“Dolores Caballero: Un buen médico es aquel que es honesto consigo mismo y con el enfermo”

La Dra. Dolores Caballero Barrigón, jefa de la Unidad de Trasplante de Hematología en Salamanca hasta su reciente jubilación, se muestra “orgullosa” y “agradecida” por haber formado parte de un servicio con “grandes compañeros”.

Hasta que no llegó a Salamanca, primero para el rotatorio, en 1979, y luego ya para hacer el MIR en la especialidad de Hematología, la Dra. Dolores Caballero Barrigón no descubrió su verdadera vocación por la medicina. Una suerte, porque desde este servicio de referencia internacional –y, en concreto, desde la Unidad de Trasplante que ella ha dirigido desde 1990– se han realizado casi 2.400 trasplantes de médula ósea. Historias de vida y esperanza que tampoco han estado ajenas al sufrimiento. “Es una especialidad muy dura”, reconoce, porque algunos enfermos se quedan por el camino; pero aún en estos casos, las familias se muestran siempre agradecidas. Ha sido también especialista e investigadora en linfomas, y en ambos casos ha vivido una auténtica revolución innovadora dentro de un Servicio de Hematología del que se siente orgullosa y agradecida, porque ha tenido “grandes compañeros” que han luchado con ambición y generosidad por un proyecto común: mejorar siempre la vida de los pacientes. Ahora afronta la jubilación solo con la idea de retomar una vida corriente: leer, viajar y conocer los tesoros de Salamanca, cosas sencillas que hasta ahora no ha podido hacer por la manera “intensa y excesiva” que ha tenido de vivir la medicina.

Algo tan natural como jubilarse, en su caso ha sido una noticia publicada en todos los medios de comunicación, y enseguida ha recibido un sentido homenaje por parte de sus compañeros. Supongo que se siente alabada y agradecida.

Esa es la definición. No esperaba tanto revuelo en Salamanca, pero que todo el mundo se interesara porque un mando intermedio del hospital se jubilara me ha halagado y me ha emocionado. Han sido unos días de mucha sorpresa para mí. Los profesores titulares de Universidad, como es mi caso desde 2016, tienen la edad de jubilación a los 70, es decir, yo la he adelantado tres años.

¿Por qué lo ha decidido ahora y cómo afronta este futuro incierto, teniendo en cuenta que no es una médica que se haya limitado a trabajar “de 8 a 3” y que lleva nada menos que 32 años al frente de la Unidad de Trasplante del Servicio de Hematología?

Ha sido una decisión meditada. Cuando llegué a los 65, pensé que había trabajado ya muchos años y muy intensamente en la medicina –muy a gusto, eso sí–, pero que me gustaría hacer otras cosas de vida más simple. Y también en el esfuerzo que me suponía el concepto que yo tengo de la medicina; era excesivo, por lo que  creía que tenía que dedicarle un poco más de tiempo a mi vida normal y corriente. Luego llegó la covid-19, que fue una oportunidad médica, porque nos sorprendió a todos, y que viví con bastante intensidad. Entonces decía de broma que cuando acabara la pandemia me jubilaría, pero la verdad es que era una decisión ya tomada. Quería la vida corriente de alguien de 67 años con muchas aficiones corrientes que he dejado en espera. Algunas ya no las podré hacer, pero me dedicaré a las que sí puedo: leer, pasear, ir al cine y a la ópera, viajar, ver pájaros, estudiar ornitología, que me encanta, estudiar las plantas… disfrutar de Salamanca, porque llevo más de 40 años en esta ciudad maravillosa y me da pena no conocer su arte y su arquitectura, que siempre he visto por fuera y casi siempre de noche.

