Por Javier VIEJO
Sin embargo, aunque sea temerario, el toreo no es un suicidio porque el diestro, “elegante /y valiente, / y con una seriedad / conveniente, / va burlando / la feroz acometida, / y jugando/ con la vida / ágilmente”, dice Manuel Machado. El torero, efectivamente y con su miedo a cuestas, sabe lo que Unamuno dijo, que es “la vida, fuerza del sino, / vida en tragedia, / tragedia en juego, / Lagartijo”1. Y con agudeza crítica el Rector de Salamanca sentencia en Sangre y arena: “Sangre y arena, lid demoro, / roja arena del desierto; / el Cid Campeador / yace muerto; sol y sombra, Babieca, toro, / y el toril ha quedado abierto; / ya puede el público hacer coro”2.
El diestro, reteniendo su miedo en el enfrentamiento con el toro, intuye con decisión segura el final de su tarea: “El matador, que enterrará hasta el pomo / en mi carne la espada; la cuadriga / de enguirnaldadas mulas que mi cuerpo / arrastrará sangriento y palpitante,/ y el vítor y el aplauso a la estocada / que en pleno corazón clava el acero”3. Es una apoteosis pálida porque el vigoroso torero parece escuchar en su trasfondo el diálogo que Rubén Darío pone en boca del toro y del buey: “Qué peor martirio?”, dice el toro; y contesta el buey: “¡La impotencia!”4, porque adivina que el toro vivirá después de muerto en su fecundidad mitológica.
Como dice Manuel Machado, el torero conoce su oficio, – “En los vuelos del capote, /con el toro que va y viene, / juega, al estilo andaluz, / en una clásica suerte / complicada con la muerte. Y chorreada de luz…”5. Y conoce lo que es la fiesta que cuenta Emilio Carrere: “Y en la tarde de toros, al rematar la suerte, / cuando el muñeco de oro ha burlado la muerte, / y estalla la charanga, y aplaude el circo entero”6. Desde este conocimiento, además de la mirada comprensiva de los espectadores7, palpa, siente el latido de su satisfacción: “Cuando en la arena de oro, / burlando el furor del toro, / mi capote reverbera, / siento latir la emoción / del pueblo cual si latiera /con un solo corazón. / Ocho caballos llevaba /el coche del Espartero”8.
Pero esta seguridad, este calor de sus mejores presentimientos cargados de paradoja, se mezclan con negros pesares: “Dos viudas con claveles / negros, en el negro pelo. / Negra faja y corbatín / negro, con un lazo negro, / sobre el oro de la manga, / la chupa de los toreros”9. Son pesares y presentimientos que a veces se cumplen, como en la muerte que relata Fernando Villalón10, y que corrobora Rogelio Buendía: “Y el caballo no para de buscarte, / mientras el toro clávame su luna, / traicionera, moruna, / en todo el corazón que ríe alzado”11.
La razón de esta actitud se fundamente en que para el torero, como le ocurrió al torero aficionado Fernando Villalón, hasta la enfermedad va coronada por un toro: “Villalón murió en España, / dice la nueva fatal. / Murió como un buen torero: / si no en cama de hospital, / en mesa de operaciones / de níquel blanco y cristal. / No de cornada de toro, / cornada de enfermedad. / Un ángel de gasa y éter / sus ojos bajó a cerrar, / envuelto de luz de quirófano / en su anunciación mortal”12.
Sin embargo, el riesgo serio, inminente de la muerte no es para el torero razón suficiente para desistir en su lucha porque está seguro, como se dice del Cid, de que seguirá ganando batallas después de muerto: “Hoy la muerte te desplaza; / pero emplaza el hecho cierto / de tu recuerdo despierto, / que mantendrás en la lid / para ganar, como el Cid, / batallas después de muerto”13. Se empecina, sí, el torero en ir tras la muerte. Y el diestro lo sabe, dice Gerardo Diego: “La penúltima fue. No lo sabía/ nadie. ¿Él acaso?… /…/ La tarde fue triunfal. La luz temblaba. /…/ Y por la frente de Manuel un pliegue, / una arruga de sien a sien se ahonda. / Guadalquivir al mar, ¡que nunca llegue / la onda medida a la infinita onda!”14. El estoicismo senequista no es para el torero razón eficaz para evitar la muerte: “Si el toreo es virtud, nadie más rico / que Séneca, tu abuelo en desengaño, / amonedando el oro de su pico, / abriéndose las venas en el baño”15. No basta el senequismo pues al torero, como reitera Gerardo Diego, le persiguen las Parcas, le “ronda y punza un invisible enjambre, / y al destrenzar de tu pausada tela, / las tres bobas olvidan el estambre”16. El torero no desconoce los riesgos de su destino.
