Cinco apuntes y una misma reflexión

Por Juan Antonio Pérez-Millán

Escritor y crítico de cine

Y Ernesto Pérez Morán

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid

Invisibles, de I. Coixet, W. Wenders, f. León, M. Barroso y J. Corcuera

Recientemente difundido en soporte DVD, el documental Invisibles es un largometraje compuesto por cinco episodios independientes firmados por cineastas de la categoría de Isabel Coixet, Wim Wenders, Fernando León de Aranoa, Mariano Barroso y Javier Corcuera. Cinco visiones distintas de otros tantos problemas actuales, rodadas gracias a la iniciativa del actor Javier Bardem y con el apoyo de ‘Médicos sin Fronteras’, organización que cumplió en 2007 sus primeros veinte años de actividad en España.

Invisibles no es exactamente una película ‘de médicos’. Es, simplemente, un grito de protesta o, si se prefiere, la amplificación de muchos gritos de protesta recogidos por varios realizadores. Estos y sus cámaras actúan como testigos, más o menos silenciosos, de hechos que la opinión pública occidental no conoce. O no quiere conocer. Conscientes de que la verdadera finalidad de este documental es la de informar, se impone cierto juicio crítico sobre el conjunto, irregular pero honrado y conmovedor.

Y es que si en Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003) la escena más bochornosamente sensiblera tenía lugar en un coche, donde la protagonista grababa mensajes para que su hijo pudiera oírlos una vez ella muriese, en Cartas a Nora las misivas que una mujer boliviana envía a una inmigrante en España tienen un propósito muy diferente. No hay en este primer episodio de Invisibles ninguna intención de forzar la lágrima por parte de la cineasta catalana, sino una denuncia directa, discursiva y desnuda del ‘mal de Chagas’, de origen parasitario y que en la actualidad afecta a 18 millones de personas en Iberoamérica. La famosa ‘enfermedad de la vinchuca’ –llamada así por el nombre popular del insecto que la transmite– ejemplifica las consecuencias de la pobreza, pues está generada por las condiciones insalubres en que viven sus víctimas. De hecho, en un número posterior de esta revista se hará referencia a ella al hablar de Casas de fuego (Juan Bautista Stagnaro, 1995) y de su protagonista, el doctor Salvador Mazza, seguramente quien con más ímpetu luchó contra el ‘mal de Chagas’. El hilo conductor de Cartas a Nora es la voz en ‘off’ de su hermana, que le escribe desde Bolivia contándole la muerte de un familiar. Acompañándola, la realizadora sigue a Nora en su deambular por calles extrañas y locutorios telefónicos.

En Crímenes invisibles, Wim Wenders decide no centrarse en un personaje concreto y se limita a dar voz a varias mujeres de la República Democrática del Congo que relatan con gélida parsimonia los actos de violencia sexual que han sufrido. Sus atroces experiencias son recogidas por una cámara inmóvil que ejerce de notario de unas realidades silenciadas. La única ‘participación’ del autor es la introducción de unos fundidos encadenados que hacen desaparecer de tanto en tanto a los ‘actores’ mientras se siguen oyendo sus palabras, en un recurso que pretende ser metáfora de esa invisibilidad que impregna todo el documental. Dentro de él, Crímenes invisibles es una creación sobrecogedora por lo que se muestra, aunque demasiado larga y repetitiva, en la que el autor de obras maestras como El amigo americano (1977) o París, Texas (1984) levanta acta de unos acontecimientos determinados.

Por su parte, el director de Los lunes al sol (2002) llega con su cámara, en Buenas noches, Ouma, a un lugar llamado ‘El Arca de Noé’. Situado en el norte de Uganda, el edificio sirve de refugio a niños que son secuestrados y obligados a alistarse como soldados en las filas del Lord’s Resistance Army (LRA). Los testimonios de los críos son los que más fuerza tienen de entre todos los episodios, y Fernando León de Aranoa es lo suficientemente inteligente, como siempre, para dejar que sean ellos los que hablen. Sus imágenes remiten a Caminantes (2001) o a aquella bajada a los infiernos que realizaban los tres chicos de Barrio (1998), aunque aquí la sobriedad de la factura hace que esta visión sea más pura, más ‘real’.

Igual que en el episodio de Coixet, Mariano Barroso se vale de una mujer para desarrollar El sueño de Bianca, también centrado en un mal concreto. En este caso, la ‘enfermedad del sueño’, transmitida asimismo por un insecto. Las cartas en ‘off’ son sustituidas por un montaje en paralelo: la vida cotidiana de Bianca en la República Centroafricana y su repentino empeoramiento se alternan con una discusión –fotografiada en blanco y negro– entre el dueño de una empresa farmacéutica y dos integrantes de una ONG. Escenas voluntariosas, aunque rodadas sin pulso–sorprendente en alguien capaz de urdir la sólida Éxtasis (1996)– y que rechinan frente a la contundencia de la historia de la joven, a quien se ve languidecer ante una cámara tan pudorosa como la de los demás episodios.

El último de ellos, firmado por Javier Corcuera, es el más poético: La voz de las piedras, en alusión a aquéllas que los refugiados colombianos colocan en memoria de los desaparecidos. Piedras pintadas con los nombres de los que han padecido la represión gubernamental, de los que han sido desposeídos de sus tierras. De nuevo son varios de ellos quienes cuentan sus experiencias. La realidad se escapa por los bordes del encuadre, con un naturalismo que recuerda a la mejor película de su director: La espalda del mundo (2000).

Estas cinco historias evocan en cierta medida una iniciativa similar, llevada a cabo en 2004 bajo el patrocinio de Unicef, dedicada a los problemas de la infancia y que tuvo por título En el mundo a cada rato. En Invisibles, dos de los segmentos se centran en sendas enfermedades y los otros tres en conflictos militares. En los primeros, la narración se ocupa de dos personajes determinados, que sirven de columna vertebral al relato, y el resto se basa en los testimonios de víctimas de guerras en países subdesarrollados. Puñetazos en el estómago que verbaliza la protagonista de Cartas a Nora: ‘No es que no nos vean (a los pobres), es que no quieren vernos’. Algo que podría ser aplicable, salvando las trágicas distancias, aun tipo de cine, del que Invisibles es un digno exponente, marginado y amordazado por las grandes producciones estadounidenses que copan las salas. No por casualidad, mientras esa nación se dedica a fomentar los enfrentamientos –y, como consecuencia, la miseria y las enfermedades– en los países más desfavorecidos, su arrolladora maquinaria audiovisual ignora y margina las pocas películas que denuncian las situaciones injustas. El neocolonialismo yanqui funciona así como una perfecta estructura de sometimiento en todos los órdenes, contra el cual sería deseable que se pudiera luchar, también, mediante miradas tan lúcidas como la de estos directores y actitudes tan comprometidas como la de su promotor, el actor Javier Bardem, que ha hecho posible que se reflejen en una pantalla.

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