El doctor Norton y la cortisona

Por Juan Antonio Pérez-Millán

Escritor y crítico de cine

Y Ernesto Pérez Morán

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid

Inconformista radical y víctima de la rigidez de los grandes estudios hollywoodienses para unos; caprichoso e inconstante para otros; creador genial en ocasiones, artesano rutinario en varias de ellas, Nicholas Ray aceptó el encargo de rodar Más poderoso que la vida poco después de Rebelde sin causa (1955) y unos años antes de venir a España para dirigir Rey de reyes (1960) y 55 días en Pekín (1962) a las órdenes del avispado productor apátrida Samuel Bronston.

Más poderoso que la vida, de Nicholas Ray

Ed Avery es un sencillo maestro de escuela –así le gusta llamarlo a su esposa Lou– que hace horas extraordinarias a escondidas, trabajando como telefonista en una empresa de radiotaxi, hasta que un día empieza a sufrir los síntomas de una enfermedad desconocida: agarrotamiento repentino, intensos dolores en el cuello o los costados y desmayos fulminantes, que él achaca al agotamiento. Desconcertado, el doctor Norton, médico de la familia, sigue los consejos de algún colega y, temiendo que se trate de lo que la película llama una “artritis nodosa”, decide aplicarle pequeñas dosis de una nueva droga llamada cortisona, todavía en fase experimental. Los síntomas desaparecen con gran rapidez, pero a medida que Ed aumenta por su cuenta las cantidades que ingiere, procurándose las píldoras con diferentes trucos, su conducta experimenta graves alteraciones, que unas veces adoptan las formas de la clásica psicosis maniaco-depresiva –hoy llamada trastorno bipolar– y otras las de la paranoia más aguda.

Después de escandalizar a los integrantes de la asociación de padres dela es cuela con unas teorías educativas tan grandilocuentes como confusas, y de enfrentarse y humillar a la solícita Lou, dispuesta a todo para ayudarle, Ed se obsesiona con hacer de Richie, el hijo de ambos, un genio de los estudios, maltratándolo con sus exigencias hasta que el pequeño se rebela e intenta apoderarse y destruir el medicamento que, según su madre, “calma los dolores de papá, aunque haga que se comporte de un modo extraño”.

En el colmo del delirio, el enfermo extrae de la Biblia la convicción de que debe sacrificar ritualmente a su hijo, como Abraham a Isaac, y sólo la violenta intervención física de Wally, profesor de gimnasia en la misma escuela y amigo de la familia, podrá impedir que cumpla su desquiciado propósito y, además, mate también a Lou.

Ingresado de nuevo en un hospital, y sometido a una drástica sedación –de la que el doctor Norton y su colega Rurictemen que no salga indemne–, Ed despierta por fin, reconoce a los suyos y se abraza a ellos en un final feliz, al menos en apariencia…

Con aspecto de melodrama familiar salpicado de imágenes potentes –el espejo roto por la esposa, en el que se mira el enfermo cuando su personalidad empieza a hacerse añicos; el intenso virado en rojo de una de las escenas finales, que puede representar tanto un momento de especial obcecación cuanto una hemorragia cerebral; el papel desempeñado por las escaleras de la casa de los Avery como lugar de transición en todos los conflictos–, pero también de situaciones tópicas, contrapicados e iluminaciones artificiosas y bastantes momentos de distensión injustificada, Más poderoso que la vida tiene especial interés porque, además de reflejar de manera anecdótica los días en que el auténtico doctor Philip S. Hench puso a punto la cortisona, lo que le valdría el premio Nobel de Medicina en1950, plantea uno de los temas más frecuentes en la filmografía de Nicholas Ray. En palabras del propio cineasta: “El paso del remedio que puede ser un mal al mal que puede ser un remedio”.

Esa dialéctica física, química, pero también y sobre todo moral, interesaba particularmente a un autor cuyos devaneos con todo tipo de drogas fueron bien conocidos, y sitúa al espectador ante el dilema del uso y abuso de unas sustancias que, aparte de producir un bienestar les de los años sesenta y presente todavía hoy bajo formas muy diversas.

Hay que decir, no obstante, que la película –a cuyo rodaje asistió alguna vez el propio doctor Hench– se realizó bajo la supervisión de la Asociación Médica Americana, preocupada por lograr que en su desarrollo quedara claro que eran los excesos individuales del paciente de ficción, y no la prescripción profesional de los especialistas, la causa del desastre que sufrió aquél, y seguramente empeñada, de acuerdo con la productora Fox, en que todo acabase bien.

En realidad, Ray se había limitado a aceptar el encargo ofrecido por el actor y ocasional productor James Mason –que más adelante se arrepentiría de haber asumido asimismo el papel protagonista– de dirigir para la 20th Century-Fox un argumento inspirado en el reportaje aparecido en la sección Anales de Medicina de la famosa revista New Yorker sobre un caso relacionado con las investigaciones de Hench. A partir de ahí, fueron frecuentes los enfrentamientos. Nicholas Ray no quería para esa historia el espectacular formato de Cinemascope, que la Fox explotaba masivamente en aquella época, y odiaba los efectos chillones del color DeLuxe, en un relato que sólo podía imaginar en blanco y negro… Tuvo que ceder en ambas cosas. James Mason, a cambio, hizo la vista gorda al aceptar, bajo cuerda, que además de los dos guionistas impuestos por la productora, Ray recurriera por su cuenta a la ayudade Gavin Lambert y especialmente de su amigo Clifford Odets para dar forma a las escenas finales, que se le habían atravesado y tuvieron que ser rodadas con enorme precipitación y prácticamente improvisadas sobre la marcha: al parecer, Odets escribía escondido tras un biombo del plató las páginas que todo el equipo esperaba al otro lado, con los consiguientes problemas de supervisión y censura de distintos órdenes.

No es extraño, pues, que de tan caótico rodaje saliera una obra irregular, de elevadas pretensiones simbólicas y muy de Nicholas Ray en algunos aspectos, pero llena de altibajos, soluciones gratuitas y efectos típicos del cine industrial del momento. Una obra que cosechó un notable fracaso de público, fue mal recibida en su presentación en el Festival de Venecia y hubo de ser rescatada posteriormente por la crítica francesa, al calor de la llamada política de los autores.

Pero, por encima de su hibridez y sus numerosos defectos, Más poderoso que la vida habla de la recepción popular de un medicamento nuevo, potencialmente milagroso y letal al mismo tiempo, así como de los peligros de la automedicación, impulsada mu chas veces por el afán de bienestar inmediato, el miedo al dolor físico, la necesidad de autoestima y otros móviles más o menos conscientes. Sin descuidar tampoco la crítica al misticismo, a la competitividad desaforada, a la obsesión por la riqueza y al conservadurismo moral imperantes en la sociedad norteamericana de entonces y de ahora.

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