por Mª Victoria SALVADOR
de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública
La salud es un derecho fundamental y por tanto el acceso a ella debería ser igual para todos, pero esto no siempre sucede así, existen desigualdades en salud, de ellas nos interesan las que se denominan inequidades. Éstas añaden una dimensión moral y ética al término desigualdad y se definen como las diferencias innecesarias y potencialmente evitables en uno o más aspectos de la salud, que afectan a grupos poblacionales definidos social, económica, demográfica o geográficamente. Es importante remarcar que son innecesarias y potencialmente evitables, porque esto hace que estas desigualdades sean injustas y éticamente intolerables.
Nunca antes en la historia las poblaciones habían vivido tantos años, pero nunca antes las diferencias en salud entre las distintas regiones del mundo habían sido tan grandes. En este momento la esperanza de vida en Bostwana se sitúa en los 37 años, mientras en España y países del entorno está en torno a los 80. Los índices de salud de los países subsaharianos no son mejores que los que tenía Inglaterra en el siglo XIX e incluso podríamos estar asistiendo a un retroceso: la esperanza de vida en algunas regiones de África está disminuyendo a consecuencia del Sida, el número de afectados llega al 39 % de la población, mientras que el acceso a los antirretrovirales no alcanza al 10% de los mismos; urge hacer pronto algo para conseguir el acceso de estos enfermos a los medicamentos, no podemos dejarlo en manos de la industria farmacéutica que tiene un fin preferentemente lucrativo y piensa en beneficios económicos y no en términos de salud o vidas salvadas.
Pero no sólo existen desigualdades sino que éstas están aumentando. Podemos observar que mientras la mortalidad infantil en los menores de cinco años se sitúa en Europa por debajo de 25 por mil, en el África subsahariana está por encima de 150 por mil. En este sentido, el objetivo número 4 del Milenio para reducir la mortalidad infantil está en algunas regiones más lejos de conseguirse que hace una década y esto a pesar de que los niños se mueren de enfermedades que tienen un tratamiento efectivo y con un coste asumible. Algo similar ocurre con el objetivo numero 6: detener el avance del Sida, tuberculosis y malaria, enfermedades que cuentan con un tratamiento eficaz y cuya propagación hace tiempo que está controlada en los países en desarrollo.
También existen diferencias entre las diferentes regiones de España. Según la última encuesta del INE sobre esperanzade vida libre de discapacidad, un español nacido en la cornisa cantábrica, si exceptuamos Galicia, tendrá más años de esperanza de vida en salud que los nacidos en Murcia o Andalucía. Pero las desigualdades en salud no solamente se dan entre regiones, también se producen dentro de una misma región, apareciendo personas o grupos en exclusión social, que tienen limitado su derecho a participar en la sociedad en la que viven. Estos grupos (personas sin hogar, reclusos, inmigrantes, gitanos, discapacitados, consumidores de drogas, prostitutas, …) conviven en nuestro entorno, pero cuando comparamos sus índices de salud con la población general están en franca desventaja.
Los médicos y el resto de los profesionales sanitarios, trabajamos procurando la salud de las personas, sin embargo y a pesar de los grandes avances de la medicina, las desigualdades en salud están aumentando. Es por ello que tenemos que implicarnos en que la salud para todos sea cada vez más equitativa, contribuyendo así a un mundo más justo, donde las regiones o los excluidos de la sociedad, que viven en condiciones miserables, sin esperanza, sean cada vez menos. De esta forma, contribuiremos además a hacer un mundo más seguro para todos, con menos guerras y menos violencia. Al defenderla sanidad pública, su eficiencia y su calidad, estamos defendiendo también ese acceso equitativo a la salud para toda la población.
