Para el doctor Juan Florencio Macías, la jubilación es sinónimo de tiempo, para dedicarlo a su pasión: la Medicina. Confiesa sentirse feliz con uno de los proyectos que ha iniciado junto a expertos de todo el mundo, que es la puesta en marcha de una nueva fórmula para el diagnóstico y la prevención de la insuficiencia renal, denominada ‘HUGE’
Desde el pasado 1 de octubre está jubilado de forma oficial, pero tan solo de su labor asistencial en el hospital de Salamanca y de la docencia en la Universidad. Su vocación por la Medicina y por sus especialidades (Medicina Interna, Nefrología y Geriatría) le empuja a nuevos proyectos —en especial en el campo de la investigación—, para los que tendrá más tiempo. Su extensa trayectoria la repasa en esta entrevista, en la que hace balance de lo aprendido, tanto de sus maestros y compañeros, como de sus pacientes, que son su principal motivación.
¿Desde qué edad tenía claro estudiar Medicina?
Primero quería hacer Derecho, pero lo de Medicina, desde los 12 o 13 años. Mi padre era médico, fue becario, era de una familia muy humilde. A los 16 años empezó a estudiar el Bachillerato, y a los 25 ya era médico. Y como en Cáceres tenemos Escuela de Magisterio, hizo Magisterio por si acaso no aprobaba y le quitaban la beca. De esa época de mi padre ya me gustó la Medicina. Mi padre estudió aquí, y yo también. Él acabó la carrera y se fue a hacer la tesis doctoral con el profesor Agustín del Cañizo a Madrid. Pero empezó la guerra y movilizaron a mis dos tíos, y como mi padre era el mayor, fue a cuidar a mi abuelo, que era emigrante en Cataluña, y luego hizo de médico en seis o siete pueblos. Yo desde pequeño lo tenía claro.
¿Por qué uno se decanta por determinada especialidad?
Me gustó siempre la Medicina Interna, pero tuve una afición, una atracción fatal hacia la Cirugía, de manera que yo en las vacaciones ayudaba a mi padre en el pueblo y luego me iba al hospital de Cáceres, donde estaba de cirujano el doctor Feliciano Cruz Sagredo, que había sido profesor de prácticas de Anatomía en Salamanca, y yo iba a ayudarle a él. A mí me gustaba la Medicina Interna, básicamente porque era lo que vi a mi padre. Me gustaba la persona, el estudio entero. Pero la Cirugía me encantaba, creo que ha sido mi vocación frustrada.
“Don Sisinio de Castro me deslumbró, era una persona extraordinaria”
Cuando era joven, ¿cómo se planteó su profesión?
Acabé la carrera y me fui a la mili. De hecho, allí acabé la carrera. Cuando terminé, me fui de médico a un pueblo, y estando allí salió por primera vez lo que se llamaba el examen de hospitales, que era algo parecido al MIR. Yo me presenté a ese examen, que era nacional, y me dijeron que había una convocatoria en Salamanca para un curso rotatorio. Decidí presentarme al examen. Fui y aprobé. Fue el primer rotatorio que hubo en Salamanca. Yo había estado interno con el profesor Rodman, aquí en Salamanca, y tenía la idea de irme con él a Barcelona a terminar la especialidad. Pero he de reconocer que Don Sisinio de Castro me deslumbró. Era una persona extraordinaria, con un conocimiento tremendo, muy humano; de hecho, me llamaron de Barcelona y dije que me quedaba aquí, donde hice Medicina Interna, porque no había otra cosa. De una manera heroica empezó la Nefrología, con el doctor Tabernero, que también se ha jubilado ahora. Leí la tesis doctoral en 1978, y nada más acabar hice una entrevista en el Hospital