Sin saber muy bien por qué y sin antecedentes familiares de referencia, el Dr. Víctor Sagredo quiso ser médico desde muy pequeño, y eligió los cuidados intensivos como un reto en su deseo de tratar a los pacientes más críticos. Le gusta mucho su trabajo y su especialidad, tanto como para seguir haciendo duras guardias más allá de los 60 años y no pensar ni siquiera en la jubilación. Le preocupa un servicio, el de Medicina Intensiva, que dirige desde 2019, donde los profesionales están muy quemados, son “ratas de hospital” con muchas horas de trabajo que nunca han tenido el reconocimiento que merecen, solo durante la pandemia de la covid-19, y a menudo precio. Como coordinador de Trasplantes, acaba de vivir un nuevo hito, al incorporar en Salamanca el programa de trasplante pulmonar de Castilla y León, cuyas primeras intervenciones ya se han realizado en el complejo hospitalario. Se siente orgulloso de su equipo, tanto en la UCI como en la coordinación de Donación y Trasplantes, donde Salamanca es un referente regional y nacional en número de intervenciones y de donantes. Nada le hace más feliz que recibir una llamada de la ONT, que puede ocurrir a cualquier hora de cualquiera de los 365 días del año, para recibir un órgano que puede salvarle la vida a un paciente de nuestra área de referencia. Lo más duro, reconoce, es tener que pedir la donación de los órganos a una familia que acaba de perder a un ser querido, pero considera que este proceso les ayuda en su dolor, y jamás se arrepienten de un acto tan solidario.
Salamanca ha estrenado este mes de marzo el nuevo programa de trasplante pulmonar en Castilla y León y ya se han producido las primeras intervenciones. ¿Qué supone este importante hito?
Este programa aporta mucho al hospital, a la comunidad en general y, sobre todo, a los pacientes, porque el hecho de que no tengan que desplazarse a Santander o a Madrid, que es lo que hacían hasta ahora, facilita mucho las cosas al enfermo y a la familia. Además, el hecho de poner en marcha un programa de este tipo siempre supone un impulso a la actividad, y seguro que se harán más intervenciones que las que se programaban hasta este momento. Claramente, vamos a potenciar el trasplante pulmonar sólo por tenerlo en Castilla y León.
Se estaban haciendo unos 25 trasplantes de pulmón a pacientes de Castilla y León en esas dos comunidades. Hasta llegar hasta aquí me imagino que ha sido un largo proceso y de mucha formación.
Tenemos unos grandísimos profesionales para llevarlo a cabo. Hemos contado también con compañeros externos con mucha experiencia que han venido a reforzar el programa, pero nosotros contamos con un equipo médico-quirúrgico excelente, con mucha experiencia ya en el campo del trasplante y profesionales de primer orden para ejecutarlo.
El hospital es un referente y no deja de batir récords. Es líder nacional en trasplantes hematopoyéticos (163), está la cabeza de la región en trasplantes renales, con 98 durante 2024, y se realizaron además 11 trasplantes renales de vivo/cruzado y otros 10 de páncreas. ¿Qué se siente al coordinar este milagro?
Uno no puede sentir más que orgullo y satisfacción por dirigir a un grupo de profesionales fantásticos que son capaces de llevar a cabo todo este trabajo. Es verdad que existe una parte triste en el caso de los donantes, y es que, en principio, te tienes que enfrentar a la muerte de un ser querido de una familia en unos momentos de inicio del duelo y con mucho dolor. A esto no te acostumbras nunca, aunque pasen 20 años, porque transmitir malas noticias es algo que nunca se lleva bien. Pero desde el equipo de coordinación que formo junto con Álvaro García Miguel y los enfermeros Miguel Ángel Bravo y Ainhoa Rivero consideramos que la donación es un derecho que todos los que fallecemos o que vamos a fallecer tenemos. Es algo que los profesionales sanitarios debemos transmitir, ofrecer la posibilidad de donar los órganos y dar vida después de fallecer. Si tú has transmitido en vida tu decisión de donar, le quitas a la familia la responsabilidad de tener que decidir, y por eso insistimos ahora muchísimo en la importancia del testamento vital o últimas voluntades.
