El doctor (honorario)Thomas y la cirugía cardiaca

Por Juan Antonio Pérez-Millán

Escritor y crítico de cine

Y Ernesto Pérez Morán

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid

A corazón abierto, de Joseph Sargent

Especialista en segundas y terceras partes, o en copias más o menos descaradas, de películas de éxito –MacArthur, el general rebelde (1977); Tiburón, la venganza (1987)– y con algún que otro título muy rentable en su haber –Los traficantes (1973); Pelham 1.2.3. (1974)–, el veterano Joseph Sargent ha realizado también numerosos telefilmes que en ocasiones han saltado a la pantalla grande. En 2004 dirigió para Time Warner, a través de HBO, una singular biografía de Vivien Thomas, ayudante del eminente cirujano Alfred Blalock, que en España ha recibido el título de A corazón abierto.

Parece «algo hecho por Dios», comenta Alfred Blalock al comprobar las suturas practicadas en las arterias de un animal por el joven carpintero negro Vivien Thomas. Y ése es el título original tanto de la película como de uno de los libros en que se basa su argumento.

La historia, basada en personajes y hechos reales –aunque los productores reconocen en un rótulo que han cambiado algunos nombres y situaciones por razones de ‘efectividad dramática’–, comienza en Nashville en 1930, cuando Thomas tiene que abandonar su trabajo de ebanista y gracias a un amigo de su misma raza encuentra empleo como cuidador de perros-cobaya en el Laboratorio Vanderbilt de Cirugía Experimental. Allí conoce y debe servir al doctor Blalock, pionero en diversas técnicas quirúrgicas y personade carácter más bien difícil, que le recibe con suspicacia pero descubre muy pronto la extraordinaria habilidad manual y la privilegiada inteligencia de su subalterno.

A corazón abierto se plantea, pues, como una típica ‘biografía cinematográfica’ –eso que algunos prefieren llamar ‘biopic’, no se sabe muy bien por qué–, condenada desde el principio a convertirse en mera hagiografía blanda y sentimental, a costa de manipular los datos reales en los que dice apoyarse, para mayor honra y gloria de su protagonista. Más aún cuando entre sus fuentes de inspiración figura un relato escrito por el propio Vivien Thomas y publicado tras su muerte en 1985.

Sin embargo, la película resultante contiene varios elementos que, sin hacer de ella una obra maestra, le confieren notable interés. Ante todo, la manera de enfocar las relaciones entre el ilustre Blalock y su modesto pero sagaz ayudante. En segundo lugar, el importante papel concedido en su desarrollo a las cuestiones estrictamente médicas, abordadas con asesoramiento directo del Johns Hopkins Hospital, en el que acabaron trabajando los dos personajes reales, aunque–como suele ocurrir en estos casos– al espectador medio esas explicaciones le parecerán demasiado técnicas mientras a los especialistas en medicina les resultarán excesivamente simplistas o imprecisas. Y en tercer lugar, pero no por ello menos importante, el hecho de que todo el relato esté conscientemente situado en el horizonte de los conflictos raciales y su evolución en los Estados Unidos desde los años treinta del pasado siglo hasta la actualidad.

la vida de un humilde carpintero que empezó cuidando perros en un laboratorio y acabó sus días como doctor honorario

Por lo que se refiere a la relación entre Alfred Blalock y Vivien Thomas, llama la atención la crítica a veces descarnada que se hace del primero, quien fue al fin y al cabo la figura más conocida y admirada, el auténtico especialista y el responsable último de las investigaciones que desarrollaron ambos. Aunque la razón hay que buscarla en el planteamiento mismo del filme y en que su perspectiva es sin duda la del segundo, no se ve con frecuencia que una película destinada al gran público se acerque a una figura consagrada de forma tan mordaz y exenta de miramientos. Blalock aparece en A corazón abierto como un talento indudable y un experimentador de primera magnitud, pero también como un ególatra pagado de sí mismo, una especie de mesías convencido de lo grandioso de su misión científica y sin el menor interés por las condiciones materiales en que viven quienes le rodean, empezando por el ayudante al que deberá buena parte de sus éxitos.

Ciertamente, al final sabrá aceptar alguno de sus errores y en un par de ocasiones incluso pedirá disculpas por su comportamiento despótico. Pero para ello tendrá que verse colocado en situaciones extremas, en las que están en juego su prestigio y los resultados de su trabajo. Y, sobre todo, Vivien Thomas habrá tenido que recorrer antes un auténtico calvario personal y laboral por haberse atrevido a manifestar el desacuerdo con sus actitudes.

Desde el punto de vista médico, A corazón abierto no ahorra detalles para asegurarse de que el espectador lego en la materia comprenda la importancia de los descubrimientos de los protagonistas, añadiendo rótulos explicativos sobre su carácter pionero, además de la clásica advertencia sobre los hechos ‘reales’ en los que se basa. Pero, como ocurre siempre, no basta con ésta para garantizar la verosimilitud de lo que se ve y se oye en el filme, y algunos momentos especialmente dramáticos corren el riesgo de parecer simplemente ‘milagrosos’ o producto de los consabidos trucos de guión.

En cuanto al trasfondo histórico en que se sitúa la acción, la película empieza subrayando el racismo dominante en la sociedad estadounidense de los años treinta, con abundantes situaciones que ponen de manifiesto su brutalidad y arraigo social, para evolucionar después sutilmente hacia planteamientos individuales y, por tanto, de menor calado crítico, aunque pudiera parecer lo contrario. Destaca, por ejemplo, la manera de ‘disolver’ en términos sentimentales el conflicto planteado al principio entre la actitud conformista de Vivien y la más combativa de su hermano Harold, un profesor empeñado en conseguir, incluso por vía judicial, que los enseñantes de su raza cobren iguales sueldos que los blancos. Entre uno y otro, su anciano padre se conforma con constatar que ahora viven mejor que antes…

Algo parecido –en el sentido de esbozar un tema de interés para abandonarlo después caprichosamente– ocurre con la figura de la doctora Helen Taussig, cuyo papel en la realidad debió de ser más destacado que lo que aparece en el filme, donde queda reducida a la categoría de simple provocadora de la dedicación de Blalock y su ayudante a la cirugía de los llamados ‘niños cianóticos’, cuando su condición de mujer médico ofrecía perspectivas mucho más apasionante y, sobre todo, cuando se acaba sugiriendo indirectamente que su interés por los niños enfermos es más ‘femenino’ que científico…

Pero, a fin de cuentas, lo que Joseph Sargent y sus productores han pretendido es fabricar una obra digerible por públicos muy amplios, pulsando resortes emocionales de efecto seguro y haciendo hincapié –con una habilidad que nadie puede negar a los cineastas estadounidenses–en los aspectos heroicos de la vida de un humilde carpintero que empezó cuidando perros en un laboratorio y acabó sus días como doctor honorario, retratado en un lienzo que la Facultad y el Johns Hopkins Hospital decidieron colocar justo al lado del de su jefe y maestro.

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