Por Javier VIEJO
No obstante las cornadas serias vendrán después, cuando el toreo se hace a pie. Manuel Machado nos relata: “Y entre manchas de grana, / y reflejos metálicos, / el toro, revolviéndose, / alza en los cuernos un pelele trágico”1. No viene mal recordar la mortal cornada de Sánchez Mejías que García Lorca sentidamente cuenta: “Buscaba su hermoso cuerpo / y encontró su sangre abierta. /…/ No quiero sentir el chorro/ cada vez con menos fuerza”2. Son duras, muy serias estas cornadas pero Aleixandre, en fuerte paradoja, las llama beso: “El beso / con su testuz de sueño / y seda, insiste, / oscuro, negro”. Quizá dice Alexander que la cornada es un beso, ciego, a ojos cerrados y erótico3, porque él identifica poéticamente al toro con la luna y por el rescoldo mítico, polivalente y paradójico, que los seres lunares tienen: “Hermosa luna, toro / del amor ciego / que ensalza como contra el cielo / el cuerpo del amor diestro, / tendido en la cuna radiante, /delicado entre dos cuernos”4. Contenido el impulso de hacer un comentario psicoanalítico de estos versos, es preciso recordar que Alberti dice que la cornada del torero es lumbre derribada: “Al fin diste a tu duro pensamiento / forma mortal de lumbre derribada, / cancelando con sangre iluminada / la gloria de una luz en movimiento”5; una lumbre que al final muere el que ha matado: “Pero luego te vi, sombra en derribo, / llevarte como un toro de mentira,/ tarde abajo, las mulas de la muerte6.
Las cornadas existen y han existido: “Ríos de sangre brava se encrespan en los prados / e instintos milenarios para que tú los venzas”, le dice Agustín de Foxá a Manolete; unas cornadas que, hechas sangre, forman un pedestal para los diestros en cada pase: “Muchos siglos prensados cual dorados racimos, / ¡oh Manolete hasta llegar a tu muleta! / ¡Cuánta herida y mugido hasta tu pase de oro! / ¡Qué pedestal de sangre te sustenta!”7. La cornada, su sangre no es algo inútil o baldío sino fértil o fecundante como el río. Dice José Antonio Muñoz Rojas en su Romance de don Sebastián, Rey de Bastos: “El toro del desengaño / su hondo cuerno le ha metido / al Rey, cuya sangre suelta / va corriendo como un río / por el olivar abajo / dejando a su paso lirios”8. Es verdad que las cornadas son destructivas, humillantes si se quiere9; o, como dice Oliver Belmás, un toro conocido por la cornada a Manolete, Islero, es uno más entre los toros innumerables de nombre desconocido10 que han existido en la historia. Islero es uno más.
La cornada de Manuel Rodríguez Manolete es una de las que más veces se han cantado entre las muchas que los hombres han recibido a lo largo de la historia. Juan Alcaide también lo hace: “Y basta. El tráfico siete / sobre la carne. Linares. / Y el nombre dél: Manolete”11.
El carácter horrible de las cogidas nos lo describe Miguel Hernández: “Huyendo de las cornadas mortales, / sin temor a lucir sus muchos miedos / tablas para el peligro pide al ruedo, / redondos salvavidas terrenales; / mientras el toro alza / la que su frente calza / aviesa media vuelta,/ más caliente, más pita y más esbelta”12.Y, sin embargo, dice Mario López, la cornada llega “cuando la flor de tétano entreabre/ sus pétalos de estiércol bajo arcos / de cal y se presagia la cornada / de feria entre sombreros de crepúsculo”13. E insiste con más crudeza: “Cuando encarnada, roja o escarlata, / sangre animal o humana, palpitando / en su maravilloso árbol de arterias, / va a derramarse al sol y a borbotones, / caliente aún y desmandada al viento”14. Angustia ante la cogida que Javier Bengoechea nos describe en su soneto alegórico Pienso yo: “Noche de enfrente. Sombras. Y perfiles / de medias lunas, largas y amarillas /…/ Hay que salir, ¿por pies?, o de rodillas… / He de lidiar la vida aunque no quiera… / Y no podré quedar como los buenos. / Ortigas me reclaman, no laureles”15. La cogida siempre es espantosa16 porque, dice, “Va… /…/ por vosotras, inmensas multitudes / y hasta por ti, que por costumbre acudes / a brindar al arrimo de querencia”17.
Cornada que el diestro recibe, y el público observa, con resignación si no es concierto estoicismo, como expresa José Luis Tejada: “Un cráter funeral, dos ascuas puras, / una lira de alfanjes berberiscos /y un mar que se desangra por sus poros. /Desde entonces las brasas son oscuras; /la muerte, hermosa; dulces, los mordiscos;/ los hombres, dioses, y los toros, toros. /…/. Con mi capa de sangre te encandilo./ Tú desgarras mis prendas, hilo a hilo, / hasta desjarretar toda tu presa / que se te va en un quiebro, cielo arriba, / nunca de tu cornada, siempreviva, / aplaudida de Dios; desnuda, ilesa”18.
En realidad, dice Antonio Hernández, tal estoicismo es más bien una esperanza: “Ya no existe el temor de la herida / porque se previnieron contra ella / después de tantos días rozándola, pero sí el de tener que aceptar / su más tajante conclusión: avanzar es un miedo / y hacerlo en solitario es una estrella; / proseguir en el reto es la faz/ de la muerte; cumplirse cerca de ella /es renacer el tiempo. /…/ Ahora, bajo la tarde encendida, / asumen su escozor /porque es memoria la desesperanza”19.
Para el diestro torear es alargar el tiempo siempre breve de su faena. ¿Pero qué piensan los toreros si les llega la muerte? Para ellos torear sería “la sonrisa jovial conque veía / rozar la muerte el recamado traje”, dice García Lorca en su Epístola a Sánchez Mejías20. Pero las cosas no son siempre así y el toro y el torero afrontan la muerte, que siempre llega para el toro y algunas veces para el diestro hasta cuando se lanceaba a los toros a caballo: “mas con el gran dolor que el mozo siente, / falto de fuerza y falto de sentido, / para el caballo y suéltale la rienda / porque sin ofenderle le defienda. /…/ cayó con tal flaqueza y pesadumbre / que ab aeterno perdió el sol la lumbre”21.
El mismo Quevedo critica con dureza a los espectadores de la fiesta: “la fiesta es ver la muerte y fin posterior / contra la condición humana y tierna, / de los que no hacen mal ni mal os quieren, / y aquella es la mejor donde más mueren…”22. Luis Carrillo y Sotomayor dice que la aurora llora más los celos que la muerte23. Pero frente a esto Nicolás F. Moratín dice: “sale el bruto valiente /…/. Tú le esperas, a un numen semejante, /…/ el pie siniestro y mano están delante, / ofrécesle arrogante/ tu corazón que hiera… /…/. Horror pálido cubren los semblantes / en trasudor bañados, / del atónito vulgo silencioso”24, consciente, eso sí, como dice Zorrilla de que “un desliz trae el perjuicio / de pagar con el pellejo”25. Porque el poeta de Valladolid añade: “Juego olímpico y heroico / de intrepidez sin medida, / prueba la más atrevida / del desprecio más estoico / de la res y de la vida”26.
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