No duda en confesarse “vago y desordenado”, aunque parece un poco mentira viniendo de alguien que ha sido capaz de unificar un servicio con tantas unidades punteras como el de Otorrinolaringología en el Complejo Asistencial de Salamanca, sin olvidar su importación desde París de técnicas pioneras, como los implantes cocleares, o su docencia en la Facultad de Medicina, o su labor al frente de la Sociedad de Otorrinolaringología de Castilla y León, Cantabria y La Rioja… Quizá es porque esconde un secreto a voces que tiene nombre y apellidos: Consuelo del Cañizo, su AMOR en el sentido más amplio, como él mismo lo definió en el discurso de su jubilación: “Utilizando los tres términos que los griegos usaban para hablar del amor lo entenderéis. Ha sido amor ‘Eros’, evidentemente, amor ‘Philiae’, es decir, de afinidad y amistad, y amor ‘Agapé’, de compartir lo vivido y creado entre los dos. Ha sido y sigue siendo mi amante, mi amiga y mi socia y, además, ha sido y es la mejor madre/abuela del mundo”. Esta bendición, al igual que la Medicina, vinieronde la mano de su amigo, ya hermano y siempre colega en la Otorrinolaringología, Agustín del Cañizo Fernández-Roldán.
Toda una vida de “buena suerte” que ahora sigue disfrutando con una jubilación placentera.
La jubilación depende de lo que hayas vivido previamente y de lo que tu esperes al final de tu vida, y yo esperaba irme en el momento adecuado y creo que acerté. ¿Cómo vive uno? Pues muy bien, porque a partir de que uno dice “hasta aquí he llegado”, dispone de su tiempo, y es el mayor regalo que se puede tener cuando se ha estado tan ocupado. Si además tienes paz familiar, paz social y un relativo bienestar económico, pues no soy hombre de tener muchas cosas, la situación es muy agradable.
La Medicina es una profesión de vocación, de servicio público, y supongo que ese sentimiento sigue ahí.
Esto no se quita nunca, lo llevas impreso para toda tu vida, perouna cosa es llevarlo impreso, pensar en ello, y otra tenerlo que ejercer todo el día, todo el tiempo y, además, de una manera continuada. Hay veces que te sientes obligado a ejercer, sobre todo si tu nieto tiene 8 meses y te da un susto de muerte con una laringitis, y tienes que luchar entre ser abuelo y ser médico, pero ya no es lo mismo. Manuel Gómez Benito, que es un hombre muy sabio y muy amigo mío, es recordado en el servicio por los residentes, cuando operaban, por ejemplo, un oído por primera vez y les decía: “Mira, hijo, todo en la vida tiene un principio y tiene un final”. Llega un momento en que sabes que ha acabado, y tienes que aceptarlo.
Como el propio Juan Luis Gómez reconoce y agradece, fue su cuñado Agustín del Cañizo Fernández-Roldán quien le metió “los perros en danza” de la Medicina. Sus dos principales maestros en la especialidad han sido su suegro, Agustín del Cañizo, y su jefe y hermano pequeño del primero, Casimiro del Cañizo, no por todo lo que sabían, sino por “sus modos y maneras”. El uno, por practicar la Otorrinolaringología a un nivel altísimo en una ciudad pequeña como Segovia, y el otro, por haber sido el principal referente, impulsor y formador de lo que es hoy el servicio del hospital de Salamanca, que dejó en manos de sus pupilos, como el propio Juan Luis, quien fue jefe de esta especialidad hasta su jubilación el pasado año. Su formación, en la Universidad de Salamanca y, como residente, en el Provincial y el Clínico, y dio un salto cualitativo y cuantitavo en sus viajes a París y en el aprendizaje con dos de los grandes: el profesor Chouard y Frederic Chabolle.