Acercarse a una familia en un momento así tiene que ser duro…
Nosotros no generamos más dolor por la solicitud de los órganos, el dolor está presente ya por la muerte de su ser querido. Incluso considero que aportamos ayuda, porque en este inicio del proceso de duelo es confortable el hecho de tener a un profesional sanitario a tu lado que te está apoyando y ayudando. Con el tiempo, muchos recuerdan ese momento, esa cara amigable del profesional que estuvo allí con ellos, y seguramente el duelo a medio plazo les irá mejor pensando en lo que han hecho. Hablamos con familias que donaron y ninguna se arrepiente; sin embargo, otras que no lo hicieron sí muestran arrepentimiento. Pero es entendible la negativa, quieren terminar, salir del hospital, llevarse el cuerpo… Pero cuando te sientas a hablar con ellos y les cuentas todo el proceso, la mayor parte lo entiende. Tenemos todavía un 20% de negativas familiares, una de cada cinco nos sigue diciendo que no, pero el porcentaje va bajando y, de hecho, somos el país número uno del mundo en este acto solidario.
El Dr. Víctor Sagredo Meneses (Palencia, 1962) no tuvo referentes sanitarios en su familia que le llevaran a estudiar Medicina, pero de su padre aprendió el principal valor que ha marcado su carrera: la capacidad de trabajo. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Valladolid (1986), realizó el MIR en Medicina Intensiva, Críticos y Unidades Coronarias en el Hospital General de Segovia, y tras varias rotaciones docentes en el 12 de octubre, La Princesa y Niño Jesús en Madrid, recaló en Ibiza como primer destino ya de intensivista. La isla lo enamoró para siempre. En octubre de 1999 llegó al Servicio de Medicina Intensiva del Complejo Asistencial Universitario de Salamanca (CAUSA), a las órdenes del Dr. Rodríguez Encinas, con dedicación especial a la Unidad de Postoperatorio de Cirugía Cardiovascular desde su puesta en marcha y a la coordinación de Trasplantes, en colaboración inicialmente con el Dr. Aniceto Martín.
En la actualidad, al frente de la UCI y de los Trasplantes, es miembro de las Comisiones de Urgencias y Catástrofes y presidente de la Comisión de Trasplantes del CAUSA, además de profesor asociado honorífico en la docencia práctica de Medicina de la Universidad de Salamanca. En el ámbito de las sociedades científicas, es miembro de la European Society of Intensive Care Medicine (ESICM), de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC) y de la Sociedad Castellano y Leonesa de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SCLMICYUC), con diversos cargos de representación a lo largo de su carrera. Tiene más de 20 artículos publicados en revistas indexadas, 4 capítulos de libros y más de 150 comunicaciones a congresos.
¿Qué balance hace de estos 24 años al frente de la unidad? ¿Cuáles han sido los hitos más importantes?
Ha habido muchos. Cuando yo llegué a la coordinación de la unidad teníamos 8 o 10 donantes al año y solo hacíamos en torno a 20-30 trasplantes renales. Posteriormente, se puso en marcha el programa de trasplante de páncreas-riñón y luego el de donante vivo, que cada vez es más importante, porque nuestros donantes ahora son muy mayores. Antes, por desgracia, teníamos muchas más víctimas jóvenes de accidentes de tráfico, una situación que ha mejorado mucho por la ley de seguridad vial y por tener mejores carreteras, lo que ha dado paso a donantes más mayores, generalmente que han sufrido un ictus o una hemorragia cerebral, y sus órganos no son los idóneos para un paciente joven. La solución, en el caso del riñón, es que un familiar lo done. En estos casos, se hace un estudio de salud absolutamente exhaustivo a la persona que va a donar para tratar de que el riesgo al que le vamos a someter sea cero o casi cero, de modo que consigues un riñón en unas condiciones óptimas. Somos el único hospital de la comunidad que hace este tipo de trasplante en vivo, estamos incorporados al programa de trasplante cruzado en España — intercambio entre los donantes de dos o más parejas que son incompatibles — y este año nos hemos sumado también al trasplante cruzado internacional. El último hito, y el más relevante hasta la fecha, es la incorporación del trasplante de pulmón, que nos ha costado mucho trabajo y muchos años de esfuerzo y que por fin arranca, esperemos que con grandes resultados.