En el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Lorca nos pinta la muerte del diestro con audaces metáforas y hermosas paradojas llenas de sentido: “Eran las cinco en punto de la tarde. /Un niño trajo la blanca sábana / a las cinco de la tarde / Una espuerta de cal ya prevenida/…/. Lo demás era muerte y sólo muerte /…/El viento se llevó los algodones /…/ Y el óxido sembró cristal y níquel. /…/ Ya luchan la paloma y el leopardo /…/. Y un muslo con una asta desolada /…/. Comenzaron los sones del bordón /…/. Las campanas de arsénico y el humo/…/. En las esquinas grupos de silencio /…/. ¡Y el toro solo corazón arriba! /…/ Cuando el sudor de nieve fue llegando /…/, cuando la plaza se cubrió de yodo /…/ la muerte puso huevos en la herida /…/. Un ataúd con ruedas es la cama /…/ Huesos y flautas suenan en su oído /…/. El toro ya mugía por su frente /…/El cuarto se irisaba de agonía /…/. A lo lejos ya viene la gangrena /…/. Trompa de lirio por las verdes ingles /…/. Las heridas quemaban como soles /…/ y el gentío rompía las ventanas / a las cinco de la tarde”., y hace retumbar tras cada verso el estribillo “A las cinco de la tarde”. “Eran las cinco en sombra de la tarde”, hasta que patéticamente afirma: “Por las gradas sube Ignacio / con toda la muerte a cuestas” de manera que los toros de Guisando se unen a este dolor: “y los toros de Guisando, /casi muerte y casi piedra, / mugieron como dos siglos / hartos de pisar la tierra”17.
Lloran con sentido porque el torero reta a la vida: “La vida es un engaño que a cuerpo limpio reto”, dice Vicente Aleixandre. Pero ¿por qué Dámaso Alonso dice que la muerte, cualquiera que fuere su causa, es un toro? Porque en Adiós al poeta Rafael Melero dice: “No hay que llorarte, Melero /… / ¿Qué negro toro marrajo / te metió ese golpe bajo, / a traición?”18.
Al revés que el poeta, el torero no se queja porque sabe a qué juega, como dice Pemán: “Lento, breve, quieto, fino, / con elegante alegría, / ¡Esa es toda Andalucía! / Entre la viday la muerte, / la suerte / ligera como una flor/ o un cristal…/ Y el peligro y el valor / y la trampa… ¡natural!”19. No se queja porque el torear es un drama, – “Y con pasos de bolero/ el rococó se hace un drama”, afirma Rafael Laffón -, en el baile desigual del toreo: “¿Fue en la vieja Tartessos que exportaba la plata /la primera verónica? ¿En qué arcilla alfarera, /que hoy es arqueología, citó el primer torero /con púrpura fenicia a la mortal cabeza? / …/. ¡Cuánta herida y mugido hasta tu pase de oro! / ¡Qué pedestal de sangre te sustenta!”20. Pedestal de arcilla o no, el toreo se hace ensuelo inestable de tal manera que Agustín de Foxá hace decir al toro: “No debiera salir a este desierto /…/. No debiera salir, pero es preciso. / Hoy sé que un corazón debe pararse ”21 como si supiera, antes de decirlo, todo lo que confusamente presiente la madre del torero: “Hijo no vayas a la playa horrible, /quiero tu cuerpo vivo, no el recuerdo, / no la dorada soledad del traje”, porque el diestro está convencido de que todos sus gestos anteriores eran preludio de su toreo: “¿No me has visto al sembrar hacer el gesto / del pase natural con la semilla?” La madre se lo teme y el cura lo sabe: “Es preciso… llevar los óleos, / a este juego los sagrados aceites. Preparadme la estola, el crucifijo. / Yo sé mi oficio de cerrar los ojos”, dice Agustín de Foxá22.Es una manera de coincidir con Neruda: “en la plaza de toros roja como un clavel /…/ el hombre pálido, la sombra arrolladora / de la bestia y el juego / entre la muerte y la vida bajo el día sangriento”23. Y es que en el toreo, como dice Antonio Muñoz Rojas, al torero “lo defendía la gracia de la muerte, / ¡No me lo toques más! ¡Déjalo quieto! / Y la muerte acechaba entre las sombras, / entre alas de ángeles. ¡Es mío!”24.
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