Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
¿Sabía usted que ‘hematíe’ es la única palabra terminada en –íe que aparece recogida en el Diccionario de la RAE?
Extraño, ¿verdad? Y más extraño aún es que esa palabra no exista en inglés ni cuadre tampoco con el sistema de nominación que usamos para los elementos formes de la sangre, con una doble tríada culta por un lado (leucocitos, eritrocitos y trombocitos) y coloquial por otro (glóbulos blancos, glóbulos rojos y plaquetas). No cuadra, cierto, pero el caso es que los médicos de habla hispana disponemos de un tercer sinónimo muy utilizado para referirnos a los eritrocitos o glóbulos rojos: hematíe. ¿Nunca se han preguntado de dónde nos vino la palabra hematíe?
Pues nos vino del francés hématie y entró en nuestro lenguaje especializado hacia mediados del siglo XIX. Queda así esclarecido el misterio, porque en español no hay ninguna otra palabra terminada en –íe, pero en francés se cuentan por centenares las terminadas en –ie: analogie, armonie, compagnie, encyclopédie, énergie, eucharistie, géographie, ironie, mélancolie, mélodie, monarchie, orgie, périphérie, philosophie, physionomie, poésie, symétrie, théorie; también en el lenguaje médico, por supuesto: allergie, anatomie, angioplastie, apoplexie, asthénie, cardiologie, cirurgie, dysenterie, épidemie, étiologie, hémianopsie, hémorragie, histologie, immunologie, ischémie, manie, mastectomie, myalgie, myopie, néoplasie, orthopédie, pédiatrie, physiologie, polyploïdie, presbitie, radiographie, rétinopathie, schizophrénie, synergie, tachycardie, tétraplégie, thérapie, urétérostomie y tantísimas otras.
Misterio esclarecido, sí, pero que da pie a otro aún más llamativo. Porque, si uno se fija bien, verá que todas las palabras francesas del párrafo anterior tienen género femenino y en su paso al español cambian su terminación a –ia o –ía. ¿Cómo puede ser que ‘hematíe’ pasara al español como masculino y sin cambio de la terminación? Parece probable que el compatriota nuestro que primero usara la palabra en español —ya fuera médico, traductor o ambas cosas a un mismo tiempo—, allá por el siglo XIX, fuese poco ducho en filología comparada. Ello, unido al hecho de que el francés no distingue género gramatical en el artículo determinado plural (les hématies) ni tampoco en el singular apostrofado ante vocal o h muda (l’hématie), posiblemente indujo a su uso inicial erróneo con género masculino, quizás por analogía con sus sinónimos ‘eritrocito’ y ‘glóbulo rojo’, masculinos ambos. Con unas mínimas nociones de neología, lo lógico hubiese sido acuñar en español un sustantivo femenino como ‘hematía’ (en adaptación directa desde el francés) o ‘hemacia’ (a través del latín). Así lo han hecho otros vecinos latinos, pues el hematíe se llama hemácia en portugués y emazia en italiano. Deberíamos haber formado hemacia, sí, pero el caso es que hoy todos decimos ‘hematíe’; y difícil arreglo tiene ya la cosa, me parece, siglo y medio después del desaguisado.
¿Sabía usted que, en español, la palabra ‘empeine’ tiene tres significados médicos bien distintos y no solo se usa para el empeine del pie?
Nunca olvidaré mi sorpresa cuando, siendo residente, una paciente en urgencias me dijo, señalándose el monte de Venus, que tenía ladillas en el empeine. Al día siguiente, en mi casa, consulté el diccionario y comprobé —en espléndida cura de humildad— que una campesina semianalfabeta conocía mi propia lengua especializada mucho mejor que yo. Si abrimos el Diccionario de la Real Academia Española, encontraremos que la primera acepción que da para ‘empeine’ es «parte inferior del vientre, entre las ingles», directamente derivado del latín pectinis (pelo del pubis).
En su segunda acepción, significa «parte superior del pie, que está entre la caña de la pierna y el principio de los dedos», pero todavía puede tener un tercer significado, en dermatología, por deformación popular del latín impedigo, impedíginis, para lo que en el registro especializado conocemos como ‘impétigo’.
Como muchos otros médicos judíos alemanes, es seguro que el ginecólogo Ernst Gräfenberg (1881-1957), jefe del Servicio de Ginecología en el Hospital Municipal de Berlín-Britz, debió de asistir con preocupación, el 30 de enero de 1933, al nombramiento oficial de Adolf Hitler, líder del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, como canciller de la República Alemana. Y el tiempo habría de darle rápidamente motivos para confirmar su preocupación: ese mismo año 1933 es destituido y expulsado del hospital, y en los años siguientes es objeto de diversos arrestos, multas, prohibición del ejercicio privado e incluso retirada del título oficial de médico, hasta que en 1940 consigue por fin abandonar su país y emigrar a los Estados Unidos. En su nueva patria, prosigue sus investigaciones sobre el aparato genital femenino y descubre una zona erógena en la pared anterior de la vagina, en torno a la uretra, que relaciona con el orgasmo y la eyaculación femeninos en un artículo1.
Muchos años después de su muerte, en 1981, en plena efervescencia de la sexualidad femenina, el grupo estadounidense de los sexólogos John D. Perry y Beverly Whipple publica un influyente artículo2 sobre la eyaculación femenina en el que acuñan para esa zona erógena vaginal, supuestamente desencadenante del orgasmo femenino, el término Gräfenberg spot, rápidamente abreviado, como es habitual en el mundo anglosajón, a G-spot. Siguiendo su estela, también en español hemos abreviado el punto de Gräfenberg a punto G, que en los últimos decenios ha alcanzado carácter casi mítico en el ámbito de la sexología popular.
En pleno siglo XXI, la controversia continúa y los especialistas siguen sin ponerse de acuerdo sobre la existencia, la localización y la función del punto G. Para unos, existen realmente pruebas fisiológicas de tal punto G y su implicación en el orgasmo femenino, mientras que para otros se trata tan solo de una fantasía o mito sexual más, cuando no de un sacaperras comercial que adopta la forma de las más diversas técnicas afrodisíacas, desde los vibradores estimulantes del punto G hasta la cirugía plástica vaginal de amplificación del punto G.
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