Pero también muestra su enorme admiración por esa otra especialidad que ha vivido tan de cerca de la mano Consuelo del Cañizo, actual jefa del Servicio de Hematología. Destaca a Antonio López Borrasca, a Agustín Ríos, “que fue el maestro de mi mujer al principio”, y a Jesús San Miguel. Cada uno, con su grandes virtudes, demostraron entrega y pasión por lo que hacían, “y así han llegado donde han llegado”, según afirma Juan Luis Gó-mez, un profesional hecho en Salamanca con una parte de su corazón y de su sabiduría en París
En la vida de cada uno, tanto la infancia como la adolescencia parecen llevarnos a lo que somos en la madurez. Cuénteme si ya tuvo entonces señales de que lo suyo sería la Medicina.
No. Yo provengo de una familia muy humilde, mi padre era conserje de una organización sindical de aquella época y mi madre, ama de casa, y yo creo que de los 14 o 16 primos, fui el primer universitario. Pero yo tuve una gran suerte en la vida, que fue encontrarme con mi amigo y luego cuñado, Agustín del Cañizo Fernández-Roldán, que es de Segovia como yo, y que ha sido otorrino como yo y muchas cosas más. Me encontré con él en el instituto a los 10 años y fuimos amigos desde entonces; poco a poco me metió los perros en danza de la Medicina. Su padre era médico, el doctor Agustín del Cañizo, otorrino en Segovia, y una persona para mí fundamental en la vida: vine a Salamanca a estudiar Medicina por él y gracias a él.
La rama segoviana de la gran saga médica de los Cañizo…
Todos los hijos de Agustín del Cañizo García, el que da nombre a la calle de la plaza del Oeste, amigo de Unamuno y catedrático de Medicina Interna en aquella época, años 20 del siglo XIX, nacieron en Salamanca, excepto mi suegro, que nació en Segovia en unas vacaciones, porque tenían allí una casa y allí acabóejerciendo de otorrino. Yo vivía al lado de ellos y, aparte de ser amigo amiguísimo de Agustín, a los 16 años también descubrí que su hermana ya no tenía trenzas. Tenemos en casa una foto pequeñita a la puerta del cine Cervantes de Segovia y por detrás pone “agosto de 1965”, nada menos que 52 años juntos. Los tres acabamos estudiando Medicina en Salamanca.
¿Cómo llegó a la Otorrinolaringología?
Fue algo curioso. Cuando acabamos la carrera, había una especie de sistema MIR a nivel local, estamos hablando del año 1972, en el Hospital Provincial y Agustín y yo fuimos seleccionados. El primer año se rotaba por todas las especialidades y me aficioné muchísimo a la Cirugía General con Fernando Cuadrado, Luis Ortega, ‘Pichu’, pero en aquel momento hubo un terremoto que se llamaba Santiago Tamames y puso patas arriba el servicio, y nos fuimos a ‘Otorrino’ en este sistema de residentes, primero en el Provincial, y en 1975 ya en el Clínico, y aquí me quedé para siempre.
A lo largo de su carrera habrá tenido grandes maestros, pero hay uno al que usted nombra siempre de forma especial, el doctor Casimiro del Cañizo Suárez.
El hermano pequeño de mi suegro, que era el profesor titular cuando yo empecé a hacer la especialidad y ha sido nuestro maestro del alma, nuestra figura, el mejor científicamente, el mejor administrativamente, moralmente, el mejor cirujano, el jefe, del que no sólo hemos aprendido muchas cosas técnicas, porque tenía la gran cualidad de enseñar muy bien a todo el mundo sinrestricciones, sino, sobre todo, modos y maneras. Enormemente honrado, intachable en su consulta privada, donde íbamos por turnos a aprender, innovador, peleador… La gente enseña cosas, y los maestros enseñan modos y maneras, además de cosas.
Usted fue artífice de la unificación de servicios en el hospital de Salamanca. ¿Qué se ha ganado? ¿Cómo vivió ese proceso como jefe de servicio, y anteriormente, cuando ya coordinaba gran parte de la actividad en el Clínico?