¿Qué se siente cuando, quizá a las 3 de la mañana, le llaman para decir que hay un órgano listo para salvarle la vida a un paciente del hospital de Salamanca?
Esto te lo tendría que transmitir la familia y el receptor. Algunas personas viven pegadas al teléfono esperando esa llamada durante tiempo y tiempo, porque de ello depende su vida o su calidad de vida. Hay pacientes en el programa de trasplante de páncreas-riñón, diabéticos jóvenes con insuficiencia renal que, tras la operación, abandonan la máquina de diálisis y tienen que dejar de ponerse la insulina. Les cambia la vida de forma espectacular: de estar viniendo 3 o 4 días a la semana para dializarse y con controles constantes de la insulina a hacer una vida prácticamente normal. Ya no te hablo de hígado o corazón, que, aunque no los hacemos aquí, sí que enviamos órganos, en este caso a Valladolid. Son pacientes que reciben el órgano o fallecen en lista de espera, y todavía tenemos fallecidos en esa situación. Pero cuando llega la ocasión, el sentimiento no puede ser más que de felicidad. En el equipo de coordinación estamos 24 horas, los 365 días, con el teléfono abierto, porque en cualquier momento puede surgir una extracción y la llamada de la Organización Nacional de Trasplantes.
Qué cosa tan maravillosa es pensar que el órgano de un donante que ha fallecido, o más increíble aún, de un donante vivo, pueda darle a alguien otra oportunidad… Y que, en España, además, seamos líderes mundiales en donación.
Es increíble. Y la pieza clave del modelo español, no porque yo sea coordinador, son los coordinadores hospitalarios. Profesionales sanitarios que están en cada hospital pendientes de que cualquier fallecido que pueda ser un donante acabe siéndolo, siempre atentos a que no se nos escape ninguna posibilidad.
“La pieza clave del modelo español de trasplantes son los coordinadores hospitalarios”
¿Qué retos tiene la unidad de trasplantes de Salamanca?
Ahora mismo el principal reto es mantener nuestras cifras, y no va a ser fácil, porque el año pasado fue espectacular, tanto en número de donantes como en trasplantes. La lista de espera ha bajado, y esto es un dato muy importante, porque hasta ahora nos estaba costando. Hay que mantenerse y buscar aquellas acciones que nos permitan incrementar la cifra de donantes. Habitualmente, el mayor el número de donantes se generaba por una lesión cerebral muy grave que no tenía tratamiento, los pacientes acababan haciendo muerte cerebral y extraíamos los órganos una vez solicitados. Pero cada vez más tenemos muerte en asistolia, y la mayor parte son enfermos que están ingresados en la unidad de Cuidados Intensivos, donde, con las técnicas actuales, casi podríamos mantener un cuerpo vivo de forma indefinida. Sin embargo, cuando estamos ante un enfermo que no somos capaces de curar, llega un momento determinado en el que decidimos que no le podemos ofrecer más tratamiento, y hay que pensar en proporcionarle confort y soporte para que pueda fallecer de la mejor forma posible. Una vez decidido eso, entramos en juego los coordinadores de trasplantes; al paciente se le empiezan a quitar los soportes vitales, en la propia UCI o ya en el quirófano, donde, una vez que se produce el fallecimiento —hay que certificar su muerte legalmente 5 minutos después del paro cardiaco— comenzamos a perfundir sus órganos y los extraemos. Ahora mismo este tipo de pacientes suponen el 40% de nuestros donantes, teniendo en cuenta que el 80% de los fallecidos en la UCI se producen porque decidimos dejar de tratarlos. Todavía tenemos muertes inesperadas por traumas, algunas enfermedades que no somos capaces de controlar, sepsis…, pero a la mayor parte de los enfermos los podemos mantener hasta que vemos que no existe ninguna opción de recuperación.