Por Luis SANTOS GUTIÉRREZ
No hablo de los mandamases de los dos partidos mayoritarios en liza ni tampoco de sus afiliados. Sino de los mucho más numerosos, de cualquier profesión, condición y cultura, que, adictos furibundos a uno u otro de los dos bandos, lo son por su ideología. Conservadora (por utilizar un término convencional) los unos; proclive a una mayor igualdad social, los otros. Ya sabéis de qué va. Pero lo que se palpa al charlar con esa chusma es que, para unos, los otros son rojos odiosos, mientras que, para estos otros, los primeros son, sin remisión, unos fachas redomados. Y, en su libre expresarse, ¡qué rencor y qué encono! frente a quienes consideran, no adversarios políticos, sino verdaderos enemigos a eliminar.
La historia es un fluir temporal de aconteceres que se urden en una secuencia de datos, hechos y procesos. Que Franco nació el 4 de diciembre de 1892 es un dato. El desastre de Anual es un hecho. Y la serie de hechos que se implican en la Transición de la dictadura a la democracia es un proceso. Los componentes de nuestros bandos (rojos y fachas) enjuician los sucesos de la historia de España del siglo XX con criterios personales inflexibles. Negando el pan y la sal al adversario. Sin reconocer que algo pudieron hacer bien. Unos y otros van por la vida con gruesas orejeras que les impiden ver tanto sus propios fallos como los logros de sus enemigos.
Enjuiciar aconteceres con un criterio determinado presupone ponderar la solidez de la base en que se fundan los modos de pensar que condicionan las conductas. Todos nacemos con un sutil criterio íntimo impreso en el genoma (la ley natural) que rige el comportamiento ético de quienes no han podido, o no han querido, atenerse a las pautas morales de credos “salvadores”. [No hace falta ser musulmán o fiel a cualquier otra religión para ser buena gente] Pero luego, con los avatares, a veces dramáticos, de la existencia, tanto las creencias sobrenaturales como ese criterio innato sin misterios se retuercen en esguinces insospechados. Las vivencias personales, tan distintas, explican los diferentes modos de pensar. Pero nada explica que la inmersión en una u otra ideología ciegue hasta el punto de obligarles a negar la evidencia. Hablando de personas de Salamanca, se explica que sean rojos hasta los huesos los deudos de Prieto Carrasco, Manso, Paredes o mi personal amigo “el máquinas” (y otros muchos), fusilados aquí en los primeros días del Movimiento. Como se explica que estén en las antípodas del rojerío los familiares de los Fernández de Trocóniz que se trasladaron a Málaga, a una boda, días antes del 18 de Julio y allí les sorprendió el alzamiento y fueron asesinados por los republicanos. Pero no se entiende que setenta años más tarde, cuajada ya pacíficamente la Transición democrática, perviva tal odio entre “unos y otros” -o entre otros y unos- que a ambos les hace empecinarse en sus posturas dialécticas. Que lleva a algunos a relatar lo acontecido entre el 11 y el 14M largando una sarta de falsedades que dudo que ellos mismos crean. ¿Cómo se puede achacar la autoría a un contubernio del PSOE con ETA cuando un Gobierno del PSOE creó los GAL? Pero todos tienen algo insilenciable, si se es honesto, en sus debe y haber. Mirad amigos, durante el franquismo (un periodo para olvidar que viví desde mis 13 a mis 52 años) hubo cosas que se hicieron bien: el mantener a España al margen de la segunda guerra mundial, el plan hidrológico con la política de embalses, el Seguro Obligatorio de Enfermedad (una cobertura social envidiable de la que carecen en U.S.A.) Pero el dictador se ensució cuando, asumiendo que el fin (su fin) justifica los medios, aherrojó la libertad del pueblo y encarceló y asesinó durante décadas por el simple delito (?) de pensar diferente. Ya en la democracia, en el haber de Aznar (otro líder sin carisma con ribetes dictatoriales) sorprendió la insólita lección que dio renunciando al poder desde su postura de privilegio. En su debe, como epifenómeno significativo, la presunción de casar a su hija con boato real en El Escorial del absolutismo monárquico; pero, sobre todo, el odioso promover la guerra de Irak contra la voluntad de la inmensa mayoría de los españoles. [Claro que ese pecado conllevó la dura penitencia que hundió al PP en la oposición donde pena con rabia incontenible] Cuando algún sector de la ultraderecha insinúa (contra toda evidencia) que detrás de la matanza del 11M estuvo la mano del PSOE con miras a voltear los resultados de los comicios se evidencia la mezquindad de quienes propalan tal especie. El sólo pensarlo es indicio cierto de algo tan siniestro (¡qué, paradoja de los extremistas diestros!) como que ellos sí serían capaces de hacerlo.
