El doctor Olatokumbo y la emigración

Por Juan Antonio Pérez-Millán

Escritor y crítico de cine

Y Ernesto Pérez Morán

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid

Negocios ocultos, de Stephen Frears

Con una espléndida y variada filmografía a sus espaldas –en la que destacan títulos como Mi hermosa lavandería (1985), Las amistades peligrosas (1988), Café irlandés (1993) o La camioneta (1996)– y antes del rotundo éxito obtenido con La reina (2006), Stephen Frears había rodado un curioso filme sobre la inmigración en su Inglaterra natal, centrado en la figura de un patólogo nigeriano huido de su país. Aquí se tituló, inadecuadamente, Negocios ocultos, y tuvo menos repercusión de la que merecía.

Okwe, el protagonista de Negocios ocultos, es un nigeriano refugiado en Londres, que trabaja como taxista semi-clandestino y como recepcionista en un hotel, aunque tenga que ingerir grandes cantidades de hierbas estimulantes para soportar el ritmo que le imponen los dos turnos. Un día descubre, en el inodoro de una de las habitaciones del hotel… un corazón humano. Ese hecho aparentemente absurdo le pone sobre la pista de un horror mucho mayor: el encargado del establecimiento mantiene un negocio de extracción de órganos a inmigrantes en la miseria o necesitados de documentos, para venderlos después a otros, se supone que no necesariamente británicos pero sí en condiciones de pagar por ello diez mil libras.

Este arranque argumental, a medio camino entre el surrealismo y la comedia de costumbres, deja paso muy pronto a una pormenorizada descripción de las situaciones por las que atraviesan en la gran urbe las personas llegadas allí de forma ilegal, o bien con un permiso precario o incluso con un estatuto de refugiado que no les permite trabajar, condenadas a la marginalidad y bajo el temor constante a la expulsión o la cárcel.

Es sin duda en ese ambiente donde mejor se desenvuelve Stephen Frears con su cámara móvil, inquieta y capaz de sugerir mil matices como de pasada: la mirada siempre atemorizada de los ilegales, el hecho de que la inmensa mayoría de los que desempeñan los oficios más duros sean de razas muy diferentes, los gestos casi automáticos con que disimulan su condición o se buscan la vida como pueden, la malencarada arrogancia de los agentes de inmigración que acechan permanentemente…

En cambio, el aspecto más directamente ‘policiaco’ del argumento –el progresivo descubrimiento por parte de Okwe del indecente tráfico humano que se desarrolla a sus espaldas, al tiempo que el espectador va sabiendo que él es en realidad un médico nigeriano huido de su país por motivos ético-políticos y con un pasado familiar muy doloroso– resulta bastante esquemático, tiene algunos momentos gratuitos, de dudosa verosimilitud, y parece construido mecánicamente para servir de mero soporte a lo que verdaderamente interesa al cineasta, que es llamar la atención sobre ese submundo que cada día tiene más importancia en nuestras sociedades ‘desarrolladas’, por mucho que nos empeñemos en ignorarlo, mirando hacia otro lado.

En cuanto al tercer eje que sostiene la acción, está constituido por una inevitable historia de amor entre el protagonista y Senay, joven turca que trabaja como limpiadora en el hotel y sueña con trasladarse a un Nueva York fuertemente idealizado por las informaciones que dice haber recibido de sus parientes. Ella ayudará a Okwe, permitiéndole compartir su piso hasta que la policía, alertada por los vecinos de la presencia de un ‘negro’, se lance en su busca, obligándola a encontrar otro empleo, en el que será explotada sexualmente, y, por fin, a decidir cambiar uno de sus riñones por el pasaporte europeo que le permita llegar a Nueva York.

Enamorada de Okwe, Senay se empeña en que hagan juntos ese viaje hacia ‘la libertad’, pero él se resiste, alegando mil pretextos difusos. En cambio, al comprobar que la traumática decisión de su amiga es inamovible, se ofrecerá a realizar la operación él mismo –de hecho, el siniestro encargado del hotel lleva mucho tiempo presionándole para que haga otras, en lugar de los cirujanos-carniceros habituales–, como única forma de garantizarle un mínimo de seguridad. Aunque la joven deberá pagar todavía un alto precio suplementario, ‘dejándose’ violar por el encargado, con lo que se confirmará que era virgen…

…El encargado del establecimiento mantiene un negocio de extracción de órganos

En este punto, y mientras se proporcionan los últimos datos sobre el pasado de Okwe Olatokumbo en su país de origen, Negocios ocultos experimenta un nuevo giro argumental y estilístico, decantándose provisionalmente hacia la tragicomedia: con la ayuda de un amigo chino que trabaja en el crematorio de un hospital y de una prostituta de color que sirve de gancho a los ‘clientes’ en el hotel, el médico organiza y lleva a cabo una atroz venganza contra el encargado, de manera que Senay pueda recuperar su dinero, obtener el ansiado pasaporte y conservar su integridad física, a la vez que los receptores que habían pagado por disponer de un riñón sano ven satisfechas sus expectativas. Con todo, Senay marchará sola y Okwe anunciará su regreso a Nigeria.

La tentación de combinar los apuntes cómicos o cuando menos irónicos –presentes ya en el título original, que podría traducirse como Asuntillos sucios– con el intenso dramatismo del tema central es seguramente el mayor lastre de la película. Como lo es, en su apartado ‘romántico’, el hecho de que Audrey Tautou–espléndida, por otra parte, en su trabajo–resulte demasiado bella y angelical en ese contexto tan sórdido. Porque la bondad y honradez de Okwe, también excesivas a primera vista, quedan compensadas por su estratagema final, una vez que ha tomado conciencia del mundo en el que vive, pero el personaje de ella queda a medio dibujar, como una especie de hermosa hada sufridora de todas las maldades que la rodean.

Da la impresión de que Stephen Frears, que en su carrera ha pasado con frecuencia de los temas sociales, ‘a pie de calle’, a las producciones elegantes e incluso suntuosas, y del dramatismo seco al humor más corrosivo, hubiese querido fundir todos esos registros en una sola obra y ésta se le hubiera ido de las manos. Una lástima, porque, con sus altibajos y sus incoherencias, Negocios ocultos es una película muy seria, que aborda uno de los problemas más graves a los que se enfrentan nuestras sociedades actuales y pone ante el espectador acomodaticio o despistado unas realidades inocultables. Su director ha cuidado con esmero tanto las ambientaciones como el reparto, procurando la mayor variedad étnica entre sus intérpretes y que sus funciones correspondan con exactitud a loque podemos ver a diario en nuestras ciudades o intuir tras los muros de sus talleres clandestinos. Por cierto, que en esa distribución de papeles, el peor –por no decir el de ‘malo’ absoluto: el ‘Señor Juan’, encargado del hotel a quien todos llaman ‘Sneaky’ (viperino)– ha correspondido a un español, Sergi López, que hace de tal, lo que quizá haya contribuido a la poco calurosa acogida dispensada al filme en nuestro país.

 Pero, por encima de todo ese entramado argumental, queda en pie una descripción estremecedora del uso fraudulento de la medicina, de las alcantarillas de una profesión que puede oscilar entre la abnegación de Okwe y la perversión absoluta de quienes realizan por dinero unas operaciones injustificables desde cualquier punto de vista.

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