Por Germán Payo Losa
Director de Educahumor
“Que aquí estamos de prestao
Que el cielo está nublao
Que uno nace y luego muere
Y este cuento se ha acabao
Depende. Depende, ¿de qué depende?
De según como se mire, todo depende
(Jarabe de palo)
Quino, en una tira de ‘Mafalda’, nos presenta a Felipe, que está haciendo un avión de papel. “¿Por qué tantas mediciones?”, le pregunta Miguelito. “Porque quiero que este avión me salga bien”. Y Miguelito contesta: “Yo lo que quiero que me salga bien es la vida”. ¿Y cómo se hace eso? Aprendemos.
Cuando tenía cuarenta y tantos años, sufría un dolor en las rodillas y en la espalda. Tras haber peregrinado por diversos especialistas sin éxito, un hermano me sugirió ir a un reumatólogo. Sentía un cierto miedo. Me gusta la montaña, montar en bici y, en general, me muevo bastante. Pensé que me iba a prohibir todas esas actividades que tan placentera volvían mi vida. Nada más verme desnudo, me dijo: “Ya está. Vístase”. Me quedé tieso. Ni me había tocado. Hiperelasticidad en las piernas. Usar tacones para corregir la postura. “¿La montaña, la bici?”, pregunté. Y ahí es donde recibí el mejor consejo que me han dado en la vida: “Haga usted lo que le guste, pero como si tuviera 20 años más”. Apenas le podía creer. No me gusta tomar pastillas, y no me recetaba nada. Estaba a punto de pegar saltos de alegría. “Cuando usted haga más esfuerzo del debido, su cuerpo se lo va a decir”.
El cuerpo nos habla y, si le escuchamos, posiblemente tomemos decisiones acertadas. Oigo a un músico de 90 años decir: “Cuando era joven nos tirábamos tres días seguidos de juerga. Ahora ya se nota la edad”. Él seguía, pero a su ritmo.
Y el ejercicio físico es recomendable cuando tu colon empieza a generar pólipos, aparca el parkinson en ti o el alzheimer empieza a dar vacaciones a las neuronas.
Siguourney Weaver acaba de estrenar una película con un director español. Declara en una entrevista: “Pasé por la escuela de actores en New York. Sufrí mucho, y mis compañeros también. Parecía que nos tenían que machacar emocionalmente, hundirnos, para ver si resistíamos. Estuve a punto de abandonar. Pero supongo que te hace más fuerte. También nos tomamos muy en serio los que somos y hacemos. Es ridículo”.
“Lo único que tengo serio es el cáncer. Tengo tres tumores, pero sigo con la medicación y los ciclos y están controlados”, me decía una monja, pelo corto, morena de tomar el sol y con pinta y cara de disfrutar. “Vengo de nadar”.
Siete pastillas tomo y funcionan, porque me mantienen vivo. Reírse de uno mismo y de lo que le pasa y contarlo desde el punto de vista cómico es emocionalmente saludable, y también tener la ilusión por hacer algo, y cumplirla en su momento. Un japonés subió al Everest a los 80 años, una mujer se ha tirado en paracaídas al cumplir 100.
“¿Qué tal hoy?”, pregunto a un amigo en el hospital con cáncer de colon. “Mal, muy mal. Fatal”. El sentido común me lleva a ese terreno que es escuchar y aceptar. ¿Y el humor? Sigue ahí, calladito, agazapado, esperando la oportunidad en tiempos mejores para saltar como quien atrapa una liebre.
– Tío, tienes esto lleno de guardias civiles. ¿Qué has hecho?
– Han traído a uno de la cárcel. Ha pasado por aquí delante, aunque a mí me parecía que había mucho guardia grande y fuerte para tan poco preso, chiquitín y delgaducho.
– A ver si se escapa, te cogen como rehén…
– Anda, quita p’allá…
– Y así mañana tienes algo emocionante que contarnos.
La vida son momentos. Coleccionar los buenos es una elección, y si no te acuerdas de ninguno, apunta, como cuando uno hace la lista de la compra, o ten un amigo de esos que hay que tienen buena memoria y te hacen sentir mal: “¿Pero no te acuerdas…?”. “No, tengo la memoria llena”. “La mayoría de la gente son otras personas. Sus pensamientos son la opinión de otro; sus vidas, una imitación; sus pasiones, citas de otros” (Óscar Wilde). Con el paso de los años, podemos conquistar más libertad de hacer o pensar y alcanzar un momento en la vida en el que te importa un rábano lo que los demás piensan. Nunca es tarde.
La vida son momentos. Coleccionar los buenos es una elección y si no te acuerdas de ninguno, apunta
‘Nuestro último verano en Escocia’ (‘What We Did on Our Holiday’) narra una divertida y seria historia de una reunión familiar. Una nieta cuenta al abuelo: “Mamá y papá mienten tanto que ya no puedo conar en ellos más. Me enfadan tanto…”.
El abuelo dice: “Yo solía sentir lo mismo con los míos, hasta que de repente me di cuenta de que es totalmente inútil enfadarse con la gente que yo quiero, porque son como son. Quiero decir: ¿y si tu padre es un completo desastre; tu tío, un tacaño y un trepa; tu tía, depresiva, y tu madre bocazas? La verdad es que todo ser humano en este planeta es ridículo de algún modo.
“No me importa morir. He tenido una vida dichosa”, dice el abuelo. Sin plantear qué hay más allá. La vida se puede afrontar de un modo si soy “un ser para-la-muerte” (Heidegger) o una “pasión inútil”, pues parte “del ansia del ser absoluto e infinito, pero es incompleto y finito; pretende, desea la eternidad, pero está condenado a la fugacidad; quisiera ser Dios y es sólo hombre” (Sartre), o si la pensamos desde otro punto de vista:
“Lo único que importa es el cariño y el afecto. La muerte nos lo recuerda”.
¿Qué elegir? Hay otras opciones también. “Es mejor vivir en la ignorancia que tener conocimiento. Lo emocionante es resolver el problema, no conocer la respuesta”. F. Arden lo dice de los problemas en la vida y se puede aplicar a éste. “No es que tenga miedo de morirme. Es tan sólo que no quiero estar allí cuando suceda” (W. Allen). ¿Ver la vida y la muerte con humor? También aprendemos a vivir en la incertidumbre.
Al final, elegimos. Y de nuestra elección depende. Pero sea cual sea el final, el camino podemos dividirlo en momentos donde disfrutar y hacer reír, o no. Depende.
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