Por Javier VIEJO
El torero conoce el riesgo, sabe lo vecina suya que le es la muerte porque pocos como él, pacíficamente eso sí, han experimentado lo que dice más bien antitaurinamente María Zambrano: “Y la quietud deja libre al movimiento, y es desesperada acción: esa violencia, esa necesidad de matar y de matarse. Pues no cabe detener la vida, sino tan sólo degradarla, derrocharla o, simplemente, perderla. Cabe algo más, darla, ofrecerla a algo en lo cual no se cree con la esperanza de llegar a creer en el supremo instante. Todo ello lo ha venido haciendo el español en los últimos tres siglos con una belleza que excede toda ponderación, y también sin belleza alguna”1. La filósofa malagueña llama a esto suicidio2 quizá por no haber ahondado en el toreo como técnica de poder al toro y sin percatarse de todas las dimensiones de la muerte especialmente en una de sus variantes, el sentido de salvación que quizá hasta el público mismo intuye sin llegar a considerar la muerte como aniquilación: “Y todos los que están en la plaza envidian al torero y le exigen que se deje coger por el toro, que es algo real, de carne y hueso y de furia; que aproveche la ocasión de morir con toda su vida, ante la vista de todos, a la luz del sol, que quizá lo consuma. Pues quienes no saben qué hacer con su vida aspiran a ser arrebatados. Esplendor vital que llega al deslumbramiento, fosforescencia de un aniquilamiento”3. ¿De verdad cree doña María haber visto todo eso en una plaza de toros?
No es lo mismo suicidarse ni buscar el aniquilamiento que, fiado en su propia técnica, jugar con la propia vida con gestos de valentía, y con arte como dice Miguel Hernández, aunque el juego, alguna vez, termine en tragedia: “Comenzó el juego, expuesto / por una y otra parte… / La vida se libraba ¡con qué gesto / de morir, con qué arte! / Pero una vez –había de ser una – / escopada la vida por la muerte, / y se desafortuna / la burla, y en tragedia se convierte”4. Y, como si quisiera desmentir a doña María Zambrano en el toreo como suicidio o aniquilamiento, el poeta perito en lunas yantes pastor de cabras añade: “Quisiera yo, Mejías, / a quien el hueso y el cuerno /han hecho estatua, callado, paz, eterno, /esperar y mirar, cual tú solías, / a la muerte: ¡de cara!, / con un valor que era un valor interno / de que no te matara”5.
La misma actitud muestra Victoriano Crémer: “¿Y qué le queda, torero, / a tu gracia bailadora? / Un aficionado que ora/ al pairo de un burladero… /…/ …y no te queda, torero, / sino el toro frente a ti; /jugando su frenesí / en tu rojo derrotero”6. Porque el diestro sabe, dice Gabriel Celaya, que tiene enfrente la muerte aunque sea la muerte-amor: “Me planto en medio. / ¡Que venga lo que venga / por lo derecho. / No tengo miedo. / Muerte amor, si me embiste, / yo te requiebro. /Toreo lento. / Las olas van y vienen, / son como besos”7. Porque también sabe: “Soy un ibero / y si embiste la muerte, /yo la toreo. / Entre dos cuernos, / que sí, que no, mi sino, / me sueña muerto. / Yo, sonriendo, / entre burlas y veras, / digo: veremos”8. El toreo es juego, juego con la muerte hecho para mayor paradoja con alegría: “Frente al testuz del destino / salvemos un gesto indemne, / y quebrándolo que embiste / alegremos nuestra suerte”9, insiste de nuevo Celaya. Así ocurre, dice Juan Pedro Domecq, hasta con los principiantes en el toreo: “¡A cuerpo limpio te reto, / el que gane se la lleva! / ¡A ver si tienes riñones / y cuelgas de tus pitones / la flor de mi vida nueva! /…/ Quiebro en el claro de luna. / Por testigos, dos luceros. / Al quite, dos capotillos: / El ángel de los toreros, / y el de los pobres chiquillos / que no conocen el miedo”10.
Ramón Garcíasol canta su tristeza en el romance Cogida y muerte de Joselito en Talavera de la Reina: “en Talavera de la Reina, / ¡ay!, Dios, quién lo dijera, / se fue a vivir la gloria / un día de primavera. / Bailaor se llamó el toro / que mala muerte le diera. /…/ Pero la muerte le quiso / como es de ley que ella quiera, /para ella sola, y le puso / de una cornada certera / al otro lado del tiempo / un día de primavera”11.
Es el dilema de este juego, morir o seguir viviendo la primavera, dice Alberto Baeza Flores: “Después ya solo el hombre con el toro, / el toro con el hombre y el silencio. / ¿A qué morir así cuando se muere / en cada instante un algo de nosotros? / Pero ha de ser así: capote y sangre, / espada y asta, embestida y nada, o, acaso, al fin, / embestida y la muerte”12. Con esta tensión ante tal dilema, busca la eternidad al menos de la fama: “¿Cómo puede la gracia acumularse tanto / y mantener su viva tensión ante la muerte? / Oh nube que acapara relámpagos y nervios /para prender un astro que no se acabe nunca”13. El diestro, en la conciencia de este horror, obliga a que se le diga: “Ahí estás de rodillas, pidiendo a gritos muerte, / con los poros abiertos a los más finos dardos, / oliéndote a ti mismo muerto bajo las flores, / muerto bajo los ríos que acarician tus huesos”14. Pero los espectadores, continúa Alfonso Canales, esperan que se salve y que los salve el diestro: “Ahora sólo eres tú, los demás esperamos, / al borde de ese cráter donde tu fama crece, / que nos aborde el ansia surtida de tu pecho, / que nos monte tu ira, que tu huracán nos alce /…/ …Alza / tu trofeo, levanta tu firme mano, coge / la bien ganada palma y engendra /en tu descanso / otro varón que sepa perpetuar tu fuego”15. Esperanza, además de la victoria, de una fecundidad continuada.
Con parecida actitud canta Domingo Manfredi a Miguel Báez Espuny, Litri:
“Brindo por ti. Tremendo cataclismo, /que ha conmovido al Arte en sus cimientos/ nivelando las cumbres y el abismo”16. Mario López pone más acento en el riesgo cuando, sin describirlo, habla del espectáculo de la muerte: “Cuando la sangre. Cuando el espectáculo / de la muerte en el ruedo. Cuando la hembra”17.
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