Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
En su famosa obra Los tónicos de la voluntad: reglas y consejos sobre investigación científica (1896) —de lectura obligada desde hace más de un siglo para todo joven científico español—, el afamado neurohistólogo Santiago Ramón y Cajal escribía:
«No se crea que el investigador debe hablar y escribir todas las lenguas de Europa: al español le bastará traducir las cuatro siguientes, que se ha convenido en llamar “lenguas sabias”, y en las cuales aparecen publicados casi todos los trabajos científicos: el francés, el inglés, el italiano y el alemán».
No estaría nada mal, ¿verdad? Yo hice caso al viejo maestro —y nunca agradeceré lo suficiente su sabio consejo—, pero sé de muchos colegas que consideran difícilmente alcanzable el objetivo de leer con mediana soltura las cinco grandes lenguas europeas occidentales. Cuando lo cierto es que, en esta época nuestra de becas Erasmus y espacio europeo común de educación superior, la propuesta cajaliana parece más al alcance que nunca para cualquier médico español —para cualquier universitario español, más bien—. ¿O no parece empeño inútil esforzarse por borrar fronteras y retirar trabas aduaneras si luego no somos capaces de salvar también las barreras lingüísticas?
Es bien sabido que en inglés las palabras casi nunca se leen como se escriben; pero el colmo es ya que una misma palabra pueda pronunciarse de dos formas distintas.
Ante la pregunta de cómo se pronuncia minute en inglés, la única respuesta correcta es: depende. No es lo mismo el sustantivo minute que el adjetivo minute. Y uno entiende entonces por qué los niños británicos o estadounidenses tienen todavía problemas para leer en voz alta a los 10 o 12 años.
¿Se imaginan la tortura que sería aprender a leer si en español pronunciásemos de forma distinta ‘tibia’ cuando funciona como adjetivo (agua tibia) y cuando funciona como sustantivo (fractura de la tibia)?
Pues exactamente eso es lo que pasa en inglés con minute. Cuando funciona como sustantivo, es voz llana y se pronuncia algo así como /mínit/, ya sea con el significado de ‘minuto’ como unidad de tiempo (a 15-minute break, un descanso de 15 minutos) o con el significado de ‘acta’ de una reunión (the secretary read the minute, el secretario dio lectura al acta). Cuando funciona como adjetivo, en cambio, es voz aguda y se pronuncia algo así como /maiñút/, ya sea con el significado de ‘diminuto’ o ‘muy pequeño’ (water containing minute quantities of lead, agua con cantidades insignificantes de plomo) o con el de ‘minucioso’ o ‘detallado’ (a minute description of the injuries, una descripción detallada de las lesiones).
No encontraremos en los diccionarios etimológicos los nombres de medicamentos, porque las marcas comerciales —afirman los etimólogos— son nombres de fantasía, y escapan a las reglas generales de la etimología.
Sin embargo, todo médico es bien consciente de que gran parte de los medicamentos reciben un nombre comercial de significado manifiesto. A mí, por lo menos, me resulta evidente que tanto Dolalgial como Algidol son analgésicos dos veces buenos contra el dolor; que Termalgín es antitérmico y analgésico; que Prevencor previene las afecciones del corazón —como, por otra parte, también Mevacor o Zocor—; que Mucosán es expectorante, Acfol es ácido fólico, y Flatoril está indicado para la aerofagia y el meteorismo; que Timoftol es un preparado oftálmico de timolol, Singulair se administra en un solo comprimido diario para facilitar la respiración en los asmáticos, Propecia favorece el crecimiento capilar en la alopecia androgénica incipiente, y Arcasin, indubitablemente, acaba con las arcadas.
Por ser el inglés la lengua franca de las grandes multinacionales farmacéuticas, es en cierto modo lógico que la etimología de muchos nombres de medicamentos solo resulte tangible cuando uno piensa en la lengua de Shakespeare. En estos tiempos de pandemia porcinogripal, por ejemplo, Tamiflú solo se muestra como oseltamivir antigripal para quien sepa que la gripe en inglés se llama flu, y Relenza desvela a las claras su potencial para aliviar los síntomas gripales si uno sabe que «aliviar la gripe» se dice en inglés relieve influenza.
Al poco tiempo de su lanzamiento al mercado (en marzo de 1998), Viagra se convirtió ya en una de las marcas más reconocidas en todo el mundo, junto a clásicos como CocaCola, Nike,Lego o Ford. ¿Significa algo Viagra? Digan lo que digan sus fabricantes, para mí es incuestionable que sí.
Por un lado, salta a la vista su parentesco con la palabra vigor. Y por otro, su similitud fonética con Niágara, especialmente llamativa en inglés, donde Niagara (pronunciado a la inglesa /naiágra/) rima en consonante con Viagra (pronunciado a la inglesa /vaiá-gra/). Si a ello añadimos que las cascadas del Niágara son, amén las cascadas más caudalosas de Norteamérica, el destino clásico para las parejas estadounidenses en luna de miel, resulta palmario que un nombre como Viagra suscita de forma inconsciente varias ideas sumamente atractivas para el paciente con disfunción eréctil. Es oír Viagra, y todo varón añoso aquejado de impotencia piensa de inmediato en un reverdecido vigor juvenil, en la ardiente pasión de la noche de bodas y en una eyaculación descomunal, desbordante, desmesurada, toda una cascada de semen.
Para expresar la acción de sudar, yo diría que tanto sudacióncomo sudor (amén de otros sinónimos técnicos, como ‘transpiración’ y ‘diaforesis’) son perfectamente correctos en español; no así la forma más frecuente entre los médicos salmantinos: *sudoración*.
Igual que de ‘degradar’ se forma ‘degradación’; de ‘sedar’, ‘sedación’; de ‘validar’, ‘validación’; de ‘oxidar’, ‘oxidación’; de ‘recomendar’, ‘recomendación’; de ‘exudar’, ‘exudación’; de ‘resudar’, ‘resudación’, o de ‘trasudar’, ‘trasudación’, de ‘sudar’ parece lógico formar ‘sudación’. La forma *sudoración* implicaría la existencia de un hipotético verbo *sudorar*, que hoy por hoy nadie admite.
Pese a lo dicho, el barbarismo *sudoración* está en español tan difundido en la práctica —y de modo especial entre la clase médica—, que la Real Academia Española lo registró en su diccionario y lo da por válido desde el año 2001.
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