Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
En medicina, el uso descuidado de muchas siglas que forman palabras con sentido propio da lugar en ocasiones a situaciones que basculan entre lo cómico, lo confuso y lo embarazoso:
—¿Has estado alguna vez en un congreso de asco?
—Inhibimos la respuesta inmunitaria con sal.
—Te presento a la doctora Menganita, fea de hematología.
—¿Sabes elaborar un pis?
—¿Conoces algún famoso que tenga sed?; es para un artículo que estoy escribiendo.
—Cáncer de mama que no responde a la vaca.
—Ayer nos ingresaron dos tías en la 5.ª Norte.
Imagino bien la cara que pondría cualquiera que oiga estas frases y no sepa que ASCO es la Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica (en inglés, American Society of Clinical Oncology); SAL, el suero antilinfocítico; FEA, una facultativa especialista de área; PIS, un protocolo de investigación en salud; SED, el síndrome de Ehlers-Danlos, y VACA, una pauta poliquimioterápica con vincristina, actinomicina C, ciclofosfamida y doxorrubicina (Adriamycin). En cuanto al internista que se encontró con dos tías ingresadas, la frase la oí de pasada en el vestíbulo de un hospital, así que nunca llegué a saber con certeza si lo que ingresaron fueron dos pacientes con accidente isquémico transitorio (en inglés, transient ischemic attack, TIA) o dos pacientes con toxinfección alimentaria. Me inclino a pensar más bien en lo primero, pero con las siglas nunca puede uno estar seguro. Y, quién sabe, tal vez se diera el caso insólito de que ese día ingresaran realmente en el hospital dos tías carnales del médico que hablaba, y no estuviera usando siglas. Pero me parece poco probable.
En relación con el ejemplo de la Dra. Menganita, FEA de Hematología, sé ya de varios hospitales españoles que han sustituido oficialmente el cargo de «facultativo especialista de área» por el de «médico especialista de área». Pero ese arreglo es, me parece, como salir de Málaga para entrar en Malagón, o ir de Guatemala a Guatepeor, porque si la sigla FEA era ídem, mucho peor, por malsonante, es la sigla MEA. ¿Se imaginan la rechifla que pueden suscitar los colegas a los que presenten en público como «Dr. Fulano, MEA de Urología» o «Dra. Zutano, MEA en el Servicio de Pediatría»?
Definitivamente no, no es admisible utilizar en nuestro sistema de sanidad pública unas siglas que se presten a bromas soeces o denigrantes. Las siglas, cuando forman palabras legibles, deben emplearse con el mismo cuidado y esmero con que usamos cualquier otro vocablo del lenguaje general.
Y no cuesta tanto reemplazar unas siglas inadecuadas por otras más inofensivas. En el caso que nos ocupa, por ejemplo, hubiera podido incorporarse la inicial de la preposición de enlace para dar FEDA (facultativo especialista de área) o MEDA (médico especialista de área). Es un recurso que ha sabido aprovechar perfectamente la Sociedad Española de Anestesiología y Reanimación para acuñar una hermosísima e informativa sigla SEDAR. Otra posibilidad hubiera sido sustituir la sigla pura y dura por un acrónimo legible algo más largo, del tipo de FESA (facultativo especialista de área) o MEDEA (médico especialista de área). Es un recurso que ha sabido aprovechar perfectamente la sociedad gallega Medicina Interna de Galicia para acuñar un evocador acrónimo MEIGA.
Cualquier cosa, desde luego, antes que llamar FEA o MEA a una médica adjunta.
Sostiene la etimología popular que las agujetas se llaman así por el inconfundible dolor de la mialgia diferida, como de afiladas agujas que se nos clavaran en los músculos. De hecho, recuerdo haber estudiado durante la carrera una curiosa teoría patogénica según la cual el ácido láctico resultante de la actividad metabólica de los miocitos cristalizaría luego para formar microscópicas agujas intersticiales, causantes de los típicos pinchazos musculares de las agujetas.
Hoy, sin embargo, cuando la mayor parte de los investigadores atribuyen las agujetas a microrroturas de las fibras musculares causadas durante la práctica de un ejercicio físico excesivo o desacostumbrado, no se sostiene más la antigua etimología popular para las agujetas.
Nuestro paisano Francisco Cortés Gabaudan, helenista experto en etimología médica, propuso en el año 2011 otra explicación para el término que, en mi opinión, resulta bastante más creíble. Parte del hecho de que ‘agujeta’, para empezar, no es en español un diminutivo normal de ‘aguja’, pues incorpora el sufijo –eta de origen francés, provenzal o catalán. La palabra procede, en efecto, del francés aiguillette, cuyo significado coincide con el primero documentado en español para ‘agujeta’: «correa o cinta con un herrete en cada punta, que sirve para sujetar ciertas prendas de vestir» (sentido este, por cierto, que aún conserva en Méjico).
Apunta Cortés la posibilidad de que, a partir de ese sentido primitivo, ‘agujetas’ pasara a usarse en español, primero con el sentido de «objeto de poco valor o baratija», y luego con el de «propina que el que corría la posta daba al postillón», documentado ya en textos de Góngora y Tirso de Molina. A partir de ahí, el siguiente salto semántico —registrado en español a partir del siglo XVIII— consiste en usar ‘agujetas’ con el sentido actual de «dolor muscular tras un ejercicio al que uno no está acostumbrado».
En apoyo de su hipótesis, aduce el filólogo salmantino que la mayor parte de los ejemplos antiguos de la acepción médica de ‘agujetas’ mencionan expresamente el dolor muscular originado tras montar a caballo. Por ejemplo, en esta definición que daba el Diccionario de la RAE en 1770: «agujetas. Los dolores que se sienten en el cuerpo después de algún exercicio extraordinario o violento, como el de correr la posta, jugar a la pelota, etc.»
.Si tenemos en cuenta que la función del postillón iba siempre unida a montar a caballo, que la propina dada al postillón se llamaba ‘agujetas’ en español al menos desde el siglo XVII, y que el postillón era tradicionalmente la persona más vinculada con el ejercicio de montar a caballo, parece comprensible que los dolores de montar a caballo que sufría una persona poco acostumbrada acabaran recibiendo en español el nombre de ‘agujetas’, en la idea, explica Cortés, «de que con las agujetas, en el sentido de ‘propina’, se intentaba recompensar al postillón de los dolores que uno tendría si hiciera su función».
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