¿Estamos preparados para el trasplante cardíaco? El último anuncio de la Consejería fue que estaría listo a principios de este año…
Hay que ser muy cautos a la hora de poner en marcha un programa con tan escasa actividad. Estamos preparados, pero quizás ahora lo que se debe hacer es trabajar de forma conjunta y potenciar el programa existente en la Comunidad, para posteriormente, y con cifras suficientes, plantear su inicio en nuestro hospital.
Acaban de nombrar una nueva coordinadora regional de Trasplante que, además, fue compañera en la UCI de Salamanca, ¿confiamos en su criterio?
Sí, es fantástica, una magnífica profesional con gran capacidad de trabajo. En general, tenemos poco sentido de Comunidad, y tenemos que darnos más apoyo entre nosotros.
Más bien existe rivalidad, a veces sin sentido, aunque el hospital de Salamanca ha sido en algunos casos maltratado frente a los de Valladolid.
No voy a decir que no. Nos miran siempre con lupa, y teniendo en cuenta que somos el hospital más grande de la Comunidad y con más servicios de referencia, asumimos mucha patología de otros hospitales que, a la hora de tener en cuenta listas de espera o resultados, probablemente no se ha valorado lo suficiente.
Como jefe de Cuidados Intensivos, también debemos felicitarlo. En la última edición de los premios del Programa TOP20 Hospitales, resultó ganador en la categoría de Mejor Área de Atención al Paciente Crítico. ¿Cuáles cree que son las fortalezas de este servicio que dirige desde 2019?
A lo mejor suena tópico, pero su mayor fortaleza es el personal que trabaja aquí. No tengo ninguna duda de que el equipo que tengo la suerte de dirigir lo forma un grupo magnífico de profesionales, que son los que hacen que, trabajando con criterios de calidad absoluta, hayamos sido reconocidos con este premio.
¿Y en qué se puede mejorar?
Los intensivistas somos, en general, médicos muy del trabajo diario, con muchas guardias y muchas horas en el hospital atendiendo a pacientes críticos, y a veces se nos olvida un poco todo lo relacionado con la investigación y la docencia. El punto negro de la unidad es que tenemos que potenciar toda la actividad extra más allá de lo puramente asistencial.
¿El nuevo hospital ha sido un punto de inflexión?
Estructuralmente, el servicio ha mejorado de una forma brutal. Primero con la unificación, porque antes teníamos una UCI en el Virgen de la Vega y otra en el Clínico. Y actualmente todos los boxes son individuales y con luz natural. Estamos trabajando muy en serio en el tema de la humanización, y ya estamos consiguiendo una UCI prácticamente de horario abierto, en la que el familiar puede entrar y colaborar en la atención del paciente, que es algo muy importante. La nueva estructura física del servicio nos está permitiendo esta colaboración. Veníamos de una UCI que era una pequeña cueva, sin luz, donde muchos de los enfermos estaban todos juntos, y eso ha mejorado mucho, aunque insisto en que lo más importante sigue siendo el equipo profesional y su enorme capacidad de trabajo, y pese a ello, somos pocos reconocidos.
Antes, decir que un paciente iba a la UCI nos parecía la antesala de la muerte, y ahora la sensación es que va a salir de ahí si existe cualquier posibilidad. No sé si esta sensación también está avalada por una reducción progresiva de la mortalidad.