Guy’s y allí estuve encantado; tuve la suerte de estar con el profesor Cameron, que fue otra bendición de Dios. Aprendí una Nefrología Clínica muy práctica, muy buena. A mí, por alguna razón, de estudiante de Medicina ya me gustaba la Fisiología, pero por ningún motivo, porque la Fisiología era mala como un diablo. De 1.000, aprobamos 80. Entendí que la Fisiología era importante, por eso me fui luego a la Clínica Mayo. Y luego otra vez fui hacer Bioquímica renal. Ahí empezó mi cariño por la Fisiología. Terminé la especialidad, y tenía la sensación de que tenía un déficit, de que había mejores nefrólogos que yo en el mundo, y opté a la plaza en el Hospital Guy’s, que de las mejores unidades clínicas del mundo. Me ofrecieron quedarme allí a trabajar, pero lo rechacé, porque yo quería poner en marcha los trasplantes en Salamanca, era como un objetivo. Ya estaba entonces haciendo cosas sobre las personas mayores, y se publicó el primer trabajo español en una revista, ‘Age and aging’, explicando por qué las personas mayores presentaban tanta deshidratación y perdían tanto sodio. Luego he escrito todos los capítulos del libro de Oxford de Nefrología que ha habido. Ahora tengo una ilusión tremenda, porque la fórmula y las técnicas que he desarrollado, que han despreciado en España y en Salamanca, otros países las han cogido. Hay un grupo que se llama ERBP (‘Expert European Renal Best Practise’), para el diagnóstico y tratamiento de la persona mayor frágil y enfermo renal, donde esa fórmula va a entrar.
Desde los 12 años tuvo claro que quería ser médico,como su padre, y dejó su Extremadura natal para estudiar en la Facultad de Medicina de Salamanca. Su espíritu inquieto le ha llevado a ser especialistaen Medicina Interna, Nefrología y Geriatría, y a formarse en países como Inglaterra o Estados Unidos, en algunas de las clínicas más prestigiosas del mundo, como el Guy’s Hospital o la Clínica Mayo. En Inglaterra, con el doctor Cameron, aprendió sobre los trasplantes renales, y a su vuelta aSalamanca, fue el encargado de poner en marcha este programa, con la condición de poder trasplantar a los mayores de 50 años, algo que hasta entonces no se hacía, así como a los niños y el trasplante ‘de vivo’. En la Clínica Mayo deRochester (Minnesota), se formó en Fisiología y Bioquímica renal.
La especialidad de Medicina Interna la realizó en la Cátedra de Don Sisinio de Castro y, más tarde, la de Nefrología, cuando se creó. El doctor Macías también es especialista en Geriatría y profesor de Medicina Geriátrica en la Universidad Ben-Gurión del Néguev, en el desierto de Israel. El pasado 1 deoctubre llegó el momento de jubilarse, y reconoce ser feliz. Ahora trabaja junto a un grupo de expertos de todo el mundo en una nueva fórmula, denominada ‘HUGE’ (el Hematocrito, la Áurea y el Genéro), para el diagnóstico correcto de la insuficiencia renal y su prevención, así como para evitarlas consultas innecesarias. Respecto a su etapa docente en la Facultad de Medicina de Salamanca, suma 42 años entre profesor no numerario, titular y catedrático. Pero ha impartido clases de sus diferentes especialidades por todo el mundo, al igual que sus publicaciones.
La manera de calcular la dosis de diálisis para las personas mayores, con un concepto nuevo de funcionalidad; no aumentar ni disminuir, sino mantener la funcionalidad, que anden, se levanten…; ese es mi próximo objetivo a nivel mundial.