Habla de la covid-19 como una oportunidad médica…

Desgraciadamente, cuando empezó fue un drama terrible. Desde la primera semana vimos que aquello era un problema para nuestros enfermos hematológicos, así que empezamos a cerrar la planta, a no dejar entrar a familiares ni a estudiantes, incluso antes de que cerrara la Universidad. Después, algunos médicos nos pusimos enfermos, y también inmediatamente se nos pidió que hiciéramos equipo con Medicina Interna para tratar a los pacientes con covid-19 que llenaban el hospital. Primero, los médicos más jóvenes; yo me incorporé el 14 de abril. Pero creo que ha sido una oportunidad, porque hemos tenido que estudiar cosas nuevas para intentar entender lo que les pasaba a los enfermos y volver a vivir lo importante que es ser buen médico, teniendo en cuenta, además, que era una medicina muy dramática: los enfermos estaban solos, y médicos, enfermeros y auxiliares entrábamos totalmente disfrazados. Es un episodio de nuestra vida que hace reflexionar mucho sobre lo que debe ser un médico; me pareció importante en mi carrera profesional y, sobre todo, vivirlo rodeada de gente joven muy buena. Fue una oportunidad para la medicina y para la sociedad, aunque muy dramático para los enfermos y sus familiares.

Acaba su vida profesional en lo más alto de la Hematología y en un servicio de referencia nacional e internacional, el segundo mejor de España, según el último Monitor de Reputación Sanitaria. ¿Un gran servicio es consecuencia directa de unos grandes profesionales?

Todo es importante, pero los grandes proyectos siempre empiezan por alguien que luego, para caminar, necesita a los de alrededor. El Servicio de Hematología tuvo, de entrada, a una gran persona, que fue el profesor don Antonio López Borrasca. Vino de Pamplona a crear uno de los primeros servicios de Hematología de España, acompañado, además, de gente joven, como el profesor Jesús San Miguel, Fernando Hernández Navarro, José María Moraleda, Vicente Vicente… Y aquí se encontraron a otros más sénior, como el profesor don Agustín Ríos, la Dra. Serafina Sánchez, la Dra. Consuelo López-Berges, la Dra. María Antonia García Marcos o la Dra. Consuelo del Cañizo, y todos se fueron acomodando a ese gran proyecto. Luego fuimos llegando otros por el sistema MIR, como el actual jefe del Servicio, el Dr. Marcos González, o yo… pero siempre con la referencia de pertenecer a un servicio muy bueno, que ha ido evolucionando muchísimo. En aquel momento, la coagulación era la parte de la biología que más atraía a los hematólogos, y luego ya hemos ido desarrollando poco a poco todo lo demás. Se ha consolidado con los años gracias a grandes hematólogos al frente: primero, con don Antonio López Borrasca; luego, el profesor Jesús San Miguel y la profesora Consuelo del Cañizo, y ahora el profesor Marcos González, con un concepto de la medicina muy ambicioso y de dejar hacer a los demás, para que cada uno tuviera su protagonismo. Una ambición personal acompañada, a la vez, de generosidad para que también los demás llegaran lejos. Y pensar siempre que el objetivo era ser mejores para los enfermos, para poder ofrecerles lo mejor del mundo, aunque estuviéramos en una ciudad muy pequeña.

Lo de la Medicina le viene de cuna, supongo que esa es una gran motivación, pero ¿cuáles más le llevaron a estudiar esta carrera?

En mi familia se había vivido siempre la medicina, porque mi abuelo, al que no conocí, ya era médico en nuestro pueblo, Cigales, y luego mi padre también fue médico en Valladolid y el País Vasco, así que yo viví la medicina en mi casa, y vivimos de ella, las dos cosas. Pero yo no tenía vocación de médico en absoluto. Me gustaba la arquitectura, la biología, la cinematografía… Pero cuando acabe el Bachiller tenía que tomar una decisión, y decidí hacer Medicina. A lo largo de la carrera tampoco sentí la vocación y, además, desgraciadamente, no conté con buenos profesores, e hicieron que casi me desencantara. A mí me gustaba más el cine, pero como aprobar era una necesidad –y una responsabilidad cuando eres buena estudiante y tus padres se están sacrificando por ti–, pues aprobaba, aunque sin mucho entusiasmo. Pero ya cuando aterricé en Salamanca, casi por casualidad, tras aprobar el MIR, fue cuando realmente empecé a tener vocación. No me interesaba nada el mundo de la Universidad, casi no pisábamos los hospitales, había mucho enchufismo. La facultad me desencantó de la medicina que yo había vivido en casa, porque mi padre fue muy buen médico. Afortunadamente, rescaté ese respeto por la profesión y las ganas de hacerlo bien cuando vine a Salamanca a hacer la especialidad, y ya en el rotatorio en 1979, cuando empecé a ver a los enfermos.

¿Existe alguna fórmula mágica o algunas pautas irrenunciables para ser una buena médica?

