Por Inmaculada Izquierdo Pérez
Médico residente de tercer año
de Medicina Interna
La medicina interna ha ido experimentando una serie de cambios y adaptaciones a lo largo de la historia, lo que ha provocado que se ponga en duda su papel en el presente y de cara al futuro. Conocer los orígenes y comprender el camino recorrido ofrece una perspectiva sobre la medicina que fue y la medicina que vendrá. Hipócrates fue el primero en teorizar sobre la necesidad de observar racionalmente a los pacientes tomando en consideración el aspecto y los síntomas. Obviamente, no todas sus teorías se corresponden con lo que entendemos por medicina en la actualidad, entre otras, la teoría humoral, que afirmaba que el cuerpo se gobernaba por cuatro humores diferentes: bilis amarilla, bilis negra, sangre y flema. En el siglo XIX, se producen avances importantes con la definición y la clasificación de los signos y síntomas. Laënnec amplifica el rumor producido por el latido cardíaco o los pulmones y se le considera el inventor de lo que más adelante se convertiría en el estetoscopio. Entonces, la medicina interna aparecía bajo el nombre de “patología interna”, “enfermedades internas”, “medicina interna” o “práctica médica”. Años más tarde, en Wiesbaden (Alemania), se lleva a cabo el primer congreso de medicina interna, se consagra el nombre de la especialidad y William Osler escribe el tratado de medicina interna The Principles and Practice of Medicine. La medicina interna era la que trataba desde dentro, en compás con el avance de la farmacología, basada en la integración de la fisiología, bacteriología y patología, en contraposición con la cirugía, que trataba las patologías desde fuera. Ahora bien, entre las décadas de 1940 y 1960, los avances médicos se multiplican, y ello propicia la aparición de subespecialidades. Se produce entonces una pérdida progresiva del peso que ejercía la medicina interna en los grandes hospitales, lo que genera una crisis de identidad notable. La corriente del “no poder saberlo todo” integra en las aulas universitarias a otras especialidades médicas donde antes había un internista. Cuando todo parecía perdido e incluso se hablaba del final de la especialidad, la guerra y la aparición de enfermedades emergentes, como el sida o la tragedia del aceite de colza, que supuso más de 2.000 muertes, aumenta la presión asistencial, y la medicina interna se presenta como costo-eficiente en el sistema. A comienzos del siglo XXI no parecía que la medicina interna fuera a seguir tal y como se conocía, puesto que habían emergido con fuerza distintas especialidades. Sin embargo, el avance tecnológico e innovación y la superespecialización, como por ejemplo en cardiología o neurología, hace que cada vez más vaya perdiendo fuerza aquella figura de clínico que dominaba toda la especialidad, lo que constituye una pérdida de la imagen transversal del enfermo. Esto llevó inicialmente a la idea de crear un sistema troncal en la formación MIR, pero finalmente desestimada por su coste y años de formación extra que implicaría. En consecuencia, el papel del internista interconsultor resulta fundamental en la práctica clínica, más teniendo en cuenta el aumento en la esperanza de vida, y con ello, del paciente pluripatológic Medicina interna es una de las pocas especialidades que permite tener una visión global del paciente y poner en sintonía todos los recursos sanitarios que se necesitan para tratar la enfermedad. La historia nos enseña que los tiempos cambian y la forma de ejercer la medicina interna también. Nos hemos encontrado con obstáculos importantes, pero la visión integradora permanece, y quizá es ahí donde está nuestro papel. Somos el director de la orquesta de lo que es la enfermedad, imprescindibles en el sistema sanitario actual y, creo, también del futuro.
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