Dr. José Manuel Iglesias: “Me gustaría que mis pacientes hablasen de mí como de una persona digna de fiar”

Es difícil pensar en algún campo de la Medicina que el doctor José Manuel Iglesias Clemente haya dejado sin explorar. Su intensa trayectoria le ha valido a este médico “de la liga de los sin bata” un reconocimiento de la OMC

A diferencia de lo que ocurre con otras familias de larga tradición médica, José Manuel Iglesias no nació con vocación. La vocación le nació. Él quería estudiar Filosofía pura. Ahora habla del momento de la jubilación como de una condena – “me quedan dos años y un mes”, dice-, porque reconoce que la Medicina ha sido su vida. Es su vida.

¿Qué ha supuesto para usted recibir un premio nacional otorgado por la profesión y concedido como un reconocimiento a su trayectoria?

En primer lugar, agradecimiento, porque me siento muy honrado. Pero que te dan un premio a una trayectoria tiene también un sabor un poco agridulce. Por un lado, que reconozcan el trabajo que has hecho es importante y muy gratificante para mí, pero por otro significa que esa trayectoria se va acabando, y para mí el ejercicio de la Medicina ha sido mi vida.

Iba a preguntarle si, después de tantos años de profesión, a uno le flaquean las fuerzas, pero de su respuesta se deduce que no, que ve como un problema dejar el ejercicio profesional…

Sí, yo vivo la jubilación como un problema. Me gustaría ejercer la Medicina siempre, mientras tenga capacidad para hacerlo. E intentaré hacerlo; si no es dentro del sistema público, de otras maneras. Yo considero que una persona puede ser capaz o no capaz en cualquier momento, pero que la edad no es un factor discriminatorio. Lo que debe discriminar es la competencia profesional para ejercer la práctica clínica o para ejercer funciones docentes, o ambas. Mientras las ejerza y cumpla con los requisitos que la empresa -en este caso pública- requiere de la persona, esa persona es hábil y no hay por qué ‘aparcarla’.

¿Entonces no ve bien eso de las jubilaciones forzosas?

No. Supongo que ellos tienen mucha más información que yo y muchos más criterios para juzgar, pero desde mi lugar en la fiel infantería no veo bien lo de las jubilaciones forzosas. Insisto, las jubilaciones o los ceses se tienen que producir en función de la capacidad que uno demuestre.

Se intuye que lo suyo con la Medicina es, entonces, una cuestión de vocación.

Sí, pero yo soy un vocacional hecho, más que un vocacional inicial. Mi padre era más vocacional. Cuando tienes 17 años, la cabeza la tienes de esa edad. Cuando acabé el preuniversitario, mi padre me preguntó: “¿Qué quieres hacer?”. Yo le dije: “Filosofía Pura”. Y él me contestó: “No te preocupes, vete de vacaciones”. Estamos hablando de comienzos de los años 70, una época muy interesante en la historia del siglo XX. Me fui de vacaciones con una mochila y volví a aparecer en casa casi dos meses después. En los contactos que había tenido con ellos no hablábamos de esto, y cuando volví mi padre me dijo: “Te he matriculado en Medicina”, y yo le contesté: “Ah, pues muy bien”. Y empecé a estudiar Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Eran unas matrículas abundantísimas, y el primer año era un selectivo de Ciencias, por lo que había que aprobarlo entero para poder pasar a los años siguientes. Tuve la suerte de aprobarlo a la primera, y al mes de empezar a estudiar Ciencias básicas de la Medicina, como la Anatomía, la Histología, las Ciencias Morfológicas y la Fisiología, dije: “Esto es lo mío”. A partir de ahí me quedé ‘enganchado’

¿Y lo de la Filosofía quedó aparcado?

No, he seguido leyendo Filosofía, pero no ya como profesional dedicado a ello, ni a su investigación, ni a su docencia.

¿Y por qué optó por Medicina de Familia, una especialidad que actualmente está ‘en el punto de mira’, porque parece que no se le presta demasiada atención?

