Por Javier VIEJO
Además, los poetas parecen recrearse hablando de la elegancia del torero. Ya lo ha dicho Manuel Machado: “… tendiendo el brazo / guarnecido de oro, / la clásica elegancia / con seriedad ejerce y arrogancia”1. Elegancia seria y arrogante a pesar de lo inesperada de la embestida. Pero cuando está con el capota en la mano proceden de forma idéntica, como atestigua Santos Chocano: “sacudían al aire sus capas sonoras, con fina elegancia”2. Es una noble elegancia, confirma Gerardo Diego: “Qué andar el suyo o navegar sonoro, / la estela del capote por el suelo”3; es, añade, una elegancia ducal, esbelta, habiendo nacido con ella, como la elegancia de la antigua Roma que tenía Sánchez Mejías según García Lorca: “No hubo príncipe en Sevilla / que comparársele pueda/…/ Aire de Roma andaluza / le doraba la cabeza / donde su risa era un nardo / de sal y de inteligencia”4. Es, cierto, una elegancia sin trono5, pero una elegancia que sostiene la urdimbre de un hombre especial: “Morena la color, raudo, delgado, / el talle burlador de tanta muerte, / a un huracán oscuro y coronado / por dos rayos cita, encela / Cándido y, decretando gallardía, / la propia sombra de su muerte vela”, dice Fernando Quiñones6. Es la elegancia de un hombre sereno7 incluso entrando a matar al toro8, que sabe la luz de la serenidad en los ojos cuando la vida se cruza con la muerte: “… los ojos serenos en ella clavó; / y a la vez que la fiera lanzóse: fue breve el encuentro; / y el estoque, por entre las astas, buscó el corazón”, dice Santos Chocano9.
El diestro sabe que cualquier ademán suyo en la plaza es una hazaña10, pero guarda un “silencio emocionado y hondo”11 alimentado en la “clásica elegancia con seriedad”12 hasta ser, como de Manolete dice J. Antonio Muñoz Rojas, “la seriedad hecha figura”13 con la solemnidad de una estatua: “el andar se le puso / confiado y solemne, / con empaque de estatua”14, una seriedad que todos admiran: “erguida y hábil tu silueta asombra”15 porque sabe que puede ser el verso de Fernando Quiñones, “un rayo derribado de repente”, o llegar a ser un “río ya enterrado”16, porque admite que “henchido va vade recto mandamiento, / todavía mortal y ya Destino”17.
No, no es sólo que esquive al toro con elegancia18; no basta decir que el torero es un señor. El torero es mucho más y así García Lorca lo ha cantado: “No hubo príncipe en Sevilla / que comparársele pueda/ ni espada como su espada / ni corazón tan de veras. / Como un río de leones / su maravillosa fuerza, / y como un torso de mármol / su dibujada prudencia. / Aire de Roma andaluza / le doraba la cabeza /donde su risa era un nardo / de sal y de inteligencia. /…/ No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. / Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. / La madurez insigne de tu conocimiento. /…/ La tristeza que tuvo tu valiente alegría”19. Por eso, indudablemente, el Duque de Rivas ya había dicho: “por su esclarecido ingenio, / por su generoso trato, / por su gallarda presencia, /por su discreción y fausto”20.
No les parece suficiente a los poetas esta exaltación que hacen del torero y se recrean en su belleza física: el torero es “alto, pálido, rapidísimo”21. Fuerte, dice Juan de Salinas que es22 y el Romance de Gazul también afirma que Gazul era muy fuerte23; una fuerza que hace al torero poderoso con el poderoso toro: “Vengan(dice) los lobos y los osos, / si son tan poderosos, / y en el circo verán con qué donaire / les haré que volteen por elaire”24, dice Samaniego del toro. Es además rapidísimo25 y con gran agilidad: el toro “va tras el ágil torero”26. Ricardo Molina parece recrearse pintando la belleza del diestro: “… y la belleza / cifrada en la figura / leve de quien la plaza / de Palma cruza, la hora / a una esbeltez de lirio elevando suave, / que satura de ensueño/ los corazones”27. Es además una belleza cuya juventud pinta Moratín de esta forma: “sonrosado, albo color, / belfo labio, juveniles / alientos, inquieto ardor/ de sus lozanos abriles”28.
Así, así sugieren los poetas la belleza, la fuerza y la agilidad física de los diestros.
Entre las cualidades humanas del diestro destaca el poeta su estoica y vertical quietud ante el toro: “… Se levanta, cita. /Pasa esa masa extensa. ¡Ooo…lé! / La figurilla está plantada. ¿Un fresno? / ¿Un olmo junto a un soplo? / ¡Tan quieta está en su ahínco! …”29. La quietud está amasada en la dureza: “… ¿Me viste / allá, muy cerca de los medios, duro, y te arrancaste…”30. Y además es elegante y sobrio, como los antiguos andaluces que en Roma se hicieron un nombre: “Cuando un cordobés es torero / su capa es la túnica. / Esencia y decencia: las dos cosas juntas”31, dice Pedro Garfias con todo lo que sugiere. Borges incluso hace poeta al torero llamándole “Góngora de oro”32.
Además Estébanez Calderón lo considera un genio: “El aire troncha en átomos y astillas, / según derrota en fiero desatino, / mas el genio tremola en blanco lino…”33; es un genio, además que en el toreo, según Unamuno, sintetiza la sabiduría y la historia: Saavedra, Lucano, Séneca, / Córdoba, / Roma canta en la mezquita, / Guadalquivir medita / el sueño de Abderramán. La vida, fuerza del sino, / vida en tragedia, /tragedia en juego, Lagartijo”34. Porque el torero, además de destreza35, es para Neruda razón: “Luego como la sombra y como el mar / se desatan los pasos iracundos del toro /…/ y el pálido muñeco se convierte en razón”36. Por eso García Lorca había celebrado “la madurez insigne de tu conocimiento”, el de Sánchez Mejías37, y su prudencia: “y como un torso de mármol / su dibujada prudencia”38. Una prudencia que en el torero nace de su conocimiento de la historia del toreo porque, iletrados algunos de ellos, especialmente los más antiguos, la saben y la recitan: “…Mas no creas / su memoria vacía. Oye, y diráte / de Cándido y Marchante la progenie; / quién de Romero o Costillares saca / la muleta mejor, y quién más limpio / hiere en la cruz al bruto jarameño”, dice Jovellanos39.
El torero es también un hombre bueno, dice de Joselito Ramón Garcíasol: “Joselito, el mejor hombre / que hubo en la gente torera, / cabal como un caballero, /noble como una bandera”40; y gran conversador: “La buena tradición de no hacer nada. /…/ Rafael de la noche y de las largas / mesas de la amistad”41.
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