Sí, como dice un amigo mío que ahora ya es jefe de servicio en Segovia, hemos sido los encargados muchos años, y así es. Hay que tener en cuenta que la ORL ha evolucionado muchísimo. Cuando mi suegro acabó Medicina, en la Posguerra, su padre le dijo: “Has perdido mucho tiempo con la guerra, debes hacer una especialidad cortita”, pero esa “cortita” se ha convertido en un monstruo con muchas cabezas, que son todas esas secciones que tiene el servicio de Salamanca.
“Don Casimiro ha sido nuestro maestro del alma, el mejor, intachable, innovador, peleador”
Oncología de cabeza y cuello; Rinosinusología y cirugía de base de cráneo anterior, vía lagrimal y descompresiones orbitarias (en colaboración con Oftalmología); Otorrinolaringología pediátrica; Otología, Cirugía de base posterior e implantes cocleares; Otoneurología; Disfagia y foniatría…
Es producto de una evolución que tuvo su origen en las múltiples conversaciones y vicisitudes que hemos tenido Ángel Muñoz, actual jefe de servicio, y yo durante muchos años, al decirnos que no podíamos estar todos haciendo todo porque entonces no progresábamos. Tu quieres operar muy bien las laringes, pues tienes que operar un mínimo de 30 al año, si operas dos al año no vas a evolucionar en la vida… Así, lo maduramos, propusimos nuestro diseño y, lo que era más importante, con la gente del servicio del Clínico, que era independiente entonces del Virgen de la Vega, logramos que encajara cada uno en su sección. Esto fue lo más complicado, pero nos salió bien porque éramos un servicio muy asambleario, donde el encargado, que era yo, no ocultaba información a los demás y las decisiones eran colegiadas. La otra razón fundamental es porque los mayores, y me refiero los que nos habían enseñado a nosotros –Manuel Gómez Benito, Carlos García, Leandro Benito…–, a todos les propusimos el plan y, con una generosidad increíble, no pusieron ninguna pega.
Antes de ser jefe de servicio, el 1 de octubre de 2014, ya fue encargado, como usted recuerda, pero además, ha sido especialista y pionero en muchas técnicas.
Ha habido un antes y un después de 1982, cuando mi mujer y yo estuvimos trabajando en París. Hubo un momento en el que el doctor López Borrasca le propuso a ella una beca para hacer biopsia de médula ósea; habíamos acabado los dos la especialidad, teníamos una niña y nos fuimos al mismo hospital, el Saint Antoine. Empecé a atisbar lo que era la quimioterapia en los cánceres sólidos, que entonces empezaba y allí eran pioneros, aprendí un procedimiento de cirugía que aquí no se hacía, que eran los colgajos pediculados para hacer grandes resecciones de cabeza y cuello y luego sustituirlo por el pectoral mayor, y aprendí el inicio de los implantes cocleares, porque allí estaba su inventor, el profesor Cloud-Henri Chouard. Se me abrieron los ojos, fue espectacular, vi que lo que hacíamos aquí no estaba tan mal, pero allí se hacían cosas mucho mejores.
“Una de las primeras operaciones de colgajo que recuerdo es la de Paquito el de Cantalapiedra”
Don Casimiro lo recibió con enorme generosidad.
El primer caso que yo operé fue, curiosamente, el día de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Un tumor de suelo de boca que yo reconstruí con un colgajo de pectoral mayor. Aquel día al jefe se le olvidó y no vio la operación, pero a la semana siguiente, en la siguiente intervención, me dijo que era algo estupendo, que siguiera haciendo operaciones y que enseñara a los demás. A partir de entonces, operaba conmigo, hacía la extirpación y yo la reconstrucción, le tenía de ‘residente’ yo a él; todo un maestro, abierto a aprender y estar pendiente de las complicaciones que pudiera tener.
De aquella época, seguro que conserva operaciones inolvidables.
La más gorda que yo recuerdo fue la de Paquito, un joven de Cantalapiedra al que le habían operado de cáncer fuera de Salamanca y tenía una recidiva que le cogía toda la base de la lengua; incluso yo creía que era inoperable, pero lo había visto hacer en París, y aunque este caso era más complicado, porque había que quitarle la lengua, el suelo de la boca, la laringe y la faringe, no había otra opción para salvarle la vida. Paquito ha estado vivo 25 años; no hablaba, claro, pero se comunicaba, montaba en bici y hacia una vida normal.