Yo soy de la primera promoción de médicos de Familia. En aquel momento, la especialidad se creó con unas expectativas que, desafortunadamente, luego no se han cumplido. Entonces se pensaba -o así nos lo hicieron pensar- que iba a ser lo que debe ser: la piedra angular de un sistema de salud, al modo en que lo es en un sistema como el británico, y otros muchos. Aunque luego no se cumplieron esas expectativas, a mí siempre me ha gustado la visión generalista de las cosas, más que la visión especializada, de un fragmento. Puede tener cierta relación con esa idea inicial que yo tenía de la Filosofía como una forma de vivir mi vida. Una vez que comencé Medicina de Familia, tuve la suerte de hacer una muy buena especialidad, aquí en Salamanca, y volví a quedarme ‘enganchado’. Me volví a presentar al MIR para confirmar mi interés por hacer Medicina de Familia, por si acaso alguna otra especialidad me tentaba. Esa segunda vez podía haber elegido casi cualquiera, pero dije: “Yo quiero ser médico de Familia”. A pesar de que si ahora está denostada e infravalorada, entonces lo estaba mucho más.

¿Más que ahora?

Mucho más. Lógicamente. El médico general ejercía en lo que entonces se llamaban ambulatorios, una palabra que todavía hay personas que utilizan cuando se refieren a los centros de salud. Era un ejercicio que se llegó a denominar de ‘silla caliente’; es decir, el médico entraba, tenía dos horas para ejercer, con unos cupos absolutamente desmesurados, por encima de 2.000 pacientes, y en esas dos horas tenía que atender a todas las personas que acudían. Realmente era una atención absolutamente imposible y una concepción de la Atención Primaria y de la Medicina General absolutamente desfasada y fuera de lugar. Fue durante el Gobierno de Adolfo Suárez cuando se creó la especialidad, a través de eminentes personas y profesionales, como fue el profesor Segovia de Arana y otros tantos.

José Manuel Iglesias Clemente

“Al mes de empezar a estudiar Ciencias básicas de la Medicina dije: Esto es lo mío”

¿Diría que actualmente la Administración se lo está poniendo fácil a los médicos de Familia?

Creo que no. Es una opinión personal, pero creo que se ha producido un desgaste progresivo de la Atención Primaria en general, y del médico de Familia en particular, que ocupa el último lugar en el sistema de salud, el menos relevante, no el que le corresponde, a pesar de las evidencias científicas que demuestran que la calidad de un sistema de salud se mide por la calidad de su Atención Primaria.

“El médico de Familia ocupa el último lugar en el sistema de salud, no el que le corresponde”

En los últimos meses, una de las quejas reiteradas de los médicos de Familia tiene que ver con los frecuentes fallos informáticos a los que se enfrentan en las consultas. ¿Realmente estos errores condicionan tanto la actividad asistencial?

Los fallos informáticos son cotidianos. Probablemente debidos, por una parte, a los equipos de los que disponemos, que son obsoletos -a mi juicio, se debería haber previsto y realizado una inversión en renovación tecnológica que no se ha hecho- y, por otra, a una concepción de historia clínica que consiste en traducir un modelo que ha sido eficaz durante siglos a una nueva herramienta con la que se ha convertido en una historia clínica burocrática, en una serie de datos administrativos con poca relevancia científica.

Hace años lideró las movilizaciones por las malas condiciones del centro de salud de San Juan, cuyo esperado traslado al antiguo edificio de Sanidad sigue pendiente. ¿Cómo está viviendo este proyecto que continúa acumulando retrasos?

El centro de salud que inicialmente se creó no es el centro de salud actual. Ha sufrido bastantes reformas y ampliaciones que lo convierten en un centro de salud pequeño, pero no en las condiciones absolutamente inadecuadas que tenía en sus comienzos. Todavía le faltan instalaciones y una ampliación, pero digamos que su traslado al antiguo edificio de Sanidad ya no es tan acuciante. Sin embargo, veo como una cuestión muy favorable que eso se produzca. En la época en la que estuve como coordinador insistimos mucho, hicimos manifestaciones y declaraciones públicas para informar de las malas condiciones, incluso de salubridad, en las que teníamos que ejercer. Algo se consiguió, pero no todo, y trasladarnos a la parte de Sanidad que nos corresponda será adecuado, si se hace bien. Muchas veces las cosas pueden hacerse con una visión muy a corto plazo, muy coyuntural y cara a la galería. A mí me gustaría muchísimo que ésta no fuese una decisión relacionada con unas elecciones próximas, sino que se hiciese con mesura, con tranquilidad, de acuerdo con criterios técnicos, y en función de las necesidades de un centro de Atención Primaria según los servicios que tiene que prestar a la población. Además, éste es un centro docente en pregrado y en postgrado, para residentes y alumnos de Medicina y de Enfermería, y todo eso hay que tenerlo en cuenta.