Ese es el punto de entrada para ingresar a un paciente a la UCI, que tenga algo muy grave, pero que sea tratable y que sea reversible. Los cuidados intensivos han mejorado muchísimo y sacamos adelante a enfermos muy críticos, y también hemos logrado que se nos avise con más precocidad, por lo que conseguimos que ese paciente no se deteriore tanto y su pronóstico vital sea mejor. Tenemos programas en muchos servicios en los que se vigila más a los pacientes para tratar de detectar de forma precoz aquellos cuya situación pueda agravarse para llevarlos cuanto antes a la UCI e iniciar el tratamiento.
En las UCI tienen también varios proyectos para la mejora de la asistencia, por ejemplo, en el ámbito de las infecciones, que están reduciéndose claramente gracias a los Proyectos Zero. El porcentaje de pacientes que adquieren una infección durante la estancia en la UCI se ha reducido casi a la mitad (de 3,21% en 2022 a 1,7% en 2024)
La sociedad SEMICYUC es la pionera en programas de control de la infección gracias a esos Proyectos Zero, que luego han sido asumidos por el Ministerio de Sanidad y se están poniendo en marcha en muchos otros servicios. Con esta iniciativa, queremos controlar y medir qué gérmenes tenemos, cómo podemos tratarlos de forma más adecuada y cómo establecemos medidas preventivas frente a la infección. Los intensivistas somos un poco obsesos de la calidad, y nos gusta trabajar con criterios medibles que nos permitan demostrar que estamos haciendo las cosas bien porque tenemos determinados resultados.
El avance en humanización ha sido extraordinario, pero ¿cómo se puede seguir mejorando en este ámbito, donde, además, cuidar a la familia es especialmente relevante?
Hay que mejorar más en humanización. Lo primero es convenciendo a los profesionales, porque a veces nos cuesta. No es igual de cómodo trabajar solo que si está alguien a tu lado mirando lo que haces. Pero esto va cambiando, y estamos demostrando claramente que la familia no solo no interfiere, sino que colabora y es beneficiosa para el tratamiento del paciente. Ayuda a la hora de despertar y poder quitar el tubo traqueal, a la hora de hacer la fisioterapia, a la hora de darles de comer… Es básico que haya una cara amigable de referencia para evitar que los enfermos se desorienten o tengan delirio cuando se despiertan, en vez de estar rodeados de gente vestida de blanco que no saben quiénes son. También estamos empezando a llevar de paseo a algunos enfermos que llevan aquí mucho tiempo para que vean la luz y cambien la perspectiva. No imaginas cómo les cambia la cara cuando un día les llevas en la cama o en una silla a ver el sol, es como el primer paso para volver a la vida; ellos mismos te cuentan que se han visto en el infierno, y en ese paseo sienten que están vivos.
Hay que cuidar al paciente y a la familia, pero también a los propios profesionales. El programa ‘La UCI te cuida’ incluye acciones para cuidar a los profesionales, pero ¿lo están haciendo? En este número de la revista hablamos de la salud mental de los médicos y los datos son demoledores.
Ahí vamos un poco peor, somos ratas de hospital, con muchos días de guardia, y esto nos lleva a unos niveles de burnout impresionantes. Realmente, la gente está muy quemada, acumula muchas horas de trabajo, y a veces con poco reconocimiento. Necesitamos más personal, que los profesionales sientan que no los están explotando y que no tengan que hacer siete guardias al mes porque no hay nadie más que pueda hacerlas. Estamos mejorando algo en Salamanca, porque vamos adecuando poco a poco la plantilla a las necesidades reales que tenemos, pero todavía hay que seguir avanzando en este aspecto, tanto en el caso de los médicos como en el de las enfermeras o auxiliares. Necesitamos plantillas bien dimensionadas y más reconocimiento.
