Hacer el amor / Erich Fromm / Desde mi terraza / Miguel Ferrer

Por Julio PÉREZ RODRÍGUEZ
Ginecólogo jubilado

Hacer el amor

Me indigné cuando una joven me confesó: anoche estuvimos haciendo el “amor” mi pareja y yo, no sólo por su desfachatez, sino también, por “HACER EL AMOR”. ¿Sabrán lo que es el “AMOR”? Siempre recuerdo las palabras de San Pablo a los Corintios sobre el Amor y amar.

El “hacer el amor” lo utilizan como sinónimo de cohabitar, fornicar, joder…

Me molesta, y así ha sido siempre, que se emplee tan banalmente la palabra AMOR.

AMOR es otra cosa, el Amor se hace todos y cada uno de los días “dándonos” a la persona objeto de nuestro Amor, pero sin recibir nada a cambio, por el simple placer de entregarnos a ella, sin condiciones. No puedo por menos que remitirme a San Pablo que, en su 1ª epístola a los Corintios, 13, no puede decir palabras más bellas y hermosa sobre el AMOR (así, con mayúsculas): el amor es paciente, es servicial, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engría, es decorosa, no busca su interés, se alegra con la verdad, todo lo escusa, todo lo cree…

Lo que quería decir aquella chica era que había fornicado, follado, jodido, chingado, yacido, o, de una forma más vulgar : chivado, o más a lo animal, se había apareado.

El apareamiento, en los animales, entre los que se incluye el hombre, no tiene fines de gozar, sí de perpetuar la especie, que es el fin último del mismo. Estos se aparean cuando lo permite la hembra, pues está preparada para la reproducción. En ello intervienen las feromonas que emite la hembra, no así en la especie humana en la que la mente y sus complejos mecanismos invitan a la relación carnal, y no como en los animales, la necesidad del mantenimiento de la especie.

Recuerdo en este momento una escena, que presencié, con uso de esta última palabra. Nos encontrábamos en el patio neoclásico de Anaya, cuando también estaba allí ubicada la Facultad de Ciencias.

Esperábamos a salida del aula donde, cierto profesor, calificado de “hueso”, estaba examinando. En aquel momento salía del examen mi amigo Fernando y comentó: “Me ha JODIDO”; una señorita añadió: A MI TAMBIÉN, y ruborizándose hasta el cuello, al momento añadió: “no a mi No”. Sin remitirnos a las precisiones gramaticales de Cela, en cuanto a la terminación de la palabra en ADO o en ENDO, que marcan una sensible diferencia.

Pero la parte peor de todo ello es que, por un rato o una noche de placer, se puede engendrar un nuevo ser (fin del apareamiento) indeseado. Este nuevo Ser (que ya tiene existencia propia), al amparo de la ley vigente, puede ser “destruido” CONDENADO A MUERTE, ¿Qué delito ha cometido? ¿Qué legislación se aplica? Los asesinos, los etarras u otros delincuentes similares, son juzgados y condenados a años de reclusión (en España está abolida la pena de muerte), pero que, al cabo de algunos, son puestos en libertad o, al menos, siguen viviendo.

Como consecuencia de la falta de información veraz, científica y, sobre todo, comprensible para los y las jóvenes que en sus ímpetus puberales no reparan en sus consecuencias; a este respecto habría que insistir en los procedimientos más a su alcance, la continencia periódica (de difícil realización) y, sobre todo, los métodos de barrera: el preservativo y el diafragma vaginal. En este caso, dando mayor importancia al primero por su fácil realización y por el añadido de su prevención de las ETS, principalmente por el posible contagio del y Sida, el Herpes genital, la Sífilis etc. Enfermedades que pueden marcar, para siempre una vida.

Si se produjera el embarazo nos queda el recurso de aconsejar la posible adopción por algunas de las innumerables familias que, después de costosos trámites, viajes a distintos países, consiguen adjudicaciones de niños/as. Cuando, con las debidas garantías económicas, legales, psicológicas, etc. Y modificando la compleja ley de adopciones española, fuera posible realizarlo sin buscar en otros sitios.


Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina

Patología de la normalidad
de Erich Fromm

Explicar el éxito es siempre fascinante y a veces, complicado. Atribuyo el de Erich Fromm a su optimismo y a su habilidad para sintetizar en formaciones muy dispares, desde la manera de sentir de una persona hasta suprimir la causa del dolor mediante aniquilación del deseo. Se une a esto un innegable talento para seleccionar temas de interés permanente, a los que daba un diagnóstico y tratamiento teórico práctico. Jugaba, pues, a todos los palos, lo que es receta infalible para ganar.

El libro que comentamos es el quinto volumen de sus obras póstumas, donde incluye unas lecciones sobre “patología de la normalidad” en el hombre actual. Estos escritos están unificados por la idea fundamental de un tipo especial de salud. Fromm elabora un cierto platonismo de salud. Sócrates sostuvo que casi siempre obramos mal por ignorancia. Según Fromm es la enfermedad la que provoca nuestra mala conducta. Dicho esto así, parece una simpleza o una arbitrariedad, pero el autor elabora con cuidado su teoría.