Habla de docencia, que es una de las facetas que ha desarrollado, al igual que la asistencial, la investigadora, la de cooperación internacional, la administrativa y de gestión… ¿En cuál se siente más cómodo o más satisfecho?

Lo más difícil de todo lo que he hecho en mi vida es ver todos los días a las personas que han considerado que soy alguien a quien pueden consultarle un problema de salud y sobre el que yo puedo darles una opinión, un consejo o prescribirles un tratamiento que puede beneficiarles. Ese reto, que es diario, es con diferencia lo más difícil que he hecho.

“La masificación de las consultas hace que no puedas ejercer de la mejor forma que sabes”

¿No se corre el riesgo de ‘despersonalizar’ al paciente después de muchos años de profesión?

La masificación de las consultas y tener que dedicar a los pacientes muy poco tiempo hace que en un determinado momento no puedas ejercer la profesión de acuerdo con tus conocimientos y habilidades, de la mejor forma que sabes. Y eso, repetido cotidianamente, puede producir que una persona se ‘queme’. Pero creo que somos muchos a los que, a pesar de todas las dificultades, nos gusta lo que hacemos, y que convertimos en mucho más tiempo los siete minutos, o los cinco minutos, aunque salgamos más tarde o no vayamos a desayunar.

¿Cómo le gustaría que hablaran de usted los pacientes?

Por lo que sé, como hablan. En ese sentido me siento muy honrado. El premio de todos los días es el mayor premio. A mí me gustaría que mis pacientes hablasen de mí, no como de una persona que sabe mucho y que resuelve todos los problemas, sino como una persona cercana que es capaz de aconsejarles, de tratar hasta donde sabe, y que sabe también hasta dónde debe llegar y cuándo el paciente debe ser derivado a otro especialista que puede enfocar mucho mejor, porque tiene más medios y conocimientos para resolver ese problema. Me gustaría que mis pacientes hablasen de mí como de una persona digna de fiar.

Ha participado en numerosos proyectos solidarios y de cooperación. ¿Este tipo de experiencias cambian la forma de ver la vida y de entender el ejercicio de la Medicina?

En parte sí y en parte no. Sí, en la medida en que cuando ejerces en otros países de muy bajo nivel de desarrollo los recursos son escasísimos, y cuando estás en un hospital -por llamarlo de alguna manera- que no tiene ni colchones, ni sábanas, cuando estás en un medio en el que ves que las enfermedades son fruto de carencias básicas, como son la nutrición o las condiciones de salubridad… todo eso te hace pensar: “Yo estoy en un sitio afortunado”. Pero el sufrimiento es igual en todos los sitios. En algunos, los problemas quizá puedan parecer más grandes; no es lo mismo en un país pobre un padecimiento que es curable que las condiciones por las que enferman las personas en un país como el nuestro, pero el sufrimiento es subjetivo, de forma que la persona que está en España sufre con tanta intensidad como la que está en alguno de los países más pobres del mundo. Uno vive los problemas de salud en relación con lo que tiene en su entorno y, por tanto, el sufrimiento es el mismo. Así que hay puntos de diferencia, muchos, pero también muchos de contacto.

¿Destacaría alguna experiencia que le haya marcado?

A mí lo que me marca es la experiencia de ejercer la clínica todos los días. Y, desde luego, me han marcado muchísimo mis experiencias en Nicaragua, o en Bolivia, o en México… Naturalmente, porque marca ver cómo se trabaja en esas condiciones y cómo profesionales con muchos menos medios y con unas gratificaciones económicas realmente bajas son capaces también de entregarse al paciente como lo hacemos aquí.

