¿Moretón o moratón? / Síndrome de Angelman / Micras

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

DUDAS RAZONABLES

¿Moretón o moratón?

Tras un golpe o contusión con hemorragia subcutánea, la consiguiente extravasación de eritrocitos en la dermis se aprecia desde fuera por la aparición de una mancha cutánea de color rojo violáceo que los médicos españoles solemos llamar en puro griego ‘equimosis’ o ‘hematoma’, y los pacientes, ‘cardenal’ (por su color morado o cárdeno; esto es, como la flor del cardo) o también ‘moretón’ unos, ‘moratón’ otros. ¿Cuál de las dos es la forma correcta?

La forma original, admitida por la RAE desde 1884, es moretón. Hay quien relaciona este término con el latín morus (del griego maûros, oscuro), en el origen de voces como ‘moreno’ y ‘moro’ (por la piel oscura de los magrebíes); pero la mayoría de los etimólogos lo hacen emparentar con ‘mora’, el fruto del moral, de un color tan característico que en español hemos dado en llamarlo ‘morado’. En cualquier caso, parece obvio que ‘moretón’ surgió como aumentativo de morete, término que aún se oye en Méjico, Honduras y Bolivia con el sentido de equimosis o hematoma.

“Las equimosis empiezan siendo de color rojo vivo y rápidamente viran a su característico color amoratado”

Moretón es la forma originaria, sí, y la usada en el español de toda América y gran parte de España, en zonas como Canarias, Andalucía y Cataluña. En el resto de la España peninsular, en cambio, incluso los hablantes cultos suelen decir moratón.

¿Es eso incorrecto? Bueno, todo depende de a qué llame uno «incorrecto». Tiene toda la pinta de haber sido en su origen una etimología popular, por influencia del color morado o amoratado de las equimosis y cruce del ‘moretón’ original con otros sinónimos todavía en uso para los hematomas, como ‘moradura’ y ‘morado’. Cuando esa etimología popular dejó de ser minoritaria y pasó a ser la más usada en una zona de gran prestigio lingüístico, como es la España central y septentrional, la RAE no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia y dar entrada a ‘moratón’ en la 21.ª edición del diccionario normativo (1992).

Consideración aparte merece el hecho de que los moretones no siempre son morados. Las equimosis empiezan siendo de color rojo vivo y rápidamente viran a su característico color amoratado, pero la progresiva degradación química de la hemoglobina en hemosiderina, biliverdina y bilirrubina hace que con el tiempo vayan adoptando un tono negruzco, tintes verdosos e incluso coloración amarillenta en las fases finales de reabsorción. Esa variedad cromática explica que al hematoma periorbitario por contusión ocular lo llamemos «tener un ojo morado» en español, pero «to have a black eye» (literalmente, «tener un ojo negro») en inglés.


DEL HOMBRE AL NOMBRE

Síndrome de Angelman

Estamos en 1965, y el pediatra inglés Harry Angelman (1915-1996) tiene entre sus pacientes tres niños muy sonrientes que permanecen sin diagnosticar, pero que él sospecha padecen una misma enfermedad. Estando de vacaciones en Italia, visita el Museo de Castelvecchio en Verona, y contempla allí un cuadro del pintor renacentista italiano Giovanni Francesco Caroto, que le llama sobremanera la atención: Fanciullo con disegno o Giovane con disegno di pupazzo (1520), que en inglés se conoce como Boy with a Puppet. Inmediatamente, la cara sonriente del muchacho le recordó a sus tres pacientes de Inglaterra, y el títere o marioneta del dibujo que sostiene en la mano le hizo pensar en los movimientos espasmódicos que presentaban también los tres.

A su regreso a Inglaterra, escribió un artículo en el que comunicaba a la revista Developmental Medicine and Child Neurology tres casos de lo que inicialmente llamó puppet children syndrome. Dos años más tarde, en 1967, Bower y Jeavons lo rebautizaron como happy puppet syndrome; en español, «síndrome de la marioneta feliz», nombre este que, lógicamente, nunca gustó a los familiares de los niños afectados por esta nueva enfermedad recién descrita, por considerarlo peyorativo y estigmatizante.

En 1982, por fin, Charles A. Williams y su colega chileno Jaime L. Frías, propusieron el antropónimo Angelman syndrome. Este síndrome de Angelman es un trastorno neurológico hereditario, de frecuencia relativamente alta (aprox. 1/25 000) y atribuido a un defecto del cromosoma 15. Clínicamente, se manifiesta por marcha rígida y espasmódica, microcefalia, hipotonía muscular, retraso del habla, dificultad de aprendizaje, trastornos del sueño, predisposición epiléptica y —de forma muy llamativa— boca sonriente y risa excesiva e inoportuna. Los niños con síndrome de Angelman son personas de aspecto feliz, con gran afectividad natural, gustosas del contacto humano y muy juguetonas; y en las que la mayor parte de las reacciones y estímulos físicos o psíquicos se acompañan de risa franca.

Los familiares de afectados rechazaron desde el principio la comparación con marionetas, pero usan gustosos el término coloquial angels (ángeles) para referirse a los niños que padecen este síndrome. Por apócope del nombre Angelman, desde luego, pero también por el aspecto juvenil, risueño y feliz de estos niños de perpetua sonrisa.  


ERRORES CONSAGRADOS (O CASI)

Micras

Hasta un alumno de primaria sabe que la unidad internacional de longitud es el metro (con sus correspondientes múltiplos y submúltiplos, como el kilómetro, el decímetro, el centímetro, el milímetro, etc.). ¿Por qué, entonces, siguen siendo tan abundantes los textos especializados —sobre todo en disciplinas como la anatomía patológica y la microbiología— que siguen expresando las longitudes microscópicas en *micras* o *micrones*?

Pues, posiblemente, porque las costumbres —buenas o malas— suelen ser difíciles de desarraigar. A finales del siglo XIX, los científicos de la época dieron en llamar micron (plural micra o microns) a la milésima parte del milímetro o, lo que es lo mismo, una millonésima de metro, un micrómetro (μm); y millimicron (plural millimicra o millimicrons) a la milésima parte de una micra; esto es, un nanómetro (nm).

Quiere eso decir que donde hoy leemos en inglés «bacterial flagella are some 3-20 micra in length and 12-25 millimicra in diameter», lo esperable sería entender en español «los flagelos de las bacterias miden entre 3 y 20 μm de longitud y entre 12 y 25 nm de diámetro»; pero no es raro dar con médicos que siguen escribiendo, en pleno siglo XXI, *3-20 micras de longitud y 12-25 milimicras de diámetro*.

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