Dr. Félix Lorente: “Creo que el factor humano es tan importante o más que el científicoo el de los conocimientos”

Tras su reciente jubilación, el doctor Félix Lorente hace balance de su trayectoria, en la que destaca su paso por el Hospital Infantil de La Paz y la creación del servicio de Alergia Infantil en Salamanca, entre otras etapas

El médico de su pueblo, Ledrada, le llevó a decantarse por la Pediatría. Siempre ha tenido claro que tener a un niño como paciente es especial. Durante sus primeros años de formación, tanto en la Facultad de Medicina de Salamanca como en las prácticas en el hospital, se cruzó con una serie de maestros que le marcaron el camino a elegir: la especialidad de Alergología Infantil y su desarrollo en esta ciudad. Pero recono￾ce que siempre ha tenido cierta vocación por alguna ingeniería, por su destreza con las manos. Tras ampliar su formación en La Paz de Madrid, regresó a Salamanca para ‘montar’ el servicio de Alergia Infantil y un laboratorio que ahora considera uno de los mejores a nivel mundial. También confiesa que ha sido muy feliz como responsable del servicio de Pediatría durante los últimos tres años. Un inicio y final profesional muy satisfactorios, como también lo ha sido estar rodeado de grandes compañeros e incluso de estudiantes que también han recibido formación desde la experiencia y el buen hacer del doctor Lorente.

Cuando llega el momento de jubilarse es tiempo de hacer balance y repasar su trayectoria. Viajemos en el tiempo: ¿cuándo tuvo claro que quería estudiar Medicina?

No lo sé. Creo que no puedo decir que antes de nacer, aunque me movía en un ambiente relacionado con la Sanidad, porque mi padre era farmacéutico, mis dos abuelos también y tenía algún tío médico. Sinceramente, a mí me hubiera gustado hacer alguna carrera técnica, una ingeniería o también Económicas. Pero los avatares de la vida hacen que tengas que estudiar en Salamanca, porque yo soy de un pueblo cercano, Ledrada, y dentro de las carreras que había la que más me atraía era la de Medicina. Te puede gustar más o menos, pero cuando vas profundizando en ella… Yo creo que desde el primer año me sentí muy feliz. Y me gustaban las asignaturas; a pesar de que parece que las de los primeros años son muy duras y que no estás en contacto con el paciente, me encantaron y desde el principio me sentí muy a gusto, no tuve ningún problema para realizarla.

¿Cómo recuerda sus primeras prácticas en la carrera?

Las primeras prácticas fueron las de Anatomía. Ahí tengo que destacar a toda la Cátedra de Anatomía, pero recuerdo con especial cariño a don Pedro Amat Muñoz, el catedrático. Creo que desde el principio llevaba las prácticas con naturalidad y con ilusión. Fui jefe de mesa en algunas de las anatomías, con lo cual tenía más implicación todavía y una buena técnica de aprendizaje. Es un recuerdo muy agradable de mi paso por la Facultad.

Siempre se recuerda de manera especial a algunos de los maestros…

Don Pedro fue un gran maestro, y en primero de carrera. En aquel entonces no se tenía el trato que se tiene hoy en día con los alumnos. Los primeros años los recuerdo con mucho cariño. Después, en tercero, el rector Alfonso Balcells, que te introducía en la clínica, te enseñaba a explorar al paciente, y también es otra referencia. Luego damos otro salto, y no es que quiera omitir a ninguno de los profesores, porque en conjunto todos fueron buenos, pero debo reconocer que me marcó cursar quinto, con la Pediatría. Aunque ya estaba inclinado hacia esta especialdad gracias al médico de mi pueblo, Don Máximo Vicente Salicio, de Ledrada. Estaba de médico allí, él había hecho Pediatría y, de alguna manera, me llevó por el camino de esta especialidad. Pero además de eso, en quinto de carrera me influyó el catedrático Don Enrique Casado, una persona que a nivel docente te entusiasmaba por su manera de prepararse las clases y de transmitir. Es verdad que venía de hacer la oposición, pero su manera de enseñar la Pediatría… La asignatura la estudié, pero el núcleo central fueron sus clases, escucharlas, tomar apuntes y repasar los libros. Junto al profesor Casado estaba el profesor Escribano, al que todavía tenemos por aquí, y desde muy pronto congeniamos. Te hace inclinarte por ello. Escribano es una persona entrañable, con una capacidad de trabajo enorme y con una generosidad indescriptible, de manera que yo creo que es alguien que me ha enseñado mucho en la vida, no solo a nivel docente, sino también en el humano. Tengo que recordarle con mucho cariño. Y le tenemos ahí y le veo.

