos 34”, recuerda. Como buen estudiante, en tercero logra una plaza de alumno interno que le permitía trabajar a la vez que estudiaba. Moraza fue su maestro. Se ríe al recordar que lo primero que hizo en quirófano fue sujetar el Ombredanne para anestesiar enfermos.
En el 49 acaba la carrera con premio extraordinario. Hace el Doctorado. Después, la tesis sobre cirugía de la estenosis mitral. Por entonces ya había logrado una plaza médico de guardia en el Provincial. En el 54 lee la tesis en Madrid, en el 55 se casa con Julia Gutiérrez. Iban a llegar las primeras penurias por la falta de ingresos, pero lejos de arrugarse continúa ascendiendo a golpe de oposición. En 1959 logra una plaza de Beneficencias Provinciales en Ávila, por aquello de no perder nunca de vista su Universidad y su principal meta docente: ser catedrático. Esos años, hasta 1964, transcurren entre Ávila y Salamanca. Del 64 al 69 trabaja en Zamora. Ese año pide la excedencia y se queda definitivamente en Salamanca, primero en el Provincial, luego en el Clínico como Jefe de Servicio. En medio hay dos intentos fallidos por hacerse con una Cátedra.
En el 88 se jubila anticipadamente para dedicarse a su clientela particular hasta mediados de los noventa. Es tajante al afirmar que “he vivido de la consulta privada, y no he tenido compañía de seguros nunca, lo tenía a gala, lo de decir, no, no, a mí me eligen los enfermos, no me los traen”. A partir del 88 también impulsa la gran reforma de la Santísima Trinidad como presidente del Patronato. Entre 1970 y 1976 preside el Colegio de Médicos y desde 1987 está al frente de la Real Academia de Medicina cuatro mandatos. Su gestión le valió la distinción de presidente de honor que ostenta.
¿Su religión?
Católico, convencido totalmente.
¿Practicante?
Frivolón… ¿practicante? Sí, pero la beata es mi mujer, como yo le digo, ella tiene ya dosis para los dos.
¿La familia es…?
La clave de todo. Soy enormemente familiar, incluso me lo han criticado como defecto, hasta el punto de que algunos amigos decían que éramos la familia piñonate, como esos dulces de piñones… pues sí, éramos seis hermanos y siempre hemos tenido una relación fantástica. Es una de las cosas que más tengo que agradecer a mis padres, que nos inculcaron una idea familiar, un valor de la familia, por encima de otras muchas cosas. No tengo hijos, pero los que se aprovechan son los sobrinos. Si por algo hay que luchar es por la familia. Es la clave y el pilar fundamental de la sociedad. La pérdida de la familia, puede ser el hundimiento de la sociedad, sin duda.
¿Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer?
No por manida deja de ser una verdad auténtica. Si no hay detrás una mujer, la mayoría de los hombres no triunfan y lo está demostrando el hecho de que la mayor revolución que ha habido en el siglo XX ha sido la rebelión de la mujer, llamémoslo así. Su incorporación al mundo laboral, a la colaboración…eso demuestra su gran capacitación y que aunque durante siglos haya estado en la sombra, en el fondo no era más que la inductora, la que empujaba, la que resolvía los problemas. Siempre hay una gran mujer.
¿En su caso?
Antes hemos hablado de mi familia global, pero mi familia real y absoluta no es más que una, que es mi mujer, porque somos los dos, no tenemos hijos, y llevamos la friolera de 49 años casados. Creo que la pervivencia del matrimonio no está basada más que en un hecho que son las concesiones mutuas, la comprensión de las equivocaciones de cada uno. Eso permite el reajuste, el encaje, porque a lo largo de los años hay muchas diferencias y problemas, que no se pueden resolver por el camino del medio como actualmente, pues yo me voy y tú te vas, no, no, no es eso.
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