Un buen médico es aquel que es honesto consigo mismo y con el enfermo. La honestidad del ser humano es fundamental en la medicina, y para ello tienes que pensar siempre en qué es lo que le está pasando al enfermo, mirarle a la cara, preguntarle, ponerte en su pellejo y en el de la familia. Y luego estudiar y estudiar para poder contestar a las preguntas que te plantea ese paciente. Y, desde luego, creo que también tienes que ser buena persona.

Licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Valladolid en el año 1978, hizo el MIR en el Servicio de Hematología del Hospital Universitario de Salamanca. ¿Ya vio el gran futuro que le esperaba a esta especialidad? ¿Por qué Hematología?

Aquello fue otra casualidad. Mi nivel vocacional eran tan bajo que no sabía ni qué especialidad elegir. Pero cuando aprobé el examen MIR, me vine a Salamanca a hacer el rotatorio, porque a todos los de Valladolid nos daba algo de envidia esta ciudad antigua y su ambiente universitario. En ese año ya empecé a oír hablar del servicio, y pensaba que la Hematología me podía gustar, pero seguía sin tenerlo claro. En el momento de elegir, dudaba entre hacer Reumatología en el Hospital Puerta de Hierro, Neurología en Valdecilla o Hematología en Salamanca, pero había unos amigos que hicieron el rotatorio conmigo que eran salmantinos y se quedaban aquí a hacer la especialidad, los hermanos Santos Unamuno, y me dijeron: “Vente”. Y al final, me quedé en Salamanca por amistad.

En Salamanca se lo agradecemos mucho…

Soy el ejemplo de lo que no es nada típico en la medicina. Solo sabía que no quería ser cirujana y que me gustaban las especialidades con un peso importante de la biología. Respecto a la Hematología, me la explicaron fatal en Valladolid, así que entré como en una aventura. En la facultad de Valladolid no consiguieron engancharme, pero aquí todo cambió.

“Elegí hacer el MIR en Hematología en Salamanca por amistad, y aquí nació mi vocación médica”

Obtuvo el grado de doctora en Medicina y Cirugía por la Universidad de Salamanca en 1984 con la tesis ‘Marcadores inmunológicos en la diferenciación de gammapatías monoclonales’, dirigida por el profesor Jesús San Miguel, que supongo que ha sido un gran referente en su carrera. ¿Qué otros maestros o compañeros le han influido especialmente en su vida profesional?

Muchísimos. Aparte del profesor don Antonio López Borrasca y el profesor Jesús San Miguel, a nivel profesional y a nivel humano, también destacaría a la Dra. Mercedes Corral, jefa del banco de sangre, y a otros muchos compañeros, que ahora están ya jubilados, como las doctoras Serafina Sánchez, María Antonia García Marcos, Consuelo López-Berges y Consuelo del Cañizo… Por supuesto, mi marido, el Dr. Marcos González. Pero de fuera de este hospital también, gente que se ha dedicado al trasplante en otros servicios, como el Dr. José María Moraleda, que se fue a Murcia, o el Dr. Fernando Hernández, que desgraciadamente falleció, y fue jefe de Canarias y de La Paz… Y, por supuesto, don Agustín Ríos, y otros muchos que no digo, porque no puedo nombrar a todos. También compañeras de Enfermería, como Carmen Suárez, ya fallecida, o Amelia de León, que fue nuestra supervisora durante muchos años, y la gente que sigue en la actualidad. He tenido muy buenos compañeros, grandes personas, y hemos disfrutado mucho trabajando. He sido muy, muy, muy, pero que muy afortunada en mi profesión. Tener un proyecto que compartes y que eres capaz de transmitirlo a los demás, y que los demás también quieren lo mismo, es lo mejor que te puede pasar.

Desde 1990 ha sido jefa de la Unidad Clínica y de Trasplante del Servicio de Hematología, y en este tiempo se han realizado casi 2.400 trasplantes, una cifra extraordinaria.

En 2021 hicimos 91 alogénicos, 63 autólogos y 54 de células CAR-T. Fue un récord, que será difícil de repetir.

