Por Javier VIEJO
El toreo como lucha es desafío a vida o muerte. De aquí viene, pero no de forma exclusiva, el miedo y el vínculo sutil que el miedo crea entre el público con el toro y el torero.
Así lo dice El romance de Gazul, el toro mismo y él solo produce miedo: “Estando corriendo un toro / que por su braveza espantaba”1. Es un miedo, cuenta Lope de Vega, que algunas veces asusta a losespectadores2: “Sale a la plaza Cardiloro triste /…/. Furioso un toro de la puerta arranca / bajando el cuello y erizando el cerro /…/ Su fiereza juzgaba en sus arrugas / el temeroso vulgo, y los jueces, /que entre mil remolinos y verrugas / mostraba el rostro herido tantas veces”3. José Tafalla nos habla de los riesgos y el horror del torero: “Para los riesgos, los llama;/…/ para el horros los provoca; / para el choque los incita”4. Para Nicolás F. Moratín esta actitud del torero es además temeraria: “hasta que mira el golpe poderoso / el bruto impetuoso / muerto a sus pies /…/ con temeraria y asombrosa hazaña5. Y más adelante el mismo poeta desmenuza tal temeridad: “Dio vuelta hiriendo y matando / a los de a pie que encontrara, / el circo desocupando; y, emplazándose se para, / con la vista amenazando”6; es una temeridad porque, además de horrendo, es peor que un peñasco desgajado de una montaña, evocando así en cierto modo, el mito de Sísifo7.
Es un miedo que Zorrilla nos describe quizás como estoico y ciertamente orgulloso: “Juego olímpico y heroico, / de intrepidez sin medida, / prueba la más atrevida / del desprecio más estoico / dela res y de la vida”8. Orgullo del miedo o chispa hipnótica de valor frío9 que “en un espasmpo único de deseo y de horror /sabe unir al placer el divino terror”10.
Por otra parte, dice Alberto Baeza Flores, es un miedo amasado en soledad: “Después, ya solo el hombre con el toro, /el toro con el hombre y el silencio”11. Es un miedo sufrido en soledad para el que no sirven los burladeros como dice el soneto simbólico Oscuro Sino de Javier Bengoechea en el que sus temores se convierten en toros verdaderos: “Matadores de fama, matadores / son de muerte, mis temores, / y mis temores, toros verdaderos”12.
Y, sin embargo, es un miedo alimentado por una esperanza a pesar de un destino que presiente negro: “Por hombre, brindo a la esperanza. / Por español, me acosan dos puñales / y debe ser un toro mi asesino. / Carne de toro soy, es la enseñanza / que transmiten oscuros sementales / a las ganaderías del destino”13. Pero, a pesar del miedo que según Luis López Anglada siente el torero, – porque “le buscaban dos ojos / sin conciencia de vida. Horadaban el aire / dos puntas impasibles. Era preciso el roce, / el descuidado gesto, la oportuna sonrisa, /aunque una voz gritase que huyéramos, que huyéramos”14, se mantiene erguido en el ruedo -, se pliega a seguir toreando su vida aunque no tenga reconocimiento alguno: “Es preciso doblarse / ante la sombra oscura que lucha con el ángel, /hay que apartarla, acaso, sin un grito, / y continuar en medio de la vida; / en un redondo mundo de miradas ardientes /que ignoran todo, todo, pero miden un gesto”15. Es así porque, alguna vez, el hombre se siente como un Don Tancredo: “¿Matar toros? ¿Para qué? / Espantapájaros frío / dejé para otros el brío / de la gloria al vuelapié. / Y también la alcanzaré porque me quedé en el ruedo”16.
Es un miedo que atosiga, que adormece y, como dice Leopoldo de Luis en su poema Los subalternos, “el mundo es un redondo abrir de ojos. / El miedo se nos sube a la garganta. /…/. El miedo es una sed en la garganta”17. Es un miedo, extraña flor, que acaba siendo angustia explosiva: “Vi a Miguel Báez, El Litri, /…/ que cultiva rara flor, / angustia explosiva”18. Es una angustia que revienta, que paga tributos a la emoción, al miedo con peso y medida: “Mas yo vi a Manuel Rodríguez / Manolete… /…/, quien dio a la tragedia número, /al vértigo geometría, / tributos a la emoción / y al miedo, peso y medida”19.
Pesado y medido el miedo, el torero y el hombre están metidos en la vida pero temblando de miedo, dice José María Fernández Nieto: “En medio de la arena estoy temblando / que se me va acercando un toro fiero. / No sé quién me empujó; no soy torero / y aquí estoy, sin embargo, toreando”20. Porque se trata de un miedo sin salida: “El miedo aquí no tiene callejones”21, sin poder escapar de una angustia torrencial: “Pensarás que la suerte – diosa esquiva – puede / estar difusa a tus ojos, / que una tempestad emerge de la arena y arrecia / torrencial en tu garganta”22.
¿Qué ha ocurrido en este andar acarreando versos? Que el toro causa horror, miedo; y luego, que la angustia, el miedo, todos los temores son poéticamente un toro. Es decir, la poesía nos enseña que el toro y el miedo se simbolizan recíprocamente. No es necesario preguntarse si el miedo ante el toro es razonable o no; el miedo, el estado anímico ante un peligro inminente, la angustia, esa tristeza difusa que no es posible colgar en ningún dato concreto, la ansiedad sentida ante una disyuntiva en conflicto vivido con razón o sin ella como elevada a la enésima potencia no pueden considerarse como algo arbitrario cuando se está ante el toro. Que el miedo es algo fundado parece estar conforme con estos versos satíricos de Lope: “Porque todos, al tiempo que corría, / dijeron que era nada, y luego fue cornada: / (mal haya el hombre que de cuernos fía)”23.
En los primeros tiempos, cuando se alanceaban toros desde un caballo, siempre lujosamente presentado, el mayor riesgo estaba en las caídas del diestro de su cabalgadura. De aquí viene la sátira de Quevedo sobre estos percances con riesgo que llega a la persona e indirectamente le acusa de falta de destreza: “Si caíste, don Blas, los serafines / cayeron de las altas jerarquías, / y cuantas fiestas hay, caen en sus días, / y porque caen las rentas hay cuatrines. / … /. Callen y guarden, como aguardo y callo, / que caerá de su asno, si le agrada, / quien tantas veces cae de su caballo”24. Quizá por ello, por ser falta de dominio del astado, José Tafalla previene contra la gloria de quien ha recibido muchas cornadas: “Que no está la mayor gloria / en contar muchas heridas, / pues quien mata en las primeras / en vano las multiplica”25. Pero Nicolás F. Moratín nos dice que las cornadas existían: “El alcaide, muy zambrero, / de Guadalajara huyó / mal herido al golpe fiero; / y desde un caballo overo / el moro de Horche cayó”26.
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