Félix Lorente Toledano

Félix Lorente recuerda que la Pediatría se desgajó de la Medicina hace dos siglos, “porque vieron que el enfermar del niño era distinto”. De ahí fueron surgiendo las especialidades pediátricas. Sin embargo, mientras las de la Medicina General se fueron reglando, las de Pediatría no se han reconocido a nivel oficial. “Yo tengo el título de alergólogo infantil europeo, pero en España no”, lamenta. Lo que reconoce es que Salamanca cuenta con la mejor Pediatría de Atención Primaria de España, “y la más integrada con el hospital”. Y siempre que tiene ocasión pide a las administraciones y a sus reponsables que se aprueben las especialidades pediátricas, un asunto pendiente que piensa que se debe a “la dejadez y la ignorancia”.

¿Qué tiene de especial la Pediatría?

Yo creo que el niño tiene un trato especial, te llena más, no sé si es más o menos vulnerable, pero algo hace que empatices. Y tiene una ventaja: los pediatras jugamos a favor de obra, porque los niños se curan solos. Es un decir, claro. El niño es más ‘sencillo’, aunque los problemas que se ven en la Pediatría del hospital cada vez son más graves. Cuando me hice cargo de la docencia de la Pediatría, introduje que los estudiantes fueran por los centros de salud. Ellos se resistían, porque parece que lo que les gustaba era el hospital y, sin embargo, pocos años después son los estudiantes los que te están pidiendo ir a los centros de salud, porque allí es donde ven la auténtica Pediatría: el niño sano, todo tipo de patologías, unas más banales y otras más graves, el niño que va para puericultura, la alimentación, las vacunas… Y todo eso es muy bonito.

“El niño tiene un trato especial, te llena, no sé si es más o menos vulnerable, pero empatizas”

¿Cómo recuerda la primera etapa asistencial?

Yo termino en el curso 70/71, y para la especialización en el Clínico de Salamanca estaba el doctor Ricardo Escribano como jefe de servicio y encargado de la Cátedra. Al terminar la especialización me fui a Madrid, al Hospital Infantil de La Paz, para dedicarme, dentro de la Pediatría, a la Alergia y la Inmunología. Ahí tengo que explicar por qué me incliné por ello. Yo creo que, como todas las cosas de la vida, igual que tuve a un Máximo que me llevó por el camino de la Pediatría, al empezar la especialidad tuve cerca al doctor José Luis Díaz, un pediatra magnífico con el que me pusieron cuando empecé a hacer la rotación. Él acababa de llegar de La Paz y había estado haciendo Alergia e Inmunología. Empecé con él y congeniamos muy bien, de tal manera que hice la formación en Pediatría y una parte la dedicaba ya a la Alergia y la Inmunología. Al terminar la formación, vi que algo me faltaba. Había iniciado dentro de la Pediatría una subespecialidad. Lógicamente, no podía seguir de autodidacta, con lo cual pedí ir al Infantil de La Paz, al servicio de Alergia e Inmunología, que en ese momento lo llevaba el doctor Juan Antonio Ojeda. Acababa de llegar de Estados Unidos el doctor Gumersindo Fontán, de hacer Inmunología y, dentro de ella, las inmunodeficiencias congénitas, que lógicamente se dan en niños.

¿Y cómo fue la etapa en el Hospital Infantil de La Paz?