Cuando llega el momento de jubilarse, ¿en qué piensa uno? Imagino que todavía tiene mucho que aportar desde otros campos…
El hospital ha sido mi zona de observación, porque los que hacemos investigación clínica necesitamos ver enfermos. Esa es la parte en la que tengo una tremenda ilusión, poner en marcha la reunión para presentar la fórmula, y ayudar en lo que pueda. Algún curso de Geriatría, que la gente sabe poco, sobre todo en el manejo. Uno es o no especialista en Geriatría. Yo soy geriatra porque veo personas mayores. Creo que ese aspecto es en lo que estoy encantando. Yo tenía muchas clases, porque explicaba Nefrología en la Facultad, Geriatría en Medicina y en Terapia Ocupacional. Era profesor del Master de Gerontología, y, además, en máster no profesional, de Psicogeriatría. A los 70 años también dejas de dar clase en la Universidad. Yo sigo igual, no noto diferencia ninguna. Tengo más tiempo para dedicarme a ello con más calma.
“Yo he aprendido de los pacientes, sobre todo de las personas mayores, y estaba unido a ellas”
En todos sus años de dedicación a la asistencia, ¿qué se aprende de los pacientes?
Yo he aprendido de los pacientes, sobre todo de las personas mayores, que es lo que más me ha gustado. Primero, que no hay diferencias en el manejo respecto a los jóvenes, excepto que si te equivocas y metes la pata con un mayor, luego la recuperación es mucho más difícil; tienes que ser cuidadoso y saber lo que hay. Generalmente, aceptan bien lo que les dicen, las indicaciones. Lo entienden, siempre y cuando no tengan un trastorno cognitivo. Los sigues y lo hacen con mucha adherencia y cariño; te siguen, no ponen en duda las decisiones que les dices, lo hablas con la familia… Y yo me he sentido muy unido a ellos, es una especie de unión mutua, de confianza.
¿Guarda alguna anécdota al respecto?
Tengo muchas, pero en una ocasión, siendo yo residente, ingresó un enfermo por una insuficiencia renal aguda, muy grave, y además, con un abdomen agudo, con una peritonitis. El hombre estaba muy mal, y el doctor Ingelmo, que estaba de guardia también, le operó. Estuvo muy mal, era una apendicitis perforada, gangrenada, e hizo una insuficiencia renal aguda con necesidad de diálisis. Estaba yo solo en el hospital, porque era verano. El doctor Tabernero estaba de vacaciones, y lo dializamos. Entonces en el hospital no teníamos sangre, y el hombre se anemizó mucho, con una hemoglobina bajísima. No teníamos sangre y hablamos con su mujer, pero nos dijo que no, que estaba resfriada. Se lo dije al enfermo, y dijo que su mujer estaba muy delicada. Pero el enfermo se curó, y arreglamos la falta de sangre poniéndole hierro y con maniobras que me enseñó Don Sisionio de Castro para manejar enfermos en situaciones complicadas, y el doctor Ingelmo igual. Éramos residentes. Al cabo de unos meses, me llaman a voces por el pasillo del hospital viejo, y era el paciente con la insuficiencia renal, que decía: “¡Qué tengo un bulto!”. Yo pensé que se había eventrado, y le dije que eso era del doctor Ingelmo, pero él insistía, así que le pregunté: “¿Dónde están los bultos?”, y me contestó: “En el coche”. Resulta que nos trajo una lata de huevos para cada doctor y un cordero. Eso es lo más anecdótico. Estuvo grave y nos vino con los bultos, y yo creía que se había enventrado de las malísimas condiciones en el que le había operado el doctor Ingelmo, una peritonitis muy evolucionada con una alta mortalidad, con necesidad de reseción intestinal. Y sin sangre. Hubo más ayuda de Dios que otra cosa; yo no salía del hospital, me pasaba allí 12 horas.
“He conseguido que en la Facultad de Medicina tengan una asignatura de Geriatría independiente”
Y en todos estos años, ¿qué se aprende de los compañeros?
