Cerebros de odio sin humor

Por Germán Payo Losa

Director de Educahumor

“El humor es la manera de ver las cosas con claridad” (A. Mingote)

“Le clavaría un piolet en la cabeza. Le pondría una bomba lapa en el coche. Me alegro cuando dan un tiro en la nuca. A ver si te mueres”. Encantador este repertorio, que, como está escondido en letras de rap, algunos defienden que es libertad de expresión y que, para luchar por ella, incendiar contenedores y robar ropa de tiendas es lo mejor.

Mensajes que destilan odio de ese calibre semejante prepararon las matanzas, atentados y guerras a lo largo de la historia por todo el mundo. Primero se inyecta el odio. Se le señala como diferente y enemigo. El paso siguiente, exterminar, está hecho.

El fanático no tiene sentido del humor. Considera que todo el que no piensa como él, en casos extremos, tiene queser borrado del mapa. El humor, la gente que nos hace reír, aun en circunstancias difíciles, nos proporciona una distinta perspectiva, divertida y sorprendente. El ver de otra forma, tomar otro punto de vista, es una gimnasia mental de la que el fanático carece, que le impide poner la base del humor, la capacidad de reírse de sí mismo.

La película No soy tu enemigo (The Best of Enemies) narra la lenta evolución del jefe del Ku Klus Klan de un pueblo del sur de Estados Unidos que proclama orgulloso la supremacía de los blancos, anglosajones y protestantes, y de un modo aterrador para los negros. El proceso de apertura de su mente empieza cuando se enfrenta a la maldad de los suyos, con los propios vecinos llevados a la ruina por no apoyar sus ideas. Es la confirmación de que “la puerta del cambio sólo se abre desde dentro”.

En Patria, de F. Aramburu, vemos la evolución de un joven de ETA que ha matado a varias personas y va abriendo su mente a algo diferente, hasta aborrecer dentro de sí lo hecho. Ese cambio interior es un trabajo para el que uno ha de cambiar. Es difícil.

“Tengo dos amigos cuyos padres fueron asesinados por ETA. Y en uno se equivocaron de persona”, me cuentan. Algunos de los que se arrepienten cuentan su proceso. Tenían el cerebro lavado. No pensaban. Ejecutaban órdenes y nadie cuestionaba nada.

“¡Atención: jubilados! Lo saben todo y están dispuestos a contárselo”. De un modo semejante, un fanático está dispuesto a convencerte. Porque tiene LA VERDAD. Un árabe decía, para defender que en su país no hay libertad religiosa y otros cre￾dos tienen prohibido estar allí: “Si necesitamos a alguien que nos enseñe física o matemáticas que no sabemos, traemos a alguien que sepa, pero nosotros tenemos la verdad en nuestra religión; no podemos permitir a nadie que venga a enseñarnos mentiras de otras religiones, como no aceptamos alguien que enseñe mentiras en matemáticas o física”. Así, clarito: Yo tengo la verdad. Tú no. Punto.

¿Qué hacer entonces?

No se puede dialogar con un fanático, como con un imbécil. Es inútil. Que no me amargue la vida ni me indigne es una meta. Verlo con humor, otra.

Si a mí me dicen: “A ver si te mueres”, yo respondería: “Pues mira, te voy a dar el gusto con ese deseo, pues me has caído bien.” Y luego comentaría, como dice una amiga: “Mirad qué cosa más graciosa me ha dicho este imbécil”.

Leía: “¡Qué virtud enorme es saberse callar! Yo lo logro en ocasiones, pero me salen subtítulos en la cara.” Ante los fanáticos, puedes no callarte y dar tu punto de vista, sin esperanza de que cambie, o puedes cambiar de tema. “Los turistas ingleses declaran que no volverán a España hasta que sea seguro saltar por los balcones”.

Y cuando la obsesión impide dialogar, el fanatismo destruye la convivencia familiar.

El humor ve otra perspectiva y nos hace reír, porque la verdad es como una casa muy grande, que vista desde fuera tiene muchas perspectivas, y más desde dentro.

Y hablar de otras cosas más positivas. “En 24 horas se ha batido en España el récord de trasplantes. 19 donaciones, 38 trasplantes (riñón, hígado, corazón, páncreas…) y han intervenido 27 hospitales, 13 comunidades autónomas, ocho aviones, 12 aeropuertos, y policías, pilotos, celadores, médicos, enfermeras…”. Para sentirse orgulloso. M. Vincent escribía: “Vivimos en el mejor país del mundo para vivir. Pero somos los más quejicas”.

Ser iguales sin odio

La palabra tiene una influencia, como las ondas producidas por una piedra en un estanque. Además de las dañinas de rencor, agresividad, fanatismo, las hay curativas, de cariño, comprensión, apoyo. Siempre tendremos ambas. Elegimos.

Para las mujeres, unas palabras de la cantante y actriz Bebe. La autora de temas tan conocidos como Malo o Ella lanza este mensaje para algunas feministas en el Día Internacional de la Mujer: “

Feliz día a todas las mujeres que desde hace muchos años hicimos el camino para que un montón de descerebradas se lo encontraran todo hecho y puedan salir a gritar que quieren volver “solas y borrachas” a casa. Feliz día a las mujeres que sabíamos que podíamos ser iguales sin odio, que estudiamos y trabajamos codo con codo con compañeros y que volvimos a casa con amigos. Que mimamos a nuestros hombres porque queremos y porque nos miman. Feliz día a las mujeres que supieron escuchar un ‘guapa’ con una sonrisa y un rubor. Feliz día a todas las mujeres que no necesitamos una manifestación para saber que somos iguales”.

Y que podemos reír juntos. “Cariño ¿soy inteligente?” / “Sí, pero asintomático”. En un concurso para expresar en una frase el estado máximo de felicidad, ganó: “Mi mujer duerme”. Si aceptamos podernos reír y no ofendernos, mejor.

Me parece injusto que haya mujeres que se llaman Angustias, Dolores, Socorro y Soledad y no haya ningún hombre que se llame Agobio, Espasmo, Pesao o Cansino.

Hace cuarenta años no teníamos ni móviles ni internet, por eso las gillipolleces que hicimos no las contamos y no están documentadas, luego no nos las atribuirán.

Y con quien no tiene humor y se ofende por todo, a mí me vale esto: “No te alteres con el primer tonto que aparezca; hay más”.

www.educahumor.com

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