-chisme / Botamen / Onán

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

EL FABULOSO CIRCO DE LOS NOMBRES CIENTÍFICOS

El fogoso formante -chisme

En toda época y lugar ha habido científicos que no sabría bien si calificar de amorosos, ardientes, acaramelados, rijosos, concupiscentes, apasionados, cachondos, mujeriegos, verriondos o directamente salidos. Y que, claro, no supieron resistirse a la tentación de trasladar su ardiente pasión al lenguaje científico, supuestamente frío y objetivo.

Pienso, por ejemplo, en el entomólogo inglés George Willis Kirkaldy (1873-1910), especialista en hemípteros, quien en su afán por mostrar al mundo sus inagotables dotes amorosas, nominó multitud de géneros con la terminación latina –chisme. Leída por un científico de habla hispana, esta terminación no tiene nada de particular, pero en boca de un científico de habla inglesa se pronuncia /kísmi/, que suena exactamente igual que kiss me («bésame» en inglés); y, claro, convierte el género Ohchisme de Kirkaldy en poco menos que un jadeo de naturalista en celo. Y otros géneros acuñados por él, como Dolichisme, Elachisme, Florichisme, Isachisme, Marichisme, Nanichisme, Peggichisme y Polychisme, en una enumeración de sus conquistas digna de medirse en la Hostería del Laurel con las de don Juan Tenorio y don Luis Mejía.

En el año 2002, el entomólogo Neal Evenhuis bautizó a un miticómido extinto ‘Carmenelectra shechisme’

Kirkaldy ha encontrado un seguidor y alumno aventajado en el entomólogo estadounidense Neal Evenhuis, ex presidente de la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica. En el año 2002 describió un miticómido extinto, una especie de mosca que había encontrado fosilizada en ámbar; y, aprovechando la tradición zoológica de acuñar para las especies descubiertas en inclusiones de ámbar un nombre que contenga el formante electro- (del griegoἤλεκτρον, élektron, ámbar; por ejemplo, el género Electromyrmococcus), optó por bautizarlo Carmenelectra shechisme. En la descripción oficial de la mosca, Evenhuis justificó así la denominación genérica elegida: «The genus-group name is named for television, film, and magazine personality Carmen Electra [and] exemplifies splendid somal structure» (y espléndida, ciertamente, es la estructura somática de la explosiva modelo de Playboy). Pero para el epíteto específico se limitó a salir del paso afirmando: «the species-group epithet is an arbitrary combination of letters». ¿Una combinación arbitraria de letras al azar que casualmente dicen «Carmen Electra me besa»? No lo parece, pero el nombre coló. Y no contento con el beso, por cierto, en 2013 Neal Evenhuis describió un nuevo miticómido fósil del mismo género: Carmenelectra shehuggmae («Carmen Electra me achucha o me apapacha»).


VOCABLOS OLVIDADOS

Botamen

Cuando visitamos hoy una antigua botica, lo primero que nos llama la atención es la enorme cantidad de tarros, frascos, botes, albarelos y recipientes diversos apilados en sus repisas, muchos de ellos marcados con abreviaturas, signos y símbolos misteriosos. Antaño desempeñaban un importante papel en el funcionamiento de las oficinas de farmacia, que eran muy distintas a las de ahora. En la época antigua, los tarros y recipientes se usaban en las boticas para conservar las materias primas necesarias para la elaboración de los remedios y fórmulas magistrales, así como para almacenar los medicamentos una vez preparados. De modo que perdieron su razón de ser con la industrialización, cuando la farmacia pasó de ser el lugar donde se elaboraban in situ los medicamentos a ser ante todo el lugar donde simplemente se dispensan las especialidades previamente fabricadas por los grandes laboratorios farmacéuticos internacionales.

Algunos de estos tarros de vidrio y albarelos de cerámica pueden verse todavía en algunas farmacias modernas, por supuesto, pero ahora con funciones meramente decorativas. Y la mayor parte de los hablantes han olvidado ya el nombre que servía para denominarlos de forma colectiva. Hay que acudir al diccionario para encontrarlo: «botamen: conjunto de botes de una oficina de farmacia». Es, obviamente, voz creada a partir de ‘bote’ con el sufijo –amen que sirve para formar nombres colectivos en español: cerdamen (manojo de cerdas atadas para fabricar brochas o cepillos), maderamen (conjunto de maderas que intervienen en una obra), pelamen (conjunto de pelo abundante en todo el cuerpo), velamen (conjunto de velas de una embarcación), vigamen (conjunto de vigas de un edificio); o, en referencia a las opulentas caderas, nalgas, muslos y senos femeninos, también los lúbricos ‘caderamen’, ‘culamen’, ‘muslamen’ y ‘pechamen’ o ‘tetamen’, respectivamente.

Visitando los museos de farmacia y algunas viejas boticas en los barrios elegantes de Barcelona, Madrid o las grandes capitales europeas, se entiende bien que entre los principales clientes de los ceramistas del pasado se contaran los boticarios, cuyo prestigio como profesionales estaba ligado en muchas ocasiones a lucir un botamen ricamente decorado y vistoso, que actuaba a modo de reclamo para su doliente y adinerada clientela.


DEL HOMBRE AL NOMBRE

Onán y el onanismo

Onanismo: los diccionarios generales registran el término, que forma parte del acervo lingüístico de cualquier persona culta como sinónimo de masturbación o autoestimulación sexual, en referencia a lo que para unos es placer o sexo solitario, vicio solitario para otros. El nombre obedece a un horrendo pecado cometido por Onán y que, según se narra en el capítulo 38 del Génesis, le costó nada menos que la vida:

Judá tomó como esposa para su primogénito Er a una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yavé, y él lo hizo morir. Entonces Judá dijo a Onán: «Cumple con tu deber de cuñado, y toma a la esposa de tu hermano para darle descendencia a tu hermano». Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, cuando tenía relaciones con su cuñada, derramaba en tierra el semen, para no darle un hijo a su hermano. Esto no le gustó a Yavé, y también a él lo hizo morir.

Llama la atención, en cualquier caso, que la tradición haya equiparado este pecado de Onán con la masturbación. Porque la descripción bíblica, ciertamente, no es demasiado detallada, pero yo juraría que lo que ahí se nos cuenta no es ningún acto de ipsación o quiroerastia (vulgo ‘paja’), sino una simple interrupción de la cópula por «marcha atrás» o coitus interruptus.

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