Francisco de Quevedo y los quevedos / Vespertilio / Galactoterapia milagrosa

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

DEL HOMBRE AL NOMBRE

Francisco de Quevedo y los quevedos

Ni dentro ni fuera de casa se ven ya apenas quevedos, arrumbados por las gafas y su revolucionaria innovación de las patillas laterales con apoyo en las orejas. Antes de inventarse las gafas, no obstante, allá por los siglos XV, XVI y XVII, los primeros anteojos o binóculos eran quevedos: dos cristales redondos unidos por una montura simple de hierro —sin patillas— que se ajustaba directamente en el caballete nasal, a veces sujeta por un lateral a un cordón para impedir su pérdida o rotura.

Su característico mecanismo de sujeción a modo de pinza que pellizca la nariz, de hecho, es el rasgo que les da nombre en muchas lenguas: pince-nez (o binocle) en francés; pince-nez también en inglés y portugués (en este último idioma, junto a la forma adaptada pincenê); pinçanàs en catalán; Zwicker o Kneifer en alemán. Solamente en español parecen haber adoptado estos primitivos anteojos nombre de persona.

“En el momento actual, todo apunta a que los quevedos seguirán siendo entre nosotros reliquias del pasado”

Y es que Francisco de Quevedo (1580-1645), en efecto, fue uno de los primeros en usar los anteojos en el Madrid de los Austrias. Cuentan que después de él, en las postrimerías de nuestro deslumbrante Siglo de Oro, muchas personas elegantes y pudientes comenzaron a usar anteojos aun sin tener problemas de vista, solo porque daban un aire culto a su portador. No era el caso de Quevedo, miope como un topo y cultérrimo ya de por sí. Es famosa su imagen con binóculos, que ha llegado hasta nosotros en múltiples retratos; por ejemplo, el que reproducimos junto a esta columna, tradicionalmente atribuido a Velázquez. Gracias a estos retratos, y a la reputada personalidad de Quevedo, en español llevamos siglos llamando quevedos a los binóculos sin patillas.

En el momento actual, todo apunta a que los quevedos seguirán siendo entre nosotros reliquias del pasado: la comodidad y funcionalidad de las gafas no hace presagiar un futuro halagüeño para los quevedos; pero ¿quién sabe? De hecho, vivieron ya brevemente un nuevo período de esplendor en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, como puede comprobarse si uno piensa en figuras de la talla de Antón Chéjov, Theodore Roosevelt, Hércules Poirot, el Tío Gilito (Scrooge McDuck) e incluso, más modernamente, el Morpheus de Matrix. El tiempo nos dirá.


¿DE DÓNDE VIENE?

Vespertilio

En abril de 2020, con la prensa debatiendo si el mortífero coronavirus venido de China tenía su origen en un pangolín o en un murciélago, Juanjo Sanz Ezquerro (@ jjsanzezquerro), biólogo del desarrollo, escribió en Twitter:

Con todo esto del #coronavirus acabo de aprender cómo se dice murciélago en italiano: pipistrello. ¿Qué etimología os gusta más? (ambas del latín, obvio): murciélago (mur ciego < ratón ciego); pipistrello (vipistrello < vespertilio < vespertino). ¡Ratón ciego del atardecer!

Al leer vespertilio, los médicos evocarán a buen seguro el «eritema en vespertilio» característico del lupus eritematoso diseminado, con un enrojecimiento del dorso de la nariz y las mejillas que recuerda por su forma a las alas de un murciélago (o, también, a las alas de una mariposa).

Eso me lleva a pensar ineluctablemente en la extraordinaria riqueza de la lengua. Nos dicen, por ejemplo, que el Diccionario de la lengua española de la RAE contiene cerca de 95 000 entradas; entre ellas, siete formas distintas de nombrar al murciélago: chinacate, morciguillo, murceguillo, murciégalo, murciélago, panarra y quiróptero. Pero es que a ellas habría que sumar aún las tropecientas variantes diatópicas existentes en el habla popular, pero que no consigna la » Palabra de médico RAE. Solo en nuestra provincia de Salamanca, por ejemplo, tengo registradas las siguientes: borciégano, borraciégano, borranciégano, borreciégano, burciégano, burraciégano, burranciégano, burriciégano, burriciélago, burrociégano, cerramízcalo, moraciégano, moradiégano, morciégalo, morciégaño, morciélago, moriciégano, moriciégaño, morraciégano, moriciégano, muraciégano, murciégano, muricego, muriciégano, muscegallo, muscigallo, pájaro del diablo, ratón volante, vespertillo, zarramálago y zarramiálago.

¿Qué tamaño alcanzaría un auténtico diccionario del español real en todo el ámbito geográfico de la hispanidad?


CITAS LITERARIAS

Galactoterapia milagrosa

Las Cantigas de Santa María (1221-1284) —atribuidas al rey Alfonso X el Sabio, protector de traductores— constituyen una de las obras cumbre de la lírica ibérica medieval y una verdadera delicia para todo amante de la poesía y, de modo muy especial, para los médicos. Y es que, entre los numerosos milagros marianos narrados en las más de cuatrocientas cantigas alfonsinas, abundan los relativos a todo un variopinto muestrario de enfermedades sanadas por intercesión de Nuestra Señora: heridas, traumatismos, llagas y tullimientos varios, desde luego; pero también hidropesía, pestes, fuego de san Marcial, lepra, mal de piedra, rabia, sordera y muchas otras dolencias más.

Como botón de muestra, veamos un breve pasaje de la cantiga LIV, «De como Santa Maria guaryu con seu leite o monge doente que cuidavan que era morto», donde el rey sabio nos cuenta de un remedio insólito para esta descreída época nuestra, pero que en la Edad Media era tenido como uno de los más eficaces: las gotas de leche de la Virgen.

E vivend’ en aquesta santidade,

ena garganta ouv’ enfermidade

tan maa que, com’ aprix en verdade,

Una de las ilustraciones de las ‘Cántigas de Santa María’. / Patrimonio Nacional

peyor cheirava que a caavra.

Ca o rostr’ e a garganta ll’ enchara

e o coiro fendera-ss’ e britara,

de maneira que atal se parara

que non podia trocir a taula.

[…]

E u el en tan gran coita jazia

que ja ren non falava nen oya,

vee-lo vo a Virgen Maria,

e con hua toalla que tia

tergeu-ll’ as chagas ond’ el era cho;

e pois tirou a ssa teta do so

santa, con que criou Aquel que vo

por nos fillar nossa carne mesqua.

E deitou-lle na boca e na cara

do seu leite. E tornou-lla tan crara,

que semellava que todo mudara

como muda penas a andora.1

¡Así cualquiera!


  1. Para quienes tengan alguna dificultad con el delicioso galaico medieval, copio a continuación el mismo pasaje en traducción española moderna: «Y viviendo en esta santidad, / tuvo en la garganta una enfermedad / tan mala que, como aprendí, en verdad, / que olía peor que los cadáveres. / Porque el rostro y la garganta se le habían hinchado / y la piel se le había abierto y roto / de manera que quedara de tal suerte / que no podía engullir la comida. […] / Y cuando en tan gran cuita yacía, / que ya ni hablaba ni oía, / vino a verlo la Virgen María / y, con una toalla que tenía, / le enjugó las llagas, de las que estaba lleno, / y después sacó del seno la teta santa / con que crio a Aquel que vino a tomar, / por nosotros, carne mezquina; / le echó leche suya en la boca, y en la cara. / Y se le cambió tan clara, / que parecía que todo había mudado, / como muda sus plumas la golondrina».
    ↩︎

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