¿Qué otros retos tienen la especialidad en una época donde la revolución tecnológica y la inteligencia artificial están casi en el centro de todo?
La inteligencia artificial es algo imparable y nos va a ayudar, pero tenemos que saber sacarle provecho. Nos ayudará sobre todo en los aspectos diagnósticos, porque nuestra capacidad cerebral tiene un límite y la suya no, y nos va a poder orientar mucho en aquellas situaciones en las que el diagnóstico no es claro o hay varias posibilidades. Nos va a dar pistas de por dónde tenemos que buscar, pero siempre con un profesional detrás validando todas esas opciones que la IA baraja. Las constantes de nuestros pacientes y todo lo que les hacemos se vuelcan minuto a minuto en una base de datos de la que sacamos poca información, y ahí también probablemente la inteligencia artificial nos va a permitir, analizando esa información de forma adecuada, buscar patrones para saber qué pacientes van a tener peor pronóstico o a qué pacientes hay que tratar de una manera o de otra. Y sería fundamental que nos ayude también en la labor burocrática, porque a veces nos pasamos más horas en el ordenador de las que serían deseables.
¿Ha sido la covid-19 el peor momento que se ha vivido en la UCI?
Sin ninguna duda. Nosotros decíamos entonces que ni el mejor guionista de Hollywood se podía haber inventado una historia como esta que vivimos. Fue terrible, porque las horas de trabajo eran inabarcables, no se acababa nunca, era como una guerra. Recibíamos enfermos de forma continua, sin medios suficientes, sin sitio para instalarlos, agotados físicamente, sin conocer muy bien a lo que nos estábamos enfrentando, porque nos llegaba poca información, sesgada o contradictoria. Es el momento en el que yo he visto hacer las cosas de una forma menos metódica, porque no podíamos pararnos a reflexionar. Indudablemente, la vacuna fue el cambio fundamental. Hasta ese momento se nos moría mucha gente, también jóvenes, y la vacuna cambió el pronóstico de los pacientes, y ya solo llegaban a la UCI personas que no estaban vacunadas o que tenían enfermedades graves previas. Así que cuando paramos un poco y empezamos a volver a hacer las cosas con sensatez, y cómo sabíamos hacerlas, empezaron a ir mejor los enfermos. Un estado de guerra es una definición perfecta, porque contábamos solo con las 16 camas del Clínico para la covid —el Virgen de la Vega se mantuvo limpio para albergar a otros enfermos—, y llegamos a tener 45 infectados graves por el SARS-Cov-2, que tuvimos que ir acomodando en la unidad de Endoscopias, en los quirófanos, en la UVI Pediátrica, en la Coronaria… Fue un momento de inflexión en el que, desgraciadamente, se dio a conocer más en la sociedad la especialidad de medicina intensiva, pero a qué precio. Fue algo que esperemos no tener nunca que repetir.
¿Les ha pasado mucha factura?
Sí. Hay gente que desde el punto de vista psicológico ha quedado muy tocada. Nos supuso un desgaste físico importante, pero sobre todo un desgaste mental. Y hay algunos compañeros a los que todavía les está costando recuperarse.
¿Qué hemos aprendido de aquello?
No tengo muy claro que hayamos aprendido nada, porque repetimos nuestros errores una y otra vez. Pero en la UCI tenemos que hacer lo que sabemos y hacerlo bien; pararnos a reflexionar, porque, seguramente, así las cosas, van a ir mejor la próxima vez.
¿Si volviera a ocurrir estaríamos preparados?
Estamos más preparados, sobre todo tecnológicamente, pero en una debacle como la que tuvimos el problema no eran solo los medios técnicos —que entonces también lo eran—, sino que necesitábamos, fundamentalmente, medios humanos. Cuando en condiciones normales somos tres de guardia en la UCI, llegamos a ser ocho cada día, y no dábamos abasto. Teníamos el apoyo de cuatro compañeros de otras tres especialidades —intensivistas pediátricos, cardiólogos, anestesistas— a los que nunca les podremos agradecer lo suficiente todo el apoyo que nos dieron.