Fui para estar dos años. Ellos decidieron que inicialmente tenía que estar en Inmunología, no en Alergía, en el laboratorio, y allí encontré mi sitio por dos razones. Primero, por las personas que había. Para mí, esa época, profesionalmente, fue la más feliz, junto con la última de aquí. Eran realmente entrañables dentro y fuera del trabajo, y trabajaban en equipo. El segundo motivo es que el laboratorio tenía mucho de trabajo ‘de manos’ y, como he dicho, me hubiera gustado hacer una ingeniería naval o de otro tipo, así que me gustaba. Estaba en un laboratorio en el que, además de hacer las técnicas específicas, de vez en cuando tenía que arreglar una centrífuga o algo. E incluso diseñar piezas, porque La Paz tenía un servicio de mecánicos muy bueno y pude diseñar algunas de las piezas para el laboratorio. Entrar en el equipo de Inmunología del hospital me abrió otro mundo, de trabajo en equipo, de investigación. El compromiso era volver a Salamanca, y volví, y a los tres meses me habían dado una plaza en La Paz. Estuve aquí montando el servicio de Alergía, luego me volví de ajdunto a La Paz y allí estuve hasta a finales de los 80, seis años en total.

En el Complejo Asistencial de Salamanca fue el responsable de crear un servicio pionero de Alergología Infantil. ¿Fue fácil?

El pionero en España fue el de La Paz, y allí recibíamos pacientes de toda España. ¿Qué ocurrió después? Pues igual que yo me fui a formar allí, lo hicieron más profesionales de otros puntos de España, como de Santander o Valladolid, y comenzaron a implantar la Alergología Infantil. ¿Fue fácil? Lo fue porque cuando yo me marché a La Paz fue con la idea de volver para implantarlo. Luego, en ese espacio de tiempo, al nombrarme adjunto en La Paz seguí desarrollándome. Volví por cuestiones personales, porque si no me hubiera quedado en La Paz, donde en ese momento se trabajaba a un nivel excepcional y europeo. En Salamanca, la demanda de atención por alergias cada vez era mayor, y estaban muy concienciados con los problemas alérgicos, y eso que no había ni la tercera parte de niños alérgicos de los que hay hoy. Así que las posibilidades de crear un servicio en el hospital fueron muy buenas. Al principio estuve con la doctora Muriel, que lo había llevado mientras yo estuve en La Paz, y con el doctor Romo, y durante unos solo había Alergología Infantil. Con el inconveniente de que, al llegar a los 15 o 16 años, teníamos que mandar a los pacientes fuera. Era una carencia que tenía Salamanca. Fueron años fructíferos, en los que trabajamos muchísimo y desarrollamos el laboratorio de Inmunología, que ha sido la base del que tenemos ahora, que es el mejor de alergias que existe en España, y el más desarrollado, además.

¿En qué momento se implantó el servicio de Alergia de adultos en el hospital de Salamanca?

Hace unos 17 años, cuando la dirección del hospital me llama y me dice que quiere que haya alergia de adultos. Podían contratar a dos alergólogos de adultos, pero no tenían ni dónde sentarse ni dónde pasar consulta. En aquel momento solamente había una consulta, sin enfermera ni auxiliar para hacer las pruebas. Así que pasábamos consulta, hacíamos las pruebas, los informes… Luego entró María José, la enfermera, y entonces formamos un equipo muy bueno junto al doctor Romo y la doctora Muriel. Cuando se incorporaron los alergólogos de adultos, inicialmente teníamos que dejarles nuestras consultas de Pediatría, porque no tenían. Llegamos a tener a 500 pacientes en lista de espera de adultos. Con muchas anécdotas y rifirrafes, conseguimos que tuvieran un espacio para pasar consulta. El gran salto del servicio de Alergia fue cuando nos dieron un espacio en el Materno-Infantil, media planta, y ahora se ha conseguido un poco más. El laboratorio se desarrolló muchísimo. Y un avance definitivo fue cuando se incorporó la doctora María Isidoro, con unas líneas de investigación punteras. Incorporar biólogos, bioquímicos y farmacéuticos ha dado una visión totalmente distinta. Ha sido la clave que, gracias a ellos, sea el servicio de Alergia mejor equipado en cuanto a laboratorio.

De los logros alcanzados durante su trayectoria profesional, ¿de cuál se siente más orgulloso?