Otro punto de inflexión fueron los implantes cocleares, pioneros en toda España, sobre todo en niños.
Cuando vine de Paría lo conté, pero todavía era una técnica muy artesanal y ahí se quedó; pero en el año 88 vino el profesor Chouard a dar una conferencia a Santiago de Compostela y me fui a verle. Me dijo que todavía había cambiado y que me fuera a formar con él, y así fue. Pedí una beca, nos fuimos otra vez mi mujer y yo en 1988, en vez de con una niña, con dos, y ya con el objetivo concreto de aprender sobre los implantes cocleares, y con un cierto reconocimiento en mi especialidad, además de que llamarse Gómez en París suena mucho más exótico. El primer sitio del Insalud de entonces donde se puso un implante coclear fue en Salamanca. En aquel tiempo, además, me nombraron subdirector del hospital y aproveché para hacerles ver que tener aquí los implantes cocleares era una fuente de beneficios para nuestro centro; hicimos un programa de implantes y hasta ahora, que ponemos 50 al año, el que más de toda España, sobre todo en niños.
Una vida nueva para ellos. Entiendo que es uno de los mayores logros de este hospital.
Espectacular. Una anécdota sintetiza lo que quiero transmitir. Al principio no se los poníamos a niños, porque no sabíamos qué iba a pasar, y poco a poco lo fuimos introduciendo, siempre en contacto con Chouard para estar al día de todas las novedades. Años más tarde, hubo un encuentro de implantados cocleares de toda España, y todavía recuerdo con mucha emoción cómo vino hacia mí una muchacha de unos 18 años a darme un par de besos y decirme con voz normal: “¿No te acuerda de mí? Soy Nieves de Agreda”. Le había puesto el implante cuando tenía 5 años, y ahora estaba en segundo de Económicas. O Bernardo, al que vi con 14 años y estaba en Bachillerato; fue el más pequeño que yo operé, con 2 años. El doctor Fernando Benito los pone ahora incluso a niños de 4 o 5 meses.
Ha hecho casi de todo, y además de forma pionera y experimental, pero ¿cuál acabó siendo su mayor especialidad?
En el 89, cuando volví de París, hacía implantes, oncología y la subdirección, un poco de todo. Cuando el servicio empieza a dividirse en secciones en 2003 y 2004, dejé los implantes cocleares y me centré en la Oncología de cabeza y cuello; es lo que más me gusta y en lo que he centrado mis publicaciones y mis investigaciones.
Otra referencia de Salamanca ha sido la Foniatría, una especialidad que ahora está muy amenazada…
Foniatría se la han cargado y nadie sabe lo que hemos peleado María Garrido, Joseba Gorospe y yo a todos los niveles, pero ha sido imposible. Es la espina que yo me llevo clavada. Ahora esta en proceso de remodelación, han empezado a no contratar, porque la Foniatría no existe como título, y la única opción es que, con las plazas libres que tenemos en ORL, encontremos un otorrino con experiencia foniatra, pero no será lo mismo.
Ha sido usted también, hasta el pasado 4 de junio, presidente de la Sociedad de Otorrinolaringología de Castilla y León, Cantabria y La Rioja, que acaba de celebrar su XXV Congreso en Salamanca con más de 150 participantes. ¿Qué papel juega esta sociedad científica? ¿Cuáles han sido los retos durante su presidencia?
He sido vicepresidente 14 años, y los últimos tres años presidente. Ha ido progresando poco a poco, ahora tenemos una revista ‘on line’ que edita la Universidad de Salamanca, que nos brinda una colaboración importantísima, y la dirige José Luis Pardal, que es otorrino en Zamora, formado aquí con nosotros. Nuestra labor es asesorar a la Consejería de Sanidad en este ámbito, pero también trasladarle nuestras reivindicaciones, y ‘partirte el pecho’ para lograrlas. He dejado la presidencia muy contento, porque hemos tenido un congreso espectacular, muy bueno desde el punto de vista científico. También fue importante el del año pasado en Palencia, donde el 80% de los asistentes era menor de 40 años; los viejos no sobramos, pero debemos ser minoría, es más importante que haya recambio.