Imagino que esta labor le ha dado muchas satisfacciones…

El paciente hematológico es muy complejo, y todavía no curamos a muchos enfermos, algunos se nos van. Es una especialidad muy dura, sobre todo para la gente joven. Desde que eres R2 tienes que tener claro que vas a ver sufrir a muchos enfermos y a muchos familiares, y tienes que formarte y entender que tú eres el médico, y no puedes dejarte arrastrar por el sufrimiento de los demás ni perder la serenidad. Pero sí, también recibes muchas satisfacciones, porque te das cuenta de que, en esas situaciones tan límite que viven los pacientes y los familiares, aunque a veces no conseguimos sacar adelante al enfermo o sale con mucho sufrimiento, siempre entienden que has hecho un gran esfuerzo, algo que, en el 99% de los casos, te van a agradecer. En medicina, no deja de ser frustrante saber que nunca vas a ser capaz de curar a todos los enfermos. Debes aprender a gestionar esa frustración constante y tener la capacidad para decirte: “Mira, antes pasaba esto, fíjate lo que hemos conseguido”. Siempre les digo a los jóvenes que se pregunten por qué ha fracasado un tratamiento en un paciente, porque esa es la base de la investigación, y hace que estemos siempre alerta. La hematología es una especialidad joven, pero en estos 40 años ha habido una revolución absoluta, y ser testigo de eso es una gran suerte. Cuando echas la vista atrás, te das cuenta de que es impresionante lo que hemos conseguido.

¿Ha cambiado la práctica del trasplante a lo largo de los años?

Ha cambiado mucho. En el año 90, el trasplante lo hacíamos siempre extrayendo la médula ósea, y tanto el enfermo como el donante tenían que ir a quirófano; ahora generalmente hacemos trasplante de sangre periférica. Otro cambio importante ha sido la edad a la que podemos hacer el trasplante. Cuando yo empecé la especialidad, un paciente de 31 años ya era mayor, porque las complicaciones eran muy elevadas. Cuando comenzamos en Salamanca, la edad límite en alogénico eran los 40-45 años, y ahora hacemos trasplantes a personas de 70, 71, 72… Antes, solo uno de cada tres pacientes tenía un donante compatible; ahora el 100% de los pacientes van a tener un donante adecuado, ya sea entre su familia o en el Registro Mundial de Donantes. Por eso es tan necesario que la gente done. Y aparte del procedimiento, ha habido avances en el tratamiento de soporte: tenemos antibióticos que antes no teníamos, el manejo de los pacientes ha mejorado muchísimo y disponemos de mejores formas de medir cuál es la situación de la enfermedad para realizar el trasplante en el momento más idóneo. Además, hay enfermos que hemos dejado de trasplantar, porque existen nuevas medicinas, o tenemos células CAR-T que están beneficiando a pacientes que antes no podían ir a trasplante y no tenían otra opción terapéutica.

Acaba de estrenarse en el hospital el trasplante ambulatorio, ¿otro salto de calidad relevante para el bienestar del paciente?

El trasplante ambulatorio es una novedad en Castilla y León; en España, los primeros y los que más lo han desarrollado son los equipos del Clínic de Barcelona. Se dirige a pacientes muy seleccionados, que estén de acuerdo en pasar la segunda parte del procedimiento en un domicilio. El trasplante tiene tres partes, una primera de acondicionamiento, en la que administramos quimioterapia. La segunda es la infusión de las células progenitoras; si son las suyas, en el autólogo, están previamente congeladas a menos 170 grados y las descongelamos; en el alogénico, transfundimos las células del donante a través de un catéter. Es el día cero, pues en el ambulatorio, a partir del día +1 es cuando empieza el manejo de las complicaciones. Se dirige a pacientes muy seleccionados que presenten un buen estado general, que entiendan muy bien el procedimiento, que tengan un buen cuidador, que estén dispuestos a estar fuera del hospital –porque a algunos les da miedo– y que vivan a menos de 30 minutos del hospital en un domicilio con unas condiciones excelentes. En estos casos, el enfermo pasará esta tercera fase en su casa y, por lo tanto, vamos a disminuir ese ingreso prolongado en 13, 14, 15 o 20 días. La enfermera irá a verle a diario, le pondrán el tratamiento y, en el caso de que haya una complicación, siempre habrá una cama reservada en la planta de Hematología para que el paciente pueda recuperarse. Es un avance, y está demostrado que disminuye las complicaciones y mejora la calidad de vida del paciente.

