Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
Sherlock Holmes, una de las figuras literarias más populares de la narrativa europea del primer cuarto del siglo XX, es, con toda seguridad, el detective más famoso de la historia. No es de extrañar, pues, que en las obras policíacas posteriores encontremos infinidad de figuras inspiradas directamente en él. Descendientes directos de Holmes en muchos aspectos son, por ejemplo, el padre Brown, Hércules Poirot, el anónimo agente de la Continental, Philip Marlowe y el teniente Colombo.
De entre todas las figuras neoholmesianas contemporáneas, la de fama más internacional en estos albores del tercer milenio es, en mi opinión, el genio médico, amargado, cínico, sociópata y cascarrabias de Gregory House.
El doctor House, capaz de razonar en una longitud de onda que no logra sintonizar el resto de los simples mortales, aplica al diagnóstico clínico el mismo método deductivo de Sherlock Holmes —inspirado a su vez en el método diagnóstico del cirujano escocés Joseph Bell, profesor de Arthur Conan Doyle cuando este estudió medicina en la Universidad de Edimburgo—. Londres muta en un moderno hospital de Princeton, y los malvados criminales pasan a ser microbios patógenos y enfermedades raras —rarísimas, más bien—. Pero, al igual que para Holmes, gran parte del placer que experimenta Gregory House obedece no al diagnóstico en sí, sino al modo en que maltrata al paciente mientras humilla intelectualmente a un grupo de seudowatsonianos colegas.
Y las semejanzas no terminan ahí; para cualquier buen conocedor de la obra de Conan Doyle resultan evidentes los incontables guiños sherlockianos que los guionistas de Houseincorporan por doquier. La afición a la cocaína de Sherlock Holmes se convierte para House en adicción a Vicodin® (asociación en dosis fijas de hidrocodona y paracetamol); el violín se transforma en piano y guitarra eléctrica; Gregory House vive en un apartamento 221B (Holmes en el número 221B de la calle Baker) y tiene un único amigo, el doctor James Wilson (esto es, J. W. por sus iniciales, exactamente igual que el único amigo de Holmes, el doctor John Watson); en el episodio 17 de la segunda temporada de House, hablan de una antigua paciente de apellido Doyle (Esther Doyle), que murió doce años atrás porque House fue incapaz de diagnosticarla, y en el último episodio de esa misma temporada, el doctor House cae abatido y supuestamente muerto por un disparo que recibe de un tal Jack Moriarty, claramente evocador del profesor James Moriarty, archienemigo de Sherlock Holmes y causante de su muerte (o supuesta muerte) en las cataratas de Reichenbach.
¡Ah!, y un dato curioso sobre el televisivo personaje. Si los guionistas de la serie no mienten, el doctor House añade el poliglotismo a sus muchas virtudes, pues se desenvuelve con soltura en francés, español, portugués, hindi y chino mandarín (además del inglés, obviamente, que es su lengua materna). Ganas nos dan de ficharlo para esta sección «Palabra de médico» de SALAMANCA MÉDICA….
La terminación –emia es bien conocida entre médicos: procede del griego haîma (sangre) y se usa profusamente en el lenguaje especializado para expresar la presencia de diversas sustancias o elementos en la sangre: alcoholemia (alcohol en la sangre), bacteriemia (bacterias en la sangre), bilirrubinemia (bilirrubina en la sangre), colesterolemia (colesterol en la sangre), fosfatemia (fosfatos en la sangre), gammaglobulinemia (gammaglobulinas en la sangre), glucemia (glucosa en la sangre), lactacidemia (ácido láctico en la sangre), lipidemia (lípidos en la sangre), macroglobulinemia (macroglobulinas en la sangre), natriemia (sodio en la sangre), potasiemia (potasio en la sangre), proteinemia (proteínas en la sangre), sideremia (hierro en la sangre), trigliceridemia (triglicéridos en la sangre), viremia (virus en la sangre).
El problema surge cuando lo hacemos preceder de thálassa (mar), otro término griego que conocemos bien gracias a tecnicismos como ‘talasoterapia’, en referencia al uso terapéutico de los baños de mar o del salutífero aire marino. Porque si unimos los dos nos queda una extrañísima talasemia: ¡¿mar en la sangre?!, ¡¿sangre marina?! No era eso, a buen seguro, lo que querían expresar quienes acuñaron el término. Que fueron los estadounidenses George H. Whipple y William I. Bradford, quienes en 1932 describieron un nuevo tipo de anemia hereditaria especialmente frecuente en pacientes de ascendencia griega, italiana y siciliana (Am J Dis Child, 1932; 44: 336 365).
Inicialmente la llamaron thalassic anemia (en el sentido de «anemia mediterránea»), pero el término rápidamente se acortó luego por contracción a thalassemia. Quedó un sinsentido, ciertamente, y hubiera sido mucho mejor formar talasanemia, pero probablemente a estas alturas es ya demasiado tarde para rebautizar la enfermedad. Casi todos los médicos del mundo la conocen como ‘talasemia’, y me temo mucho que ‘talasemia’ se va a quedar.
En Medicina, el término latino tumor se utilizó clásicamente para referirse a cualquier hinchazón o bulto que se formara en alguna parte del cuerpo, como hematomas, chichones o edemas localizados. El romano Celso, por ejemplo, incluyó el tumor entre los cuatro signos clásicos de la inflamación; cuando escribió «notae vero inflammationis sunt quattuor, rubor et tumor, cum calore et dolore», es obvio que estaba haciendo referencia a la hinchazón o aumento de tamaño como consecuencia de la acumulación de sangre y exudados en el foco inflamatorio.
En el siglo XX, no obstante, el término tumor fue restringiendo su significado para pasar a designar únicamente el tumor por proliferación celular, hasta el punto de que hoy se usa en medicina prácticamente como si fuera sinónimo de neoplasia. En el lenguaje moderno de la medicina, por ejemplo, «tumor benigno» es sinó-nimo de «neoplasia benigna», y «tumor maligno», de «neoplasia maligna» o «cáncer». Tanto es así que la Real Academia Española (RAE) eliminó ya incluso de la penúltima edición de su diccionario la acepción clásica de «hinchazón y bulto que se forma anormalmente en cualquier parte del cuerpo del animal». Hoy, en efecto, cuando un médico quiere referirse a una tumefacción o a una hinchazón, suele echar mano de un derivado, tumoración, que ha tomado para sí el sentido original de ‘tumor’ (cualquier aumento de volumen) y nos permite evitar confusiones con el uso moderno de ‘tumor’ (ya solo en el sentido de neoplasia).
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