En el Congreso se han presentado técnicas novedosas, como el implante vestibular o la cirugía a través de la base del cráneo. ¿Qué novedades llegarán a Salamanca?
Salamanca ya tiene una cartera de servicios completísima y única, por ejemplo, en la disfagia, con técnicas muy eficaces y de buenos resultados que no hacen en otros sitios. Aparte de las técnicas pioneras de las que hemos hablado, tenemos un Comité Oncológico de Tumores de Cabeza y Cuello que lleva funcionando desde 1985, el primero de todo el hospital, y también de los primeros en quimioterapia de inducción. En mi estancia en París conocí también a Frederic Chabolle, era R4 y me enseñó a hacer los colgajos de pectoral mayor; no veas cómo operaba, y le decía a Chouard, que era el jefe, que había que poner ciclos, pero no quería. Me quedó la curiosidad y cuando volví Ángel Muñoz tenía interés en formarse fuera, y con la quimioterapia de inducción, vimos la oportunidad. Se fue con una beca, trajo estas técnicas nuevas, como la terapia de inducción, y don Casimiro lo nombró encargado del comité para discutir cada caso. En aquel momento también acababa de volver de Milán Juan Jesús Cruz, y empezamos nuestro protocolo de quimioterapia de inducción con nuestro comité semanal. Fuimos denostados en toda España y mira ahora.
“La ORL que yo encontré no se parece en nada a la que dejo, su reto ahora es el oído interno”
Lo que se ha evolucionado desde entonces…
Ahora hay un mejor diagnóstico precoz, muchos se tratan con quimioterapia y luego se reevalúan a ver si necesitan operación o no, o se pasan a Radioterapia para preservación de órgano. Nos da pie a hacer cirugías en las que dejas la laringe con las tres funciones y, en muchos casos, que es lo que ha cambiado notablemente, sin tener que abrir, porque se hace con cirugía láser. La ORL que yo encontré y la que dejo no se parecen en nada; un cáncer de cuerda hace 25 años suponía abrir, quitar la cuerda y hospitalización de 10 días por lo menos; hoy, láser, se quita, 20 minutos y al día siguiente, a casa.
¿Cuáles son los retos de la ORL en la actualidad?
El gran reto y el gran desconocido –tiene que progresar mucho y se hará– es el oído interno. En el cáncer ya hemos avanzado mucho, va a ir por derroteros basados en terapias moleculares dirigidas en un futuro casi inmediato, pero en el oído interno queda mucho por hacer. Los implantes cocleares solucionan problemas, pero es el paleolítico del oído interno, que va a dar un paso hacia el neolítico con los implantes vestibulares y el siguiente paso será la regeneración con células madre.
Sin duda, el tabaco, asociado a 55.000 muertes anuales en España y a distintos tipos de cáncer, es el enemigo público número uno de la ORL.
El tabaco y el alcohol. La solución es no fumar y no beber, pero hay una notable diferencia. La gente que fuma, en general, lo hace inmoderamente; en un 80% de los casos consumen más de 20 cigarrillos, pero entre los bebedores, que somos casi todos, un 80% bebe un vino o dos, y el otro 20% es alcohólico. Una droga está metida en nuestra cultura, desde el Arca de Noé hasta los milagros de Jesucristo o la Primera Comunión; todo lo celebramos con un vino español, lo controlamos porque forma parte de nosotros, pero la otra droga es nueva, apareció hace sólo 500 años y, además, está pervertida por los fabricantes.
¿Qué otros malos hábitos de esta edad postmoderna están influyendo en las patologías de esta especialidad?