A mí me han enseñado mucho; yo he aprendido de todos, de cada uno. El doctor Tabernero me enseñó Nefrología; el doctor Ingelmo me dejaba ayudarle a operar, la Cirugía. Luego Don Sisinio de Castro me enseñó sentido clínico; el doctor Rodman también. Mi jefe de Inglaterra, al que tengo adoración, me enseñó, además de mucha clínica, dignidad médica; me enseñó que no debemos rendirnos ante las pretensiones de los administradores, y que si necesitamos una medicación, teníamos que ir a buscarla. Nosotros fuimos a buscar heparina, porque por aquel entonces se trataba y no había.
¿Y qué le ha aportado la docencia en su etapa profesional?
La docencia me gustaba, y tuve la suerte de darla con Don Sisinio de Castro. Él venía a escuchar mis clases y me fue conduciendo a las clases de Patología General. Al pasarnos del hospital viejo al nuevo, yo era especialista en Medicina Interna y me dieron el título de especialista en Nefrología, que entonces lo emitía la Facultad de Medicina. Yo podía trabajar de los dos lados, pero Don Sisinio me dijo que yo, de médico nefrólogo. Y ahí empecé a explicar Patología General y Nefrología, porque él dejó que se implantara esta especialidad. En la Universidad de Salamanca he estado 42 años dando clases, entre profesor no numerario, profesor titular y catedrático. Pero yo sigo siendo profesor de la Universidad Maimónides de Buenos Aires, en Argentina, y doy las clases allí.
¿Cuándo despertó su interés por el campo de la Geriatría?
Cuando conocí a mi mujer, la doctora Carmina García Iglesias, a la que le gustaba la Geriatría. Le pregunté por qué las personas mayores se deshidrataban tanto, y me dio unas razones y un libro de Geriatría que no conocía, pero lo que ponía el libro no tenía ni pies ni cabeza. Y ahí empezó mi afición a la investigación en Nefrogeriatría, de preguntarle.
En esta especialidad se ha ido avanzando. En lo que ha podido aportar, ¿de qué se siente más orgulloso?
Lo que he conseguido es que en la Facultad de Medicina tengan una asignatura que se llame Geriatría, que sea independiente de Medicina Interna, que tenga su profesora, sus prácticas… y eso es lo que he conseguido. En la parte asistencial, físicamente no he conseguido nada. Digamos que, clínicamente, hace muchos años comenzamos con los cirujanos del otro hospital la prevención de la insuficiencia renal aguda de las personas mayores, hidratándolas bien antes de operarlas. Luego estoy encantado porque una alumna mía, la doctora Pablos, a la que no han contratado de geriatra, porque no hay Geriatría, ni quieren verla, está de geriatra dentro de Medicina Interna. Y el doctor González, como ortogeriatra en Traumatología. Tengo la desgracia de que en Castilla y León, y en España, no quieren oír hablar de la Geriatría, creen que es una cosa cara; yo lo he intentado, he hablado con todos los ministros que ha habido. No saben lo que es, y la gente de Medicina Interna no quiere. En un hospital general, no más de un 15% de los pacientes ingresados mayores de 70 años requieren de un geriatra. Una persona mayor que va con una neumonía y tiene buena familia y se cura no es un enfermo geriátrico. Pero uno que tiene una neumonía, deterioro cognitivo, desasistencia social, está sin familia, sin movilidad, sufre un infarto, un cáncer de próstata…: ese es el enfermo geriátrico.
Y de lo pendiente en Geriatría, ¿qué destacaría?
En la parte asistencial, todo. Y dudo mucho de que se pueda hacer algo con los políticos que ha habido y los que hay ahora. La maltratan, hablan de la Gerontología y no la quieren ni ver. Luego engañan a la gente cuando dicen que están haciendo muchas residencias. Cuando alguien dice eso es que no sabe lo que es Geriatría. Eso es el fracaso y el punto final de la Geriatría. En las residencias tenía que haber una persona con el título de especialista en Geriatría; en Salamanca no hay ninguno, salvo alguna excepción.
Y por hablar de la salud de nuestros mayores, ¿cómo se envejece en la actualidad?
