Por Juan Antonio Pérez-Millán
Escritor y crítico de cine
La cineasta y escritora bonaerense Lucía Puenzo, hija del también realizador Luis Puenzo –’La historia oficial’ (1985), ‘Gringo viejo’ (1989), ‘La peste’ (1992), ‘La puta y la ballena’ (2004), entre otros títulos– ha dirigido hasta ahora tres largometrajes: ‘XXY’ (2007), ‘El niño pez’ (2009) y éste ‘Wakolda’ que comentamos, galardonado con numerosos premios internacionales, estrenado aquí con el título de ‘El médico alemán’ y que apenas tuvo repercusión, llegando, según datos oficiales, a algo menos de cuarenta mil espectadores en salas comerciales.
Como en ‘El niño pez’, Lucía Puenzo parte de una novela propia, convertida en guion por ella misma, y cuenta la historia de un misterioso doctor que a principios de los años sesenta del siglo pasado se une con su coche a una familia argentina compuesta por el padre, Enzo; la madre, Eva –embarazada–, y sus tres hijos, entre ellos Lilith, de doce años aunque algo pequeña para esa edad, cuando se dirigen por carreteras desiertas y peligrosas hacia los alrededores de Bariloche, a orillas del lago Nahuel Huapi, donde piensan reabrir la hostería que regentaba la madre de Eva, fallecida dos meses antes.
Por el camino, el médico, que se presenta bajo un nombre falso, trata de intimar con el grupo, acercándose sobre todo a Lilith, quien siente simpatía por él y le muestra complacida a su muñeca Wakolda, fabricada por su padre, como tantas otras, todas diferentes y a las que pretende implantar un corazón mecánico. Al llegar al destino de la familia, matriculan a los niños en un colegio alemán donde en su día estudió Eva y en el que Lilith es objeto de continuas burlas por su estatura, mientras el doctor se aloja en la hostería, convence a la mujer para que le permita aplicar a la niña un tratamiento que la hará crecer, al tiempo que le propone cuidar de su embarazo –ahora se sabe que de gemelos– y hasta se ofrece para invertir en la fabricación industrial de las muñecas de Enzo. No sin reticencias, y pese a la oposición de éste, la mujer accede a recibir ella y su hija las atenciones del galeno. Hasta que la niña da síntomas de trastornos de muy diversos tipos y, al nacer, uno de los gemelos presenta una grave insuficiencia respiratoria y otras limitaciones…Enzo se enfrenta entonces violentamente con el médico, mientras Eva empieza a lamentar haber confiado en él, y Nora Eldoc, fotógrafa y bibliotecaria del colegio alemán donde Lilith busca respuestas a las extrañas ideas que le inculca el doctor, va reuniendo pruebas para confirmar sus sospechas de que están ante un personaje mucho más complejo de lo que todos creían al principio. Las noticias de la prensa y la televisión sobre la captura del genocida nazi Adolf Eichmann por agentes del Mossad israelí vienen a añadir nuevos elementos a esa situación, hasta que se va aclarando muy poco a poco que el enigmático personaje está aplicando sus delirantes teorías sobre las posibilidades de mejora de la especie humana y utilizando como conejillos de indias a las personas que confían ingenuamente en los conocimientos de los que hace gala.
Finalmente, y más por alusiones que por evidencias, se comprobará que se trata del terrorífico Josef Mengele, desaparecido en 1945 del campo de concentración de Auschwitz, donde había realizado prácticas exterminadoras so pretexto de investigación científica, y que al intuir que está a punto de ser desenmascarado busca la ayuda de sus correligionarios ocultos en diversos lugares de Sudamérica para escapar también de Argentina con destino a otro país del continente. De hecho, consta que el auténtico Mengele consiguió pasar a Paraguay por aquellas fechas, y después a Brasil, donde murió ahogado en una playa sin haber sido identificado por cuantos intentaron repetidamente localizarlo y detenerlo como criminal de guerra.
Con esos mimbres, a medio camino entre la realidad y la fabulación, ha construido Lucía Puenzo un relato sin duda interesante, y con momentos brillantes –el uso de los paisajes como símbolo de belleza y contrapunto involuntario de la perversidad del asesino, o las interpretaciones de Alex Brendemühl, la niña Florencia Bado y Natalia Oreiro; no así Diego Peretti, inexpresivo en su intento de manifestar tanto la desconfianza como el horror que siente progresivamente su personaje–, pero excesivamente alambicado en su desarrollo. Por la acumulación de pequeñas tramas secundarias, que quieren proporcionar un tono de suspense y acaban dificultando el seguimiento de su complicada evolución, y también por la idea, sugestiva desde el punto de vista de la construcción dramática pero a nuestro juicio fallida en términos generales, de hacer que vayamos conociendo los hechos a partir de la reflexión retrospectiva de la pequeña Lilith, cuya voz se superpone a los dibujos y anotaciones de los cuadernos en los que se cree que el protagonista iba haciendo constar los avances y obstáculos de sus terribles investigaciones. Es loable, no obstante, el esfuerzo de la realizadora por recuperar desde una perspectiva crítica e imaginativa unos hechos que marcaron un momento clave en la historia de su país. Como lo es también el que la cinematografía argentina se proponga ayudar –aunque en ocasiones necesite la aportación financiera de otras, en este caso francesa, española y hasta noruega– al ajuste de cuentas con épocas particularmente negras de su pasado. Al hacerlo, nos presenta una figura de médico que contrasta vivamente con las habituales y remite a la galería de científicos ‘malos’ que brillan también en el cine internacional desde los grandes clásicos, de Caligari y Mabuse a Jekyll y de Moreau a Frankenstein.
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