He referido hasta aquí hechos (algunos del pasado siglo XX) que he vivido en primera persona; y por eso opino de ellos sin tapujos. Hacía antes referencia a mi amigo “el máquinas”. Y no deja de ser chocante que llame amigo a alguien que fue fusilado en el 36 cuando yo tenía 13 años. Pero lo era. Y lo era por ser él íntimo de mi padre. Ambos trabajaban en la “Compañía” (la de los Ferrocarriles del Oeste de España y Andaluces -entonces no había RENFE-), mi padre como cirujano y él como jefe del Depósito de Maquinas; de aquí su mote. Fue el progenitor de la criatura más hermosa y atractiva que jamás conocí: la “miss bisturí”, coronada por los estudiantes de medicina de aquel tiempo. No se me va de la memoria su andar cimbreante que traía enloquecidos a los salmantinos. Pasados tantos años, tienen que ser pocos de los que hoy viven los que la recuerden; (si acaso Ángel Zamanillo, Juan Luis Rodríguez o Andrés “el de Cañadilla”).
Más rojo que otra cosa era Jesucristo; que se rodeó de obreros, sacó del templo a zurriagazos a los especuladores de toda laya y contaba la increíble historia de un camello pasando por el ojo de una aguja. Si Jesús también tenía lo suyo de conservador es por lo que, además de ser Dios, tenía de hombre. Ya se sabe que no hay hombre, ni el más fanático baranda de un partido de extrema izquierda (léase Stalin o alguno de sus epígonos) que, en la medida que fuere, no tenga algo de conservador. Y seguro que más rojo que Jesucristo fue mi tío paterno y padrino, del que me viene la vena y el nombre. Vivía en el cogollo de Lavapiés, en la calle Torrecilla del leal, por más señas. Mi tío Luis, un hombrón bien parecido, primer violonchelo de la Orquesta Filarmónica, era además ¡vaya si lo era! comisario político en el Madrid republicano de aquellos años turbulentos. Seguramente comprobó, sufriéndolo en sus carnes, que es en las luchas entre hermanos en las que se dan, en cada bando, las peores atrocidades. Por el Madrid de aquellos tiempos andaba también Carrillo, el viejo socarrón del que se dicen cosas atroces. Pero, con todo lo rojazo que era, muerto Franco, también hizo algo positivo por España. Su intervención hábil y prudente en la legalización del partido comunista, al hacer de contrapeso en el difícil equilibrio de las fuerzas políticas, posibilitó una Transición sin traumas y, a la postre, la firma de la Constitución. (No puede echarse en olvido el banquete de sapos que, para conseguir el acuerdo, se dieron todos los ponentes, sin excepción). En el homenaje que no hace mucho recibió en Madrid como reconocimiento a su colaboración, no sólo contó con el apoyo del Rey -que es bastante de derechas- sino con el de conservadores tan significados como Gabriel Cisneros, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón y el todoterreno leonés que pica a todos los palos, (y así le va de bien con unos y con otros) Rodolfo Martín Villa. Allí estuvo la crema de la izquierda como una piña (no recuerdo haber visto a Felipe González). Sólo faltaron los que tenían que faltar: Rajoy, Acebes, Zaplana y el señor de los tres en la distancia. Esos a los que se les llena la boca cuando afirman que representan al centro reformista; pero a los que los de la cáscara amarga tildan, despectivamente, de lo que son. O sea, que contando con aquellos cuya ausencia les hacía ostentosamente presentes, allí estaban todos los portaestandartes de los bandos protagonistas de esta historia. En una palabra, allí estaban “los unos y los otros”.
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