Pues del actual laboratorio de Alergia e Inmunología creo que sí, y de haber creado una servicio que no existía en Salamanca. No es mi logro personal, es del equipo. Me siento orgulloso de dos cosa, fundamentalmente. Por un lado, de haber creado el servicio de Alergia y de haber estado rodeado de unos profesionales excepcionales que han hecho fácil que sea un gran servicio. No es el mérito de una persona, sino el de muchas que se dejan la piel y son generosas. Y luego tengo que reconocer que los últimos tres años, cuando me he hecho cargo del servicio de Pediatría, han sido muy felices, con todos los contratiempos y pasar de estar con diez médicos a estar con casi 60. Tratar de que trabajen todos en equipo y de que el objetivo fundamental, que es el niño, no se pierda jamás. Ha sido un reto bonito tratar de hacer las cosas de otra manera. Creo que el factor humano es tan importante o más que el factor científico o el de los conocimientos. Las cosas funcionan si la gente funciona. Creo que por eso en estos tres años me he sentido muy a gusto, espero que ellos también se hayan sentido así, porque se han logrado cosas, aunque se podrían haber logrado muchas más. Pero también nos ha tocado el periodo de crisis que, desgraciadamente, ha sido funesto.

¿Algo que se le haya quedado pendiente?

Posiblemente yo hubiera querido tener un servicio de Inmunología mucho más amplio. Pero bueno, eso ya sí llevaba otras connotaciones, como más personal y medios para el laboratorio. Me hubiera gustado tener una laboratorio para inmunodeficiencias, para que todos esos niños y adultos no tuvieran que salir de Salamanca. Pero mientras podemos tener dos o tres inmunodefiencias al año, hay 2.000 o 3.000 niños con alergia al año y, lógicamente, esto te hace dedicarte más a ello. Y es para lo que más recursos nos daban.

¿Qué le ha apartado la parte docente y de investigación en estos años?

Creo que no puedes desligar una buena asistencia de la docencia y de la investigación. Por eso es una barbaridad cuando algunos hospitales clínicos dicen que los docentes estorban, que quieren asistencia. Y la mejor manera de aprender es enseñando. Primero, porque te obligas a tener que estudiar y a transmitir. Es otra faceta muy importante, el contacto con los alumnos, que enseñan mucho. Al ser responsable de la docencia de Pediatría, entre otras cosas, incorporé la Atención Primaria. La mayoría de los que salen de Pediatría van a ir a Atención Primaria, y lo que el alumno necesita es esa Pediatría básica. Y mi docencia también estuvo enfocada en la Alergología.

De hecho, la Universidad de Salamanca fue la primera universidad pública española que introdujo en el currículum de la Facultad de Medicina la asignatura de Alergología. En 1985, solicitamos que hubiera una asignatura de Alergia que comenzó siendo optativa en las Facultades de Medicina y Farmacia. Posteriormente, con la reforma de planes de estudio, en Medicina fue aprobada. Y la parte de investigación ha sido muy extensa. Yo la dividiría en dos o tres bloques. El primer bloque es mi estancia en La Paz, donde la investigación y las publicaciones que hacíamos estaban a nivel europeo, sin lugar a dudas. Luego, en Pediatría, ha sido más a nivel nacional, con trabajos de alergia. Y la última parte, con el laboratorio de Alergia, donde las líneas de genética, biología molecular o alergia a alimentos, las líneas de investigación que hemos llevado, están a nivel internacional, publicando en las mejores revistas del mundo. Un hospital que no investiga es un hospital que se muere. Si no investigas, estás viviendo solo de lo que hacen otros, y eso es algo que he inculcado a los residentes. En Pediatría, ¿qué funciones tiene la investigación? Que a ti se te ocurre una idea y lo que tienes que hacer es buscar todo lo que se ha escrito sobre ese tema, y una vez que lo has buscado y lo has leído, ya estás aprendiendo para empezar. Si llevas a cabo esa idea, vas a contrastar si lo que has encontrado en tu investigación lo haces en tu trabajo. Lo estás analizando, es la autocrítica. Por último, y un factor muy importante: que lo que tú has conseguido tienes que difundirlo y enseñárselo al resto.

El decálogo

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