Hay quien defiende que las transferencias sanitarias no tendrían que haberse producido, que deberíamos haber mantenido un sistema de salud único para todo el territorio nacional. ¿Qué opina al respecto alguien que desempeñó distintos cargos de gestión durante la ‘época Insalud’?

He estado en cargos administrativos tanto en el antiguo Instituto Nacional de la Salud como en la Junta de Castilla y León, por lo que he visto los dos lados de la gestión, aunque en ese momento la Comunidad no tenía todas las competencias. Yo creo que el hecho de que la Sanidad se gestione desde las comunidades autónomas y de que existan 17 servicios de salud distintos no es bueno en lo absoluto. A mi modesto entender, creo que debería haberse mantenido una serie de competencias estatales, y no haber hecho una transferencia casi completa de toda la gestión de la atención sanitaria.

“El paciente tiene cada vez más conocimiento de que no está pidiendo un favor”

¿Cree que existe riesgo de que se produzcan desigualdades en relación a las prestaciones sanitarias?

Creo que sí, que existe un riesgo de desigualdad. Hay que decir -y quiero decirlo, además- que nosotros no estamos en una Comunidad que lo esté haciendo mal o mucho peor que otras. Tampoco en una que, a mi juicio, lo esté haciendo muy bien. Pero desde luego no debemos ser catastrofistas; nuestra Comunidad está haciendo las cosas con muchos errores, a mi juicio, pero algunas están cometiendo muchos más errores todavía. Somos menos ‘malos’ que otros, por decirlo así. Sin embargo, se están produciendo desigualdades desde el punto de vista de la accesibilidad de las personas al sistema, por ejemplo. Y ese es el primer aspecto de la desigualdad, porque no es sólo una accesibilidad temporal, no es que haya más o menos lista de espera… Es una accesibilidad ‘cultural’ a los servicios de salud.

Se habla mucho del ‘empoderamiento’ de los pacientes, de que los ciudadanos tenemos que implicarnos en el cuidado de nuestra salud. ¿Cree que lo hacemos o que somos muy conformistas con lo que nos ofrece el sistema sanitario?

Cada vez menos. En nuestro país procedemos de una historia muy triste, lamentablemente, pero nuestro país es, Afortunadamente, menos súbdito y más ciudadano. El paciente tiene cada vez más conocimiento de que no está pidiendo un favor, de que no está pidiendo una limosna, sino ejerciendo un derecho. Y a mí eso me gusta. En cuanto a la asistencia sanitaria, que me enfrenten a una decisión injusta, por ejemplo, es un reto, pero bonito, más que la figura paternalista del médico subido al púlpito que impone criterios y consejos. Asumir que la persona está al lado, no por debajo, que tiene derecho a hacer las preguntas que considere necesarias, que tiene un ‘poder’. Un paciente con el que acuerda un plan terapéutico para mejorar su salud y aliviar su dolor. Eso también tiene que ocurrir con la Atención Primaria, que no se ha desarrollado porque no se le ha dado ese ‘poder’ dentro del sistema de servicios de salud.

¿Qué piensa un médico implicado con sus pacientes, con una clara visión humanista, de esos mensajes que parecen culpar a los ciudadanos de la insostenibilidad del sistema sanitario?

Bueno, yo creo que todos somos ‘culpables’, si es que se puede utilizar ese término. Vivimos en un entorno en el cual los medios de comunicación tienen muchísima importancia y en el que muchas instancias ejercen influencias que modifican la opinión de las personas y procuran que consuman, no sólo atención sanitaria, sino también otros muchos servicios y productos. Eso es bueno y malo. Porque hay productos que sí se deben consumir y servicios que sí se deben prestar y otros que no. Eso es un problema de educación de la ciudadanía; va más allá de lo que puede hacer un modesto médico general en su consulta, aunque naturalmente se enfrenta con ello todos los días; con ideas, muchas veces erróneas, que se han escuchado o se han visto. Otras veces a los ciudadanos se les han creado ilusiones o expectativas que no se pueden cumplir, y eso es también una responsabilidad de las instituciones y de los poderes políticos que las han generado.