Un camino de esperanza y de vida en el que hay un tremendo acto de generosidad por parte de los donantes y una enorme fortaleza por parte de los pacientes, sin olvidar del trabajo de asociaciones como Ascol. ¿Qué les diría?

A Ascol le diría que gracias a ellos tenemos Unidad de Trasplante en Salamanca. Don Antonio López Borrasca estuvo años intentándolo, pero no había manera; básicamente, porque Madrid no quería, había fuerzas opositoras y no nos daban dinero. Gracias a Ascol, se consiguieron los 20 millones de pesetas que se necesitaban para ponerla en marcha. Les diría que sigan donde están, porque son fundamentales, realizan una tarea impresionante. Por ejemplo, facilitando los pisos para el trasplante ambulatorio o para enfermos que vienen de lejos y no pueden estar viajando todo el día. O los programas que tienen de acompañamiento. Ascol ha sido y es fundamental, y Salamanca tiene que reconocer el papel de esta asociación. Y respecto al donante, sin él no hay trasplante, y ahora existe un problema serio con la donación. Tenemos que movernos más como sociedad, porque en Castilla y León cada vez se registran menos donantes, y es una pena, porque es más fácil encontrar un donante en España, ya que genéticamente somos más parecidos. Hay que donar sangre: solo hace falta tener      18 años, pesar más de 55 kilos y estar sano, y para ser donante de células progenitoras, solo hay que inscribirse. Es muy poco probable que te llamen, porque hay 40 millones de personas en el registro, pero debido a la complejidad genética que existe, tiene que existir ese plus para que nadie se quede sin trasplante.

¿Recuerda alguna historia que le haya marcado especialmente?

Las historias que me han marcado han sido, fundamentalmente, cuando hemos perdido pacientes y, al cabo de unos días –y esto es una historia repetida– la familia va expresamente a verte y a darte las gracias, a veces desde fuera de Salamanca.

¿Cómo se recompone uno frente a tanta adversidad?

Gracias a ese agradecimiento de la familia. El médico siempre debe tener claro que el enfermo depende de él, que tiene que ser respetuoso con él y con los familiares. Y cuando no sepa qué hacer, debe ponerse en el lugar del enfermo que está en la cama, o el que está sentado en la consulta, o el familiar que viene a preguntar, e intentar ser siempre humano, pero a la vez estricto. No puedes ponerte a llorar con el enfermo, tienes que educarte en ese punto, y estar pensando siempre en cómo puedes ayudarle.

Es también especialista en linfoma, una enfermedad de la que ahora se ‘salvan’ el 60% de los pacientes. ¿Esto era algo impensable hace 30 años?

Esa es otra suerte que he tenido. En la cena de homenaje, recordé cómo el profesor Jesús San Miguel nos iba precipitando hacia nuevos caminos sin que nos diéramos cuenta. Yo vine aquí a hacer trasplantes, con eso ya contaba, pero hubo un buen día en el que me dijo: “También te vas a dedicar a los linfomas”. Y ya estuve en los orígenes del Grupo Español de Linfomas y Trasplantes de Médula Ósea (GELTAMO), del que ahora soy presidenta, y ahí sigo trabajando muchísimo desde los 90. El cambio biológico que se ha producido en los linfomas ha sido brutal. Son unas enfermedades hematológicas complejas, hay más de 40 tipos, así que tener un linfoma es no decir mucho, pero han cambiado muchísimo el diagnóstico biológico y los tratamientos. De hecho, los tratamientos innovadores se han desarrollado en leucemias y en linfomas. En estas enfermedades empezó la medicina personalizada; el primer anticuerpo monoclonal fue en linfomas, y la primera terapia celular realmente fue el trasplante… Y yo he tenido la gran suerte de ser protagonista, como médica, de estos grandes avances de la medicina, que luego se han extendido a otras especialidades. Así que sí, en los linfomas el desarrollo ha sido impresionante. Estoy muy orgullosa de lo que se ha conseguido. En GELTAMO, empezamos como un grupo colaborativo pequeñito, registrando pacientes. En su origen, con el Dr. Eugenio Conde –del Hospital de Valdecilla, ya jubilado– como presidente, y yo como su brazo derecho. Ahora hay muchísimos hematólogos de toda España. En Salamanca, los doctores Alejandro Martín y Norma Gutiérrez se quedan al frente de un grupo reconocido a nivel internacional desde el que hemos logrado avances importantes para los pacientes. También asistí al nacimiento del Grupo Español de Trasplante Hematopoyético (GETH– SEHH), donde también me ofrecieron la presidencia. La Dra. Lucía López Corral seguirá en Salamanca en este ámbito, y el Dr. José Antonio Pérez Simón, que se formó conmigo y ahora es jefe de servicio en Sevilla, es vicepresidente de este grupo. Es decir, que de Salamanca han salido profesionales que han ido repoblando los servicios de Hematología de España y están desempeñando papeles muy importantes.