El envejecimiento es el efecto del paso del tiempo sobre el organismo, o sea que conforme pasa el tiempo, el organismo tiene unos efectos. El sol, el agua, el frío… y ese efecto tiene una sola característica, y es que la función es menos efectiva. El rendimiento funcional va acompañando a la edad. Lo que hacemos los geriatras no es una cosa antienvejecimiento. Yo no puedo parar el envejecimiento, porque no puedo pasar el paso del tiempo. Yo no puedo frenar que tú envejezcas. Se puede tener un envejecimiento saludable, eso sí. Cosas que son muy malas para el envejecimiento, por ejemplo, lo que se anuncia en la radio, como los radicales libres, antioxidantes que se ingieren por la boca; eso no solo hace nada, sino que es dañino, porque hace un rebote. Sí hay evidencias de que con el aumento de antioxidantes exógenos por vía oral hay un efecto rebote y dañan. Lo único que hay que hacer es sustituir 100 gramos de proteína animal por 100 gramos de jamón de cerdo con tronco ibérico (de bellota); ese es el mejor antioxidante que hay, baja la presión arterial en personas no hipertensas, no aumenta el peso, incluso en un corto espacio, y por tanto no valorable, mejora la relación entre personas, que es más fluida y no agresiva… Ese es el antioxidante; luego hay otros que se han probado. Porque nosotros no tenemos la dieta mediterránea, nosotros tenemos la dieta de la dehesa: pimentón, cochino, alubias, huevos, una gallina, etc., y eso es muy bueno.
La sociedad ha cambiado, y muchas personas mayores se han adaptado a las nuevas tecnologías, como internet, el uso de los teléfonos móviles y el ‘wasap’. ¿Qué beneficios para su salud tiene esa adaptación?
No tengo ninguna evidencia, ni creo que haya un estudio a doble ciego comparando a las personas que las utilizan con las que no. Suponemos, y nosotros lo recetamos, que el manejo de nuevas tecnologías les ayuda a mantenerse activamente cerebrales. No hay un estudio clínico, hecho por médicos, que son los que sabemos; somos los médicos los que podemos hacer el diagnóstico, y no hay ninguna evidencia clínica. Hay unas hipótesis que quedan muy bien.
¿Está adaptado el Sistema Nacional de Salud a las patologías de los mayores? ¿Cómo sería la asistencia ideal?
Lo que tienen que hacer son servicios de Geriatría, y mientras no haya eso, no hay nada. Es una carencia de conocimientos.
Se habla mucho de las patologías asociadas al envejecimiento. ¿Cuál destacaría por su importancia en todos los niveles?
Lo más frecuente es el síndrome de fragilidad, que tienen que diagnosticarlo y tratarlo los geriatras para la prevención de la dependencia. O sea, eso que mandan las trabajadoras sociales que pasan un test de la dependencia es intrusismo. Los síndromes de fragilidad y de dependencia deberíamos diagnosticarlos los médicos. Se hacen cribados. Tiene que ir un médico que sepa confirmar la dependencia. El médico tiene que decir si la tiene. Eso es muy geriátrico. Desde la Sociedad Española de Medicina Geriátrica, de la que soy presidente, estamos muy implicados en la prevención de la fragilidad, que no es una enfermedad, es una condición en la que la capacidad de reserva funcional se va deteriorando o se agota. Si nosotros pasamos el umbral de dependencia, no hay manera de retroceder; puedes curar una neumonía en un enfermo dependiente, pero no se le puede revertir la función, que son las actividades básicas de la vida diaria: levantarse, comer, ir al servicio, salir de casa, llamar por teléfono, hacer el rol que tenga en la familia, etc. Quienes no saben creen que fragilidad es la asociación de muchas enfermedades, eso no es fragilidad. Hemos publicado un trabajo, y en esos casos con muchas enfermedades; los enfermos entran, salen y se mueven. Cuando aparece la fragilidad, que es la pérdida de la reserva funcional, entonces se hace dependiente. Los geriatras estamos muy centrados en la fragilidad. Luego, las enfermedades más frecuentes en las personas mayores son las de los huesos y la hipertensión arterial. Pero no hay enfermedades propias de la vejez. Ni una. Ni la vejez es una enfermedad, ni el anciano es como un niño. La infantilización de la vejez es un maltrato en Geriatría. Lo consideramos un maltrato. A las personas mayores no hay que hablarlas como a los niños, ni a voces altas. Eso es un maltrato. Está dentro de los maltratos en la Geriatría.