“Podría dejar de hacer guardias por mi edad, pero me gustan, porque es cuando me entrego a los enfermos”
¿Qué lleva a un médico a elegir una especialidad donde se trabaja siempre casi al borde de la tragedia?
No lo sé, pero debe ser porque me gusta mucho. Yo, por cargo y por edad, podría dejar de hacer guardias, porque tengo más de 55 años y, además, soy jefe de servicio, pero las hago porque me gusta, es el día que me entrego a los enfermos y estoy con ellos de verdad. Desgraciadamente, los puestos de gestión suponen muchas horas de papeles, de reuniones, de planificación, pero esos tres días de guardia que hago al mes disfruto viendo enfermos otra vez. Es para lo que estudié, aunque ni siquiera sé muy bien por qué hice medicina, porque no tenía ningún antecedente de familia, pero sí tenía muy claro desde pequeño que quería ser médico. Y elegí intensivos como un reto de tratar a ese paciente crítico al hay que intentar salvar la vida.
El porqué es una vocación temprana, casi al contrario de lo que ocurre ahora: parece que hay que estudiar medicina porque tienes buenas notas y eso es lo razonable.
Y las consecuencias ya las estamos notando, porque tenemos magníficos estudiantes, pero con poca vocación. Son expedientes increíbles que se sienten obligados a estudiar medicina, y conozco casos que lo han acabado dejando, porque realmente no les gustaba, y desde luego la medicina te tiene que gustar mucho.
¿Usted no se arrepiente?
Tengo claro que si volviera a nacer sería otra vez médico, y seguramente intensivista. Hay momentos duros, pero cuando un paciente viene a darte las gracias después de haber estado aquí tres meses al borde de la muerte, eso no hay nada que lo pague. Te compensa todo lo malo que pasamos aquí.
¿Hay algún caso que le haya marcado para siempre?
Lo que más te marca es la edad. Cuando tienes un paciente joven y no puedes hacer nada por él, te deja mucho más marcado que alguien ya entrado en años. Recuerdo algún caso de sepsis fulminantes en algunos niños que te dejan mucha huella. Y luego hay situaciones en las que sucede todo lo contrario: personas al borde de la muerte que hemos conseguido sacar adelante y es muy reconfortante.
Palentino de nacimiento, estudió la carrera en Valladolid, hizo la residencia en Segovia y, tras pasar por varios hospitales de Madrid, su primer destino como intensivista fue Ibiza, que está muy bien para ser joven y empezar la carrera profesional.
Sí, realmente me enamoré de la isla, porque si quieres fiesta, la tienes, pero si quieres tranquilidad, también, y los parajes son increíbles. Yo, que soy de secano, echaba mucho de menos el mar cuando regresé. El hospital de Ibiza era bastante duro, y vi casos que no volveré a ver en mi vida, como intoxicaciones por cosas que no conocía, peleas, traumatismos de todo tipo. Trabajábamos muchísimo, pero luego salías y te sentabas al borde del mar y en cinco minutos se te había quitado todo el cansancio. Luego volví a Palencia una temporada, y en Salamanca estoy desde 1999, así que me considero charro y tengo un hijo que canda las puertas.
¿Tiene maestros de vida a nivel personal y profesional que le hayan hecho ser mejor médico y mejor persona?
El primero, mi padre, que marcó mi forma de ser y me enseñó una de mis principales virtudes, la capacidad de trabajo, el reconocer que no hay nada gratis en la vida, hay que trabajarlo. Desde el punto de vista profesional, cuando llegué a Salamanca, el Dr. Ángel Rodríguez Encinas era el jefe de la unidad, y nos enseñó a amar a los pacientes. Para él, lo primero era el enfermo y nada más que el enfermo. Poner al paciente en el centro se está perdiendo, y siempre hay que recordar que delante tienes a una persona con sus circunstancias.