Distingue el autor dos nociones de salud. Una está determinada por la cultura: sano es el que sirve a los fines de la sociedad, o se acomoda a lo que satisface a la mayoría. Las sociedades pueden estar enfermas, por lo que se puede hablar de “patología de la normalidad”. Una sociedad enferma consideraría enfermo, precisamente al sano.

En esta idea está condensado todo su sistema: hay una naturaleza humana que nos proporciona criterios intrínsecos para distinguir la salud de la enfermedad. Cuando el hombre está sano, obra bien. Cuando no lo está, o su impulso hacia la salud es obstaculizado, aparece la destructividad, que es “la vida no vivida”. El sujeto, sus sentimientos, creencias y deseos son la única realidad. El enclaustramiento en el YO produce dos consecuencias patológicas: deforma la realidad e impide el sentimiento amoroso (El narcisista sólo se interesa por él mismo).

La salud consiste también en superar la enajenación. Esta es una enfermedad propia de nuestra cultura, de nuestro ego, que ensalzan “el tener”. Entregados al vértigo de la compraventa, el ser humano desconfía de su valor personal y cree recibir su dignidad de las cosas. Tanto tienes tanto vales es el resumen de su concepción del mundo.

El hombre es un ser activo y se equivoca quien le atribuye una pereza innata. El odio, el resentimiento, la indiferencia, la anestesia sentimental, el aburrimiento, la falta de esperanza, son fracaso de la naturaleza humana.

La teoría de Fromm, tiene -a nuestro entender- algunos puntos débiles. Concede a la idea de salud, más fuerza de la que realmente posee, aunque su argumento es muy hábil. Pretende fundar la ética en el conocimiento científico. Pero, según nuestro alcance, sólo hay dos nociones científicas que incluyan no sólo hechos sino valores. Una es la salud, otra la inteligencia. Ser inteligente o estar sano no son simples datos, sino evaluaciones. Por esta razón ambas realidades pueden prescribir comportamientos. Fromm elige la salud como fundamento ético. Nos parece que Fromm no pasa de hacer una higiene mental.

Aún así resulta interesante que plantee de nuevo la validez del concepto de naturaleza; que llame nuestra atención sobre las enfermedades sociales y que trate con seriedad, rigor y buen estilo los temas del amor, de la creación, de la alegría y de la vida.


Por Mª Dolores PÉREZ LUCAS
Escritora

Desde mi terraza

Vivir en Salamanca es un privilegio y si, además, se dispone de un rincón excepcional como este en el que yo tengo la suerte de vivir, el privilegio es doble.

Plinio el Joven (cito de memoria) dijo: “Este mar mediterráneo fue puesto ahí para que yo pudiera verlo desde mi ventana”.

Sería grave petulancia por mi parte decir que ese “bosque de piedras” unamuniano fue levantado para que yo pudiera contemplarlo desde mi terraza. Pero lo que sí es cierto es que está ahí y que yo puedo contemplarlo desde mi terraza al igual que el escritor romano (61-113d.C), sobrino de Plinio el Viejo que murió en la erupción del Vesubio, se extasiaba ante el Mare Nostrum.

Desde mi particular observatorio, situado en la plaza de los Basilios, mis ojos se llenan, día tras día, de la belleza que les brinda el conjunto monumental, yo diría que apabullante, que ante ellos se abre, formado por el ábside de San Esteban con agujas cresteadas, ventanas partidas en cruz, escudos barrocos; el convento de las Dueñas, de plateresca fachada; la impresionante fábrica de la Catedral Nueva con su cúpula y sus góticas agujas; el campanil de la Universidad; Anaya; la cúpula de San Sebastián; la Clerecía que luce en todo su esplendor desde las barrocas torres y la cúpula hasta esa serie de ventanas que forman una encristalada galería. Y más cercana a mi terraza una casa, que sin alcanzar la categoría de monumento, conserva parte de su antigua prestancia. Allí estuvo en otros tiempos el Colegio Mayor de Santa Catalina. Hoy, convertida en vivienda particular, sólo queda del antiguo edificio la puerta de entrada, rematada por un frontón roto y un escudo en el que aparece la rueda de Santa Catalina y las iniciales del fundador del Colegio: Alonso Rodríguez, rodeadas de estrellas y con la cabeza de un ángel en su parte alta.

A mediodía los rayos del sol doran las piedras de los monumentos, arrancándoles rojizos resplandores.

Al atardecer semejan las torres, con palabras de Unamuno, “gigantescas columnas de mieses”.

De noche, la luz de los reflectores, les presta un fantasmagórico encanto, mientras la luna, asomándose tras las torres catedralicias, baña las cúpulas de una brillante pátina.

El conjunto es de una gran belleza plástica.

Desgraciadamente nada queda del Monasterio de los Basilios, quede no haber sido derribado, hoy podría contemplar desde mi balcón.