La polución, la sequedad del ambiente, que es muy mala, el ruido, que es un veneno… Cada vez se va adelantado la edad de problemas de audición; no es que oigas menos, sino que escuchas menos, y te miran mal si mandas callar. Somos el segundo país del mundo después de Japón más ruidoso, pero esto es mucho menos grave que el tabaco y el alcohol.
“Globalmente, la Medicina está mucho mejor que hace 25 años, pero el ciudadano no lo percibe”
Se viven tiempos convulsos en la profesión, con precariedad laboral, una huelga en ciernes en Castilla y León y un debate en la calle sobre el aumento de las agresiones, un 40% en los últimos años. ¿Qué males la acechan?
Globalmente, la Medicina está mucho mejor que hace 25 años, pero el ciudadano no lo percibe, porque le hemos acostumbrado a la inmediatez de todo. Por ejemplo, tiene usted un dedo en martillo, pero nadie le explica que su operación va a tener que ser diferida para operar a otra persona con sarcoma de Ewing; nadie se lo ha dicho, y cuando el del dedo protesta, siempre hay algún político que utiliza la lista de espera como arma arrojadiza. Esto no es serio; si uno hace la comparación, se ve que está todo mucho mejor, se opera más, se opera mejor, pero la gente no lo percibe como tal. Es tremendo. No ha habido una labor didáctica para la población, se nos ha educado en la inmediatez y en la exigencia, y no en ver los problemas globalmente.
Otro reto de la profesión será entonces mejorar la comunicación.
Sí, a nivel institucional, en primer lugar, un servicio de comunicación bien establecido es importantísimo y, por otro lado, al médico hay darle responsabilidad y que la sustente la autoridad administrativa. El protagonista es el enfermo, y al lado del enfermo, el médico, y lo demás son capas de cebolla que hay alrededor. El núcleo central está ahí y lo que haga yo con este señor me lo tiene que respaldar la autoridad, y dejarme decidir cómo organizar el servicio, en qué aparatos se compran, debidamente justificados. El profesional debe tener capacidad de decisión argumentada y soportada por la autoridad administrativa.
¿Y eso no sucede?
Hay que buscárselo. Nosotros hemos tenido un servicio muy particular, hemos luchado, nos hemos buscado las vueltas con los gerentes, pero nosotros hacíamos nuestro organigrama, nuestro cuadro, guardias, quirófanos, consultas, y nadie nos dijo nada. También decidimos en qué orden se opera; ahora ya se estableció la prioridad 1, 2 y 3, pero esto es fundamental, así es como se educa a la gente. Los enfermos oncológicos no han esperado más de una semana o diez días; con un colesteatoma se puede esperar, pero no mucho, y quien lo opera debe ser el que lo ha diagnosticado. No puede ser que uno te vea, te diagnostique otro, otro te opere y otro te revise; eso pasa todavía en algunos servicios y es una bestialidad.
¿Cómo definiría usted a un buen médico?
Primero, tiene que tener competencias técnicas suficientes; segundo, cualidades personales suficientes presididas por algo fundamental, ser amable con el débil de este núcleo central, condescendiente, estar con él, no sentirse nunca ofendido por él, explicarle cada una de las cosas que tú vas a hacer por él y sus diferentes posibilidades, y así se consigue lo que decía: “ser un buen médico y ser un médico bueno”.
Un libro. El último que he leído, que está de moda y es espectacular: ‘Patria’, de Fernando Aramburu.
Un disco. Los de Jacques Brel, yo siempre muy
afrancesado.
Una película. Como buen aficionado al cine, le cuesta elegir, pero se queda con la saga de ‘El Padrino’.
Un plato. La paella.
Un defecto. Soy vago y desordenado.
Una virtud. Creo que sé escuchar.
Una cualidad de los amigos. La fidelidad.
Qué detestaría en los enemigos. El egoísmo del
enemigo que piensa solo en sí mismo.
Una religión. Católica.
Un chiste. Dice que los cuenta mal, pero luego se
arranca por el de “Bond, James Bond, que en españoles Brosio, Ambrosio; uno bebe gin tonic y el otro llín, bote…llín”.
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