Mantiene la presidencia de GELTAMO, donde ya están prácticamente todos los hospitales de España para avanzar en formación e investigación. Un ejemplo para cualquier especialidad.

En hematología, estos grupos están muy avanzados. Empezó el PETHEMA (Programa Español de Tratamientos en Hematología), y luego los más desarrollados son el del mieloma múltiple (GEM), con el profesor Jesús San Miguel y la profesora María Victoria Mateos, y el GELTAMO, que seguiré presidiendo hasta mayo por cuestiones burocráticas. Los grupos cooperativos de la SEHH –sociedad que ha estado presidida los dos últimos años por nuestro compañero el Dr. Ramón García Sanz, y ahora también por nuestra compañera la Dra. Mariví Mateos– gozan de muy buena salud, pese a no contar con ningún apoyo institucional, ni siquiera con fondos para investigación. Salen adelante gracias a nuestro trabajo por las tardes o los fines de semana y por el apoyo de la empresa farmacéutica.

La hematología, en general, ha vivido una evolución casi revolucionaria, con avances increíbles, como la secuenciación masiva o las terapias CAR-T, que incluso hacen que podamos hablar de muchos cánceres curables. ¿Cuáles son los hitos más importantes?

En Salamanca, fuimos pioneros a nivel nacional en desarrollar desde el principio la citometría de flujo, la semilla que hizo posible que ahora mismo aquí se haga secuenciación masiva a pacientes con leucemia. O que el Dr. Jesús María Hernández esté en el proyecto Harmony a nivel internacional, o que hagamos secuenciación en alteraciones de la coagulación y en cualquier enfermedad hematológica. También que lideremos uno de los grupos de investigación en cáncer en el CIBERONC con el Dr. Ramón García Sanz, o que seamos uno de los centros capaces de producir células mesenquimales, al tiempo que somos líderes en ensayos clínicos con nuevos medicamentos, y ahí está la Unidad de Ensayos Clínicos, liderada por la profesora Mariví Mateos. El desarrollo del diagnóstico biológico y el seguimiento de la enfermedad mínima residual por biología molecular, citometría, genética… de nuestro servicio ha sido un ejemplo a seguir, una característica muy importante de Salamanca, donde siempre defendimos que la especialidad tenía que ser mixta, clínica y de laboratorio, y que todo aquello que afectaba al diagnóstico de las enfermedades de la sangre era responsabilidad del hematólogo. Aunque necesitemos a los biólogos, farmacéuticos y genetistas, el director de orquesta tiene que ser el hematólogo.

¿Qué retos de futuro tiene la especialidad?

Muchos. En el diagnóstico, el reto fundamental es que tengamos bien caracterizado al enfermo y sepamos un poco mejor qué tratamiento necesita, la medicina personalizada, que, de hecho, empezó en esta especialidad. La primera enfermedad del ser humano en la que se describió una alteración genética responsable fue la leucemia mieloide crónica, y los primeros tratamientos dirigidos a esas alteraciones, como el inhibidor de tirosina quinasa, también han sido para estas enfermedades hematológicas. Llevamos haciendo medicina personalizada muchos años, pero no en todos los pacientes, así que el futuro es que tengas un enfermo, le hagas el estudio genético y seas capaz de decidir qué le debes poner y qué no, porque hay medicinas nuevas muy potentes y muy caras, pero que no van a funcionar en todas las personas. En el trasplante, todavía tenemos que disminuir las complicaciones, ya que la primera causa de muerte en este proceso sigue siendo la recaída de la enfermedad. Hay que mejorar los resultados, definir qué enfermos se benefician y cuándo. Respecto a las células CAR-T, son una revolución, pero solo curan al 35% de los enfermos. Estamos haciendo las células CAR-T para 100 pacientes, pero solo van a beneficiarse 35. Hay que definir quiénes son, no administrar el tratamiento a quienes no se van a beneficiar. O hacerlo antes, o administrarlo en otras enfermedades, como el linfoma de células del manto o el mieloma. Todo esto está ya en investigación, y también están desarrollándose nuevos fármacos. Hematología tiene correo para rato, hay mucho que mejorar todavía.