¿Quiénes eran estos Basilios que dieron nombre, primero a una calle que desembocaba en la de Francisco Montejo y más tarde a la actual Plaza?

Según los historiadores, allá por 1621 vinieron a Salamanca unos monjes de la orden fundada por San Basilio “el Magno”, nacido en Asia Menor en el siglo IV, doctor de la Iglesia griega que escribió varias obras y que a los 33 años fue nombrado arzobispo de Cesárea. Los Basilios, a su llegada a Salamanca se establecieron en el antiguo Hospital de Nuestra Señora del Rosario, fundado en 1327, que había sido suprimido en 1581 junto con otros Hospitales, ya que en Salamanca existían en aquella época más de 20.

El Obispo Tavira fue el encargado de reducirlos, dejando sólo uno: El Hospital de la Santísima Trinidad que se hallaba donde actualmente está el Colegio de las Siervas de San José.

Derribado el antiguo Hospital de Nuestra Señora del Rosario, los Basilios construyeron en el mismo sitio un monasterio de estilo grecorromano. En él permanecieron hasta la exclaustración general. El edificio fue demolido algunos años después.

A veces me gusta imaginar cómo sería este entorno en el que vivo antes de que la piqueta, movida por un afán modernizador, entrase asaco en él. Comprendo que la mayoría de las antiguas edificaciones eran casucas que no merecían conservarse. Todavía yo he conocido algunas, con un corralillo de entrada que daba acceso a una mísera vivienda sin la más mínima comodidad. Pero así mismo recuerdo una casona de piedra, de aspecto señorial que fue inmolada en aras de la Gran Vía, y que bien podía haberse tratado de salvar, debidamente restaurada. ¿No hubo quien, también, quiso suprimir el puentecillo de santo Domingo para facilitar la circulación rodada por la recién abierta Gran Vía? Gracias a que a última hora la sensatez se impuso y no se consumó semejante atentado artístico.

Por otro lado me gusta imaginar los personajes que por aquí pasaron: Cristóbal Colón camino de San Esteban a presentar a los teólogos su revolucionaria teoría sobre un nuevo mundo. Fray Diego de Deza, Francisco Vitoria y Domingo de Soto, de quien se decía “Quien sabe a Soto lo sabe todo”. Santa Teresa de Jesús a confesarse con un padre Dominico, (el lugar donde estuvo el confesonario puede verse en un muro del claustro). La Negrita, que en el siglo XVII vino desde su tierra natal, la Mina Baixa de Oro en Guinea, para tomar el hábito en el convento de las Dueñas. ¿Y por qué no?, la Marquesa de Almarza, “resucitada” al intentar el sacristán de San Boal arrancarle el anillo del dedo, creyéndola muerta, pasaba, igualmente, por aquí en sus visitas a los pobres de la iglesia de Santo Tomás Cantuariense. Todos ellos y muchos más transitarían por las antiguas callejuelas que ocupaban lo que en la actualidad es la plaza de los Basilios, y su vecina plaza del Concilio de Trento.

Hoy, ambas, comparten una pequeña zona verde, alegrada por las risas y los juegos de los niños y niñas, mientras arriba, encaramadas en la cúpula de San Esteban, cubierta con rojizas tejas, las cigüeñas que han anidado entre las figuras de monstruos y alados animales, entrechocan sus largos picos, produciendo el característico ruido de “machar el ajo en el mortero”.

Esta mañana, nada más levantarme, me he asomado a la terraza. Lo de llenar mis ojos con la belleza que desde ella contemplo, es una excelente manera de empezar el día. Una sorpresa me aguarda. Ha estado lloviendo gran parte de la noche y la lluvia caída ha reavivado el verde y lavado las losas de granito del pavimento. Los cipreses, revestidos de una capa pluvial, lloran mansamente. Al alzar la vista hacia la Catedral, salta la sorpresa. Sobre el cielo veo un brillante arcoíris que enmarca la gran cúpula catedralicia. Parece como si la naturaleza quisiera aportar su particular toque de belleza al impresionante panorama que me es dado contemplar desde mi terraza.

Doy fe de que lo ha conseguido.


Miguel Ferrer, siempre Arte

"El arte es salud. Esta salud nos hace existir.
Es la naturaleza de la misma vida. Es todo lo que somos".

Yves Klien

Decíamos en el número 10 de Salamanca Médica que Miguel Ferrer es una persona intensa por naturaleza, intensidad que no se ha apagado con la edad. Lo repetimos casi cinco años después, cuando va camino de los 95 y momento en el que ha decidido despedirse de esta querida revista a la que ha acercado con su particular sabiduría y estilo la pintura, la escultura, la música… todas las artes. Créanos, lo volvemos a repetir, es un viejo bohemio y soñador que sigue llorando de emoción ante unas buenas pinceladas, unos trazos bien plasmados, unas líneas bien escritas, una bella instantánea o una pieza bien interpretada. ¿Anarquía? ¿Chaladura? No lo sabemos, pero ojalá todas las aficiones fueran tan patológicas y sanas, a la vez. Gracias de nuevo, maestro.

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