“La infantilización de la vejez es un maltrato, a las personas no hay que hablarlas como a los niños”
La expectativa de vida ha aumentado en España, y ahora es la segunda más alta de los países de la OCDE, casi igual que Japón, con 83,2 años. ¿A qué se puede deber?
Se debe, básicamente, a todo lo que tenemos: vacunas, agua saudable, hemos comido, etc. Estas personas de 83 años pasaron la Guerra Civil, y saben lo que es pasar hambre. La forma de vida que se ha hecho trabajando, con movimiento, en el campo, sobre todo, sin comidas prefabricadas, que eso es un horror. No creo que baje la cifra. Creo que tenemos un estudio de nutrigenómica, que lo presentamos aquí, donde se ven los beneficios de la dieta mediterránea adaptada a tu genoma; no hay café para todos.
Hay que hacerse en la saliva una determinación genética y, de acuerdo a eso, es muy fácil. Está probado que dietas sajonas, que llaman ellos de baja caloría, engordan, porque realmente es la genómica. La dieta mediterránea, si es poco, adelgaza. Hay una cosa que es cierta, que he oído muchas veces, que gente que come mucho no engorda, y otros que comen poco, todo lo contrario. Tienen razón, es porque los alimentos que ellos comen, que llaman saludables, no saben si realmente les engorda en su metabolismo, que está condicionado por la dotación genómica.
¿Qué aconseja a la población para tener un buen envejecimiento?
Que la vean los geriatras, que nosotros hacemos la prevención del envejecimiento. Tenemos que ver a la gente, ver la movilidad. Son necesarias unidades de equilibrio, porque, por ejemplo, nosotros hacemos un test del equilibrio, hacemos que la persona se levante, y en una plataforma vemos si carga más de un lado. Si carga la cadera, este señor, si se monta en una escalera mecánica o se agacha, se puede caer; entonces nosotros le ponemos un protector de cadera. Pero si es de columna lateral, se cae para atrás; entonces le ponemos un casco. De modo que buscamos primero la funcionalidad, luego el equilibrio, el tipo de ejercicio o la nutrición adecuada. El pilates, por ejemplo, es muy bueno, y se trabaja el equilibrio. Es un movimiento muy bueno y funciona bien en las personas mayores. Hay que individualizar, no valen los mismos ejercicios para todo el mundo, ni todos los paseos. Tienen que verlos los geriatras, y eso se sabe desde el año 1950.
Un libro. ‘Los tónicos de la voluntad’, de Don Santiago Ramón y Cajal.
Un disco. Me gusta la música sudamericana, como por ejemplo, Los Sabandeños y Los Chalchaleros.
Una película. ‘El séptimo sello’.
Un plato. La tortilla de patata.
Un defecto. Creo que soy muy vehemente con lo que pienso; lo defiendo con mucha vehemencia.
Una virtud. Que escucho a la gente.
Una cualidad de los amigos. Lo que valoro es la amistad como tal, la confianza mutua que tenemos.
Qué detestaría en los enemigos. Nada. Les agradezco la envidia, es muy buena, ha sido un motor que me ha hecho trabajar mucho. Cuando he tenido cosas en contra, me he animado para superarme. Se lo agradezco.
Una religión. La católica.
Un chiste. No me gusta contar chistes.
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