“Me hubiera quedado como profesora en Medicina si me lo hubieran permitido”

Lo de las células CAR-T es maravilloso… te curas tú mismo.

Tú mismo te curas, son mágicas. La diferencia fundamental entre el trasplante y las células CAR-T, aparte de que tienen menos complicaciones asociadas, es que van a funcionar incluso en pacientes que no estaban en buena respuesta previa y que tienen enfermedad activa; de hecho, es donde se han aprobado. El trasplante funciona más en la enfermedad mínima residual, elimina lo último que le queda al paciente; con las CAR-T, tú estás viendo la masa tumoral del enfermo en la PET y dos semanas después se ha ido todo, porque sus propios linfocitos, manipulados genéticamente, se han pegado a todas las células que expresaban ese antígeno y han acabado con ellas. Así que la inmunoterapia y la medicina personalizada, lo tengo que recalcar, se han desarrollado en el campo de la hematología.

Su faceta clínica ha estado permanentemente ligada a la investigación, ¿cómo se seguirá avanzando en este ámbito?

Hay que decir que el Ibsal ha sido muy importante para la gestión de la investigación en el hospital. A nosotros nos ha beneficiado mucho tener un instituto sanitario, que además pudo crearse por tener una especialidad con tanto peso específico en investigación como es la hematología. Pero dicho eso, ahora aglutina a muchos grupos de otras especialidades, y es una herramienta fundamental que tenemos que cuidar. Yo lideraba el Grupo de Terapia Celular y Trasplantes, y dentro de ese grupo general había investigadores de linfoma, de trasplante, de laboratorio y de data management. Lo que se va a hacer en el futuro es dividirlo en dos grupos: por un lado, terapia celular y trasplante, que lo va a llevar la Dra. Lucía López Corral, y, por otro, linfomas, que estará liderado por el Dr. Alejandro Martín García-Sancho.

Deja también su trabajo en la Facultad de Medicina, donde tampoco están las cosas como para perder talento y experiencia…

Es que no te permiten seguir en la Facultad de Medicina si dejas el hospital; me hubiera quedado si me lo hubieran permitido. He disfrutado muchísimo como profesora, los alumnos me parecen estupendos, y son muy agradecidos si les tratas bien… Es muy importante la labor del profesor y del maestro en el hospital, y los que rotan por Hematología casi siempre se van encantados.

Un año desde el traslado al nuevo hospital… ¿Cree que ha cumplido las expectativas?

Para Hematología, sí. Yo veo esas dos plantas sextas, con esas vistas al río, con 38 habitaciones individuales, y creo que mis enfermos han ganado muchísimo. También tenemos una unidad de ensayos clínicos estupenda. Hematología ha salido muy bien parada. Eso sí, el jefe de servicio se lo ha currado muchísimo. Se han quedado un poco pequeños los laboratorios para todo lo que hacemos de investigación, pero ya están trabajando para ver si se logra más espacio. Ahora hay que seguir mejorando el contenido.

En Hematología, por ejemplo, ¿tenemos todo lo necesario para seguir manteniendo la excelencia?

