Una vez, un japonés que vivía con nosotros se hizo un café y lo olvidó. El café hirvió, desbordó la cafetera y salió gas toda la noche. Claro, supongo que por despiste. Yo me levanté el primero y, afortunadamente, tenía buen olfato; si no, volamos todos.
Un hombre abre la casilla para coger su correo. En ese momento, le llama su mujer. Él la atiende, se enfrasca en la conversación y se va, dejando el llavero con todas sus llaves en el buzón. Al cabo de un rato, se da cuenta, vuelve apresurado, pero las llaves no están. Dos horas más tarde, un muchacho, vecino con quien tiene mala relación, las devuelve. Habíamos visionado la cámara de seguridad donde aparecía. Como el hombre no se fía de qué ha podido hacer con las llaves ese tiempo, decide poner una cerradura nueva. Aquí, un despiste tiene consecuencias económicas.
Hay despistes con consecuencias diversas.
Hombre pasa 13 años en libertad porque olvidaron su sentencia. Él, tan contento.
Una jueza ha sido apartada de la carrera judicial por varios motivos, uno de ellos que dictó libertad para un preso, pero se olvidó de comunicar esa sentencia, y el hombre se pasó 479 días en prisión.
Hay un póster en el que se ve a Donald Trump diciendo: “Los inmigrantes están trayendo drogas. Están trayendo criminales. Son violadores”. Detrás, aparece un jefe indio americano, Sitting Bull, creo, que exclama: “De acuerdo”.
Es por despiste voluntario o falta de memoria no reconocer que todos somos inmigrantes, desde que nuestros antepasados salieron de África y se extendieron por todos los continentes. Claro, es una falta de memoria interesada electoralmente que salta barreras.
Dicen que hay personas despistadas porque tienen una capacidad de concentración tan enfocada en una actividad que no reparan en cosas accesorias. Otros despistes son por causa de los nervios, el estrés o hacer varias cosas a la vez. En mi caso, las llaves, que las tenía en mi mano, se han escondido y no hay modo de dar con ellas. Las vueltas que he dado por todos los lados para encontrarlas hacen que me convalide horas de gimnasia. He visto que existen mandos a distancia que producen un pitido en las llaves (supongo que ahí la cuestión está en dónde demonios he puesto el mando a distancia). El móvil sin batería entra en el segundo escalafón de “dónde estará”.
Según Daniel Gilbert, investigador del departamento de Psicología de la Universidad de Harvard, las personas pasamos casi la mitad del tiempo despistadas. “El 47% de las mentes de las personas están divagando, están en otro mundo, están despistadas”.
“El hecho de tener despistes le hace a uno más tolerante con los fallos ajenos y tiende a disculparlos”
Hemos de decir también que se trata de un hecho que no debemos tomar a broma. Los despistes son, en ocasiones, motivo de muchos accidentes, pero hay una cosa que parece quedar clara: las personas no podemos estar en un estado de atención continua. Conlleva un exceso de gasto energético que el cerebro no puede mantener durante mucho tiempo (https://lamenteesmaravillosa.com/el-despiste-a-veces-es-necesario/).
Hay algunas estrategias para paliar los despistes.
Crear un refuerzo visual. Si tomas la pastilla y te fijas en algo que ves, la ropa que llevas o qué hay cerca de la caja de la medicina, eso te sirve de ancla para recordarlo.
Crear un refuerzo auditivo. Decirte en voz alta a ti mismo: “Estoy tomando la pastilla a las 10:20”.
Tratar de estar concentrado en lo que haces, lo que bebes, comes o sientes, ayuda a disminuir los despistes. También nos sentimos mejor si nos reímos. Vamos de un sitio a otro, perjurando que las llaves las he dejado aquí, y nos sentimos mal. Mi sugerencia es que, con la exclamación de: “¡Otra vez jugando al escondite!”, riamos con todo el cuerpo. Risa ventral. E ir riendo de un lado a otro, mirando cajones con una risa. Las llaves no aparecen antes, pero tú no sufres.
Aunque, en mi caso, tener un despiste ayudó a resolver un serio problema. Compré una Nissan Vanette. A los 1.000 kilómetros, en una curva de la sierra, se paró. Todo parecía estar bien. Al cabo de un rato arrancó y estuvo bien, hasta los 3.000 km, cuando se volvió a parar. Y de nuevo a los 4.000. En el taller, todo este tiempo trataron de ver la causa y nada.
Vino el delegado de la marca a mi casa a pedir disculpas y a asegurarme que seguirían tratando de descubrir la causa, pues no les había pasado nunca.
Hasta que un día, por despiste, me quedé sin gasolina. Entonces me percaté de que el coche hacía lo mismo que en las paradas anteriores. Razoné: esto es que hay algo que impide el paso de la gasolina del depósito al motor. Desmontaron el depósito y, justo, había flotando un tapón de plástico. Un trabajador lo habría empujado dentro en el montaje y no dijo nada. El tapón flotaba en la gasolina y, cuando cerraba el paso del conducto al motor, el coche paraba.
El hecho de ser despistado, o de tener despistes, le hace a uno más tolerante con los fallos ajenos y tiende a disculparlos. Tras uno de esos olvidos que tuve, oí una de las frases más reconfortantes de mi vida: “Equivocarse es humano, disculpar es divino”.
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