Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina
A veces nos preguntamos por el tiempo y los errores que evitaríamos si supiéramos aprender de los que nos precedieron y, a fuerza de experiencia, plasmaron la sabiduría de la vida.
Aprendamos a meditar, los de arriba y los de abajo, como acostumbraban los antiguos gobernantes de aquella China o aquella India, que tuvieron un Confucio y un Asoka y que se basaron para gobernar en una buena filosofía de la vida.
Hay que saber, con modestia, lo que uno sabe y lo que no sabe, decía un pensador chino, porque nuestra desgracia es que no nos damos cuenta de lo mucho que no sabemos. Otro gran sabio de aquel Oriente lejano, Tse-Mieu, lo expresó así: “Lo que el hombre sabe es nada en comparación con lo que no sabe”.
Es cierto que estos grandes hombres de la humanidad, que supieron contribuir a hacerla más humana y fueron excelentes contempladores de la realidad, se acostumbraron a ver lo que la generalidad no veía y usaron su experiencia sabiendo que “los hombres son sabios, no en proporción a su experiencia, sino a su capacidad para aprender de ella”, según decía el paradójico Bernard Shaw.
Los hombres son sabios también en escoger y aprender de los demás, por lo que no debemos pararnos en las personas, ya que, según el dictamen del sabio y desengañado Kempis, “no mires quién lo dice, sino lo que dice”. La lástima de la experiencia es que no la tenemos en cuenta nada más que cuando es demasiado tarde (J. P.R ichter).
El pueblo tiene que aprender a ser responsable, porque, como dice Aristófanes, “tu poder es grande; pero eres fácil de seducir, ya que te gusta ser adulado y engañado”. Sin embargo, también es sensible al ideal y si se fomenta en él la inteligencia y el sentido de la responsabilidad, la multitud de estremece.
Los males que padecemos tienen, a nuestro entender, una clave: que algunos gobernantes no han dado ejemplo y la gente imita lo que hacen, no lo que dicen. Y en este caso, “todos los vicios que están de moda pasan como si fueran virtudes”, según observa con acierto Moliere en su ‘Don Juan’. Por eso no hay que caer en la ingenuidad de creer en lo que dicen los líderes, sino ver lo que hacen, siguiendo el consejo de Confucio.
Las máximas de Maquiavelo de poco sirven, porque él mismo “vivió pobre y despreciado, y murió desdichado y aborrecido”, como recuerda el inteligente observador que fue el padre Feijoo.
Y la solidaridad es necesaria porque “no puede llover en casa del vecino sin que se mojen mis pies”. Y ante los problemas que no podemos resolver, adoptemos el consejo del filósofo Spinoza: “Si queréis que la vida os sonría, tener primero buen humor”. Con él conseguiremos más que con nuestra falta de humor.
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