¿Y qué ocurre cuando eso sucede, cuando los pacientes exigen respuestas o prestaciones ‘imposibles’?

Cuando no te parece que lo que pide una persona sea lo adecuado, se lo tienes que decir educadamente. Y si considera que está en su razón, le tienes que decir: “Mire usted, tiene libertad de elección de médico, pero el médico tiene una libertad de elección de paciente, y usted y yo, evidentemente, no tenemos la química y la empatía necesarias para llegar a acuerdos sobre su tratamiento, por lo que parece aconsejable que busque consejo en otro lugar”. Pero hay que explicarlo con educación, porque a veces la persona no se convence, pero sí acepta tu punto de vista. Yo expongo mi punto de vista, pero la persona que está al lado tiene el mismo poder que yo, y puede decir “no estoy de acuerdo” o “sí estoy de acuerdo”. Naturalmente, siempre hay una asimetría, porque yo me he dedicado a saber de una profesión de la que no sabe la persona que me consulta, y esa asimetría ocurre cuando voy al banco, o al notario, o a un carpintero. Lo único que uno tiene que intentar es ser lo más honesto posible para intentar decirle a esa persona que lo que le conviene es una cosa distinta a lo que piensa.

¿Cómo es el doctor Iglesias Clemente como paciente?

Los médicos somos muy malos pacientes. Yo soy paciente también, por desgracia, y mis médicos, mis compañeros, dicen que soy un mal paciente. Entonces tengo que reconocerlo. Intento ser un buen paciente, pero a veces me salto sus consejos.

¿Pero es un mal paciente por indisciplinado?

A lo mejor no soy tan disciplinado como debiera; no sólo como ellos quisieran, sino como debiera ser. Pero es muy difícil cambiar hábitos, actitudes, comportamientos, creencias, perspectivas que están enraizadas en una persona. Y eso tiene que comprenderlo uno cuando se pone en el lugar del paciente, porque cuando está diciéndole que sus comidas tienen que ser más sosas, que tiene que hacer más ejercicio, etcétera, a lo mejor le está pidiendo esfuerzos muy importantes, porque en su vida eso no ha formado parte de su cotidianidad, y entonces le va a costar mucho hacerlo. Y, por tanto, comprender que mínimos logros son grandes logros dentro de sus capacidades, porque es una persona que ya está ‘hecha’. No es tan fácil cambiar

“Me encantan las conversaciones que no son vacías, las que están llenas de contenido”

¿Qué le gusta hacer cuando no está inmerso en el ejercicio de la Medicina, la investigación, la docencia…?

Pues me gustan muchas cosas. La verdad es que lo que más me gusta es caminar.

Bueno, los médicos dicen que eso es muy saludable…

Sí. Antes hacía escalada y montañismo y ahora, como no puedo hacerlo por razones de salud, pues sigo andando. Me gusta porque es una de las pocas cosas que uno puede hacer pensando en algo distinto, o con una atención dispersa. Me gusta caminar por cualquier sitio, pero sobre todo por la montaña. También me gusta mucho leer, la música… Y me gusta muchísimo una buena conversación. Me encantan las conversaciones que no son vacías, las que están llenas de contenido. Sobre todo cuando son con gente que te enseña; me encanta escuchar.

Y ahora que parece que todos vamos ‘atropellados’, ¿todavía consigue encontrar esos momentos de buena conversación?

Naturalmente que sí; intento cultivarlo. Porque uno aprende mucho y porque a mi edad pueden mucho los afectos de los amigos de toda la vida, más que los conceptos. La vida nos ha llevado a cada uno por su lado, y cada uno ha hecho su vida de la mejor manera posible, pero yo conservo los afectos de cuando teníamos 14 o 15 años, y con ellos los ‘conceptos’ -es decir, cómo son ahora- me importan menos. Me importan más esa filiación y esa continuidad en el tiempo de la amistad, y saber que hay una persona con la que puedes contar. Lo valoro mucho.

El decálogo

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