La naturaleza, que según dicen es sabia y, por tanto, precavida, ha puesto al servicio del hombre muchas cosas, y entre ellas podría estar el dolor. Esto, que parece un contrasentido, quizá no lo sea tanto si pensamos que el dolor es uno de los primeros avisos de que algo va mal en nuestro organismo. Se trataría de una especie de sistema de alerta que, sin duda, se excede a menudo en sus funciones, convirtiéndose en máximo exponente de la enfermedad, mereciendo tratamiento sintomático preferente.
Aún cuando no sea el dolor el primer síntoma de la enfermedad, es casi seguro de que ésta lo producirá en algún momento de su evolución. El dolor puede, pues, considerarse como una de las manifestaciones fundamentales de la enfermedad, aunque un buen interrogatorio puede, a veces, objetivar problemas emotivos que justifiquen una exageración no siempre voluntaria de dolores sin importancia, muchos de los cuales pueden ser considerados como psicosomáticos. Es decir, el dolor puede desbordar su condición de síntoma para convertirse por sí mismo en enfermedad.
Pero, ¿qué es el dolor? Un filósofo holandés del siglo XVII, Spinoza, lo calificó como una forma de “angustia localizada”, identificándolo, por tanto, como una experiencia emocional desagradable, puesto que actualmente el dolor se describe como un estado afectivo anómalo y, como tal, se genera en la corteza cerebral. Su manifestación puede ser neurológica, pero no tiene las características de las percepciones primarias, como la vista, el oído, el olfato o el tacto.
En primer lugar, se trata siempre de un síntoma. No existen signos físicos del dolor. La expresión facial de un enfermo dolorido y ciertas posiciones o actitudes antiálgicas, por ejemplo, no guardan relación directa con la intensidad del dolor. Tampoco puede existir dolor imaginativo; puede que esté exagerando el dolor o que esté fingiendo, pero lo mismo que sucede con cualquier emoción, no se lo imagina.
La medida del ‘umbral del dolor’ de un paciente determinado tampoco nos orienta sobre la intensidad del sufrimiento. Además, el enfermo que solicita ayuda médica por un dolor lo puede hacer por dos razones: una, porque aunque soportable, lo relaciona obviamente con una enfermedad; otra, porque se le hace insoportable, es decir, porque ha alcanzado los límites de su tolerancia. Y esta tolerancia depende de muchos factores, entre ellos el nivel cultural, la edad, el sexo y la raza.
La importancia del dolor tiene, a nuestro juicio, dos vertientes: una, el dolor como síntoma importante que obliga a su tratamiento, independientemente de la causa que lo produzca; otra, la socio-económica.
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