Necesitamos más hematólogos, porque muchos profesionales que estaban haciendo el trabajo conmigo son de otros hospitales en comisión de servicio o tienen contratillos. Estamos haciendo una labor especializada, pero el 80% de los profesionales no tienen una situación estable. En general, la medicina en España debe perfilar mejor las actividades y mejorar el sistema de adjudicación de plazas. Si necesitas un hematólogo de trasplante, tienen que traer a un hematólogo de trasplante, no a uno cuyo único mérito sea ser más mayor. Yo entiendo que la gente tiene derecho a trasladarse, y lo defiendo, pero hay que ordenar un poco este sistema. Respecto a las plantillas, debemos decir de una vez lo que necesita cada servicio en 2022; se justifica y, a partir de ahí, tienen que crearse unas plantillas estables. Después, hay que fomentar que los médicos hagan investigación, y para eso hay que regular los currículums. No se puede no premiar al que hace una tesis doctoral o al que va a formarse al extranjero, porque eso son sacrificios muy importantes de los que se va a deducir un gran beneficio para el enfermo. Si el médico no investiga, no es buen médico, y el primer trámite para investigar es hacer la tesis doctoral, pero en la baremación del currículum esto vale menos que una comunicación en un congreso regional. Debemos cambiar radicalmente la manera de baremar y entender que, en la medicina, el buen profesional tiene que ser médico que atiende al paciente, médico que investiga para mejorar al paciente y médico que enseña al que tiene al lado, residente, estudiante o júnior. La administración tiene que potenciar esas tres patas de la medicina –asistencia, investigación y docencia–, y los sindicatos, que también son necesarios, deben entender que el médico tiene muchos derechos, pero los enfermos y los estudiantes también.

A pie de calle existe la sensación de que el sistema público de salud hace aguas por muchos lados. ¿Cómo ve la situación?

Cada uno tiene que trabajar por aquello que se le paga: si son siete horas, pues siete horas; los que están por encima deben exigirlo, y si en ese tiempo yo no doy abasto, tienen que poner más profesionales. Eso es muy fácil. Lo que no puede ser es que unos profesionales de la medicina trabajen cinco horas y otros siete, y ya no hablo de trabajar por la tarde, porque eso es una decisión personal. El hospital y los centros de salud deben trabajar a tope por lo menos ese tiempo, y tanto derecho tiene la persona que vive en las Merindades de Burgos a tener un buen médico de familia como la que necesita células CAR-T y viene a Salamanca. A partir de esa lectura de que todos tenemos que ser buenos médicos y trabajar nuestras horas, si hacen falta más profesionales, habrá que ponerlos, porque la salud es muy importante. La atención primaria ha sufrido un horror durante la pandemia, pero luego se ha permitido mantener centros de salud cerrados, y ahora no hay médicos porque no han contratado a los que estaban antes. Pues si no hay, buscadlos y tratadles bien, y hagamos bien los números, que es muy fácil saber que a partir de los 65 años la gente se jubila. Todos tenemos mucha responsabilidad, pero nuestros gestores tienen la última.

Ahora es la Primaria la que está en pie de guerra, pero también están saturadas las Urgencias, y se habla de un ‘hospitalocentrismo’ que puede dejar a muchos pacientes en el camino, porque se falla en el diagnóstico precoz o en prevención. ¿Cree que debe haber un Pacto de Estado que empiece por redefinir el modelo de Atención Primaria?

Eso de los pactos de Estado lo dicen en el telediario, pero no lo entiendo. Si las competencias están transferidas, hay que dejar en paz al ministro. Y el que no crea en la autonomía, que no cobre de ella. Yo le tengo que exigir a mi consejero y él a su presidente; echar balones fuera no es bueno. Veo bien la sanidad pública, pero creo que está en peligro porque necesita más dinero. También hay que calcular los médicos y enfermeras que se necesitan y tratar mejor a los profesionales. Aprecio un buen nivel de enfermería, que es parte fundamental de la sanidad; una formación MIR más que adecuada; y solo tenemos que adecuar y medir bien lo que necesitamos. Sí resulta muy preocupante que un trabajador sanitario tenga unos derechos y unas prebendas distintas en cada comunidad autónoma y que se lleven a los profesionales a otro territorio porque los tratan mejor. Eso está mal, y ahí sí podría funcionar un Pacto de Estado que evitara estas situaciones.

El decálogo

Un libro. ‘El nombre de la rosa’, de Umberto Eco.
Un disco o canción. ‘Gracias a la vida’, de Violeta Parra.
Una película. ’Barry Lyndon’, de Stanley Kubrick.
Un plato. El cocido.
Un defecto. La ira.
Una virtud. La vitalidad.
Una cualidad que valora en los demás. La honestidad y la lealtad.
Un sueño. La alegría.
Una religión. No soy religiosa. La religión es la vida sin hacer daño a nadie.
Un chiste. Soy incapaz de acordarme de un chiste.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.