Sigue haciendo guardias camino de los 63 años, ¿es de los que no se jubilará a los 65?
Probablemente siga, aunque sea adaptando la actividad a la edad, porque ahora, aunque mis compañeros me tratan muy bien, me cuesta más recuperarme de una guardia. Pero me sigue gustando, y no tengo especial prisa por jubilarme. Estoy a gusto con mi trabajo, y esto es una ventaja que, desgraciadamente, no todos tienen.
Han pasado casi 40 años desde que usted terminó la carrera, y convive a diario con las nuevas generaciones de médicos. ¿Qué hemos ganado y perdido en este tiempo?
Creo que hemos perdido vocación. Son magníficos estudiantes, con gran capacidad de estudio y unas notas medias impresionantes, pero para ser médico hay que saber implicarse con el paciente y entender que hay días en los que no te puedes ir a las 3 o no puedes coger tu día libre. Ayer me fui a las 4 de la mañana y no estaba de guardia… Nadie me obligaba a quedarme, indudablemente, pero tenía que hacerlo por mis pacientes. Yo creo que les falta esta implicación, porque lo primero que te preguntan a veces es por los días libres, antes de interesarse por lo que hacemos, cómo nos llevamos o qué tipo de enfermos tratamos. No me puedo quejar de mi grupo de residentes, pero, en general, todos estamos viendo falta de espíritu y de capacidad de implicación.
¿Cuáles cree que son los valores irrenunciables de un buen médico?
La capacidad de trabajo y sacrificio y la honestidad. Creo que hay que saber reconocer tus capacidades y hasta dónde llegas, trabajar en equipo y solicitar ayuda cuando la requieras. Hay determinadas cosas para las que nadie nos prepara en la carrera, por ejemplo, para hablar con las familias y enfrentarse a determinadas situaciones muy duras. Aunque la tecnología es imparable y tenemos que sacarle provecho, la parte humana de la medicina no va a desaparecer nunca, y el médico debe estar siempre ahí, tomando las decisiones correctas, teniendo en cuenta que tenemos delante un paciente y una persona.
La investigación es la base que nos ayuda a mejorar y a progresar. ¿Dónde se debe investigar en cuidados intensivos?
El objetivo de la investigación en los cuidados intensivos tiene que ser buscar indicadores pronósticos para predecir qué enfermo va a evolucionar bien o mal. Y esto se hace con inteligencia artificial, analizando datos y buscando perfiles específicos de pacientes y aquellos comportamientos especiales que van a influir en su evolución. En tratamiento, tenemos que seguir avanzando en la mejora de las terapias de soporte y conseguir que sean menos invasivas.
¿Están desarrollando algún proyecto relevante en estos momentos?
Estamos trabajando con la hemorragia subaracnoidea espontánea en el proyecto REMOS, con algún estudio de insuficiencia respiratoria y con enfermos hematológicos e inmunodeprimidos, pero realmente la investigación, como comentaba, es nuestro punto débil. Hasta ahora ni siquiera habíamos tenido profesores en la Facultad de Medicina, y ya se ha logrado también una asignatura optativa de medicina intensiva. Pero, claramente, la docencia y la investigación son ámbitos en los que debemos mejorar en las unidades de Intensivos.
Un libro. La mujer justa, de Sándor Márai.
Un disco o canción. Cualquier disco de Los Beatles
Una película. El padrino, de Francis Ford Coppola.
Un plato. Las patatas a la importancia, que las hacía mi madre riquísimas.
Un defecto. La impuntualidad.
Una virtud. La capacidad de trabajo.
Una cualidad que valora en los demás. La honestidad.
Un sueño. Me gustaría ver crecer más el servicio de Cuidados Intensivos de Salamanca.
Una religión. No soy religioso.
Un chiste. Prefiero no contar ninguno.
Deja una respuesta