El toreo y el miedo: cornadas y muerte (y V)

Por Javier VIEJO

Para una antropología del toreo (XXXVII)

Si paradójico resulta juxtaponer la muerte y la hembra, tanto o más paradójicos son estos versos de Javier de Bengoechea en un poema alegórico, A todos: “aquí la muerte nuestra vida pace / inagotablemente. Y aquí yace / España corneada por nosotros”1. La misma paradoja, vida-muerte, esmaltada ahora con un gesto, nos canta Luis López Anglada: “Ojos ardientes piden menos distancia al cuerpo, / y cuando nace un niño / nace también la sombra con dos astas de muerte / buscándole su sangre blanquísima de rosa”2. El mismo poeta sabe, por su Letrilla desangelada de Don Tancredo, cómo burlar al toro: “Con mi corazón de harina / brindé mi burla a la muerte / y me da risa la suerte / de tanta gloria taurina”3. Y con Don Tancredo está Manolete, trágicamente muerto a cuernos de un toro pero que supo dar números: “quien dio a la tragedia número, / al vértigo, geometría, / tributos a la emoción, / y al miedo, peso y medida”4. Porque el torero sabe que al otro lado de las astas está el triunfo: “y supo que a la orilla de la muerte / hay música esperando a la pobreza. /El andar se le puso / confiado y solemne,/ con empaque de estatua, / y miró a las muchachas desde entonces / con la fiera ternura de los héroes”5.

La razón de la corrida, una tragedia, es formar parte de su coro: “Porque la razón de la ceremonia por la que nos asoma la primitividad tan terrible que a nosotros mismos nos asusta, mas también el refinamiento del arte con punta en el olé, letra súbita y clamorosa del coro de la tragedia”; porque la fiesta es la reproducción actualizada de una paradoja común a todos los hombres: “Detrás del vivir, dentro del vivir está el morir. La primavera, por eso, va dejando por las plazas un reguero mortuorio de toros arrastrados… En la danza de la primavera hay unos hombres que esquivan vestidos de ceremonia acometidas de toros. Y la ceremonia es la corrida…”, dice Luis Jiménez Martos.

Manuel Fernández Calvo, paradójicamente identificado a la vez con el toro y el torero, cree triunfar muriendo: “Siempre mi historia inevitable falla: / vive si muere y muere en vida y halla / dolo en la vida y en la muerte fraude. / Toro y torero, mi mugido escucho / y espada en mano, me revuelvo y lucho / y triunfo también a un tiempo y muero y Dios no aplaude”. Manuel Manero atribuye parecido y también paradójico triunfo de eternidad al diestro: “Empecé mi adolescencia / urdiendo acción contra el tiempo / y la imagen de la muerte. / El áureo afán del toreo / era, en mí, la eternidad. / Soñaba con ser eterno / y para olvidar la muerte / me metí en el cementerio”. Es un éxito, victoria y fama que no logra el toro según Rafael Guillén: “¿Quién va a poner en suerte mi desgracia? / Cuadrillas tanteadoras, / esquiva y quiebro y un pasar de seda / que oculta lo acerado de la muerte. / Testuz vencida, gradas acechantes, un volapié y arrastre / con burla de atalajes campanillas”.

En cambio, el diestro sí consigue el éxito: “Te encuentras donde debes. Por fe ha sucedido. Desafías / a lo que más temes. Abarcas todo cuanto / negramente te amenaza. / Te aflora una vertical conciencia. Te brilla / nimbada la cabeza. Perpetúas, lúcido, / a la estética. Se tersan pétalos. /Gozas. Alcanzas / las cimas de tus sueños, / justificas tu destino, te recreas en ser hombre / portador de aliento / de un espíritu, nazareno del arte en el tropel de /un Apocalipsis”. Reitera con fuerza este mismo mensaje Ángel García López: “Vosotros, gladiadores, que domáis al engaño el alto terremoto de las negras cabezas: Belmonte, Lagartijo, Rafael El Gallo, Ignacio, Machaquito, Guerrita, El Espartero”. Es así, el triunfo es así, dice Javier Villán: “Rafael de Paula la muerte transcendida a revuelo de alas / la muerte por el ruedo y el amor indagando / si era sabido o no. /…/. Presencia / de la muerte / y el capote de Paula en derechura al quite”. Aunque también es verdad, dice Diego Jesús Jiménez, que un espectador puede esperar lo peor: “Vine a verte morir, / vine a entender esfuerzo y testamento, / cuerno y madera, revolcón / y aventura” aunque, por fin se superan las dificultades: “Ya ni existe el temor de la herida / porque se previnieron contra ella / después de tantas citas rozándola, / pero sí el de tener que aceptar / su más tajante conclusión: avanzar es un miedo / y hacerlo en solitario es una estrella;/ proseguir en el reto es la faz / de la muerte; cumplirse cerca de ella / es renacer el tiempo.»

Pero en el toreo existe también, además de alegría y esperanza, su dosis de resignación, dice Antonio Hernández: “Nadie conocerá qué es cautiverio / fulguroso como ellos. Ni nadie / sentirá como ellos la impresión / de llevar en los huesos/ un trono que es tumba”, aunque los toreros “ahora, bajo la tarde encendida, / asumen su escozor / porque es memoria la desesperanza”. ¿Será todo ello porque el toreo es un renacer en el tiempo, un deseo encubierto de eternidad? Saben, en efecto, el precipicio al que se asoman, dice Rafael Álvarez Merlo, aunque también saben cómo evitarlo: “¿La noche? Si está la tarde /cubierta de resplandores / y el oro de mi vestido / teje un escudo de soles”.

Es así, en efecto, porque ante riesgo semejante guarda una firme y difícil esperanza: “Pero estaba en el lugar único donde la muerte y la vida pueden enfrentarse. En el birlibirloque se sabe que la falsedad de buscar la muerte consiste en la seguridad de no encontrarla nunca. Pero en aquel punto luminoso nadie busca la muerte, tan sólo espera ganar la vida.

Eso es el toreo, ganar vida.


Notas:

95 96 97 98 99 100 R., II, 206, 32-34. 207, 1s., 101 R., II, 207, 3-5. 10-12. 102 R., II, 224, 9-14., 103 R., II, 242, 5-12., 104 R., II, 298, 23-29. Véanse estos versos de Rafael Soto
Vergés: R., II, 314, 10s.: “Te vas para morir, novillo / en los laureles y las jactancias…”
105 R., II, 307, 16-26., 106 R., II, 311, 19-22., 107 R., II, 338, 7-11. 37-39., 108 R., II, 345, 10-13.109 R., II, 347, 18-26., 110 R., II, 347, 1.5. 36-38. 111 R., II, 353, 1-4: “Si satisfecho estás de cuanto hiciste / porque estuviera ausente la costumbre,
/ no pienses que arderá febril la lumbre / si estar alerta no te prometiste”.
112 R., II, 353, 15-18.

  1. R., II, 119, 4-6., ↩︎
  2. R., II, 140, 7-10., ↩︎
  3. R., II, 141, 29-32., ↩︎
  4. R., II, 153, 5-8. ↩︎
  5. R., II, 190, 4-10., ↩︎

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